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Entrevista:ENTREVISTA

Juan López de Uralde "En el activismo hay sitio para todas las edades"

Jesús Ruiz Mantilla

Es ahora o nunca", cree Juan López de Uralde. Ahora o nunca la oportunidad y el tiempo de los verdes como alternativa política en España. Por eso ha aparecido a principios de este año Equo, la fundación con vocación de partido de pensamiento ecologista. Descontentos con la palabrería, escaldados de promesas no cumplidas desde la izquierda, los verdes se han decidido a dar el paso. Los lidera López de Uralde, ex responsable de Greenpeace España, el activista que las Navidades de 2009 saltó a las primeras páginas por intentar reventar un acto oficial en la cumbre de Copenhague ante las narices de la reina danesa. Acabó en la cárcel, pero con la misión cumplida: "Queríamos llamar la atención para que los líderes allá reunidos no se apuntaran como tanto acuerdos a los que no habían llegado", asegura.

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Se hizo ecologista en las montañas del País Vasco, reventó reforestaciones y cacerías, boicoteó vertidos tóxicos en el mar del Norte, modernizó Greenpeace en España después de una crisis de liderazgo, se hartó de negociar con los cargos electos cosas que luego quedaban en papel mojado. Ahora, desde su humilde sede prestada en un garaje de un barrio madrileño, al que, asegura, acude en transporte público, desgrana sus objetivos, sus aspiraciones y sus contradicciones de ecologista en un mundo urbano. No es vegetariano y confiesa que ha fumado. Viene de buena familia y trata de inculcar los valores de una vida más limpia desde su propia casa. A ver si es capaz de hacer calar el discurso en la sociedad.

Hasta ahora, en España, los partidos verdes no han sido más que apéndices de otros. Llega uno nuevo con más de 20 años de retraso respecto a Europa. ¿Por qué siempre llegamos tarde? Bueno, ha habido intentos importantes en España a punto de tener éxito. El nacimiento de los verdes en España fue contemporáneo al de otros países. La primera lista apareció alrededor de 1989 y estuvo a punto de salir. Pero a última hora alguien presentó una candidatura de alternativos que le quitó 8.000 votos, los necesarios. Mucho ha tenido que ver la ley electoral y las estratagemas de los grandes partidos para que no haya cuajado.

Un partido grande lo que hace es engullir los programas ecologistas, pero a la hora de cumplir, casi todo queda en papel mojado. ¿Eso es lo que más les ha perjudicado? Quitan los programas y hasta el nombre. Lo utilizan indiscriminadamente. Verde no es patrimonio de nada. Es como los tomates ecológicos en los grandes almacenes. No venden, pero dan imagen de modernidad. ¿Cuál es la realidad? Que en la acción, la izquierda no se cree el pensamiento ecológico. Y así nos enfrentamos a afirmaciones, ataques y aseveraciones que van desde comehierbas hasta comeflores, y cómo se puede hablar del cambio climático con la que está cayendo…

Bien, pero ustedes tienen un problema grave. A la hora de desenvolverse en las ONG se mueven en un espacio definido. Pero la política es algo más amplio. Un lugar en el que una sola preocupación para todos los problemas no basta. ¿Qué engloba el pensamiento verde, aparte de la ecología y la preocupación por el medio ambiente? ¿Dónde quedan la educación, la sanidad, la política exterior? Esta ha sido una de las dificultades con las que nos hemos encontrado para hacer propuestas. Nos hemos tenido que enfrentar a este reduccionismo. Han dicho que los verdes somos los que nos ocupamos de las especies y de los espacios. Eso ha cambiado al ritmo de la madurez de muestro pensamiento, y mucho. La ecología es el centro y la base de nuestra reflexión, pero a partir de esa óptica damos respuestas a otros problemas. Respuestas diferentes a las que se han venido dando desde las grandes líneas ideológicas. Cuando se habla de izquierda o derecha, hoy, ambos defienden un modelo productivista. Luego depende de la libertad que cada uno deja a los mercados. Pero todo se basa en producir más para crecer y nosotros cuestionamos ese planteamiento. Nosotros decimos que ese modelo es insostenible principalmente por una base ecológica. Ni hay recursos suficientes para satisfacer una demanda infinita, ni tenemos capacidad para asimilar los residuos sin deteriorarnos gravemente. El modelo nos lleva al abismo y hay que cambiarlo.

