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Crónica:SILLÓN DE OREJAS
Crónica
Texto informativo con interpretación

Fin de fiesta y otras resacas

Manuel Rodríguez Rivero

Fin de feria y tiro porque me toca. Dicen que la de este año podría haber tenido resultados más brillantes, de no ser por la lluvia. La semana pasada me quejaba en esta misma página del calor, antes de que se desencadenara el auténtico pandemonio climatológico que ha convertido junio en un obstinado noviembre tempranero, haciéndose preciso rescatar apresuradamente lanas y abrigos de la protectora naftalina. Arnold Hauser, un historiador del arte cuya obra ha envejecido mal, afirmaba que la función esencial del "arte" naturalista prehistórico era la de propiciar la caza. Simplificando: bisonte pintado, bisonte "llamado" y, si había suerte, capturado. Siguiendo esa interpretación supersticiosa y realista-mágica (por muy influido que estuviera su autor por la obra de Lukács), quizás el cartel anunciador de la feria de este año no era el más idóneo para propiciar la bonanza atmosférica: la lluvia metafórica cayendo de la nube e interpretada por el artista como "sueño del lenguaje que riega el paisaje de los que leen" no auguraba tiempo seco. En todo caso, y según los datos (de fiabilidad problemática) adelantados por sus responsables, el descenso en las ventas habría sido de poco menos del 10%. Supongo que, si emborracháramos a cada uno de los 408 expositores para que nos revelara "su" verdad, las diferencias serían llamativas. Por lo demás, y después de 69 ediciones, la feria sigue cumpliendo su función y afianzando sus ritos. Incluso como lugar de encuentro y ágora de información y discusión: allí es donde me enteré, por ejemplo, de algunos de los pormenores de la reciente limpia en Edelvives, el grupo editorial de los maristas (descuiden: no me olvido ninguna equis), con un director editorial al que se le da un cuarto de hora para que empaque sus cosas, y un interesante proyecto editorial, nombrado a partir de la temperatura a la que arde el papel (en grados Fahrenheit), gravemente tocado por los torpedos gerenciales. Todo ello con el aire conspirativo de pequeño subtexto de El código Da Vinci: ya se sabe que los curas saben latín. Sigo reafirmándome en algo que dije hace ya tiempo (y no gustó) y que tiene que ver con las formas imperantes a la hora de los "ajustes" en buena parte del mundo editorial: el segundo deber del editor asalariado es llevarse cada día su trabajo grabado en un pendrive, por lo que pueda pasar. No vaya a ser que, como les ocurría a los bisontes del magdaleniense, el día menos pensado la realidad (de la empresa) venga al encuentro de la ficción (del arte) y un cazador o mánager supersticioso te clave en el lomo la lanza de punta de sílex. Y téngase en cuenta que ahora, con menos días de indemnización por año trabajado, hace más daño.

Contrastes

Tras la lectura de los cuatro primeros relatos ya me había dado cuenta de que los paratextos de la cubierta de Todo arrasado, todo quemado (Seix Barral), de Wells Tower (nacido en 1973), me resultaban exagerados. A mi edad, y con bastantes años de lectura a la espalda (y el privilegio de hablar de libros sin la obligación de hacer crítica literaria), he aprendido dos cosas importantes: a dejar sin terminar los que me aburren (los encesto en una papelera dispuesta a unos seis pasos de este sillón) y a que no me afecten las frases elogiosas (en inglés, blurbs) que los editores incrustan en las solapas o las fajas de sus "productos" (ni siquiera las mías, cuando aparecen reproducidas sin que nadie tenga la cortesía de advertírmelo). Nada podía importarme menos, en la decisión de abandonarlo, que enterarme por los mencionados paratextos de que la publicación de este libro, del que ya había leído cuatro cuentos que me habían resultado torpes, deslavazados y pretenciosos, había sido "un acontecimiento en el mundo literario norteamericano" (otro más), o de que su autor había sido comparado con "escritores de la talla de John Cheever o Raymond Carver" (aún le falta un hervor narrativo). Podría mencionar docena y media de autores españoles o hispanoamericanos menores de cuarenta años cuyos cuentos me resultan mucho más provocativos. Pero reconozco que lo que me alivió definitivamente de la hora y cuarto invertida en el señor Tower fue sumergirme en la lectura (y conste que tardé en entrar) del estupendo y original artefacto (no me atrevo a llamarlo novela, ni tampoco conjunto de cuatro novelas siamesas) creado por Luis Magrinyà (nacido en 1960) en Habitación doble (Anagrama). Si quieren leer a un moderno que escribe con la precisión y el regusto del lenguaje de un maestro antiguo, atrévanse con el último Magrinyà. Ya sé que suena a blurb, pero yo no vendo libros. O eso creo.

Castañas

Igual que Felipe González dijo entender el mensaje del pueblo en aquella lejana noche electoral de 1993, ahora soy yo el que ha entendido el que acaba de producir el conspicuo líder socialdemócrata en la celebración del centenario de la llegada del PSOE al Parlamento. Oído al parche: "Cuando las cosas van bien, distancia crítica; cuando las cosas van mal, militancia pura y dura". De manera que me lo aplico en lo que se refiere al sector del libro en este tercer año de crisis y, aunque solo sea por un día, estoy dispuesto a tragarme lo que no me gusta y a promover la unión sagrada, ejerciendo de militante puro y duro en aras de la cultura escrita y de la industria que la sustenta. Y lo haré con la misma convicción con que el dieciochesco barón de Münchhausen (bautizado por el editor Saturnino Calleja como barón de la Castaña) se refería a sus logros y aventuras. Ahí va: el lanzamiento de la plataforma digital Libranda demuestra que la cadena del libro se encuentra perfectamente engrasada y preparada para el tsunami digital que se nos viene encima; gracias a una inteligente política de contención editorial las devoluciones -que algunos agoreros habían llegado a evaluar entre el 35% y el 45% de la producción- han tocado fondo; una encuesta revela que los lectores dan la razón a los editores y opinan que los libros no son nada caros; tras el rapapolvo de Obama, Rodríguez Zapatero se pone decididamente al frente de la lucha contra la piratería ilegal de los productos culturales; un nutrido grupo de intelectuales y escritores de la Unión Europea firma un manifiesto exigiendo a sus respectivos gobiernos la creación de un Observatorio de la Lectura que funcione tan eficazmente como el español; más de 2.500 prestigiosos intelectuales se han propuesto como directores de la Biblioteca Nacional para los meses que quedan de legislatura, la ministra se encuentra desbordada; Rogelio Blanco, proclamado mejor director general del Libro de los últimos 250 años; los organizadores del Premio Planeta dispuestos a declararlo desierto si la calidad de los originales presentados resulta insuficiente; la Federación de Gremios de Editores de España decide hacer público un estudio, elaborado con datos suministrados por las editoriales, acerca de los sueldos de los profesionales del sector (especialmente de las mujeres). Ya ven, militancia pura y dura y este es el mejor de los mundos (del libro) posibles.

Ilustración de Max.
Ilustración de Max.

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