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Reportaje:Raquel Weisz

Instinto, adicción y encanto

Elsa Fernández-Santos

Hay actrices que no necesitan más guardaespaldas que sus gafas de sol. En este caso, de Balenciaga. Algunas incluso tienen en su cuarto de baño un Oscar reciente a la mejor actriz... en este caso, de 2006 por El jardinero fiel..., pero se pasean por la calle pisando tierra y no una alfombra roja. Rachel Weisz (el caso del que hablamos) asegura que se siente como una más, aunque es difícil creer que tanto talento, magnetismo y belleza coincidan sin más en una sola persona. Ella se ríe: ni fue la guapa de la clase ..."¡era guapa, sí, pero no de esas guapas que no necesitan tener una conversación interesante!"...ni pisó nunca una escuela de interpretación. De la carrera de literatura en Cambridge pasó al teatro: "Estudié literatura, poesía, porque lo que me gustaba y lo que todavía me gusta son las historias: leerlas, o que me las cuenten , o como ahora, contarlas yo".

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La cita es en un restaurante cercano a su casa de Londres al que la actriz llega puntual, dispuesta a comer en la barra, en una mesa tranquila o en el bullicioso comedor. Le gusta el sitio, dice, y no quería estar muy lejos de su casa, donde su hijo Henry, de tres años, y su compañero de hace ocho, el cineasta Darren Aronofsky, viven con ella.

En la pasada primavera, recién cumplidos los 39 años, volvió a Londres, su ciudad natal, para interpretar a Blanche DuBois (¡el Hamlet de las actrices!) en Un tranvía llamado deseo. Cerraba su casa del East Village de Nueva York (su otra residencia) para instalarse en el bohemio y agradable barrio de Camden. "Ha sido increíble volver, estar otra vez con mis amigos de siempre, hasta me he reencontrado con mi profesora de chelo, la tuve a los 12 años, yo era un desastre. Me gustan mucho las dos ciudades, pero aquí es donde crecí, y aunque parezca que tenemos mucho en común, en realidad es muy poco".

Weisz es la protagonista de Ágora, la película de Alejandro Amenábar sobre la astrónoma Hypatia, una profesora atea que en el ocaso del Imperio Romano se enfrenta a la sinrazón de las religiones, especialmente la misógina y belicosa católica. "Pensamos en Rachel por sus rasgos mediterráneos", afirma el director. "Además, es una actriz con carrera universitaria, y que leyera algo más que guiones también nos pareció importante". "¿Y qué tiene que ver una carrera universitaria con una actriz?", replica entre carcajadas al citarle el comentario del director. "Leer te abre la cabeza, sí, pero no es útil para un actor, un actor no puede ser un intelectual, un actor es puro instinto. Y no hay que infravalorarlo nunca, el instinto es algo muy potente. Mi relación con la interpretación es totalmente inconsciente. No sabría explicarlo bien, pero yo, aunque no soy una adicta al alcohol, he pensado alguna vez que interpretar se parecía a estar ebria, a perderme, perderme en las historias que estoy contando".

Amenábar confiesa que la actriz y él discutieron mucho sobre la castidad del personaje de Hypatia. Algo que la actriz intentó, sin éxito, cambiar. Pese a eso, o quizá precisamente por eso, la película tiene un fuerte componente erótico. "Me gusta escuchar eso. Por favor, póngalo, ponga que la película tiene carga erótica. La gente sin sexo no existe, la sexualidad siempre encuentra su sitio, siempre se cuela por todas partes". "A Rachel", prosigue Amenábar, "le resultaba muy difícil entender que una mujer que vive rodeada de tantos hombres no cayera con alguno. Fue muy insistente y hasta dudamos en cambiar el guión. No lo hicimos, pero sin duda ella aportó muchísima carnalidad. En cualquier caso, la pasión de Hypatia son las estrellas".

