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Crítica:PURO TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Libres para decirlo todo se levantaron las ciudades

Marcos Ordóñez

1 Los persas, la tragedia más antigua que se conoce, narra la derrota de los invasores medos a manos de los demócratas griegos, muy inferiores en número, en la batalla de Salamina, allá por el 464 antes de Cristo. Singularmente, el texto de Esquilo adopta la forma de una conversation piece, con pocos personajes (benévolo fantasma incluido) y un salón como único escenario. Del supremo equilibrio entre épica y lírica brota una plegaria por la paz y también, como señala Ismaíl Kadaré, una "llamada a la lucha de los pueblos libres contra las tiranías", pero en un tono tan sensato y reflexivo que incluso contagia al desquiciadísimo Jerjes, causante de la matanza y maldecido por los dioses: de llevar los personajes chaqué o traje de noche podríamos pensar que estamos ante un oratorio de Eliot. Podría ambientarse, ciertamente, en la época victoriana tras la debacle de la Brigada Ligera o en un búnker nazi en vísperas del desembarco aliado (analogías no faltan), pero diría que no es necesario. Francisco Suárez ha optado por un cierto mejunje referencial: en pantalla aparecen imágenes de las recientes revueltas árabes y el rostro de Gadafi coincide con la entrada de Jerjes, toda vez que el símbolo de las SS orna la manga de su moderna sudadera. Tan sólo le pondría yo esa pega formal al dibujo del espectáculo, pródigo en hermosos hallazgos estéticos, en la línea de maestros franceses como Lavaudant o Nichet, y una respiración mesurada y poderosa. Jaime Siles firma la versión, que conserva las líneas esenciales del original y suena estupendamente, y Suárez, en su mejor trabajo dramático, monta la acción en pasillo, con dos gradas enfrentadas, el suelo cubierto por una capa de arena y ceniza, y mínimos, esenciales elementos de puesta: una mesa con copas de vidrio que evocan el despliegue de las tropas y se convierten luego en lámparas votivas por los soldados muertos; una claridad primero helada y progresivamente cálida (a cargo de Paco Ariza y Rafael González) y la banda sonora de Ignacio Hita y Juan de Pura, que alterna latidos de tsunami y tempestades eléctricas con fragmentos de Gorecki y Shostakóvich. Miguel Palenzuela encarna a un Consejero Real con la humanidad de un viejo sargento de West Point a lo Walter Brennan, que escucha con cabeceos de dolor atónito el relato de la derrota y acaba arrancándose el uniforme como si fuera un trapo manchado y vergonzoso. Alicia Sánchez, también con excelente dicción (y, lástima, una cierta tendencia a oscurecer el tono), es una Consejera que encarna la voz de la justicia y el derecho: excelente en el pasaje de "Libres para decirlo todo se levantaron las ciudades" y en el inserto del precioso coro de Antígona ("muchas son las maravillas, pero nada tan maravilloso como el hombre") que recita mientras arroja cerezas al suelo como simientes de una nueva vida. La reina Atosa, madre de Jerjes y viuda de Darío, entre el trance visionario y la obsesión por mantenerse en el poder, es Inés Morales, una actriz que iconográficamente (precioso vestuario de Ana Rodrigo) recuerda un cruce entre la mismísima Macarena y la Medea de Pasolini: tiene poderío gestual pero todavía le falta desgarro y hondura a la hora de mostrar su tribulación por los destinos de su hijo y de su reino. La cumbre interpretativa de Los persas corre a cargo de un soberbio Jesús Noguero, rebosante de intensidad dramática: el mensajero que narra el desastre de Salamina como si fuera Gunga Din evocando a sus compañeros caídos. Es el fragmento de mayor vuelo y la más clara muestra de la grandeza de Esquilo al despertar nuestra piedad por los vencidos, presentados como una miríada de jóvenes que fueron enviados a la muerte por un megalómano y lucharon con bravura. Albert Vidal es la sombra de Darío, el rey muerto que regresa, invocado por Atosa, como un dios apesadumbrado que con su sabiduría trata de restablecer el orden moral. Con todos mis respetos, su técnica, a caballo entre butoh y kabuki, me resulta excesiva: veo al actor luciéndose por delante del personaje. La naturalidad me sigue pareciendo la mayor virtud en el teatro, por no decir en cualquier arte, y las pocas frases que dice luego Vidal, en traje de calle y como uno de los jueces de Jerjes, me suenan más hondas y verdaderas que toda esa escena. Jerjes es Críspulo Cabezas, que en el tercio final sirve con fuerza y convicción la locura y el tormento del personaje. La coda última, donde amenaza a su madre con una pistola, es anticlimática: por impacto emocional, el broche de oro sería, pienso, la imagen de la reina como virgen doliente y enlutada mientras suena el estremecedor martinete cantado por Juan de Pura, hijo de Francisco Suárez. Los persas, a teatro lleno, ha conectado muy bien con el público madrileño.

En pantalla aparecen imágenes de las recientes revueltas árabes y el rostro de Gadafi coincide con la entrada de Jerjes

2 Se acumulan los estrenos, que en breve iré comentando. Vaya desde aquí un aplauso para Lina Lambert en el tour de force de Reglas, usos y costumbres en la sociedad moderna, de Jean-Luc Lagarce (Grec), que volverá en otoño al Tantarantana barcelonés, y para los notables trabajos de Marcel Borrás (Romeo), Nao Albet (Mercutio), Bernat Quintana (Benvolio) y Pol López (Tibaldo) en el desigual Julieta y Romeo de Marc Martínez, que tras su estancia en el Tívoli recalará en el Español del 11 de agosto al 4 de septiembre. En el Lliure he visto Nuestra clase, el espléndido drama de Tadeusz Slobodzianek, muy bien defendido por el equipo que dirige Carme Portaceli en uno de sus más ajustados montajes: también se verá de nuevo, merecidamente, la próxima primavera. En Cuarta Pared por fin he atrapado El chico de la última fila, una de las mejores comedias de Mayorga, muy cercana a Stoppard y al John Guare de Seis grados de separación. Un montaje muy entusiasta, con una dirección un tanto irregular de Victor Velasco, y en el que cabe destacar y aplaudir la revelación de Samuel Viyuela, un joven actor con verdad, frescura y gran fuerza expresiva. Dada la estupenda acogida del espectáculo cabe esperar (y desear), igualmente, que haga temporada en la sala de la calle de Ercilla.

Los persas, de Esquilo. Versión de Jaime Siles. Dirección de Francisco Suárez Teatro Español. Madrid. Hasta mañana. www.teatroespanol.es

Escena de <i>Los persas,</i> de Esquilo, en el teatro Español de Madrid.
Escena de Los persas, de Esquilo, en el teatro Español de Madrid.SERGIO PARRA

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