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Reportaje:NARCOTRÁFICO

Cuando Galicia estuvo a punto de ser otra Sicilia

Manuel Rivas

Era un tipo muy corpulento. Un hombre multiplicado por dos.

Eso, lo de que era él y su doble, lo pensé por la mirada. Cada ojo parecía independiente y verlo todo. Un cíclope con dos ojos panópticos.

Fue en las Navidades de 1983. Estábamos en la recepción de una posada en lo alto del monte Faro, en el norte de Portugal. Preguntamos por él, por Sito (Carnicero), y el joven recepcionista respondió con un silencio inarticulado. Se abrió la puerta del salón de golpe y apareció él, el cíclope, con una piña de hombres a sus espaldas.

Nos dijo con voz demasiado amable: "¡Pasar, pasar!". Creo que lo interpreté de forma correcta. Lo que había que hacer era escapar, escapar. Cuando se cerró la puerta detrás de nosotros, Sito me agarró por el cuello y me levantó en vilo. En esa situación, cuando no circula el aire, es muy difícil ser convincente. Sito, por su parte, lo era. Nos dijo, a mí y al fotógrafo Xurxo Lobato, a quien ya habían despojado de filmes, que nos largáramos sin mirar atrás al otro lado del río Miño o, de lo contrario, iríamos a parar a una ruta alternativa. El fondo de un barranco. Le hicimos caso, claro. No sentía miedo. Era un estadio diferente al miedo, como cuando corría por las escaleras de un edificio en Bucarest, durante un terremoto.

"Aquí no pasó nada. No habéis visto nada. Tienen boca y no hablan. Si aprendéis esto, tenéis media vida ganada"
"Estuvo muy cerca de consolidarse un poder mafioso. Llegaron a apoderarse de alcaldías y compraron voluntades"
"Fue el retumbo insurgente de ese puñado de madres el que despertó a la ría. El que sacó del sopor a los políticos y la justicia"

Habíamos hecho algunos contactos fiables y la respuesta no había sido positiva, pero tampoco negativa. Algo era algo. Por el tono de voz del interlocutor, un joven abogado llamado Pablo Vioque, que empezaba a ser conocido en Vilagarcía y que acabaría siendo presidente de su Cámara de Comercio, dedujimos que el encuentro con los jefes contrabandistas huidos al país vecino iba a ser posible. Y, al final, lo fue. Aquella noche, en otro lugar de Portugal, y después de muchas citas y contracitas, conseguimos hablar con los otros jefes de Ros, SL, la principal organización contrabandista del momento, junto con la de Marcial Dorado, también huido. El que llevaba la batuta, Ramiro, era la antítesis de su socio Sito. En lo físico y en el carácter. Cauto, observador, con maneras de diplomático chino. Contrabando lo ha habido siempre. No es pecado. Hay una cuestión a la que responde con vehemencia: "¿Las drogas? ¡Ni verlas!". Algunos fueron contando trazos de su vida. Entre los huidos, había un maestro de escuela que tenía el proyecto de escribir una historia del contrabando. Y un trompetista. Se expresaba con una cierta emoción. O tal vez era su boca. Como una huella profunda, imborrable, en sus labios estaba marcada la embocadura de la trompeta. Un círculo perfecto que aparecía y desaparecía. Estoy convencido de que había sido un buen músico.

Años más tarde, Sito Carnicero fallecería víctima de un extraño atropello nocturno. En diciembre de 2008, murió de enfermedad Pablo Vioque, el letrado que acabaría siendo conocido como "narcoabogado", y que cumplía una pena de 15 años de prisión. Marcial Dorado, al frente de un gran emporio, fue condenado por vez primera por narcotráfico el pasado año, 2009, por el mayor alijo de coca descubierto en Europa, 6.500 kilos, que transportaba el congelador South Sea. Pero eso fue mucho tiempo después de aquellas Navidades de 1983. Los fugados a Portugal se habían puesto a salvo en la primera gran redada contra las organizaciones contrabandistas, después de largos años de tolerancia. En las pesquisas policiales se detectaron 500 presuntos implicados a distinto nivel. Fueron detenidos cerca de un centenar, 27 de ellos guardias civiles. Fue el famoso macrosumario 11/84, con 94 procesados. Famoso, entre otras cosas, porque el juicio nunca llegaría a celebrarse. De haber sido otro el trayecto del 11/84, tal vez la historia habría sido muy distinta. Muchos de aquellos nombres reaparecerán como curtidos integrantes de las organizaciones criminales dedicadas abiertamente al narcotráfico.

