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Reportaje:PURO TEATRO

'Fin de partida': algo sigue su curso

Marcos Ordóñez

Fin de partida, la cumbre de Beckett, se ha hecho de mil formas distintas. En un ring de boxeo, en un refugio atómico, en el interior de un cerebro. La han montado como ópera, como farsa, como ballet. Peligros opuestos: la parada de circo y el auto sacramental. Durante un tiempo yo la entendí como la versión miniaturizada de Largo viaje del día hacia la noche: una crónica familiar, con sus secretos, sus culpas, sus anhelos rotos, sus embestidas, su heroica voluntad de seguir adelante sin apenas moverse, perdidos en la niebla. Su título (Endgame) alude a ese devastador momento del ajedrez en el que los dos reyes quedan solos en el centro del tablero. A veces, por inercia o para retrasar el cierre, optan por seguir realizando pequeños movimientos. En la nada más absoluta siempre queda "algo que sigue su curso", como dice Hamm: la carcoma, los roles, la ficción, la palabra. He visto muchos montajes de Fin de partida pero ninguno como el de Krystian Lupa en la Abadía. Un sótano. Paredes de un verde sucio, degradado. Dos ventanucos. Afuera, todo blanco, como los ojos de Hamm. Lámpara de araña en el techo. A la derecha, una abertura que lleva a la cocina, al resto de la casa. Al pie de la abertura, una montañita de arena blanca, como la que cubrió a Winnie. En el centro está el rey Hamm, el rostro cubierto, en su eterna silla de ruedas. Entra Clov, el otro rey. Sorpresa: el otro rey es una reina. Hamm es José Luis Gómez, Clov es Susi Sánchez. Una sencilla y estupenda. Lo cambia todo. Lo ancla en el suelo. Revela que Fin de partida puede ser una obra profundamente realista, pese al apocalipsis (exterior e interior) y a los padres enterrados en cubos de basura o, como aquí, en urnas. Hamm y Clov parecen ahora un viejo matrimonio en una isla de Strindberg. Uno piensa en Erland Josephson y Liv Ullman (Saraband), o en Piccoli y Birkin (La belle noiseuse). En manos de Lupa, Fin de partida es mucho más verídica, dolorosa y amarga. No hay expresionismo, no hay circo. O, en todo caso, es un circo interior. En otros montajes, Clov parecía un demente electrificado, espasmódico. Susi Sánchez lo convierte en una mujer que una vez amó y sigue recordando, a ráfagas, aquel amor lejano, con una inmensa tristeza en sus ojos; una esposa que rompe a llorar, en silencio, cuando ve a su hombre intentando avanzar, en vano, con el bichero a guisa de pértiga. Una reina que día a día pierde su luz, inexplicablemente uncida, como tantas, a esa sombra ciega, feroz y desvalida. A veces la reina parece un muchacho que vuelve de jugar en la playa; a veces intenta evocar aquellos juegos, saltando sobre el montón de arena, casi deslizándose, rumbo a la cocina vacía: maravillosa, conmovedora Susi Sánchez. José Luis Gómez me recordó mucho a Alfredo Alcón en otro gran montaje de Fin de partida: un rey lijado, sin buscar los énfasis, riéndose de sus cortos vuelos retóricos, destrozándolos de un manotazo; un canalla melifluo, atormentado; un niño despótico, muerto de miedo, pidiendo el calmante de la noche a cualquier hora del día, preguntándose, como Jaime Gil, qué será de él en los próximos quince minutos. En otras puestas sólo veíamos las cabezas de los padres, Nagg y Nell, dos bustos parlantes. Aquí, Ramón Pons y Lola Cordón están encerrados en unos cajones de sala de autopsia pero, idea escalofriante, con paredes de vidrio que revelan su desnudez, su fragilidad y su coraje (enteco Ramón Pons, con cabeza y barba blancas, de hidalgo enloquecido; Lola Cordón con los pechos al aire, como el aya maternal de Gritos y susurros: ya es la segunda vez que el ala de Bergman sobrevuela esta crítica, este montaje). Nunca ha estado más clara la idea de cuarteto, de dobles parejas reflejadas; nunca ha estado más viva la humanidad de Nagg y Nell: aún conservan un humor feroz, de supervivientes; todavía intentan besarse y compartir recuerdos (aquella mañana en el lago de Como, aquella tarde en la que perdieron las patas), pero ya no saben, pueden o quieren decirse que se aman.

El resultado es notabilísimo, pero se queda a mitad de camino entre dos formas, dos estilos de trabajo

Todo eso está en este espectáculo, pero también está la pesadez, el tedio. ¿Por qué en otros montajes de Lupa la lentitud te imanta y no te expulsa? Son distintos actores, eso es obvio. Quizás ensaya más tiempo con ellos, tal vez se conocen más. La lentitud de esos otros espectáculos (Ritter Dene Voss, Factory, Las presidentas) debe estar trabajada de otra manera. No sé cómo lo hará, pero sé lo que percibo. Las palabras, los movimientos, los detalles, parecían tener allí una extrema elaboración, un peso específico, casi existencial. Los miembros de su compañía habitaban los silencios, por así decirlo; los horadaban poco a poco, como si atravesaran invisibles membranas pegajosas. Aquí se representa, se compone. Con verdad, con inventiva, con entrega, pero la lentitud aburre porque probablemente le falte ese peso. O ese poso. Yo creo que Lupa ha intentado calzar al reparto de la Abadía en un molde que no les pertenece o que no saben hacer suyo; quizás no ha dejado respirar ese ritmo "español", más vivaz, más casual.

El resultado es notabilísimo, pero se queda a mitad de camino entre dos formas, dos estilos de trabajo. Quizás, insisto, ha habido poco tiempo para que los ritmos se adensen, para que los silencios resuenen como música, para que el tiempo muerto sea alucinatorio.

Beckett escribió Godot en un mes, pero tardó dos años, de 1954 a 1956, en componer Fin de partida: se nota. Sigue siendo una pieza extraordinaria, cuajada de réplicas memorables, de giros inesperados y poéticos, aquí en estupenda versión castellana de Ana María Moix, aunque le han añadido algunos tacos que chirrían en un lenguaje tan preciso. Se comprende lo muchísimo que influenció a Pinter, desde Retorno al hogar hasta Moonlight. Comprendemos también, de nuevo, con deslumbrante claridad, que lo que "sigue su curso", lo que continúa latiendo en cada una de sus líneas es el corazón desesperadamente vitalista de aquel irrepetible pajarraco irlandés con alas de albatros y pico de quebrantahuesos. -

Fin de partida, de Samuel Beckett. Dirección de Krystian Lupa. Teatro de la Abadía. Madrid. Hasta el 23 de mayo. www.teatroabadia.com.

Escena de <i>Fin de partida,</i> de Samuel Beckett, en el Teatro de la Abadía de Madrid, dirigida por Krystian Lupa.
Escena de Fin de partida, de Samuel Beckett, en el Teatro de la Abadía de Madrid, dirigida por Krystian Lupa.ROS RIBAS

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