¿Pero desde la derecha o la izquierda? Nos sentimos progresistas. Dentro de unos clichés de pensamiento que todavía no asimila estas cuestiones claves. Esta es una lucha contra el tiempo.

Ya, para concretar. La ecología queda clara. Tenemos una visión cortoplacista. No tanto, ese es el problema. Parece que hablamos de los bosques, de los pájaros, de las flores. Pero si uno mira los informes de la FAO, comprueba que se aproxima una ola de cosechas catastróficas y el precio del cereal va a subir debido a diversos desastres climatológicos. Por tanto, cuando hablamos de ecología o cambio climático no hablamos solo de eso. Constatamos que el mundo puede afrontar una nueva hambruna por esos motivos. Otro ejemplo: el precio del petróleo. Sube por encima de los 100 dólares. Un recurso limitado con demanda infinita. Si hablamos de favorecer energías renovables, lo hacemos no solo por el impacto medioambiental, sino porque no nos quedan recursos. Es un tema central que los grandes partidos no asumen. Cuando el petróleo sube, ¿qué hacen? ¡Hachazo a las energías renovables! No se entiende.

De acuerdo. Pero insisto: educación, sanidad, política exterior. ¿Qué proponen? En eso contamos con ventajas. No hay que inventar casi nada. Los verdes europeos existen. Son el cuarto grupo en el Parlamento. En Alemania tienen un 20% de intención de voto. Se han hecho muchas cosas y están ahí. Demuestran que la política verde es muy rica en muchos ámbitos, desde el local hasta el estatal. En el nuevo acuerdo nuestro global del Green New Deal se contemplan todo tipo de políticas. Cuestionamos para empezar que el PIB sea válido para medir la riqueza de un país. Abogamos por nuevos parámetros de medición económica.

Ya. Otra vez: sanidad, educación… Me parece que van a tener que descender a discursos más concretos. Por supuesto. En sanidad defendemos la pública, apostamos por políticas preventivas y hay que incidir en la lucha contra la contaminación. Eso es calidad de vida. En política exterior establecemos una línea roja: la defensa de los derechos humanos. Es clave. Somos pacifistas y nos planteamos que sobre el gasto de armamento hay mucho que decir. Somos el sexto país exportador de armas a países donde no se respetan los derechos básicos. Si hay que hacer recorte del gasto público, ¿por qué no echar mano del armamento? Eso ya no se cuestiona. Al mismo tiempo que se hablaba del recorte de las pensiones se firmaba una compra de aviones. La lucha contra la pobreza, el cumplimiento de los objetivos del milenio… Nos definimos como europeístas e internacionalistas. Pero no buscamos una Europa de mercado, sino una en la que se recuperen valores para que no ocurra lo que me pasó a mí en Copenhague, donde un país puntero, en teoría, de derechos no era tal.

Estamos rodeados de clichés. Por no hablar del racismo y la xenofobia. Más cuando diversos partidos se van deslizando a posiciones peligrosas. Línea roja ahí también. Tenemos respuestas y propuestas para cada tema, teniendo en cuenta que somos una formación que se está construyendo.

Su primera prueba de fuego serán las próximas generales. Ahí habrán analizado el don de la oportunidad. Hay decepción en la izquierda. El PSOE no cumple con su programa ecológico e Izquierda Unida anda de capa caída. ¿Creen que ahí pillarán cacho? Nosotros surgimos de la frustración por la falta de sintonía con los partidos de izquierda en los asuntos en los que estábamos trabajando. Si esos partidos hubieran de verdad asumido las cuestiones que más nos preocupan, Equo no existiría. Cuando se nos acusa de si dividimos o dejamos de dividir, la verdad es que estas cuestiones no preocupan, no se toman en serio.