La actuación policial de 1983 había sido impulsada por el joven gobernador socialista de Pontevedra, Virginio Fuentes. Hablé con él en aquellas agitadas Navidades de 1983: "La documentación incautada refleja una desarrollada estructura organizativa de la malla contrabandista, con implicaciones de bancos, de personas con muchos medios y con conexiones internacionales". En el sumario 11/84 se citaba uno de esos contactos, Tonino (probablemente Antonio Bordellino, de la Camorra napolitana), que pasó un tiempo en Galicia. A la organización de Marcial Dorado se le atribuía una evasión de 102.656 millones de pesetas, lo que puede dar una idea del nivel de negocio que ya entonces se manejaba. Fuentes era consciente de lo que estaba pasando y de lo que podía pasar: "Una organización que está trabajando en un momento determinado en el contrabando de tabaco puede cambiar a cintas de vídeo, pero también a drogas o armas (…) La Administración está a tiempo de abortar el nacimiento de una mafia".

La advertencia de Fuentes no fue oída en ese momento. Pasó tiempo. Demasiado.

El salmo 135. Los ídolos de los pueblos son plata y oro, objetos fabricados por manos de hombres. Tienen boca, pero no hablan; tienen ojos, pero no ven; tienen oídos, pero no oyen… A veces, la boca de la literatura se abre para registrar el presente con palabras "de otros tiempos". Hubo una época en que asocié la cadencia del mar con ese fragmento bíblico. Era tiempo de la omertà en la ría. De un poder emergente, que no decía su nombre, y que se hacía fuerte en la sombra. Un modelo seductor y pútrido, el de la riqueza delictiva, que amenazaba con impregnarlo todo. Uno de los personajes de Todo es silencio, el marinero Lucho Malpica, lo explica así: "Se desplaza como el fuel, entre aguas".

Todo es silencio mudo…

Una pandilla de jóvenes entra en una escuela en ruinas. La ahora llamada Escuela de los Indianos. Una de las muchas construidas a principios del siglo XX, siguiendo el modelo de escuela moderna, por iniciativa de las uniones de emigrantes en América, con el sueño de la redención de la tierra natal, y en su mayoría abandonadas durante la peste autoritaria. Una muchacha rescata un libro de entre los restos de la biblioteca. La vieja escuela es utilizada en ocasiones como escondrijo para alijos de contrabando. También es visitada por los primeros enganchados al caballo, que encuentran allí su nido para el chute. La pandilla busca un golpe de fortuna. Un tesoro contemporáneo. Una de esas mercancías del capitalismo mágico que ha traído el mar. Pero el casual gesto de la chica, el de abrir un libro desahuciado, el de leer un simple verso de Rosalía de Castro, sitúa la realidad en otra posición. A la expectativa. En el umbral del trueno.

Allí, en ese escenario, van a recibir de un veterano capo del contrabando (El Patrón, El Viejo, El Deán) la primera lección, que es una versión paro del salmo bíblico, él que estudió un tiempo en el seminario: "Aquí no pasó nada. No habéis oído nada. No habéis visto nada. Os habent, et non loquentur. Tienen boca y no hablan. Si aprendéis esto, tenéis media vida ganada".

La boca no es para hablar. Es para callar.0

Lucho. El Viejo. Los chicos que buscan el nuevo tesoro: el alijo contrabandista. El salmo 135 recitado por el mar. Es literatura, pero no es mentira.

El periodismo y la literatura son formas de cavar en el silencio. En principio, el sentido de la excavación sería el de la profundidad. Como en la arqueología. Avanzar en las capas de lo accesible. En el gráfico de Carl-Axel Moberg sobre el utillaje del arqueólogo, las capas finales serían: lo que no ha sido registrado, lo que no ha sido descubierto y lo que ha sido destruido sin que queden rastros. Y hay un tope límite: lo que es inaccesible. También ahí se detiene el periodismo. Tal vez es una ilusión, una melancolía del topo ciego, pero una razón de ser de la literatura es ir un tramo más allá de esa línea. Justo hasta allí donde puedas decir lo que el viejo John Ford de sus películas: "Todo es ficción, pero todo es verdad".

