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Entrevista:

Mónaco S. A.

Jesús Rodríguez

A las 10.47 del jueves 6 de julio de 2005, Alberto de Mónaco metió la pata. Hasta el fondo. Y se quedó tan ancho. La tragicomedia transcurrió en Singapur. Concluía la presentación de la candidatura de Madrid para organizar los Juegos Olímpicos de 2012. La exposición había resultado brillante. Todo perfecto. Hubo un suspiro de alivio entre la delegación española. Estallaron los aplausos; sonreían Zapatero, Gallardón y la Reina. La votación comenzaría en minutos. Había esperanzas. Falló algo que no estaba previsto. Alberto Grimaldi, príncipe soberano de Mónaco, pulsó el interruptor de su micrófono y, en un inglés redicho y susurrante, paladeando cada palabra, lanzó una pregunta mortal: "Hace dos semanas explotó un coche junto al estadio en Madrid y quisiera saber qué seguridad ofrecen a la familia olímpica en caso del terrorismo". El príncipe de Mónaco se refería al atentado de ETA junto al estadio madrileño de La Peineta dos semanas antes. La delegación española no daba crédito. Era un golpe muy bajo a favor de la candidatura de París. Zanjó Zapatero: "Garantizamos la seguridad de la familia olímpica como hemos hecho con otros acontecimientos de importancia". El daño estaba hecho. Madrid caería ante Londres.

El mayordomo envuelto en una severa levita verde con galones dorados cede el paso con ceremonia al escueto ascensor déco. Desde la galería descubierta del palacio desierto se domina Mónaco. Los edificios tapizan cada metro de territorio desde la montaña hasta el mar. Cae el sol. Y el segundo Estado más pequeño del mundo (después del Vaticano) ofrece entre sombras una imagen fantasma de hormigón que recuerda a un Hong Kong con trono o un Gibraltar sin acento andaluz. Hay esbeltos carabineros con condecoraciones y polainas. Una gran puerta gris de marquetería con filetes dorados, al final de un estrecho pasadizo, es nuestra última etapa. Abre el soberano. Lanza un hola caluroso en español. "No se equivoque; es lo único que sé decir en su idioma", y se troncha en francés.

El Salón de Gala es frío, ceremonial, sin vida. Un lugar para recibir. En el corazón de la torre del Reloj, que preside el frontal del palacio de los Grimaldi, su residencia desde 1297. Una estancia enorme, cuadrada, afrancesada, con vidrieras emplomadas; presidida por un cuadro de Monet y un viejo retrato del anterior soberano, Rainiero III, vestido de frac y con la prestancia engominada de un galán de cine mudo. Hay recargadas alfombras mullidas como camas elásticas, detalles de terciopelo, lámparas bajas y un bazar de objetos que alguien regaló un día al Principado y aquí quedaron olvidados: corceles de plata, delicadas miniaturas, una pirámide de lapislázuli; una flecha de oro obsequio de un rey africano; una desvaída foto de familia, y otra de Alberto y Rainiero junto a los presidentes norteamericanos vivos.

El príncipe es alto, fuerte y calvo. Ha cumplido 50 años. Debió de ser guapo. Tiene los pies grandes y unas manos cuidadas que agita mientras habla y nunca sabe dónde colocar. Un abdomen redondeado que intenta disimular. Lleva gafas. Se las quitará para las fotografías. Sonríe. Es un elegante de gran almacén. Blazer de botonadura dorada, pantalón de franela y corbata de derechas. Su consejera de comunicación, la refinada Christiane Stahl, advierte de que estamos justos de tiempo. "Monseigneur [el tratamiento que le otorgan sus fieles], tiene que presidir un acto en una hora". Madame Stahl trabajó para el presidente Chirac a cuya intimidad familiar tiene acceso. Hoy forma parte del núcleo duro del Principado. Fiscaliza la entrevista. El príncipe sirve agua. Antes de que tome asiento, la primera pregunta ya ha cruzado el Salón de Gala.

