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Reportaje:NADAL

Golpe a golpe

A sus 19 años, tras ganar el torneo de Roland Garros, se ha convertido en la sensación del tenis mundial. No sólo eso, su imagen es una de las más demandadas por las grandes firmas del deporte. Rafael impone tendencias.

Carlos Arribas

En las escuelas de tenis hoy día, a los niños, antes de entregarles el diploma de final de curso, les exigen un último ejercicio. No basta con darle a la bola de revés, de derecha, al bote pronto y sin botar, hay que practicar una habilidad más.

-A ver, Pepito -le pide Ricardo, el profesor de la escuela de tenis Santo Domingo, en Madrid, al niño tímido, con gafas, que adelanta las manos para quitarle el diploma de las manos-, ¿cómo hace Nadal?

Y Pepito pierde un segundo la timidez, cierra la mano, forma un puño, lo levanta hacia el cielo, el codo cerrando el ángulo de brazo y antebrazo, intenta marcar un mínimo bíceps, vocea con voz chillona: "¡Vamos!", y vuela hacia las alturas en enérgico salto, con giro y todo.

-Perfecto -le aclama Ricardo-, ahora sí que eres tenista.

Ahora sí que eres Nadal.

Como si Rafael (Rafel, en catalán, para la familia y los amigos; Rafa para los medios) Nadal, antes que tenista, antes que muy buen tenista zurdo de derecha demoledora, hubiera sido un bíceps hipertrofiado, una camiseta sin mangas, unos pantalones de pernera hasta los gemelos, una cinta blanca sobre el pelo negro, sobre la frente morena, y un puño al aire, una imagen muy imitable, muy imitada. No hay crónica de periodista británico, francés, italiano, que no haga referencia a sus pantalones de largo pirata, a su melena, a su músculo, a su puño.

Como si eso le importara a Rafa Nadal.

-Yo sólo pienso en jugar, en mi partido; de la moda y eso ni me preocupo -dice-. Nunca me ha gustado dar una sensación de distante, siempre he querido dar la sensación de otro niño normal de 19 años que juega al tenis, y no de una superfigura mundial.

Bebe agua helada en la azotea calurosa de un hotel de la Gran Vía. Ha acudido a Madrid a una sesión de fotos, a una rueda de prensa, y en la puerta, a la sombra, le esperan el fotógrafo, la maquilladora, la estilista. La imagen gana. La imagen de Jerónimo, indio rebelde y orgulloso, los pómulos altos, la melena negra, la cinta en el pelo. O la imagen de Mowgli, niño al que no le que queda más remedio que crecer, dejar la selva, sufrir la civilización humana.

-A veces me llaman Mowgli. Me da igual que me lo llamen. Ni me gusta ni me molesta. No tengo ningún inconveniente en que me lo llamen. Es que yo estoy un poco fuera de lo que significo, de lo que es mi imagen. No lo puedo decir, no lo puedo evaluar, lo sabe mejor la gente de mi alrededor. Siempre digo que a la gente que se interesa por mí y a todo el mundo se lo agradezco de corazón.

En Nike, la marca que le viste y le cuida desde que tenía 12 años, desde que era el mejor tenista infantil del mundo, evidentemente, sí que les interesa la imagen. En Nike decidieron que la camiseta sin mangas, casi portuaria, de chico malo pero menos, tríceps saltón, era el modelo que más se adecuaba a su imagen después de haberla probado con éxito con Carlos Moyà, otro tenista mallorquín, otro amigo de Rafa Nadal, que la complementaba con espectacular tatuaje. Y por debajo de la cintura, los pantalones -casi reventando a la altura de sus poderosos glúteos, el secreto de su estabilidad y rapidez a la hora de cambiar de sentido a la carrera-, los famosos pantalones de largo único.

-Sí, esos pantalones me van bien, son correctos, cómodos, y si la marca prefiere que juegue con ésos, voy a seguir con ésos, voy a hacer lo que ellos me digan. Llevo siempre el mismo modelo, el mismo color durante todo un torneo, no por superstición, sino porque ésta es la pauta de Nike.

En el panorama actual, principios del siglo XXI, figuran en la cúpula del tenis un tenista macarra, maleducado, protestón, heredero directo del John McEnroe enfadado con el mundo y cara de puchero. Es Lleyton Hewitt, australiano, joven, gorra con la visera hacia atrás, que hasta hace nada encarnaba el sueño de los vendedores que querían despegar del tenis la imagen de deporte de gente bien, de clase media acomodada, pequeños burgueses sin grandes problemas y mayores de edad. Chico malo, chico de la calle. ¿Hay algo mejor?