"Las estrellas son su sexo", afirma la actriz. "Y por eso yo sugerí una escena en la que ella se masturbaba mirando a las estrellas", añade levantando las cejas y dejando paso a otra carcajada de satisfacción. "En serio, se lo dije. ¿No le dijo nada de mi idea? No es original mía, la leí en uno de los relatos de Camus de El exilio y el reino, una mujer que viaja por Marruecos con su marido se queda sola en el desierto, y allí la noche entra por su cuerpo y directamente se la folla, tal cual y con esas palabras. Entiendo que mi idea no iba mucho con el tono de la película, que es más elegante que eso, pero era buena ¿verdad?"

"No soy una actriz pesada ni tozuda, discuto mucho antes del rodaje las cosas con las que no estoy de acuerdo, pero luego acato las decisiones y no doy problemas", continúa Weisz confirmando las palabras del propio Amenábar: "Es una mujer que no se guarda las cartas, es muy sana y dice lo que tiene que decir. La complicidad que he tenido con ella sólo se parece a la que tuve con Javier Bardem en Mar adentro. Ella me relajaba, hacía más fácil lo difícil. No es una mujer complicada, aunque eso no quiere decir que no sea compleja".

En cualquier caso, la complejidad es algo que fascina a esta mujer con unos ojos verdes que, rodeados de pestañas y cejas negras, parecen no querer perder detalle de lo que ocurre a su alrededor y que son capaces de expresar el mayor júbilo con su simple aleteo. Es la heredera directa de Charlotte Rampling y Jacqueline Bisset, otras dos inglesas que lograron inquietar a varias generaciones con su belleza, tan inocente como desasosegante y adulta. "Yo amo la imperfección. La gente imperfecta me encanta. Difíciles, metepatas, complicados" Cuando era más joven me gustaba estar rodeada de gente imposible. Ahora menos, la verdad. Me gusta vivir tranquila, pero no en mi trabajo".

Weisz es también una de las intérpretes de la última película de Peter Jackson, The lovely bones, en la que da vida a la madre de la adolescente protagonista que muere asesinada. "No he visto todavía la película, nadie la ha visto; pero lo que me gustó del personaje es que no era una heroína, sino una mujer torpe, que lo hace todo mal, que hasta tiene una historia con el policía que investiga la muerte de su hija (¡aunque creo que eso lo han cortado!). El caso es que me pareció una mujer de verdad. Supongo que por eso me gustó tanto el personaje de El jardinero fiel, era una pesada, una verdadera pesada, pero era un gran personaje. ¿A quién le interesan las personas correctas y perfectas? Yo lo que quiero es que se entiendan los sentimientos más terribles y que se perdonen. Me gusta la idea de la comprensión y también la del perdón. Un actor es el abogado defensor de su personaje. Lo tienes que defender a muerte, aunque luego, con la distancia, descubras que era lo peor. Lo importante para un actor es no juzgar al personaje, eso jamás".

Hija de un científico húngaro de origen judío y de una psicoanalista vienesa católica, la actriz lleva una cruz colgada del cuello. "No, no soy católica, es la cruz de Blanche DuBois", responde en referencia al personaje que cada noche interpreta en la Donmar Warehouse de Londres. "Parece increíble, pero no había visto ni la película de Brando ni había leído la obra. Descubrirla fue una sorpresa. Creo que Blanche DuBois es el retrato femenino más completo que existe en teatro, toca todo, tiene 360 grados. Es un monstruo, es frágil, es dulce, es" es un desastre. Y claro, por eso me gusta, está fuera de control, haciendo cosas que nadie puede entender. Está hecha polvo. Tennessee Williams no habla de la mujer, habla de un ser humano, de alguien que está al límite. Cuando acepté el trabajo no era muy consciente de la enorme riqueza del personaje. No he querido ver ni la versión de Jessica Tandy ni la de Glenn Close, quería hacer mío el personaje". Su interpretación ha tenido excelentes críticas, la mayoría reparaban en que la actriz, todavía joven para el papel, le daba un nuevo giro. "No soy tan joven para interpretar a Blanche, Tennessee Williams la escribió para un mujer de 30 años, en esa época una treintañera sola era una solterona. Pero lo importante no es que sea mayor, sino que se siente mayor. Además, ¿qué pasa" ¿Acaso han cambiado muchos los malditos parámetros? ¿De qué va, entonces, Bridget Jones?".