En Singapur, usted, como miembro del Comité Olímpico Internacional (COI), realizó algunas preguntas a la delegación española que no fueron consideradas en nuestro país ni amistosas ni pertinentes... Me gustaría empezar dándole la bienvenida.

Muchas gracias... Es para mí un placer reunirme con usted y poder darle la bienvenida a Mónaco. También me gustaría comentarle que tengo una profunda amistad con España y con su familia real. Tenemos unos lazos comunes desde hace mucho, mucho tiempo. La reina Victoria Eugenia, la abuela del Rey, fue mi madrina. Nos alegra mucho que existan estos lazos, no sólo entre ambas familias, sino entre nuestros dos países. Es algo de lo que estoy muy orgulloso. Y eso es lo que quería decir.

Muchas gracias, 'monseñor'. ¿Volvemos a Singapur? Es un episodio que tal vez no se haya olvidado, pero se ha comprendido mejor. Y ahora tenemos unas relaciones con España que son las mismas que antes. Pero piense que soy uno de los pocos miembros del Comité Olímpico que hace preguntas; que se atreve a hacer preguntas cuando se presentan las ciudades candidatas. Y no creo que sea una falta de respeto a las candidaturas. Es necesario que haya un intercambio de ideas y es algo que está previsto.

¿No cree que sus palabras fueron inapropiadas? No pensaba que fueran a suscitar tanta polémica. Mi intención era aferrarme a la actualidad para que las autoridades y las personas que formaban parte de la delegación oficial española se expresaran sobre ese punto. No pretendí en ningún momento crear problemas. Pero creo que ya se ha arreglado. No he perdido a ninguno de mis amigos españoles. Y todo se ha olvidado.

Daba la sensación de que, perjudicando la candidatura de Madrid, quería favorecer la de París... En absoluto. También planteé preguntas a París y Londres, a pesar de que... quizá no fueran tan polémicas.

Esperemos que la próxima vez se porte mejor. Estamos de nuevo en la carrera por la candidatura de Madrid para 2016... Lo sé. Y estoy muy orgulloso de que hayan presentado su candidatura otra vez y estoy seguro de que tendrá éxito. Pero quería decirle algo más. Si vuelve a analizar mi pregunta, que era una pregunta acerca de la seguridad en el estadio olímpico, la hice porque nosotros, en Mónaco, tuvimos un problema con un artefacto que explotó aquí, en las inmediaciones del estadio Louis II, en mayo de ese año, unas semanas después de la final de la Champions League, que no tuvo lugar en Mónaco, pero... Vamos, que fue también por esa razón por la que hice esa pregunta.

En francés, el príncipe Alberto arrastra un lejano tartamudeo que desaparece en cuanto pasa al inglés. Son dos personas distintas según en el idioma en que se expresen. Una es apocada y distante y otra infantil y guasona. En francés, Alberto de Mónaco aburre; en inglés, incluso parodia y gesticula al mejor estilo televisivo. Intenta agradar. La leyenda se confirma. El príncipe hablaba siempre en francés con su padre, el príncipe Rainiero. Y en inglés con su adorada madre, la princesa Gracia (nacida Grace Kelly en Filadelfia), que nunca dominó su lengua de adopción principesca, el francés. Hoy, a un metro de Alberto de Mónaco, es posible imaginarse a aquel buen chico rubito, atlético y de ojos azules, fascinado por su madre-estrella, vestida de alta costura y rodeada de mitos de Hollywood. Y al mismo tímido heredero balbuceando en francés ante los ataques de soberbia de su padre y patrón, Rainiero III, el último señor feudal de Europa.