Entonces escaló hasta convertirse en el número uno mundial el suizo Roger Federer. El modelo opuesto al de Hewitt. Ganador silencioso, sin escándalos. Rodeado por su familia en toda circunstancia, su novia, su madre, su padre forman la empresa Roger Federer, SL; control absoluto. Poca masa de la que extraer un buen marketing, en teoría. Sin embargo, como en su tiempo Björn Borg, capaz de domar un interior apasionado y una vida desordenada para aparecer en la pista como un hombre de hielo, sin emociones, Federer posee también el estigma del campeón, una personalidad transgresora. Como es bien sabido, no hay figura que destaque en ninguna disciplina que al mismo tiempo no sea un transgresor del orden establecido (y no se olvide de la ética). Y, a su manera, familiar y todo, Federer supo decir no a la federación suiza, supo romper con su anterior entrenador, impuesto; osó pasarse una temporada sin entrenador, en un mundo en el que proliferan escuelas y maestros, en un mundo en el que el esquema dicta que no se puede ser nadie sin un técnico al lado, en la grada, corrigiendo detalles. Un transgresor maduro y sereno, limpio, pulido. ¿Hay algo mejor?

-Ningún deportista encarna como Rafa Nadal los valores y la imagen de marca de Nike -afirma Teresa Rioné, responsable en España del gigante norteamericano-. Es joven, es irreverente, travieso; es un luchador que no da nada por perdido, ninguna bola, ningún desafío; es caliente, es un competidor extraordinario, es un gladiador. Y encima es el hijo ideal, respetuoso, bien educado, amante de su familia, muy maduro para su edad… Lo tiene todo, es un modelo de conducta. Y nada es artificial. Todo es fruto de la genética, de su formación familiar, de la educación que ha recibido.

-El brazo, mi físico, es algo natural. Hago trabajo físico, pero ni pesas ni nada de todo eso que pueda parecer. Trabajo normal. Y la cabeza es algo que uno la tiene o no la tiene. Me han inculcado los valores desde joven. Mi tío siempre ha hecho ir al 100% y por eso soy, seguramente, un jugador con una buena mentalidad.

Transgresor ma non troppo. ¿Es posible? Pequeños detalles marcan la diferencia. Pequeños detalles que quedan más claros si entendemos lo que Rafa Nadal no es y habría sido si se hubiera dejado llevar por los deseos de los demás. Rafa Nadal no es trompetista en la banda municipal de Manacor, como le habría gustado a su abuelo Rafael, patriarca de la familia y director de la orquesta; Rafa Nadal no es futbolista como su tío, Miquel Àngel, internacional y campeón de Europa con el Barça, pese a que en la escuela, de infantil, era un excelente media punta, un zurdo hábil, fuerte y veloz, gran chut y facilidad goleadora. Rafa Nadal no juega con la derecha pese a que es diestro en las demás actividades físicas efectuadas con los miembros superiores. Come, escribe, juega al golf a derechas. Rafa Nadal no es campeón júnior de nada, pese a ser el más dotado de los tenistas nacidos en el mundo en 1986, y no porque fracasara en el intento, sino porque se hizo profesional en 2001, nada más cumplir los 15 años. Ya entonces entró con su Babolat y su mirada negra en un mundo de hombres. Rafa Nadal no vive en Barcelona, entrenándose junto a Moyà en el CAR de Sant Cugat, como habría deseado la federación española desde hace años, sino que sigue en su habitación de toda la vida, en la vivienda familiar en el centro de Manacor, no lejos de donde fabrican perlas artificiales y donde venden artesanía de madera de olivo y cueros varios; no lejos del hipódromo donde trotan los caballos por la noche. Vive con sus padres, Sebastián y Ana María, y con su hermana Maribel; en otro piso del bloque vive su tío Toni, que también es su entrenador de tenis y maestro en la vida.

-Su tío Miquel Àngel fue tenista de niño, campeón infantil de Baleares, y se pasó luego al fútbol, y usted ha hecho el camino inverso. Quería ser futbolista y acabó con la raqueta…

-Cada persona es diferente. Mi tío juega bien al tenis, pero creo que el fútbol se le daba mejor, y en mi caso es al revés, jugaba al fútbol más o menos normal, y en tenis era campeón del mundo a los 12 años, campeón de Europa también, y me decidí por las cosas que me iban mejor.

Y encima es alto, guapo, simpático, muy buen tenista… Y a los 19 años ya ha ganado Roland Garros, y cinco torneos más en un año, el rey de la tierra batida, el tercero del mundo y creciendo… Y cuando se come un helado, por ejemplo, después de una sesión de entrenamiento, lo hace tan bien -la espalda apoyada en la pared del gimnasio, una pierna extendida en el suelo, la otra doblada; la cucharilla, sujeta por la mano derecha, cargada y rozando los labios, finos, cerrados en sonrisa ensoñadora; la línea horizontal de sus ojos negros, paralela a la línea de sus cejas, mirando a ninguna parte- que parece posar para un anuncio de Häagen-Dazs. ¿Hay algo mejor?

