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Reportaje:

Hartos de estar hartos

Marcos Ordóñez

Algo está pasando. Contra la losa y la queja surgen cómicos que se ponen el mundo por montera, que arriesgan, que inventan, que llenan (en todos los sentidos). Cómicos que buscan tocar al público, y si no existe, inventarlo: quieren comunicar, a diferencia de muchos de sus hermanos mayores. Alfredo Sanzol me decía la semana pasada: "Hay un público que necesita conocerse y hay un público que no quiere conocerse. Si trabajamos para los primeros creceremos con ellos, y nosotros mismos nos conoceremos mejor. Lo que ese público pide hace que nuestro nivel de exigencia crezca". El término "cómicos" quiere decir grupo: actores, autores y técnicos unidos en una misma aventura. La reivindicación del equipo, de la compañía, la "band of brothers" (añado: "and sisters") que reivindicaba Shakespeare, es otra de las gozosas banderas del nuevo teatro. Viendo Veraneantes o Días estupendos, salta a la vista que Del Arco y Sanzol componen los personajes para sus actores: sus temperamentos, sus cadencias. No es fácil mantener unido un grupo, pero es, desde siempre, la mayor fuerza posible. Nada surge de la nada: Sanzol llevaba once años trabajando con su compañía, Producciones del Callao, cuando pegaron el aldabonazo con Sí, pero no lo soy; Miguel del Arco y Aitor Tejada crearon Kamikaze en las mismas fechas.

El modelo argentino es influencia o confluencia: Bartís, Veronese, Tolcachir, Messiez y tantos otros son modelos o compañeros de viaje. En Cataluña, la impronta y el maestrazgo de Daulte y Spregelburd fueron determinantes a la hora de reivindicar la comedia, el juego, la gozosa mezcla de géneros: el policial, el melodrama, la sátira. La comedia, hasta entonces considerada una forma trivial o acomodaticia, ha sido y está siendo (como instrumento crítico, como vehículo para contactar con el público, como manera de ver el mundo) el caballo de batalla de Jordi Galcerán, de Jordi Casanovas, de Carol López, de Pere Riera, de Ernesto Collado, de Colectivo 96º.

Gerardo Vera en el María Guerrero, Mario Gas en el Español, Rigola en el Lliure y Belbel en el TNC (para citar tan sólo los teatros públicos) han abierto sus puertas a nuevos autores, nuevos grupos. Y cuando las puertas se han cerrado, por overbooking o desatención, los nuevos cómicos han atrapado o creado espacios: Del Arco y su banda en el off del Lara, Sanzol y la suya en las salas alternativas, Jordi Casanovas en el autofinanciado, minúsculo y combativo FlyHard, Oriol Broggi y La Perla alzando su bandera en la Biblioteca de Cataluña. Nacen y prosperan inventos impensables años atrás, como Microteatro por Dinero. E incluso hay quien ofrece funciones gratuitas ("con aperitivo incluido") como la compañía Millenium, que sigue sirviendo Mi lucha en la sala Arte y Desmayo. Me dejo incontables propuestas, y es buena cosa que no quepan todas. Tras las campanas al vuelo, no hay que olvidar el gran peligro: la reducción tercermundista de los presupuestos de Cultura y la morosidad de tantos Ayuntamientos que está poniendo contra las cuerdas tanto entusiasmo.

Telón de fondo. Marcos Ordóñez. El Aleph Editores. Barcelona, 2011. 189 páginas. 15 euros.

Oriol Broggi, en un ensayo de <i>Luces de bohemia,</i> de Valle-Inclán, en la Biblioteca de Catalunya.
Oriol Broggi, en un ensayo de Luces de bohemia, de Valle-Inclán, en la Biblioteca de Catalunya.CONSUELO BAUTISTA

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