Jordi Teixidor

Uno de los primeros trabajos de Jordi Teixidor fueron unos objetos sencillos: unas puertas de colores brillantes. Si el espectador las abría, encontraba una nueva superficie de color, como si el enigma del arte sólo remitiera a él mismo. Es tentador ver rastros de aquella idea en la actual muestra de Santa Fe (Granada). En ella convergen la idea de una ciudad con cuatro puertas que no la cierran sino la abren a los cuatro puntos cardinales y una selección de obras recientes tituladas Ritos de paso. La ciudad, sus puertas y las dos calles que generan propician La cruz de Santa Fe (un trabajo cuyos matices de color desmienten su contención casi minimalista) y la edición digital de las escuetas estructuras de los perfiles, todos diferentes, de las cuatro puertas.

Entre la impronta geométrica de estos trabajos y las obras tituladas Ritos de paso, cuyo protagonismo corresponde a la pintura, hay una notable afinidad poética. Viene dada en mi opinión por la cercanía conceptual entre la puerta y el rito de paso, entre el recinto de acogida (la ciudad) y la capacidad del artista para edificarla mediante sus propuestas. El arte es llevar a la palabra (o a la imagen) lo que hasta entonces estaba al margen de la primera y carecía de la segunda. El arte da nombre o rostro a una cosa, la priva de su carácter meramente instrumental y hace que llegue a formar un mundo. Se cruza así un umbral y lo que hasta entonces permanecía indiferenciado adquiere entidad propia. Los silenciosos lienzos de Ritos de paso no describen este ejercicio poético, sino que lo cumplen y lo hacen sentir gracias a la vibración de sus espacios: exactos, sujetos a los márgenes del rectángulo del cuadro, pero agitados por el gesto y por la riqueza del color que sale a la superficie del lienzo desde una extraña profundidad. Las puertas de Santa Fe cobran así nuevo sentido: divisarlas y (atreverse a) cruzarlas es una de las cosas en la que merece la pena ocupar la vida.