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Reportaje:

Hamilton contra Hamilton

Él asegura que no. Que el dinero no le ha cambiado. Dice que mantiene a los mismos amigos de siempre, que sigue muy unido a su familia, que sin su padre y su hermano Nicholas su vida no tendría sentido. Pero es evidente que Lewis Hamilton no es el mismo. Mantiene algunos rasgos de aquel chico de 22 años que la temporada pasada llegó a la fórmula 1 y explotó de forma irreverente logrando nueve podios consecutivos en las primeras carreras del campeonato, desplazando del liderato al mismísimo Fernando Alonso, su compañero de equipo. Pero hay otras señas de identidad que han desaparecido: su pasado (su abuelo fue un inmigrante en Gran Bretaña procedente de la isla caribeña de Granada), que tanto su abuelo como su padre tuvieron que trabajar en el ferrocarril para abrirse camino, las penurias que arrastraron a su familia al borde de la bancarrota para financiar su carrera en los karts… Todo eso es ya historia.

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Hamilton vive ahora instalado en un dúplex con vistas al lago Lemán en Ginebra, tiene dos Mercedes en el garaje y un montón de millones de euros en su cuenta corriente. Este mismo año firmó un contrato que le liga a la escudería McLaren Mercedes para las próximas cinco temporadas y por el que percibirá un montante global de 80 millones de libras esterlinas, repartidas de forma progresiva. Y hace unos meses estampó también su firma en otro acuerdo a largo plazo de promoción de la marca de ropa Reebok por el que recibe unos 10 millones de euros anuales. Su popularidad en el Reino Unido es tan brutal que ha sobrepasado incluso a David Beckham, según las más recientes encuestas. Incluso la marca Vodafone, que patrocina a McLaren, le utiliza ya como primer icono publicitario -en detrimento de Beckham- en todas sus campañas.

Ésa fue la causa de que este mismo año Hamilton decidiera desplazar su residencia hasta Suiza… aunque él no quiere hablar de la subyacente cuestión fiscal que ha movido a deportistas de todo el mundo a residir en los distintos cantones helvéticos. "¿Pasear tranquilamente en Londres?", responde a El País Semanal. "Imposible. No hay manera de pasear en público en ninguna parte del Reino Unido sin que me reconozcan. Principalmente porque, por ejemplo, en todos los bancos de Santander de Gran Bretaña hay fotos mías. Aparecen por todas partes, en publicidad del banco, de Vodafone, de Reebok. Mi imagen está siempre a la vista. En mi país soy muy conocido y eso acaba siendo una complicación".

No. Su vida ya no es tan simple como cuando corría en los campeonatos de karts o después en las fórmulas británicas o, incluso, como cuando ganó el campeonato de GP2, la antesala de la F-1, que en 2006 acabó abriéndole las puertas de la escudería McLaren Mercedes, la cual desechó la posibilidad de que fuera el español Pedro Martínez de la Rosa quien obtuviera el volante. Como la mayoría de historias de grandes deportistas, la suya fue un cuento de amor y odio, de pasiones, de ilusiones y de fracasos. Pero, sobre todo, de mucho sacrificio y grandes dosis de trabajo.

Fue una historia en la que él se encontró metido casi de forma circunstancial. Sus padres, Anthony y Carmen, se separaron cuando él tenía sólo dos años. Y únicamente la proximidad territorial -vivían con sus respectivas parejas, pero en la misma ciudad- hizo posible que Lewis Hamilton pudiera mantener una estrecha vinculación con su padre, que había instalado ya el gusanillo de la velocidad en su cabeza. "Nadie le ganaba con los coches teledirigidos, se notaba que tenía una sensibilidad especial", cuenta el padre. Pero fue entre los 10 y los 13 años cuando realmente se construyó todo el esqueleto de lo que está siendo su carrera profesional.

