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Entrevista:ENTREVISTA | INÉS ALBERDI

"La Iglesia no sale a la calle contra la violencia de género"

Luz Sánchez-Mellado

Un gran cuadro preside el comedor. En el lienzo del pintor Juan Moreno Aguado, una pareja de recién casados sale de la iglesia con el acompañamiento. El vestido de la novia es un fogonazo blanco entre el oscuro cortejo. Los invitados visten sobrios. Serios. Como eran las bodas de los sesenta. Esas en las que se daba por descontado que el matrimonio era para toda la vida. La dueña de la casa quizá no se ha percatado del simbolismo que ofrece la escena a la visita. Inés Alberdi, de 60 años, es una de las sociólogas más reputadas del país. Ha investigado los cambios de la familia española en los últimos 30 años. Una revolución a la que ella misma contribuyó en la sombra como asesora de su cuñado, el ministro Francisco Fernández Ordóñez, durante la elaboración de la Ley del Divorcio de 1981. Acostumbrada a escalar peldaño a peldaño en la Universidad mediante el correspondiente concurso de méritos, la catedrática Alberdi se ha ganado su actual plaza como directora de Unifem, el fondo de Naciones Unidas para la Mujer, tras una superoposición. Los países miembros postularon a 100 candidatas, de las que quedaron seis. Fue el mismísimo secretario general Ban-Ki-Moon quien le dio el plácet. A la edad en que muchos emprenden la retirada, Alberdi se ha mudado sola a Nueva York a abordar la misión más ambiciosa de su carrera. Acaba de recaudar cinco millones de firmas contra la violencia de género y transmite entusiasmo. Hoy está de paso en Madrid. Su marido, Miguel Ángel Fernández Ordóñez, gobernador del Banco de España, está de cumbres internacionales en Washington a propósito de la crisis mundial. Sus aviones se han cruzado en el océano. Su hija treintañera se presenta de improviso a comer. El menú es lo de menos. El doméstico es ahora el flanco débil de nuestra mujer en la ONU. Alberdi no sabe ni lo que tiene en la nevera.

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Mujer, 60 años, con una carrera de alto nivel. Como socióloga, usted sabe que es un ave rara. Muchas españolas de su edad son abuelas-canguro. Sí, en mi generación, las familias de clase media como la mía sólo daban estudios a los chicos y preparaban a las chicas para casarse. Yo tuve suerte. Se lo debo a mis padres, que valoraban muchísimo la educación. En casa sólo había dinero para estudiar, y eso fue una suerte fantástica, porque éramos diez chicas y tres chicos. Yo creo que eso influyó, mis padres vieron que para sacar una familia adelante, todas teníamos que poder ganarnos la vida.

¿Qué clase de educación recibió? Fui a un colegio de monjas, como corresponde [se ríe]. Mis padres han sido muy católicos, muy creyentes, muy de verdad. En la línea del catolicismo social. Han vinculado unas creencias profundas con una preocupación social muy grande. Después han respetado la evolución personal de los hijos. Pero sobre la preocupación social sí que hay coincidencia en mis hermanos con aquella idea de mis padres.

¿Por qué eligió ser socióloga? La sociología era entonces una asignatura del ciclo de ciencias políticas y económicas. Me interesó muchísimo. Hice la tesis sobre el divorcio. Bueno, sobre la ruptura matrimonial, porque entonces aquí no había divorcio. Mi tesis venía a decir que si no legalizabas el divorcio, el conflicto era muchísimo mas grave. Se rompía más la estructura familiar, sufrían más los hijos, no había forma de reconstruir la familia ni la vida personal, y la violencia, si la había, era más grave. Presenté la tesis en 1978. Después fui a trabajar en esos temas en la Universidad de Georgetown, y al volver tuve la suerte de que habían hecho ministro de Justicia a Paco Fernández Ordóñez. Me ofrecí a colaborar con él en la nueva Ley del Divorcio.

