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PERDONEN QUE NO ME LEVANTE
Columna
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Fragmentos para mañana

En su autobiografía, y citando a Ibsen -concretamente, Peer Gynt-, Agatha Christie se pregunta: "¿Dónde estaba yo, todo el hombre, el verdadero hombre?". Usando el lenguaje de su época -y encarnando en la voz hombre lo que ahora denominaríamos, más correctamente, ser humano-, la señora Christie reflexiona: "Creo que nunca conoceremos al hombre total, aunque a veces, iluminados repentinamente, conocemos al verdadero hombre. Creo que las propias memorias representan los momentos que, por insignificantes que parezcan, descubren con verismo nuestra interioridad". Este subrayado es mío.

Es decir, guardamos en nosotros el juego completo de muñecas rusas que nos componen, pero a la hora de mirar atrás, ¿qué es lo que vemos? Ráfagas, momentos, imágenes. Fundacionales, aunque quizá entonces no lo supiéramos.

"Quizá me recordaré mordiéndome los labios, asimilando los cambios electorales"

Ahora mismo, escribiendo dos días después de los resultados electorales, me entrego al ejercicio de imaginar qué es lo que recordaré de mí, de mí en mi vida con los demás y de mí en mi intimidad más recóndita, cuando hayan pasado no ya esos quince días que separan mi escritura de vuestra lectura, sino más, mucho más tiempo después. Ah, el tiempo. Tiempo. Qué poco nos agobiaríamos si mejoráramos nuestra relación con el Tiempo, si aprendiéramos a respetarlo, limpiándolo de ruido y de furia. Quizá me recordaré leyendo los cartones que poblaban la plaza de Catalunya reavivada por los 15-M (visitando su tiempo: entrando y saliendo de él), o tal vez mordiéndome los labios en el sofá, asimilando los cambios electorales.

Pero a lo mejor no recuerdo eso. A lo mejor tengo suerte y se me aparece, en un fogonazo, mi mano. Veré mi mano alargándose hasta dar con el botón de la radio y apretar al puto off: silencio, al fin. En días como éste no se me ocurre una forma mejor de respeto a la vida que el silencio.

O me recordaré viendo lo que ahora veo, un frasco amarillo de plástico en mi escritorio, con un pulverizador para rociar de agua las hojas de mis plantas; un frasco que siempre siento a mano cuando brilla el sol y no toca refrescarlas, pero que olvido cuando anochece y hay que ponerse a la labor. Aunque casi siempre cumplo, lo apunto en mi iPhone. Eso puede que lo recuerde: el agua cuando surge difuminada, las plantas que se esponjan.

Escribiendo estaba -para mi placer y mi consuelo- cuando ha irrumpido Josie, la mujer que limpia mi casa. He saltado a darle los buenos días -las filipinas son muy cariñosas: nos abrazamos, nos gritamos saludos estimulantes- y a guardar corriendo todas las prendas que ayer dejé sueltas por todas partes. No sólo por deferencia hacia ella: también porque Josie es una gran archivadora y puede esconderlas en donde yo menos espere encontrarlas.

Estos momentos de grata agitación doméstica perdurarán, posiblemente, barriendo la desazón que producen las anticipadas charcas de la vida pública. Es muy probable que mi memoria futura rinda homenaje a este silencio sólo roto por la amabilidad de Josie, gracias a cuya llegada me he dado un paseíto por el piso -ya lo he dicho, recogiendo aquí y allá y poniendo a buen recaudo pañuelos, calcetines y etcétera-, y he descubierto los albaricoques que compré anoche, los primeros de la temporada. No hay nada más hermoso que un albaricoque que trae hasta el frutero la luz que le ha hecho crecer. Lo he abierto con delicadeza, así debería hacerlo todo cada día, como si me iniciara en algo muy preciado, lo he olisqueado, probando primero con la lengua su carne tan jugosa. Lo he comido poco a poco, saboreándolo sin voracidad. Qué suerte, no era soso ni híbrido ni falso. Era un albaricoque de verdad. Tan de verdad que no he querido echarle luego un tiento a otro, ni a los melocotones de viña.

Lo haré luego. Para esta mañana me quedo con esto. Silencio relativo de la ciudad, silencio total en la casa -Tonino duerme a mis pies, Josie ya está atareada en la otra punta de casa-, y a mi alrededor, un pulverizador de plástico amarillo, una radio apagada y un hueso de albaricoque acompañan este momento tan dulce de escribir para intentar borrar los malos recuerdos del futuro.

www.marujatorres.com

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