Tenía 10 años cuando participó en una carrera de karting organizada por la revista Autosport, la más importante en el mundo de la F-1, a la que suelen acudir muchas personalidades invitadas. Allí estaba Ron Dennis, el propietario y patrón de la escudería McLaren. Y ahí estaba un chico negro, delgado, bajito, con la cabeza metida en un casco que casi le hacía balancear. Y ocurrió que este niño ganó la carrera y al recoger el premio de manos de Dennis le dijo: "Señor Dennis, algún día me gustaría poder pilotar uno de sus coches de F-1". Y el magnate británico, lejos de tomárselo a broma, le respondió: "Tú gana el campeonato británico de karts y dentro de unos años volveremos a hablar". Los dos cumplieron. Y Hamilton se convirtió tres años más tarde en el protegido de McLaren. Recibió la ayuda económica para poder proseguir con su carrera con el apoyo de una de las escuderías más potentes de la F-1.

Ésta es una historia ya conocida. Lo que probablemente mucha gente desconoce es que cuando Lewis Hamilton cumplió los 13 años, su madre desplazó su domicilio a las proximidades de Londres. Aquello habría podido convertirse en un drama y en el final para el pequeño Lewis, de no ser porque su madre, Carmen Lockhart, renunció a la custodia y permitió que su hijo siguiera viviendo en Stevenage -al sur de Inglaterra-, al lado de su padre, que era quien estaba dirigiendo ya toda su carrera automovilística. "Fue un momento durísimo", confiesa Carmen. "Se me rompía el corazón. Pero me daba cuenta de que no podía interferir en el futuro de mi hijo. Era evidente que yo no podría seguirle en su camino. En cambio, sabía que con Anthony siempre encontraría los recursos para poder avanzar".

Había estrecheces. Anthony tuvo que trabajar de vendedor en tiendas de moda y hacer de camarero en sus horas libres para obtener recursos. Pero en el momento en que Dennis decidió proteger a Lewis, sus vidas cambiaron de forma radical. Sin embargo, cuando ahora el propio Lewis Hamilton analiza todo el trayecto hasta su situación actual, asegura que no se siente un afortunado. "No, no creo serlo", responde con firmeza. "La gente habla de suerte, pero yo no creo mucho en la suerte. Creo más bien que la suerte se la va construyendo uno mismo. Creo que he sido muy afortunado de tener la oportunidad, gracias a mi padre, de empezar a competir en karting, y después ganar la carrera de Autosport, conocer a Ron Dennis y que él me brindara la ocasión de unirme al equipo y acabar corriendo con McLaren en la F-1. He sido muy afortunado, pero también ha habido mucha lucha y muy dura tanto para mí como para mi familia. Cuando comenzamos en el karting no teníamos nada. Y fue una cuestión de fe, de esfuerzo y de trabajo para seguir creyendo e intentando hacerlo todo bien para conseguir el éxito. Ha sido una lucha larga y dura".

¿Y qué es el éxito? ¿Es poder vivir en Suiza, viajar en jet privado, estar rodeado constantemente de bellas mujeres o personajes multimillonarios, sentirte el centro del mundo y de las miradas? Toni Nadal, tío y entrenador del número uno del mundo del tenis, Rafael Nadal, lo entiende de una forma sustancialmente distinta. "Todo eso no deja de ser una consecuencia, a veces incluso molesta, de lo que yo considero éxito. No puedo entenderlo de otra forma que no sea la satisfacción de haber realizado un trabajo bien hecho y de obtener el fruto de todo el sacrificio".

Toni es un filósofo de la vida y del deporte, pero cuando El País Semanal le propone la cuestión a Hamilton, su respuesta se acerca más a la del técnico mallorquín que a la de muchos deportistas que han alcanzado la cumbre. "Sin duda, me sorprende la vida que puedo llevar ahora", responde el piloto británico. "Pero la mayor parte de las cosas que hago suponen para mí un sacrificio que acepté desde el momento en que decidí ser piloto de F-1. El éxito conlleva una gran responsabilidad y hay que cargar con ella. Estoy orgulloso de cómo lo estoy llevando".