Su generación ha tenido un protagonismo directo en los cambios sociales y políticos del país. Sí, hemos peleado para cambiar las cosas y hemos podido ayudar al cambio. Fue una casualidad histórica, pero muy interesante. De los que hicimos derecho, económicas y políticas salieron generaciones enteras que colaboraron en los gobiernos de UCD, luego y sobre todo en los del PSOE, y más tarde en los del PP. Teníamos ese impulso de modernización. También hubo una confluencia con otros movimientos: el obrero y el de las mujeres, que empujaron el cambio social. Pero los sociólogos tuvimos una perspectiva curiosa. Lo que estabas discutiendo era lo que habías estudiado, y luego analizabas cómo cambiaba. Es una suerte ser sociólogo en los últimos 30 años en España. Hemos discutido, hemos señalado defectos, hemos soñado con que España se convirtiera en un país como los más avanzados de Europa y hemos llegado a verlo.

Sin embargo, ahora la legislación en materia de derechos ciudadanos en España es referencia en otros países. Sí, pero no: la legislación sobre la familia, el permiso de paternidad, el matrimonio homosexual, todo eso ya lo han hecho los países nórdicos, que siguen siendo la gran referencia. Pero es cierto que España está cerca culturalmente de los países latinoamericanos y del sur de Europa, y esos lazos hacen que tenga una posición de puente y sea referencia para nuestros primos de al lado. Éste es un país muy interesante porque esa transformación se ha hecho en un periodo muy corto.

Su puesto en la ONU responde al reparto de cuotas entre países, pero también ha sido una especie de oposición. ¿Cómo se 'vendió' a Ban-Ki-Moon? La verdad es que no me vendí. Para mí este puesto es una oportunidad magnífica, pero como tenía un trabajo muy gratificante en la universidad en Madrid, estaba muy libre al ir a la entrevista. He hecho muchas, y sueles ir vendida. Pero esta vez no estaba nerviosa, y creo que fue eso. Me pareció un tipo muy serio, pero muy interesante.

Lo decía porque a Ban-Ki Moon se le ha reprochado cierta falta de liderazgo al frente de la ONU. ¿Cómo lo ve usted? Yo tengo una versión particular. Unifem no es un sitio muy típico dentro de la ONU. Es un fondo pequeño, pero muy activo. Los funcionarios están muy comprometidos. Entonces, mi perspectiva de la ONU es que allí no se para de trabajar. Y yo he visto que el secretario general está realmente comprometido con la causa de la igualdad y la defensa de las mujeres.

Unifem tiene un presupuesto de 100 millones de dólares procedentes de las contribuciones voluntarias de los países miembros. ¿Lo considera suficiente? Es lo que hay. Me impresiona que los países den mucho dinero a otros fondos y a Unifem, como siempre ha sido pequeño, pues den poco. Digamos que siguen la tradición. Ahora hay un debate dentro de Naciones Unidas porque muchos opinan que los asuntos de género, del desarrollo y la participación de las mujeres no están suficientemente dotados. Está en estudio unificar el trabajo en una entidad más grande, potente y con más recursos. Trabajamos en las cuatro grandes áreas del mundo que están en desarrollo. La selección de los proyectos que financiamos es muy seria y eficaz. Pero quiero significar que si tuviéramos más medios se podrían atender muchas más necesidades.

¿Cuáles son las prioridades de Unifem? Nuestro mandato es organizar programas de desarrollo originales que sean punto de partida para un posterior trabajo más intenso del resto de agencias de la ONU. Pero también tiene mucho de animar el cambio de mentalidad, la defensa de la igualdad y de lo que se llama el empoderamiento económico y político de las mujeres. Hay cuatro líneas prioritarias: la erradicación de la pobreza con perspectiva de género, combatir la violencia contra las mujeres, frenar la expansión del sida en niñas y mujeres, y fomentar la participación de las mujeres en todos los ámbitos de discusión y negociación.

Eso es impecable. Pero usted ha podido ver sobre el terreno cómo viven muchas mujeres en África, Asia o Latinoamérica. ¿No siente impotencia ante la situación? Hombre, es verdad que ves muchas necesidades y que ves que no llegas. Pero en los últimos años ha crecido muchísimo la conciencia de que hace falta poner recursos económicos en las políticas de igualdad y desarrollo de las mujeres. Nos hemos propuesto pedir contribuciones a todos los países del mundo. El objetivo de Unifem es diversificar el apoyo que recibe, porque el apoyo económico es también apoyo político. Tenemos una respuesta interesante. Recibimos dinero de Camboya, Irak, Afganistán, países muy pobres que nos dan muy poco, pero que así están diciendo que apoyan el trabajo por la igualdad de género en la ONU.