¿Y ahí es donde piensan pillar cacho? Bueno, no me gusta decir pillar cacho.

¿De qué estamos hablando? De entrar en el Parlamento, ¿no? Déjese de idealismos y de términos políticamente correctos. Hablamos de entrar en las instituciones, de influir en estas cuestiones. Las herramientas, los medios de representación ciudadana, los partidos, se han hecho impermeables a todo esto. Queremos sentarnos a la mesa.

Y para eso lo que les hace falta ahora es una serie de líderes con cartel, aparte de usted. ¿Cómo van los fichajes? ¿Qué pasa con Joan Herrera, con Cristina Narbona, con Inés Sabanés? No se trata solo de Joan Herrera. Se trata de que Iniciativa por Cataluña al completo quiera adherirse a nuestro proyecto. La hemos invitado. Tendrán que decidirlo ellos soberanamente, pero sabemos que ven el proyecto con interés. ¿Cristina Narbona? Es una persona importante. La única que en el PSOE ha sido capaz de liderar una corriente que condujera a su partido a plantearse estas cuestiones. Finalmente se la apartó. Sería una gran aportación para nosotros, pero ella ha manifestado que no, que seguirá en su formación.

¿La han cortejado? Hemos hablado con ella, sí, sí. Lo que ha dicho públicamente y en privado coincide, ella ve con simpatía esta formación, pero desea seguir siendo leal a Zapatero.

¿Saben de alguien más dispuesto a salir del armario del ecologismo? Nos reímos, sí. Pero es que hay muy poca cultura democrática en España sobre los temas que estamos abordando y rompen un poco los cánones. La gente recela.

Otra maldición que pesa sobre el ecologismo es esa sensación de estrechez moral. No fumes, no bebas, no ensucies. Eso, sobre todo a los jóvenes, les choca. ¿Cómo se transforma? Van cambiando las sensibilidades. Un ejemplo son los toros. Ya no se acepta tan fácilmente que se torture a un animal por diversión pública. Nosotros, los ecologistas, asumimos nuestras contradicciones. Yo asumo las mías. Pero se trata de dar visiones y propuestas colectivas y luego plasmarlas en comportamientos individuales. El tema del tabaco, por ejemplo, no viene tanto por parte del ecologismo como de otros movimientos ciudadanos.

¿Usted fuma? Fumé, fumé.

¿Y cómo viene al trabajo? Andando.

¿Se mueve en coche, en bici? En Madrid lo hago en transporte público. Pero tengo muchas contradicciones, no hace falta seguir buscando.

¿Cuáles? ¿Dónde está la batalla más cruenta entre usted y su yo ecologista? La más dura es que viajo mucho. Mi tasa de CO2 es alta, y ese es mi principal pecado ecológico.

Más. ¿Vegetariano? No lo soy, aunque trato de reducir mi consumo de carne.

¿El vegetarianismo es evolución o degeneración? El hombre, no olvidemos, es carnívoro. Sí, pero comemos demasiada carne. La producción está detrás de muchos de los desastres que vivimos, como la destrucción de la selva amazónica. La ganadería industrial es un gran generador de problemas ecológicos.

Pero donde esté un buen chuletón… oiga, usted, como vasco. Ya, pero eso no quiere decir que no haya un problema ahí. Pero, repito, yo asumo mis contradicciones. Por eso debemos ir poco a poco hacia cambios de hábito que permitan un equilibrio ecológico.

Otra de sus contradicciones habrá sido la lucha por el poder. Usted llegó a Greenpeace después de un cambio de liderazgo en el que hubo una pugna. ¿Qué aprendió de aquello? Yo llevaba ya tiempo en Greenpeace. Aprendí mucho. Básicamente existía un liderazgo que llevaba 17 años y había un montón de cuestiones que suscitaban discrepancias. Se produjo la necesidad de un salto cualitativo. Pasar de una situación en la que el fundador tuviera una gran influencia a otra más moderna y estructurada, con regulación de derechos laborales y demás. Dejar de ser una tribu para convertirnos en una organización seria. Personalmente me di cuenta de muchas cosas. Personas con las que has tenido una buena relación se vuelven contra ti, la realidad de las relaciones institucionales.