Viví, como periodista, el periodo histórico de lo que podríamos llamar la "fase superior del contrabando" en Galicia y el gran salto a la globalización delictiva: el narcotráfico. Durante un tiempo, cronistas, políticos, juristas o expertos policiales se vieron impelidos a especular sobre una hipótesis: la sicilianización de Galicia. ¿Estaba Galicia en camino de convertirse en una nueva Sicilia? Por supuesto, no era un debate sobre turismo, ni sobre calidades gastronómicas o la bondad del clima. Se hablaba de "malla contrabandista". Se hablaba de "redes". Se hablaba de "organizaciones". ¿Eran eufemismos o una forma reprimida de evitar el término mafia, la realidad de un poder oculto cada vez más potente? El lenguaje permite desvendar la realidad, pero también vendarla. En La falsa pista, Henning Mankell nos habla del escritor/periodista que cava para destapar, mientras arriba, en la superficie, hay otro del oficio que devuelve esa misma tierra al agujero, para tapar. Creo que se puede establecer un cierto paralelismo con la substracción del lenguaje en la política de la Transición, y las mal llamadas "novelas sobre la guerra" ("¡otra novela, otra película, sobre la guerra!", grita el Enterrador, jaleado por el Acomodador) son en realidad nuestra "serie negra", excavaciones en el espacio histórico del Crimen. Volviendo a la ley del silencio en la ría, tal vez, en aquella época, había una opinión general de que al eludir la descripción cruda de lo que estaba pasando se atenuaba o conjuraba el peligro. La respuesta habitual era: "De ninguna forma. Galicia nada tiene que ver con Sicilia". Y también se descartaba el brote mafioso como un futuro posible: "No existe ese peligro. El pueblo gallego es pacífico…". Etcétera.

Colócate en el límite de lo inaccesible. Vuelve la vista atrás. Repasa los estratos: lo que ha sucedido, lo que ha dejado huellas, lo que se ha conservado, lo que se ha descubierto y registrado… A partir de ahí, la estrategia de la verdad puede valerse de la ficción, de una ucronía razonable. Y la respuesta es sí. Sí, Galicia estuvo a punto de ser otra Sicilia, en el sentido histórico de forjarse una "identidad delictiva". Estuvo muy cerca de que se consolidase un poder mafioso. Figuras o testaferros del contrabando, y luego del narcotráfico, llegaron a apoderarse de alcaldías. Colocaron peones, se infiltraron y consiguieron controlar o influir en otras instituciones y formaciones políticas. Acumularon grandes patrimonios. Compraron voluntades insospechadas.

Los capos se movían en círculos de simpatía o de indiferencia. Eran triunfadores. Ídolos de plata y oro. En las escuelas, cuando se preguntaba a los niños por la profesión del futuro, no faltaba el entusiasta que decía: "¡Contrabandista!". Esto ya se ha contado más veces. En realidad, lo más elocuente era el silencio de los otros niños. Había pilotos de veloces lanchas planeadoras, los transportistas, con la consideración de héroes. Los miles de millones, al principio, se hicieron notar en signos de ostentación, con la metamorfosis de dos querencias en la conquista del Oeste: el rancho y el caballo. Grandes mansiones, que proclamaban el nuevo feudalismo del fume (tabaco) y la fariña (coca), una desmesura de kitsch neomedieval que debería figurar con méritos propios en la historia de la estética. Los coches de lujo, de importación, que relinchaban desafiantes al estilo rally de Montecarlo en la madrugada comarcal. Los capos no necesitaron leer a Marshall McLuhan para captar de maravilla la idea de la "aldea global" ni asistir a un seminario neoliberal con Milton Friedman y Von Hayek para captar a la primera que el dinero no tiene patria y que se deprime una barbaridad con los impuestos. A finales de los setenta, ya se movían por los bancos helvéticos como Perico por su casa. Y eran recibidos con júbilo en Amberes por los filántropos de las multinacionales tabaqueras. El cosmopolitismo delictivo alcanzaría horizontes infinitos en la década siguiente. Los carteles colombianos descubren Galicia como un paraíso ideal como gran desembarcadero de Europa. Y los capos de los clanes gallegos del contrabando, reconvertidos al comercio de los polvos mágicos, aprenden a moverse como ases de la globalización por los paraísos fiscales.

¿Qué tenía Galicia de especial para ser esa "cabeza de puente" a toda Europa?

Mariscal, el veterano capo de Todo es silencio, resume las bazas que en su momento se pusieron encima de la mesa: "Tenemos los mejores argumentos para este negocio. Una costa formidable, infinita, llena de escondrijos. Un mar secreto, que nos protege. Y la que está más próxima de los puertos madre. Así que lo tenemos todo. Tenemos costa, tenemos depósitos, tenemos barcos, tenemos hombres. Y lo más importante todavía… ¡Tenemos cojones!".