Parece que se ha conseguido que el sexismo no sea políticamente correcto, pero esos países que menciona no son precisamente modélicos en el respeto a los derechos de las mujeres. Felizmente, a nivel de declaraciones y de compromisos internacionales ya no discute nadie la igualdad y la necesidad de impulsarla. Otra cosa es que en la manera de hacerlo realidad haya distintas opiniones. Hace poco vino a vernos a Unifem la señora responsable de las políticas de las mujeres en Irán. Hay algunos aspectos de cómo se organiza ese país que deberían cambiarse si queremos hacer efectivos los derechos de las mujeres. Pero hablando con esta señora entiendo que hay una voluntad genuina de mejorar la posición de la mujer, lo que pasa es que hay una forma de verlo distinto, y ahí hay posibilidades de negociación y discusión. A esos países hay que ir, hablar, escucharles e ir entrando en aspectos de la educación, de las oportunidades respecto a la salud, de las libertades... Tenemos que seguir discutiendo con ellos.

Ir haciendo zapa. Sí, me parece mucho más interesante hablar con esta gente, escucharla y discutir hasta qué punto hay una base común para que se ayude a las poblaciones concretas de mujeres. Soy partidaria de no dejar de decir lo que pienso que se necesita y defender los derechos de las mujeres en esos países. Pero cortar la comunicación a quien menos beneficia es a ellas. Es como cuando España vivía en una dictadura. Fue mucho mejor que nosotros, víctimas y súbditos de la dictadura, pudiéramos tener contacto con el mundo, que la comunidad internacional hubiera dicho: como Franco es un dictador, boicoteo total a los españoles.

Unifem defiende los derechos de la mujer en el mundo. Pero si comparamos las condiciones de vida de una mujer de Malí y otra de Suecia, más que de congéneres, parece que hablemos de especies diferentes. En muchos sentidos, sí. En oportunidades educativas, de confort, de sacar adelante a su familia, de supervivencia, incluso, lo tiene mucho más difícil una mujer de Malí que una de Suecia. El nivel de problemas, su gravedad, es muy diferente. No hay comparación entre sus oportunidades. Pero hay muchas dificultades comunes a las mujeres del mundo: la libertad sexual, la situación de inferioridad respecto a los derechos y la autoridad en la familia, la capacidad económica y de oportunidades laborales, la salud reproductiva...

Sí, pero mientras en España se debate la pertinencia de 'desmedicalizar' el parto en los hospitales, hay africanas que tienen un 80% de posibilidades de morir pariendo. Sí, y estamos trabajando en esto. En minimizar las muertes en relación con el embarazo y el parto, porque aún mueren miles de mujeres y a eso no hay derecho, porque ya está inventado. Pero si hablamos de salud reproductiva, de libertad sexual y de la posibilidad de una mujer de decidir si quiere o no tener un hijo, los problemas pueden ser parecidos en un país europeo y en uno del Tercer Mundo. También en los países desarrollados tenemos gente joven que no está bien educada, o tendencias culturales equivocadas que creen que pueden obligar a las mujeres a tener hijos sin desearlo. El nivel de oportunidades es distinto, pero la raíz de las preocupaciones de las mujeres es más parecida de lo que creemos. Por ejemplo, el riesgo de padecer violencia sexual o en las relaciones personales es muy alto también en países ultradesarrollados como Suecia. Aún no hemos dado con el mecanismo para que eso deje de ocurrir.