Y encima levanta el puño como nadie. Su imagen de marca. Natural. Sin artificio.

-No me considero un jugador frío, ni mucho menos. Dentro de la pista soy un jugador caliente, con sangre, bastante luchador. Y cuando gano un punto, lo celebro. Son cosas que yo no puedo controlar. No se me mosquean los rivales porque yo, si se fija, nunca hago nada en contra del rival. Lo hago hacia mí y hacia mi gente, y los rivales lo saben. Quizá en momentos puntuales y depende del partido, pero nunca se me ha quejado nadie. Son cosas que no puedo controlar muy bien. Depende del momento. Cuando estás en un tie break y haces un passing paralelo, complicado y en carrera, es casi imposible no celebrarlo. Al menos para mí. Hay gente muy fría que lo aguanta y se queda igual, pero para mí es imposible.

¿Es que no hay sombras en esta persona tan perfecta?

Dicen, por decir algo, que Rafa Nadal será una víctima más del sistema que le ha creado, que ha llegado a la cumbre muy pronto, que no podrá resistir, que llegarán lesiones, cansancio psicológico, problemas de crecimiento… Que mejor que hubiera seguido siendo un chico normal haciendo las cosas típicas de su edad, en vez de convertirse en un fenómeno precoz, como precoces fueron Mats Wilander, Björn Borg o Boris Becker.

-No sé si todo esto me ha llegado muy pronto o muy tarde -responde Rafa Nadal ante la acusación-, pero esto es lo que hay. Cuando viene, viene y uno no elige. Ni lo puede elegir ni tiene la posibilidad de decir cuándo va a ganar o cuándo no. El tenis es un deporte muy igualado y estoy muy contento de que me haya llegado a esta edad. Y, de todas maneras, no creo que esto sea alcanzar la cima. He ganado un torneo que para todos los jugadores es lo más grande, uno del Grand Slam. Claro, es el sueño que se tiene desde pequeño. Siempre vas hablando, vas hablando de ganarlo, y cuando lo consigues tienes una gran felicidad y eso. Pero está claro que hay que seguir día a día entrenándose, igual que siempre. Si uno quiere seguir arriba y quiere seguir subiendo alguna posición y ganando algún torneo importante, hay que seguir trabajando día a día con la misma humildad y tranquilidad de siempre.

Humildad. Trabajo. Conceptos básicos en la vida de Rafa Nadal, cualidades que a veces la imagen esconde. Cuando Rafa Nadal habla de su tío Miquel Àngel, el que lo ganó todo como futbolista en el Barça de Cruyff, lo hace con admiración y respeto, pero no por sus éxitos. -Mi tío es grande porque fue capaz al final de su carrera de volver al Mallorca y darlo todo -dice, agitando su brazo derecho, la muñeca en la que bailan una pulsera roja y otra verde, de apoyo a Madrid 2012 y a la subsede para la vela olímpica de Palma de Mallorca (el chico no comete ni un error)-. Yo, a veces, miro en los periódicos, en las revistas, los reportajes que me hacen, las fotos, pero no me vuelvo loco. Cuando tengo tiempo miro algo, y cuando no, no. Las portadas en los medios de todo el mundo que siguieron a mi triunfo en Roland Garros las veo como una realidad que hay que asumir y nada más. Hay que ver lo que es y seguir, seguir día a día, seguir siendo la misma persona que siempre se ha sido. Y nada más.

Hay dos Rafa Nadal, quizá.

Hay un Rafa Nadal silencioso y trabajador que se machaca las manos en los entrenamientos, bajo la mirada silenciosa de su tío, siempre de pie junto a la red. Las manos, la mano izquierda, grietas, callos, manos de trabajador, las manos de un peón de albañil después de meses agarrando la piqueta, el formón, destrozándoselas contra un muro de hormigón. El Rafa Nadal, el mismo que después, dos, tres horas más tarde, marcha al gimnasio a trabajar con Joan Forcades, su preparador físico. Con él ha descubierto Rafa Nadal que dispone de un sexto sentido, que junto a la vista, el olfato, el tacto, el gusto y el oído, dispone del sentido de la propiocepción, que es la capacidad de los músculos para recordar la posición de las articulaciones del cuerpo en todo momento y, acorde a ella, variar su contracción en respuesta inmediata a las fuerzas externas. El trabajo propioceptivo sobre superficies inestables, con balones gigantes, es la base de su preparación física, y no las pesas de halterofilia, el banco, las presas, como uno podría sospechar contemplando sus brazos, sus muslos, su cuerpo.