Rainiero era conocido entre sus súbditos como "el jefe". Tras su bigote trazado con tiralíneas y sus uniformes de opereta se escondía un tipo duro. Un solitario. Un superviviente. Hijo de un matrimonio deshecho desde la vicaría, heredero de su excéntrico abuelo, fue educado en sórdidos internados suizos y luchó con valor en la II Guerra Mundial. Con 26 años se hizo con las riendas del Principado. Agonizaba. Europa estaba en ruinas. Aquel 1949 Mónaco vivía del juego. Del Casino y la gerontocracia. Rainiero ofició con maestría como monarca absoluto, jefe de Estado y presidente ejecutivo de una empresa familiar a la que podían haber bautizado Mónaco, SA. Ganó hectáreas al mar. Peleó a muerte con Onassis y el general De Gaulle para defender la independencia política y financiera del Principado. Abrió las puertas a una nueva generación de millonarios resueltos a no pagar impuestos; atrajo empresas; firmó un acuerdo de no agresión con los grandes especuladores inmobiliarios de apellido siciliano y convirtió su país en un próspero paraíso fiscal. Y se casó con una estrella. Una estrella de verdad. Oscar incluido. Le dio hijas estrellas que camuflaron con su glamour los turbios negocios del Principado. Y se hizo muy rico. A su muerte, en 2005, la prensa francesa calculaba su fortuna entre 2.000 y 3.000 millones de euros. La mejor descripción del Mónaco de los gloriosos años de Rainiero la hizo el escritor Somerset Maugham: "A sunny place for shady people" (Un lugar soleado para gente sombría).

Rainiero nunca se fió de su hijo. Le parecía blando. Y frívolo. Y no encontraba una princesa. Estaba obsesionado por el deporte. Y las modelos. De Brooke Shields a Claudia Schiffer. No le cedería el cetro hasta el lecho de muerte. En marzo de 2005. Antes nombraría un nuevo ministro de Estado, el correoso Jean-Paul Proust, ex jefe de policía de París, de 68 años, para que le tutelase.

Alberto II heredaba todos los poderes. Políticos y económicos. Y el juramento de fidelidad de sus vasallos. Hoy es difícil saber dónde termina Mónaco y dónde empiezan los Grimaldi. Dónde empieza el país y dónde termina la empresa familiar. No hay que olvidar que tan sólo 7.000 de sus 35.000 habitantes son auténticos monegascos, con derecho a voto y a no pagar impuestos. Son los elegidos. La bandera de Mónaco lleva los colores y las armas de los Grimaldi; las empresas públicas están participadas con el capital de los Grimaldi, lo mismo que las tiendas de souvenirs y la emisión de sellos; el histórico palacio de la roca es el hogar de los Grimaldi; la vaporosa catedral, su tumba. Incluso la fiesta nacional coincidía con la onomástica de Rainiero.

El jefe decidía todo; desde el tono de las cortinas del casino hasta los uniformes de los policías municipales. Las aulas del Principado están aún presididas por la imagen del soberano de turno, y los comercios tienen la obligación de mostrar su retrato oficial. Mónaco es sinónimo de Grimaldi. Pero Alberto II sabe que algo tiene que cambiar para que todo siga igual.

El modelo Rainiero funcionó. Este reseco peñasco bañado por el Mediterráneo floreció: 360.000 cuentas numeradas, 200 oficinas bancarias, un PIB de 1.000 millones, 500 Rolls. Centenares de empresas, sobre todo cosméticas y farmacéuticas, registradas en el Principado. Viento en popa. Hasta que se desataron los escándalos financieros de los noventa. Y la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) se empeñó en situar el Principado en su lista negra de "Estados que no cooperan con transparencia sobre sus asuntos fiscales", junto a Andorra y Liechtenstein. Esas sospechas sobre prácticas financieras irregulares se iban a recrudecer tras los atentados del 11-S y la posterior investigación sobre la financiación del terrorismo internacional. Aunque la puntilla había llegado en marzo de 2000 de la mano de una comisión de investigación del Parlamento francés que dejaba en evidencia las prácticas de blanqueo de dinero que se llevaban a cabo en Mónaco; la inacción de su Administración frente a las prácticas financieras irregulares, y la interferencia de la Corona en los asuntos de la justicia. Al final de su reinado, el modelo Rainiero se tambaleaba. Mó­naco vive de su buena imagen. Como los Grimaldi. Un imán para los ricos del mundo. Si su imagen se tambalea, Mó­naco se hunde. Y los Grimaldi detrás. O viceversa.