Respecto a lo que llama 'empoderamiento' de las mujeres, ¿la presencia de altas mandatarias como Merkel, Kirchner o Bachelet puede animar ese proceso? ¿Se trata de una cuestión de cantidad o de calidad? No creo que haya un estilo de estar en política femenino o masculino, pero es muy importante que haya mujeres con ese liderazgo, ese saber arrastrar y convencer a la gente. Es bueno porque la humanidad somos mitad y mitad. Ahora, para defender los sueldos iguales, las oportunidades educativas y laborales iguales, no sólo importa el sexo del político, sino su agenda. Es cierto que Merkel no se ha distinguido por su lucha por la igualdad, pero es estupendo que esté ahí, porque demuestra capacidad. En Unifem animamos la puesta en marcha de la maquinaria de la igualdad. Los americanos dicen que hay cuatro ces que frenan la participación de la mujer en política: cultura (la del machismo, pensar que la política es cosa de hombres), confianza (la falta de ella en una misma), el cuidado de la familia y cash, dinero.

¿Y en esa maquinaria, el establecimiento de cuotas de mujeres en política sería la quinta 'ce' contra las otras cuatro? Sería el punto de partida. En estas sociedades en desarrollo es muy necesario. La cuota es un mecanismo transitorio para empujar y forzar que haya huecos reservados para las mujeres y que puedan competir en igualdad con los hombres.

¿Transitorio hasta cuándo? Hasta que cambie la mentalidad y nos parezca normal que una mujer sea elegida o designada para un cargo. Las cuotas políticas han dado muy buenos resultados en los paí­ses nórdicos, donde se impusieron en los ochenta, y ahora es normal ver a mujeres en todos los niveles. Por eso lo han llevado a la economía y han legislado que, en cuatro años, sea obligatorio que el 40% de los directivos de grandes empresas sean mujeres.

Aquí se intentó algo parecido con la Ley de Igualdad. Sí, pero hubo tal protesta de la CEOE, que se quedó en recomendación. Con las cuotas femeninas hay unas quejas tremendas porque hay un prejuicio enorme. La mentalidad es aún que los hombres deben tener la dirección de los asuntos importantes y que las mujeres ni deben tenerla, ni saben tanto. Si no, no se entiende que los grandes bancos de este país no tengan mujeres en sus comités de dirección. Es una vergüenza, y me asombra que no se les caiga la cara, pero no. Con las cuotas de mujeres se ponen muy nerviosos, pero con otras no. Por ejemplo, siempre ha habido cuotas de catalanes y vascos en el Gobierno, y nadie cree que van a mandar al más tonto. Con las cuotas lo que garantizas es que haya alguien representando a un colectivo, o a un género, en un sitio. Pero claro que ha de haber competencia y elegir a los mejores.

Creo que tuvo problemas con la Iglesia a propósito de un texto suyo sobre la violencia de género. Aquel fue un problema con unas cuantas organizaciones de católicos integristas que hicieron flaco favor a su religión. En ese texto yo hablaba sobre los orígenes de la violencia de género. Mi idea es que su raíz profunda parte de la tradición histórica de la inferioridad de las mujeres. Y es una idea cultural que sabe cualquiera que las religiones monoteístas: la musulmana, la cristiana y el judaísmo tienen en sus orígenes esa idea. Eso ha cambiado y en el siglo XX se declaró que no hay democracia sin igualdad. Pero las religiones no han evolucionado lo suficiente, y a mí me importa la católica porque es la cultura en la que vive la mayoría de los españoles, siguen en la idea de que las mujeres son inferiores, y eso es una de las semillas de la violencia. Sí, montaron un pollo. Pero yo pregunto a los responsables de la Iglesia qué declaraciones han hecho contra la violencia contra las mujeres o a favor de la igualdad. Hay gente fantástica en la Iglesia. Pero la jerarquía se escandaliza de que yo diga una cosa de cultura general, y, sin embargo, yo echo en falta que cuando habla de los problemas de la familia no denuncie ni salga a la calle en contra la violencia de género. No les veo especialmente preocupados por eso.

Usted, que se declara feminista, tiene que alternar con líderes profundamente sexistas. ¿Recuerda el escándalo de María Teresa Fernández de la Vega cuando supo que se había retratado con un polígamo? ¿Cómo lleva la contradicción? Yo estuve allí. El tipo le pidió una foto con su familia y resultó que las que creíamos sus hijas eran sus tres mujeres [ríe]. Mira, primero tienes que respetar y luego puedes influir. En este país, Níger, me reuní con un grupo de parlamentarias. La mayoría quiere que cambien las leyes que permiten la poligamia. En esos países hay ciudadanos que desean cambiar la situación. La forma de trabajar es primero entenderlos, respetarlos, y luego ayudar económica y técnicamente a esa parte de la población que quiere cambios.