¿Se refiere también a todo lo que ocurrió el año pasado en el seno del equipo McLaren, donde la batalla entre él, Fernando Alonso y Ron Dennis alcanzó cotas propias de una auténtica guerra civil? Probablemente. A sus 22 años, Hamilton no podía ni imaginarse que su entrada en el mundo de la F-1 pudiera desarrollarse de la forma en que ocurrió. Como cualquier otro piloto, había vivido ya algunas trifulcas en sus etapas de formación. Se había enfrentado incluso a su mentor, Ron Dennis, en una ocasión, cuando en 2005 éste quería que siguiera en la F-3 Euroseries para que la dejara sólo como campeón y no como un segundón. Anthony llegó a ofrecer a su hijo a Frank Williams para que le diese un volante en la F-1. "En aquel momento no me di cuenta de lo bueno que era", ha confesado alguna vez el patrón de la escudería Williams.

Aquello se arregló porque Hamilton no encontró otra salida. Y cuando un par de años más tarde ganó el título en la GP2, Dennis encontró la razón para ofrecerle el volante oficial que parecía corresponder a Pedro de la Rosa. El primero, el volante de teórico número uno, lo ocupaba Fernando Alonso, el flamante doble campeón mundial de F-1 -acababa de ganar los títulos en 2005 y 2006 con Renault-. Es probable que a

Alonso no le gustara tener a Hamilton, protegido de Dennis, como compañero. Pero cuando firmó su contrato en diciembre de 2005, no tenía ni idea de quién le acompañaría en 2007. Y el asturiano se llevó ya el primer disgusto en la primera carrera, en Australia, cuando Hamilton le adelantó en la salida y en el pabellón de McLaren todo el mundo se puso en pie y aplaudió a rabiar.

Estaba claro que su compañero no era un cualquiera. Y, aunque Alonso le dio al equipo la primera victoria en más de un año, en Malasia, Hamilton no se bajó del podio

-con dos victorias incluidas en Canadá y en EE UU- en las nueve primeras carreras. Fue un récord inigualable para un novato. Ni Alonso ni el equipo lo esperaban. Quizá tampoco Hamilton. Pero ocurrió. Y en Montecarlo, cuando Hamilton era ya líder del Mundial con 30 puntos por sólo 28 de Alonso, el enfrentamiento entre el piloto británico y su jefe echó chispas. "No entiendo por qué el equipo ha adelantado mis repostajes y me ha frenado en la parte final de la carrera", dijo a la prensa inglesa al concluir la carrera, dejando claro que las órdenes de equipo le habían perjudicado. Dennis tuvo que afrontar la primera investigación de la FIA. La segunda se produjo en Hungría, cuando tuvo que esperar más de medio minuto para cambiar neumáticos en la cronometrada y no pudo realizar su último intento de vuelta rápida. "No consentiré que vuelvas a hacerme una cosa así", le dijo Hamilton a Dennis por la radio, antes de mandarle a la mierda. La última investigación fue más seria: el espionaje de McLaren a Ferrari que concluyó con una multa de 70 millones de euros y la descalificación del equipo.

Toda aquella lucha interna entre dos pilotos que no se hablaban, que se lanzaban puñaladas verbales y que, de alguna forma, se odiaban, no impidió que Hamilton llegara a la última carrera del curso, el Gran Premio de Brasil, con 107 puntos, liderando el campeonato con una ventaja de cuatro sobre Alonso y de siete sobre Raikkonen. El título parecía cantado. Hasta el punto de que ya desde la carrera anterior en China -donde Hamilton se habría proclamado campeón de no haber sufrido un despiste cuando entraba a boxes para repostar y haberse visto forzado a abandonar-, en el Reino Unido estaban ya preparadas ocho biografías del primer roocky y del primer piloto negro campeón de la F-1. El exceso de garra, la pasión desaforada, la tensión del momento. Fuera lo que fuera, Hamilton acabó séptimo y vio cómo el título se le diluía entre las manos y caía en las del finlandés de Ferrari, Kimi Raikkonen.