Donde hay frontera, hay contrabando. Y el contrabando es delito, pero no es pecado. Por eso, antes de cruzar la frontera, para "pasar en bien", se recomendaba dejar un donativo a las almas del purgatorio. Eso pertenece a la tradición popular. Son dichos que se refieren a otro tiempo. En la zona fronteriza entre Galicia y Portugal, el río Miño y la Raia Seca, el contrabando fue la principal industria. Puede contarse la historia con el tipo de mercancías que se intercambiaban. Gran parte era un contrabando de subsistencia. El llamado contrabando da barriga. Alimentos, calzado… El primer gran salto se produce con el volframio, durante la II Guerra Mundial. El sociólogo portugués António Manuel Conceição cita operaciones de transporte de contrabando organizado en las que llegaron a participar 500 hombres y más de 100 caballerías, con transporte de toneladas de mineral desde el norte de Portugal a Galicia. Gran parte del volframio se vendía a Alemania, para armamento. O al Reino Unido, para su destrucción.

Para el 'contrabando da barriga' o de subsistencia, practicado por gente humilde, hubo siempre una comprensión moral. Pero a finales de los años cincuenta la frontera es escenario de otro comercio que pertenece en gran parte a la historia silenciada. El tráfico de emigrantes sin papeles desde el norte de Portugal y Galicia a Francia. A veces llegaron a utilizarse camiones cisterna y la carga humana abandonada de noche en alguna montaña con el engaño de que ya estaban en Francia.

El tabaco representa ya otra escala. Hay algunos hilos entre los viejos contrabandistas fronterizos, los que hicieron fortuna con el volframio y el estraperlo, y los organizadores de los clanes que van a florecer, en el litoral de las rías, con el tabaco ilegal, conocido como tabaco de batea. Esos hilos se activan, con tráfico de armas, cuando se produce la Revolución del 25 de Abril en Portugal y una parte de la policía política y de la nomenklatura de la dictadura portuguesa se refugia en Galicia. Otra historia oculta. Los ultras portugueses encuentran apoyos en la dictadura afín de Franco y planean incluso golpes armados que provoquen el enfrentamiento entre los dos países. Finalmente se puso freno a esa locura. El negocio es el negocio. Cuando los contrabandistas gallegos consiguen tener su propia mamma, es decir, el subministro permanente de grandes cargueros frente a la costa, fuera de las aguas jurisdiccionales, Galicia abandona la prehistoria del tráfico ilegal y entra en una vertiginosa modernidad delictiva.

Como en otros campos, las leyes van por detrás de la realidad. Hay incluso voces de economistas y abogados que defienden el efecto "benéfico" del contrabando y los contrabandistas como abanderados del libre comercio. En cuanto a las repercusiones en el desarrollo de Galicia, tal vez los desinteresados defensores del gran contrabando de tabaco, que creó las infraestructuras materiales y el más sugestivo Karl Marx es aquel que se anticipa al surrealismo para desmontar el absurdo con una ironía insurgente. Es así cuando expone el carácter Innovador del Delito (I+D, diríamos hoy, siguiendo la parodia): "Se puede demostrar con detalle la influencia que el criminal ejerce en el desarrollo de la fuerza productiva. ¿Habrían las cerraduras alcanzado su actual perfección si no hubiese ladrones? ¿Tendría la fabricación de billetes de banco su actual nivel de perfección sin los falsificadores de moneda?". Pues bien, podríamos añadir: "La actividad criminal en torno al narcotráfico desarrolló en Galicia, y entre otros sectores punteros, una capacitación extraordinaria en la lavandería por blanqueo, una escuela incomparable de transportismo, y la evolución de una ingeniería artesanal que llegó a su cima con la construcción de un submarino interceptado en la ría de Vigo". En honor a la verdad, el batiscafo monoplaza, diseñado para transportar una tonelada de cocaína, y localizado en agosto de 2006, no resultó operativo y fue abandonado en la bocana de la ría. Según la investigación, el sumergible había sido financiado por un cartel colombiano. Por ahora, el pequeño submarino es una metáfora que se ha ido a pique allí donde Julio Verne hizo llegar al capitán Nemo y su Nautilus. Pero si prosigue la actividad criminal, el sumergible acabará por desplazarse entre aguas.