Alberto Alejandro Luis Pedro de Mónaco está obligado a relanzar la empresa. Dibujarse como un soberano comprometido con el medio ambiente. Mejorar la imagen del país y que sea tomado por fin en serio. Apostar por la transparencia financiera evitando que huyan los inversores opacos. Conservar el feudo de los Grimaldi, al tiempo que hace ciertas concesiones a la democracia. Apostar por la modernidad sin perder una brizna de glamour. Y ser feliz ante la atenta mirada de los consumidores de prensa rosa que se preguntan: "¿Para cuándo un heredero?". Debe mantener todos los platos chinos dando vueltas sin que se le caiga ninguno.

En su primer mensaje a la nación, el 12 de julio de 2005, hizo una declaración de principios que suponía una crítica soterrada a la era Rainiero: "Que la ética sea el telón de fondo del comportamiento de la autoridad monegasca. La ética no se divide. Dinero y virtud se deben conjugar permanentemente". Su última frase fue la más bella que se recuerda en el Principado: "No hace falta ser un gran país para tener grandes sueños".

Su Principado no es muy conocido en España... ¿Cómo que no?

Lo conocemos a través de la prensa rosa. Es nuestra única vía de información. Pero no conocemos Mónaco. Verá, Mónaco es un Estado independiente, soberano, miembro de la comunidad internacional y de Naciones Unidas desde 1993. Es un país que mantiene unos lazos privilegiados, históricos y amistosos, y relaciones administrativas y económicas con Francia, pero es independiente. También mantenemos unos lazos históricos con Italia. Ésa es la razón por la que hay muchos franceses e italianos que vienen a Mónaco a trabajar todos los días. Somos una cuenca de empleo para la región: hay cerca de 47.000 personas que vienen a Mónaco a trabajar todos los días. También somos miembros del Consejo de Europa, de la mayoría de las organizaciones internacionales. Y nos esforzamos, dentro de lo posible, porque, como sabe, la dimensión de Mónaco es de dos kilómetros cuadrados...

La mitad de Central Park... Correcto. Pero, a pesar de ese tamaño, el Principado tiene mucha imaginación, mucho coraje, mucha determinación para mantenerse activo. Está orgulloso de su pasado, se apoya en la riqueza de su pasado. Y es un país que está abierto al mundo, que mira hacia el presente y mira hacia el futuro y que intenta adaptarse lo mejor posible al mundo que le rodea. Quizá muchos países puedan decir lo mismo, pero siendo un micro-Estado es importante tener capacidad creativa. La industria que nos ha hecho crecer es el turismo, aunque el sector servicios y la industria nos han ayudado. Y es esa multiplicación de actividades, aunque sea a pequeña escala, esa diversidad en nuestra economía, lo que constituye nuestra fuerza.

Sin embargo, hay aún una imagen negativa de Mónaco en torno a sus turbios negocios bancarios, blanqueo de dinero, corrupción... Mire, por desgracia, a menudo se nos menciona... en ese sentido. Cuando se habla de blanqueo o de fraude fiscal sale, por desgracia, el nombre de Mónaco junto al de otros países como Luxemburgo o Suiza. Y es una pena, porque se mezclan fraude fiscal y blanqueo de dinero cuando son cosas distintas. Yo creo que hay grandes organizaciones e instancias internacionales especializadas en este problema, como el Grupo de Acción Financiera Internacional (GAFI), un organismo creado por el G-7 para combatir el blanqueo de capitales, o como el grupo Moneyval del Consejo de Europa (que lucha contra el lavado de dinero y la financiación del terrorismo), que han declarado que el Principado cuenta con los instrumentos jurídicos y administrativos necesarios para luchar de forma eficaz contra el blanqueo de dinero, para descubrirlo y sancionarlo.