¿La realidad de las relaciones institucionales? Le veo absorbido de nuevo por lo políticamente correcto. La lucha cruda por el poder, diría yo. No, no, no.

Pero si no es malo. No, no, pero no es eso, yo no tenía ningún interés en asumir lo que tenía que asumir.

No me venga con que no quería… Yo estaba trabajando en Greenpeace internacional, era una etapa muy interesante. Había pasado a coordinar estrategias a nivel mundial y estaba creciendo mucho. Veía el lío de España con distancia y quería apartarme. Cuando me llaman, y ahora va a parecer que estoy vendiendo una moto, me convencieron de que podía aglutinar un liderazgo. Me vine no con un ideal entusiasmo.

¿Arrastrado? ¿Obligado? Nadie me obligaba. Me metí en el proceso, pero advertí de que si había otro candidato, me apartaba.

¿Se arrepiente? En absoluto. Fue un gran reto. Ahora miro hacia atrás y estoy orgulloso del trabajo que hemos hecho. Greenpeace ha crecido en socios e influencia, y además tiene reglas claras.

Ese activismo ¿de dónde le viene siendo un chico de tan buena familia? No niego que hemos vivido sin grandes trabas económicas.

¿Por qué negarlo? No, no, claro. Mi padre era abogado, somos seis hermanos. Lo mío vino a lo largo de un proceso vital. Por mi ocio, muy vinculado a la montaña, al mar, algo que me genera una sensibilidad y cercanía a la naturaleza. No llego a esto por un proceso teórico, sino por el contacto con la naturaleza.

Y de ahí a salvar los océanos, a remojo y a reventar actos ante la reina de Dinamarca. ¿Cuál fue su primera acción? Empiezo muy joven. En la universidad. Yo estudiaba agrónomos. Lo dejé en sexto, pero bueno. Formamos un grupo, Foracanta. Nuestra primera acción fue en la sierra de Guara, en el Pirineo aragonés. El antiguo Icona aterrazaba un monte para plantar pinos y eucaliptos. Nos encadenamos a las máquinas y paramos aquello. Nos detuvieron y tuvimos un juicio en Boltaña. Mi primer juicio. Lo ganamos. Luego boicoteamos una cacería en las Tablas de Daimiel con cohetes de feria. Espantamos todos los patos y nos pusieron una sanción. Así empecé…

Luego pasó a otra liga. Entré en contacto con activistas de Greenpeace que me propusieron hacer algo en el mar del Norte contra los residuos tóxicos. El Gobierno español había dado permiso a un barco para quemar residuos. Para mí era un sueño. Greenpeace era conocida en España, ya se había escapado el Rainbow Warrior de Ferrol. Esa campaña la ganamos. Conseguimos que el Gobierno retirara el permiso. Valía la pena.

Eso da moral. ¿Y el incidente en Dinamarca? Eso estuvo bien.

Pero ¿qué se consiguió, más allá de hacerse notar? Bueno, hay quien lo utiliza en tono crítico. Greenpeace va solo a por la foto, dicen. Sí y no.

¿Y quién no va a por la foto? No seamos hipócritas. El problema es que nosotros salimos en la foto y otros no, pero en fin. ¿Qué se consiguió? Pues que la cumbre de Copenhague tenía que haber sido la culminación del acuerdo sobre el cambio climático. Pero había dos riesgos. Primero, que no se firmara, y después, que pese a no concretar nada se vendiera aquello como un éxito. No reconocer públicamente ese fracaso. Lo que conseguimos fue precisamente eso, que nadie pudiera engañar contando como un éxito lo que en realidad fue un fracaso. De manera obvia, pública.

¿Qué burra nos quisieron vender? Un acuerdo no vinculante, ni ambicioso, ni nada. No había concreción en las reducciones de acuerdo con lo que exigía la comunidad científica. El límite es que las temperaturas no superen los dos grados centígrados de aumento y no se firmó nada. Nos dijeron que se había reconocido que el cambio climático era un problema. ¡Ya, joder, pero es que eso ya quedó claro en Río de Janeiro hace 20 años!

