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LA ZONA FANTASMA
Columna
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Machismos involuntarios

Javier Marías

Con motivo de la más o menos reciente elección de una filóloga y una novelista para la Real Academia Española y el ingreso de la segunda, y de la recentísima concesión del Premio Cervantes a una escritora, se han publicado unos cuantos artículos redactados por congéneres suyas en los que no se celebraban tanto estos reconocimientos cuanto se aprovechaba la circunstancia para quejarse de la tradicional postergación de la mujer en el campo de las letras y el pensamiento, y, curiosamente, anatematizar a los actuales académicos y jurados, que son quienes intentan remediar la injusticia, dentro de lo posible. Con "dentro de lo posible" quiero decir que, hasta donde sé, no creo que ningún miembro de la RAE, masculino o femenino, esté dispuesto a meter con calzador, y sólo por paliar la desproporción existente entre los de uno y otro sexo, a mujeres que a su juicio no reúnan merecimientos. El argumento esgrimido por algunas feministas a ultranza, de que tal requisito es secundario porque hay y ha habido muchos académicos cuya valía es o era dudosa o nula, es grotesco desde mi punto de vista, pues equivale a sostener que, ya que se han cometido pifias a favor de numerosos hombres, lo aconsejable y justo es que se perpetúen, sólo que a favor del mismo número de mujeres.

Me consta que a la gran mayoría de los actuales académicos no se les escapa, con todo, el enorme desequilibrio de la situación, y tienen voluntad de remediarla, "dentro de lo razonable". Por desgracia, ya es irremediable que no formaran parte de esa institución la admirable María Moliner, o Emilia Pardo Bazán, o Rosalía de Castro, o Rosa Chacel o Carmen Laforet (en el caso de Carmen Martín Gaite hay que recordar que fue ella quien no quiso que su candidatura fuera presentada, pese a las insistencias, como tampoco lo han querido un puñado de escritores varones notables, como Ferlosio, Marsé, Mendoza o Savater, y contra eso la RAE nada puede hacer). Pero no por "compensar" a quienes ya es imposible compensar se va a elegir a meras congéneres suyas, que no han escrito los mismos libros o diccionarios. Eso sería tan idiota como elegir a diez autores gallegos para compensar la imperdonable ausencia de Valle-Inclán en su día.

Pero lo más preocupante de estos artículos quejosos, y a veces vituperadores, es el terrible y quizá involuntario machismo que rezuman, bajo su apariencia feminista. Uno de los escritos más airados lo firmaba en este diario una catedrática de Lengua y Literatura, y en él se leía: "Esta desconexión de la RAE con los tiempos que corren la paga toda la sociedad española, que recibe una proyección de lo humano cercenada. Pues se nos hurta la particular mirada de la mujer ..., lo que deja a oscuras ciertas zonas de nuestro mundo: cierta sensibilidad, ciertas emociones, ciertas vivencias, ciertas sensaciones ... En realidad, esta situación consiste en dejar fuera de la RAE a la mitad de la población, con su mundo y conocimientos particulares". Es difícil incurrir en un mayor desprecio y cosificación de la mujer. Según estos párrafos -y según tantos otros, igualmente llenos de lugares comunes-, las mujeres no son individuos con su propia inteligencia y sus propias características intransferibles e irrepetibles, sino que son homogéneas, monocordes e indistinguibles. ¿Qué quiere decir, si no, que "se nos hurta la particular mirada de la mujer", como si todas ellas compartieran la misma? ¿Qué significa "la mitad de la población, con su mundo y conocimientos particulares", como si el mundo y los conocimientos de cada mujer no fueran únicos y no divergieran los unos de los otros tanto como los de los varones? ¿Y cómo es que lo que se "deja a oscuras" son "cierta sensibilidad, ciertas emociones, ciertas vivencias, ciertas sensaciones" -atención a la lista de cosas más o menos epidérmicas, intuitivas, "interiores" o sensoriales, justamente las que el tópico más rancio atribuye a la literatura "femenina" y a la mujer en general-, y no, por ejemplo, cierta inteligencia, cierto pensamiento, cierta capacidad narrativa o reflexiva?

Suponer que las mujeres, por el mero hecho de serlo, tienen afinidades inevitables e irrenunciables me parece, como he dicho, su absoluta cosificación o animalización, en todo caso algo ofensivo. Tan distintas son entre sí como los hombres llegan a ser opuestos, y no serán pocas las que se sientan más próximas a algunos de éstos que a tantas de su propio sexo, como yo me siento más cercano, como escritor -o eso quisiera-, a Isak Dinesen, Emily Brontë, Rebecca West, Ajmátova, Catherine Mansfield, Hannah Arendt, Flannery O'Connor, Patricia Highsmith o Alice Munro que a Cela o Zola, Bukowski o Philip Roth. En otro texto reciente, se decía que a las autoras "no saben mirarlas" -imagino que los varones-. Más vale así, porque a las escritoras, en efecto, no hay que mirarlas, sino leerlas. Y, que yo sepa, ni las palabras ni la ciencia ni la historia ni la literatura llevan incorporado el sexo de quien las emplea o cultiva. Tampoco creo que haya una ni "cierta" sensibilidad, una ni "cierta" inteligencia específica e inequívocamente femeninas. Los hombres y las mujeres nos diferenciamos en unas cuantas cosas, pero no precisamente, por suerte, en nuestras mentes ni en nuestras miradas, en nuestra manera de pensar o investigar o escribir. De forma para mí incomprensible, parece que demasiadas mujeres que se creen ultrafeministas están tan convencidas de lo contrario como el más antiguo de los machistas.

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