¿Qué opina sobre el uso del velo en la escuela? Eso tiene una importancia menor. Me parece mucho más grave la poligamia, y no digamos el matrimonio con niñas.

O sea, que dentro de la desigualdad hay grados. Sí, y los derechos humanos fundamentales de las mujeres se transgreden cuando permites que una niña de nueve años se case con un señor, eso hay que erradicarlo. La poligamia no me gusta, pero no me parece tan preocupante si todas las esposas tienen reconocidos sus derechos. Y que las tías tengan que ir tapadas tampoco me gusta, pero a otro nivel. Claro que yo me he educado en un colegio donde las mujeres, que eran monjas, se tapaban el pelo. Iban tapadas igualito que las de Irán, se parecen como una gota a otra. Pero eso es secundario, lo importante es que las niñas vayan a la escuela, con velo o sin él.

La veo muy pragmática. Por supuesto: pragmática y reformista. Creo que los cambios sociales que van despacio duran más, y se llega a ellos mejor por reformas que por revoluciones.

En 2003 bajó a la arena política como 'número dos' del PSOE a la Comunidad de Madrid. Fue cuando dos diputados socialistas impidieron la investidura de Simancas. ¿Salió escaldada? De la experiencia política no, fue muy interesante. Pero sí, fue un trauma. Me produjo un disgusto horrible porque estoy convencida de que esas elecciones se compraron. Mi intuición es que fue alguien que se jugaba mucho si se cambiaban decisiones urbanísticas. Ves gente que usa la política de manera interesada, irregular, tramposa.

Por entonces su hermana Cristina abandonó el PSOE y aceptó el cargo que le ofreció Esperanza Aguirre al frente del Observatorio contra la Violencia de Género. ¿Supuso un distanciamiento entre ustedes? No. Cristina fue cambiando su posición política, y como es una persona brillante, espontánea y abierta, lo contó. Pero hay algo en lo que nunca ha cambiado. Su entrada en política fue por defender los derechos de las mujeres, y en eso sigue. Defendiendo las ideas feministas. Siempre las tuvo. Antes, ya que entró en el PSOE siendo ya ministra de Asuntos Sociales, y después. Y en lo personal, no, siempre nos hemos respetado y apoyado.

Cristina desde la derecha y usted desde la izquierda. ¿En la defensa de los intereses de género hay ideología? En todo hay ideología. En España la defensa de la igualdad empezó siendo una cuestión de izquierdas, pero felizmente también parte de los partidos de derecha lo ha tomado como bandera. Con sus peculiaridades, porque dicen no a las cuotas y luego ponen una presidenta del Congreso.

Y una secretaria general (Cospedal) y una portavoz (Sáenz de Santamaría). ¿Ya no 'vende' un partido sin mujeres en la dirección? Pues claro, porque han visto que es importantísimo. Pero en eso hay niveles. Uno es el de la corrección política: el que ya no venda decir según qué burradas. Y otro es el de la actividad: luchar contra la violencia, promocionar a la mujer en política y economía. Creo que los partidos de centro y derecha también se lo están tomando con seriedad.

¿Dónde vive en Nueva York? En un apartamento. Digamos que he vuelto a la época de estudiante. Vivo como una erasmus, muy bien situada, sí, pero con ese espíritu de novedad y descubrimiento.

¿Una segunda juventud? Sí [ríe], pero con 60 años en la cabeza y el cuerpo.

Inés Alberdi
Inés AlberdiSofía Moro

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Luz Sánchez-Mellado
Luz Sánchez-Mellado, reportera, entrevistadora y columnista, es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense y publica en EL PAÍS desde estudiante. Autora de ‘Ciudadano Cortés’ y ‘Estereotipas’ (Plaza y Janés), centra su interés en la trastienda de las tendencias sociales, culturales y políticas y el acercamiento a sus protagonistas.

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