"Estas situaciones me harán más fuerte", atinó a declarar entonces, con los ojos cristalinos de las lágrimas. Las consecuencias de todo aquel enfrentamiento con Alonso fueron nefastas. La imagen que quedó de él en España fue terrible. Algunos medios le convirtieron en el culpable de todos los males que sufrió el piloto asturiano y cuestionaron incluso su valor como piloto. Pero también en el Reino Unido salió perjudicado. Sus dos últimos fiascos de aquel 2007 y la pérdida de un título que tenía en el bolsillo pusieron en entredicho no su calidad de pilotaje, pero sí su entrega y su dedicación profesional. Se especuló con su vida privada, con sus novias, con su forma de enfocar la vida.

Desde el verano de 2007 estaba siendo ya objeto de persecución por parte de la prensa amarilla británica. "Una vez estaba paseando tranquilamente por Londres tras ver una película en un cine con un amigo y su novia. Y al día siguiente apareció en algunos diarios una fotografía en la que se decía que estaba con mi novia y mi guardaespaldas", comenta jocoso Hamilton. En otra ocasión se mostraron fotografías suyas con la hija del magnate Mansour Ojjeh, socio de Ron Dennis en McLaren, mientras realizaba un crucero por el Mediterráneo. Y más recientemente se le relaciona con una de las integrantes del grupo Pussycat Dolls, Nicole Scherzinger, y también con Miss Granada, Vivian Burkhardt. Al margen de todas estas aventuras, quedó constatado que este año en Francia le retiraron el carné de conducir porque circulaba a 200 kilómetros por hora en una autopista.

"Es cierto que el éxito abre puertas. Sólo el año pasado asistí a muchos actos y entregas de premios y conocí a muchas celebridades, estrellas, gente que son leyenda que siempre había respetado", explica. "Ahora tengo la oportunidad de entablar amistad con gente así. Es una locura, un sueño. Pero es la consecuencia de todo el trabajo que he estado realizando desde los ocho años para llegar ahí". Hace unos meses acudió como invitado a la fiesta de celebración del 90º aniversario de Nelson Mandela. "Es un ídolo. Conocerle fue de las cosas más grandes que me han ocurrido en mi vida. Me parece una persona extraordinaria, una fuente de inspiración, un héroe", señaló Hamilton.

La cena con Mandela se produjo el mismo día en que Hamilton debía acudir a una sesión de entrenamientos en el circuito de Hockenheim. Pero el piloto dio prioridad a la cita con el líder surafricano. Aunque no podía comenzar de mejor forma esta temporada -logró la victoria en Australia-, bastó un despiste descomunal en el GP de Canadá para que la prensa británica volviera a poner sobre la mesa el reiterado tema de que su vida privada estaba interfiriendo en aspectos profesionales. En Canadá, un precipitado y nervioso Hamilton se estrelló contra el Ferrari de Raikkonen cuando éste estaba parado en la salida de los boxes esperando que el semáforo se pusiera en verde. Fue un error de peso, incomprensible en un piloto de su nivel. Y aquello no sólo le costó no puntuar en Montreal, sino también una sanción de 10 puestos en la parrilla de salida del siguiente gran premio, en Francia. Allí acabó décimo y tampoco puntuó. Las críticas arreciaron.

Le acusaban de ser impulsivo y de no saber controlarse. "No es verdad", responde. "¡Soy todo corazón! Es cierto que a veces eso te puede jugar una mala pasada e ir en tu contra. Puedes forzar en exceso, intentar ir muy lejos demasiado pronto, y entonces todo se vuelve en tu contra, te da una patada en el culo y pagas el precio. Pero pienso que suelo estar bastante relajado y tranquilo en el coche. Creo que por naturaleza mi carácter es así: relajado, tranquilo, racional y suave". De la Rosa, sentado a su lado, lo corrobora: "Él es así. Ofrece una sensación de tranquilidad, de serenidad, que he visto en muy pocos pilotos. La ofrece Fernando Alonso, también la tenía Michael Schumacher, pero no la vi en Kimi Raikkonen".

