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PERDONEN QUE NO ME LEVANTE
Columna
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Hombres de antes

Algunos de ustedes, si forman parte de mi quinta y fueron lectores de Triunfo y de Cuadernos para el Diálogo, recordarán a Ralph Nader, activista de los derechos del consumidor, de la protección del medio ambiente, azote de las grandes corporaciones... A mediados de los sesenta del siglo XX fue la pesadilla de General Motors. Su trabajo en el terreno de la inseguridad automovilística fue intenso y fructífero: consiguió que se aprobara la obligación de ponerse el cinturón de seguridad. Sus logros se encuentran en Wikipedia.

Es también famoso, al menos en su tierra, Estados Unidos, por presentarse empecinadamente a las elecciones presidenciales por un tercer partido -de corte liberal del de antes, verde, independiente: el partido, pequeño, puede cambiar, pero las intenciones son las mismas-, representando cada cuatro años a esas personas que él siempre ha defendido: los ciudadanos celosos de sus derechos. Los republicanos le detestan por progresista y tocapelotas; los demócratas, porque le acusan de quitarles votos que resultaron, cuando el pucherazo de Bush, hijo, contra Al Gore, significativos. Se defiende con dos razonamientos: Gore ya ganó en Florida, los votos de Nader no habrían evitado las trapisondas legales que le llevaron al poder. Y segundo, el más importante: ¿quién decide que un puñado de estadounidenses que disienten de los dos grandes partidos no tienen derecho a proponer a su candidato?

Este hombre de 74 años, atractivo y enteco, sigue en activo, dedicado a una causa que hemos ido olvidando, no sólo en el salvaje capitalismo made in USA, sino en la animosa réplica -voracidad sin fronteras- que se ha instalado en la mayor parte de los países desarrollados. Defiende el concepto de ciudadanía. Lucha por que en las universidades, en donde los estudiantes se ahogan en créditos, se incluya un curso de educación cívica, o al menos que lo sigan fuera, para conocer sus derechos desde el principio.

Ahora que vemos a esos petimetres, que pasan por expertos, asomarse a los foros y a la televisión para hacer predicciones que no deberíamos creer, pues lo que predijeron antes no se cumplió... Ahora que sabemos que siguen ganándose la vida, y qué vida, con sus recetas para lo que va a ocurrir... Ahora que no se puede uno fiar de los analistas, porque en el mejor de los casos tampoco saben nada, ¿por qué no fijar nuestra mirada en hombres como Ralph Nader, en ese vejestorio que lleva medio siglo creyendo en la ética, en la verdad, en la denuncia, en la fuerza de unos pocos -palabras de Andrés Ortega- para cambiar las cosas?

Escribió Nader algo muy sencillo y fácil de entender en las páginas de The Nation: "Cada noche, mi padre, a la hora de cenar, se hacía en voz alta esta pregunta: '¿Por qué sobrevive el capitalismo?'. Su respuesta: 'Porque siempre se usa el socialismo para salvarlo'. La causa del colapso de los mercados financieros es simple: enorme codicia alimentada por fraudes e irresponsables transferencias de riesgo. Wall Street quería algo a cambio de nada. Este cuento de hadas fue escrito por un ejército de miembros de grupos de presión que abolieron las regulaciones y garantías destinadas a proteger a ahorradores y pequeños accionistas".

Da gusto leerle y comprobar que algunas viejas cabezas aún funcionan. Recordar en estos momentos a Ralph Nader, buscarle en la web, perseguir sus libros y, sobre todo, copiar y seguir, modificados, los consejos que da para no naufragar en más mentiras y superar esta crisis razonablemente, creando una trama de movimientos asociacionistas que les pisen los talones a los poderosos.

No hace falta, pues, remontarse al Che Guevara, que no tiemblen las gentes de orden. Ralph Nader y la gente que piensa como él son pacíficos, frugales, protegen el medio ambiente y fomentan la comunicación ciudadana. Se manifiestan en publicaciones: no pegan tiros. Detestaban, y siguen haciéndolo, los grandes conglomerados empresariales y el sistema bancario globalizado, de imprevisibles consecuencias: el sistema que mata, con otras armas, no menos letales.

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