¿Cómo llevan en su familia, sus hijos, esa faceta de activista irredento a su edad? En el activismo hay sitio para todas las edades. Les afecta, pero lo asumen con generosidad.

Examinemos al padre ecologista. ¿Cómo se conciencia en casa? ¿Cómo se educa en el ecologismo? Lo más importante es el contacto con la naturaleza, que la pateen, que conozcan las especies, los árboles. La mejor forma es esa, en la medida de nuestras sociedades urbanas. Mis hijos tienen 15 y 13 años. Entran en la deriva de llevar la contraria al padre.

Cuando no matarlo. ¡Papá no seas plasta! Sí, todo eso. Pero aun así, son una generación que ve con mucha preocupación el futuro. Hay veces que prefieren no escuchar, no saber, porque se enfrentan a incertidumbres muy graves. El otro día, mi hijo me soltó: "Papá, yo voy a ser parado, ¿verdad?".

¡Qué moral! Es lo que escuchan.

Pero aparte de parados, ¿qué les gustaría ser? Mi hija es muy artista, tira por el diseño gráfico, y mi hijo está ahora en el mundo de los aviones. De momento ese mundo le parece apasionante.

Todo un castigo para un ecologista… La máxima rebelión… La clave es explicarle que el reto es conservar los avances pero sin deteriorar más.

¿Cuáles son los pecados de nuestros dirigentes sobre el ecologismo? A derecha e izquierda. El principal es que sus políticas no se acercan a sus discursos, sobre todo en la izquierda. En Copenhague esperábamos que Obama hiciera un anuncio de política avanzada contra el cambio climático y no lo hizo. Fue entonces cuando aquella cumbre cayó como un castillo de naipes.

Pongámonos catastrofistas, que es lo que más les excita del mundo a los ecologistas. Si no nos ponemos serios, ¿qué nos ocurrirá? Qué va. Ya me gustaría a mí no hablar de estos asuntos. Pero la realidad es que el miércoles estuve en Córdoba. Un compañero me dijo: en 2041, en nuestra ciudad, la temperatura habrá subido entre cinco y siete grados. Es dramático. Y la manera en que se frivoliza con estos temas también. Las especies tienen que adaptarse a esos cambios y eso genera plagas o enfermedades que acaban con las abejas, por ejemplo, las ranas, que se sequen las encinas. Nuestro ambiente se está volviendo hostil porque actuamos sobre él de manera negligente. Cuando hablamos de la desaparición de las abejas, debemos tener en cuenta que Einstein advirtió que el mundo sobreviviría solo cuatro años a un desastre así por su labor de polinización. Eso es lo que ocurre y por eso debemos llevar estas cuestiones al primer plano de nuestras preocupaciones. 

Juan López de Uralde, ex responsable de Greenpeace España.
Juan López de Uralde, ex responsable de Greenpeace España.JAMES RAJOTTE
En la foto, en 1991, con otros compañeros de Greenpeace.
En la foto, en 1991, con otros compañeros de Greenpeace.SANTOS CIRILO

El planeta de los estúpidos

Juan López de Uralde (San Sebastián, 1963) ha militado en el ecologismo desde que estudiaba Ingeniería Agrícola en Madrid. Fue entonces cuando comenzó una carrera como activista que ha desembocado en la creación de Equo. Antes fue secretario general de la Coordinadora de Organizaciones de Defensa Medioambiental y director de Greenpeace en España entre 2001 y 2010.

En su libro El planeta de los estúpidos. Propuestas para salir del estercolero (Temas de Hoy) da sus claves medioambientales. Con su formación ecologista aglutina a los más variados grupos de pensamiento verde esparcidos por España. En 2012 presentarán su candidatura a las elecciones para dar respuesta a las cinco crisis -económica, climática y energética, ambiental, política y global- que según ellos nos asolan.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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