Tal vez sean estos rasgos de su carácter los que le hacen un piloto tan sólido y competitivo. "Hay que ser muy fuerte para soportar todo lo que comporta el acoso de los medios de comunicación y no permitir que ni eso, ni el dinero y la fama acaben cambiando tu vida", reconoce Hamilton. "Lo más importante es mantener los valores y las creencias. Si no, todo eso resultaría insoportable. Creo que mi familia me educó bien y, por tanto, no veo ninguna razón para cambiar. Intento mantener las cosas de mi vida igual que siempre. Pero, por ejemplo, siempre quise ser independiente y ahora tengo la oportunidad. Puedo pagar mis facturas, la del teléfono, el gas y el agua. Puedo comprarme un coche si quiero, lo que sea. Mi profesión me permite ahora vivir mi propia vida. Y eso me sienta muy bien".

Residir en Suiza le permite aislarse de cualquier crítica y permanece muy unido a su familia. Su padre es también su representante. Su madrastra se ocupa de negociarle los billetes de avión y toda la logística indispensable para un piloto de F-1. Y su hermano, Nicholas, que nació con una parálisis cerebral que le dejó algunas secuelas físicas, sigue siendo una fuente de inspiración para él. "Mi familia tiene un papel crucial en mi vida y siempre lo ha tenido", asegura. "No podría pasar ni un día sin ellos. Son mi equipo de apoyo, me ayudan, me cuidan y me liberan de parte del estrés que produce ser piloto de F-1".

La relación con su padre es intensa. Fue él quien negoció la ampliación de su contrato con McLaren y el acuerdo con Reebok. Y cuando las cosas se endurecieron en el seno de la escudería británica, Anthony le ofreció a Lewis un apoyo incondicional. Sin embargo, lo que más impresiona en el piloto británico es el trato tan especial que concede a su hermano. Muchas veces se les ve juntos por el paddock. "Es una de las mejores personas que conozco y creo que todos en la F-1 reconocen que es un personaje increíble. Es maravilloso. Muy maduro a sus 16 años. Y me enseña muchas cosas, aunque soy su hermano mayor y se supone que él debería aprender de mí".

Cuando Hamilton consiguió la victoria en Silverstone y saboreó el placer de ganar en casa, miles de seguidores le aclamaron. "Fue un momento sublime", explicó. Aquella noche durmió 12 horas seguidas y el lunes estuvo todo el día con el pijama. "Me sentía exhausto". Pero tanto él como el equipo sabían que aquella victoria estaba cambiando el rumbo del campeonato. Hamilton ganó después su segunda carrera consecutiva en Alemania e iba camino de ganar la tercera en Hungría, a no ser por un pinchazo que le retrasó hasta la quinta posición final. Suficiente para llegar hoy al Gran Premio de Europa, en Valencia, como líder del campeonato, con cuatro puntos de ventaja sobre Raikkonen y ocho sobre Felipe Massa.

"Es difícil saber si mi imagen pública es la mía real", confiesa, buscando respuestas a los distintos tratamientos que recibe por parte de los medios de comunicación. "Creo que sí, que se ajusta bastante, pero no del todo. Intento mantener el control de mi imagen y creo que el equipo me ayuda en este aspecto. Pero es cierto que hay rumores, que no son necesariamente ciertos, que cambian la percepción que la gente tiene de ti. Sin embargo, quienes me ven saben el tipo de persona que soy: normal y corriente, como Pedro [De la Rosa, que estaba a su lado en aquel momento], con familias normales".

Y con creencias muy arraigadas que en Alemania le llevaron a afirmar ante unos invitados de McLaren que era piloto porque Dios así lo había querido. "Siempre he sido religioso y soy católico", afirma con contundencia. "Cuando era muy pequeño, íbamos cada semana a la iglesia. Pero cuando empecé a competir no podía, porque tenía carreras. No sólo mi familia inmediata, también mis tías, mis primos, todos somos muy religiosos. Y siento mi fe como algo muy cercano, especialmente estos últimos dos años. Por eso hablo de ella tan libremente".

Puede que su imagen no se ajuste a la realidad. Su vida se ha transformado en un torbellino del que difícilmente puede escapar. Y todo eso le ha ocurrido cuando todavía sigue siendo aspirante al título mundial de F-1. Por el momento, Lewis Hamilton mantiene su cabeza clara, pero si dentro de siete carreras -a principios de noviembre- acaba cuadrando sus opciones y se convierte en campeón, entonces puede que la locura le invada por completo.

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