-Con Rafa hemos hecho sobre todo un trabajo preventivo -explica Forcades-. Hay que prevenir las lesiones, muy frecuentes en el tenis por los cambios de superficie, por la gran cantidad de partidos que se juegan en un año, por los constantes viajes…

Rafa Nadal ha sufrido dos lesiones importantes en su carrera, problemas físicos que le supusieron estar parado en los meses centrales de 2003 y 2004. Problemas que no se le han vuelto a repetir en este 2005 de los seis torneos ganados y las siete finales disputadas quizá porque el trabajo propioceptivo empiece a rendir sus frutos. El músculo, la velocidad, la ferocidad de sus arrancadas, los cambios de dirección, todo eso lo trabaja con materiales también extraños en los gimnasios, con poleas cónicas, con yoyos, con plataformas vibratorias...

Y hay otro Rafa Nadal, el Rafa Nadal que al brazo le suma la cabeza y, fogoso, impaciente, salta a la pista a jugar un partido, cualquier partido. Todos esos factores juntos confluyen para generar miedo en sus rivales, al menos cuando se habla de tierra batida. Es lo que se llama capacidad de intimidación, terror en los ojos de su rival, que baja el brazo, ofrece la paz, cede puntos. Aunque Rafa Nadal parece ser inconsciente del efecto devastador de su mirada.

-Yo ni me entero de lo que puedan sentir mis rivales. Yo hago lo mío, lo que yo puedo hacer, que es salir como siempre al 100%, y allá los rivales. No tengo ni idea de lo que piensan. El partido se gana en la pista. El partido se gana jugando.

Comienza el partido, y Rafa Nadal, aparentemente, se transforma en un torbellino, un caos de pelotas fuertes, un hombre con prisa. Falso. Rafa Nadal está en otra dimensión, concentrado en su burbuja, controlando todos los aspectos. Björn Borg, el mítico, se soplaba las puntas de los dedos mientras esperaba el servicio de sus rivales. Después, antes de sacar él, se colocaba la cinta del pelo, se secaba el sudor de la frente, escrutaba entre las cuerdas de su raqueta, las recorría buscando rectángulos perfectos. Tenía esa capacidad, la misma que tiene Nadal, de abstraerse en las cosas mínimas después de jugarse los puntos más importantes de su vida.

-Yo nunca me enfado después de dar un golpe malo, de fallar un punto, de perder un juego. Celebro los puntos buenos, pero los malos, nada. Nunca he tirado la raqueta al suelo por fallar un punto. Controlo bastante las emociones.

-¿Y ante las interrupciones como las que sufrió en Roland Garros, ante Grosjean, por los abucheos del público al árbitro, o ante Puerta, lesionado en la final, en qué piensa?

-Los diez minutos de Grosjean fueron complicados, fue una sensación fea porque, además, el público no tenía razón. No fue una situación bonita y se me fue de las manos. No pude controlarla muy bien. Pero después me recuperé y pude volver a encarar el partido bien, ¿no?

-¿Pero en qué pensaba?

-En lo único que intento pensar es en el primer punto que se ha de jugar después, en que tengo que ganarlo. Intenté concentrarme en lo mío, pero no es fácil, es complicado. Pero ahí estaba, y cuando perdí el set comencé el siguiente el cien por cien concentrado y sabiendo que hay que estar ahí, que si no, el partido se me va. Y es lo que pasó y gané.

Ganó porque Rafa Nadal, como todos los grandes del tenis, se distingue de los mortales durante un partido en que es capaz de soltar los mejores golpes en los momentos más comprometidos, en que es capaz de transformar las situaciones de máximo peligro en devoluciones mágicas, victoriosas.

-En efecto, este año sí que he jugado muy bien en los momentos importantes. En Roland Garros en esos momentos he jugado muy valiente y eso es lo que me ha hecho ganar.

-¿Hasta dónde quiere llegar Rafa Nadal? ¿Hasta dónde puede llegar?

-Mi aspiración es llegar a ser el número uno mundial, pero para conseguirlo soy consciente de que tengo que jugar bien en todas las superficies. Y voy a llegar a donde pueda. Si a donde pueda es el número dos, pues el dos; si es el tres, el tres, y si es el número uno y ganar otro torneo de Grand Slam, que es lo que quiero, retirarme con la calma de haber hecho bien las cosas.

Y todo esto lo dice a los 19 años, con sus bíceps, con sus músculos, con su cabeza tan madura… Porque la cabeza es como tantas cosas, o se tiene o no se tiene.

El tenista, Rafael Nadal.
El tenista, Rafael Nadal.JOAN TOMÁS

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Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

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