Para la actriz, la edad sólo puede ser un puente a mejores papeles. "Se vuelven más interesantes. Quizá envejecer ante una cámara en Europa es distinto a hacerlo en EE UU. Aquí hay actrices, como Isabelle Huppert, que envejecen maravillosamente. Aunque allí está Meryl Streep, que también lo está haciendo de maravilla". Al preguntarle por unas supuestas declaraciones suyas en las que afirmaba que el botox en las actrices debería ser penalizado como los anabolizantes en los deportistas, reacciona con algo de malestar. "Yo no dije exactamente eso, no se me ocurriría. No soy beligerante con esas cosas, cada uno que haga lo que quiera. Aunque sí creo que es raro, y sólo digo raro, que una actriz se quite la expresión de la cara".

Casi rozando los cuarenta años, Weisz cree que elegir los guiones que le gustan es la única manera de controlar su carrera. "Antes hacía cualquier cosa para pagar la renta, pero ahora puedo elegir, y eso es importante". Dice que disfruta de su vida de estrella porque no se ha comido su vida de actriz: "Para mí no ha sido difícil, si voy a un evento con alfombra roja soy una estrella, pero en mi vida nadie me sigue por la calle. ¡Afortunadamente! Supongo que tienes que saber parar en el momento adecuado, no lo sé. Sólo en Nueva York alguna vez hemos tenido paparazzi en casa, pero es que Tom Cruise vive en el barrio, y cada vez que él aparece la calle se llena de fotógrafos, y ya que están allí, pues también nos sacan unas fotos a nosotros. Poco más".

Tampoco le incomoda hablar de su método de trabajo, salpica la conversación con detalles que intentan explicar lo inexplicable ("actuar es relajarse, respirar hondo, es como el yoga; si duele, respiras, y vuelves a intentarlo" suena muy new age, ¿no? Pero es verdad, es importante estar relajado"). "La compensación profunda del teatro", añade, "es que uno cuenta una historia en directo, es puro rock and roll, está vivo, está ocurriendo, alguien tose en la primera fila, o bosteza en la tercera. Es tan excitante. Pero además, sobre el escenario eres el director, el montador, el músico y el peluquero. Todo. Eres el único responsable de que la gente se vaya o no contigo".

Sale cada día a las tres de la mañana del teatro, pero dice que todo compensa si se está sobre un escenario. "Uno nunca está cansado cuando sube a él, no hay nada excepto lo que estás contando. No es mecánico, eso sería horrible; lo increíble es que cuando interpretas a Tennessee Williams, Shakespeare o Lorca, los haces tuyos de tal modo que no hay nada aprendido; literalmente, te arrastran detrás de sus palabras. El teatro es así de increíble y, aunque parezca duro, es mucho más fácil que la vida real, donde nunca tenemos un gran texto entre las manos". Pese a su entusiasmo, esta semana se acaba la función y ella viajará a Rumania para rodar una película sobre el tráfico sexual de mujeres jóvenes en los años noventa en Sarajevo, una ópera prima dirigida por la canadiense Larysa Kondracki. "Me gustó mucho el guión, sólo he visto un corto suyo, pero fue suficiente para arriesgarme". Otra vez fuera de sitio, algo a lo que dice estar habituada desde siempre, cuando era guapa sin saberlo. "No es que no fuera guapa, es que era rara, sobre todo por dentro, por dentro siempre me sentí muy rara".

'Ágora' se estrena el 9 de octubre en España.

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Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

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