Ironías aparte, la tempestad del narcotráfico ha dejado una estela trágica que todavía pervive. Ni la ría de Arousa, que fue el epicentro histórico, ni otras partes tocadas del litoral encajan en el catálogo de zonas de pobreza o marginales. Más bien, eran, y son, espacios de una economía fértil y sostenible. Como símbolos, los mejores vinos blancos y el mejor marisco del mundo. Esa parte de Galicia se distinguía además, en los años finales del franquismo, por una fuerte conciencia cívica. Era, en buena parte, una sociedad solidaria, con intensa actividad cultural y política. La onda expansiva del capitalismo mágico, delictivo, afectó a esos valores. Tuvo un efecto depredador sobre muchas conciencias.

Sí, se estuvo muy cerca. ¿Quién lo evitó? Hay una primera respuesta que también podría formar parte de un relato de ficción, un final de apariencia inverosímil, de esos en que el narrador arruina la historia al cargar con la mano en un lado de la balanza, pero que no, que es documental puro y duro: un puñado de mujeres, las creadoras de las asociaciones de lucha contra el narcotráfico. Hubo otros factores decisivos: la adecuación de las leyes, las declaraciones de arrepentidos, la creación de la Fiscalía Antidroga en Galicia, la formación de unidades policiales especializadas, Udyco y Greco, y en especial la Agencia Tributaria al investigar el origen de los patrimonios. Como bien sabía Al Capone, no hay nada más temible para estas fortunas mágicas que una inspección a fondo de la Hacienda pública. La llamada Operación Nécora, dirigida por el juez Baltasar Garzón, fue un punto de inflexión decisivo. A pesar de la magra sentencia, que no tuvo en consideración las escuchas telefónicas, la instrucción significó el comienzo del declive para las organizaciones criminales. Pero fue el retumbo insurgente de ese puñado de madres el que despertó a la ría. El que sacudió Galicia. El que sacó de su sopor a los representantes políticos y a la justicia. Como a las argentinas de la plaza de Mayo, al principio las tildaron de "locas". Pero es algo que hoy todos reconocen, incluso los antiguos capos. Fueron ellas las que desintoxicaron el medio ambiente. Las que interrumpieron el número hipnótico del capitalismo mágico, descubriendo detrás del fantástico escenario la putrefacción. Los polvos mágicos, disimulados de mil maneras, en todo tipo de envases, hasta en grandes cucarachas de tablas de entomología, servían para ocultar un veneno peor. Una sustancia invisible que vacía las almas.

El libro 'Todo es silencio', de Manuel Rivas, editado por Alfaguara, sale a la venta el próximo 20 de octubre.

Ilustración de Miguelanxo Prado
Ilustración de Miguelanxo PradoMIGUELANXO PRADO

Contra el silencio

En su discurso de ingreso en la Real Academia Galega, pronunciado el pasado diciembre, Manuel Rivas definía la sustancia humana como "la capacidad para rebelarse contra la injusticia". Y la injusticia, en su última novela, se materializa en el silencio, en la ausencia de voces que acompañó la conversión del estraperlo en narcotráfico y su correlato violento. "Si Galicia no ha derivado en una Sicilia", explicó en una entrevista a EL PAÍS, "es porque unas madres se atrevieron a romper la omertà". Con Todo es silencio (Alfaguara), Rivas regresa a la novela cuatro años después del tour de force de Los libros arden mal. El tránsito de la obra esférica, totalizadora, sobre el golpe franquista y sus consecuencias, al thriller con planeadoras al fondo no corta, sin embargo, el hilo rojo que recorre la narrativa del gallego. Las ruinas de la Ilustración como refugio frente a la barbarie une Todo es silencio con su trabajo anterior. Pero en Brétema, la imaginaria localidad de la costa gallega donde transcurre el libro, el terror y la opresión no proceden de otra dictadura que la del dinero.

Es, así, el capitalismo desembridado del tráfico ilegal de drogas, la globalización del contrabando, el que condiciona la existencia de las personas. Y son los ejes sobre los que gira el mundo de Leda, Brinco, Chelín, Fins, los protagonistas, quienes pierden la inocencia y se enfrentan a unas circunstancias que los conducen a diferentes lugares de la vida: la ley y el orden, la delincuente consorte, la víctima de la heroína, el jefe de cartel. La trama, que arranca cuando Cassius Clay cambia de nombre por Muhammed Ali, atraviesa las edades y finaliza justo en el minuto antes de la caída de los grandes capos arousanos. Cuando unas madres se rebelaron contra la injusticia y rompieron el silencio. Daniel Salgado

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