¿No tienen controles propios? Está claro que tenemos sólo una pequeña unidad administrativa que se ocupa de esto, pero es que antes no teníamos los funcionarios con la competencia y la capacidad necesarias para abordar este problema. Poco a poco hemos ido ampliando este servicio de vigilancia, que se llama Siccfin (Service d'Information et de Contrôle sur les Circuits Financiers) y que opera con normalidad, y no tenga la menor duda de que vamos a seguir fortaleciéndolo. Pero también le señalo que el presidente del GAFI, que es un brasileño, que se apellida Rodríguez como usted...

Puede que seamos parientes [risas]. Bueno, pues su primo [risas] ha declarado que ningún país del mundo está al abrigo del blanqueo de dinero. Y que el hecho de que haya algunos países (como Mónaco) a los que se señala con el dedo se debe a que en esos países quizá hayan tenido lugar asuntos más visibles que en otros y han salido más en los medios de comunicación. Pero ningún país está al abrigo del blanqueo.

¿Y en cuanto al fraude fiscal? Eso es otra cosa. Y en este campo muy pocos países están exentos. Hay países que tienen disposiciones fiscales más flexibles. Incluso el Reino Unido tiene disposiciones fiscales que suponen una fiscalidad reducida para ciertos inversores. No estoy hablando de paraísos fiscales, ¿eh?, téngalo claro, porque eso es otra cosa, y nosotros no estamos incluidos en la definición estricta de paraíso fiscal.

Explíquese mejor... Aunque tenemos una fiscalidad reducida, esto no implica que haya fraude fiscal generalizado en la estructura financiera de Mónaco. Mantenemos una vigilancia constante. Cuando se nos exige que levantemos el secreto bancario por ciertos casos de fraude o ciertos casos oscuros, colaboramos de inmediato. También se ha acusado a Mónaco de no colaborar en materia judicial, pero hemos demostrado lo contrario, y lo que nos han pedido a nivel de comisiones rogatorias lo hemos llevado a cabo en plazos más que razonables. No son más que acusaciones infundadas.

En su primer discurso como soberano puso un énfasis especial en que su reinado y las finanzas del Principado iban a estar marcados por la ética. ¿Cómo han sido estos tres años de gobierno después de haber trabajado a la sombra del príncipe Rainiero? Desde que llegué al poder me he esforzado por continuar la labor de mis antepasados, por alentar las actividades que conforman nuestro carácter específico y también para que tuviéramos una visión y unos medios a largo plazo, e intentar acompañar lo mejor posible los cambios que tendremos que realizar para hacer frente a nuestros retos y seguir siendo competitivos. Pero, antes que nada, diría que he intentado velar por el bienestar de los monegascos y de los habitantes del Principado. El interés general tiene que primar sobre mi interés particular. Sin olvidar que, con nuestra dimensión territorial, está claro que no podemos desarrollarnos de cualquier forma, hay que tener en cuenta ciertas reglas de desarrollo sostenible y de protección del medio ambiente. Y creo que no vamos a poder escaparnos a esa dimensión medioambiental.

¿Cómo es su estilo de gobernar? ¿Es más dialogante que el príncipe Rainiero, al que se le adjudicaba un temperamento más tradicional? Eso lo tiene que apreciar usted. Yo lo que intento es favorecer algunas concertaciones directas y hacer avanzar las cuestiones administrativas. Hemos realizado una reforma de la Administración y hemos cambiado textos legales, porque tenemos un compromiso con el Consejo de Europa de avanzar a un ritmo muy rápido, para revisar algunos de nuestros textos legales.

Y la ética ¿en qué ha quedado? Como seguro recuerda, en mi primer discurso hablé de que era necesario imaginarse las cosas de otra forma: la manera que tenemos de gestionar los asuntos financieros. Y que la ética y las actividades económicas y financieras se pueden compaginar; que tenemos que llegar a un enfoque ético en nuestro comportamiento; no pensar sólo en los negocios, sino que sea un enfoque distinto de cómo comportarnos. Eso es lo que intento llevar a cabo con mis acciones gubernamentales y con los actores económicos.

¿En qué se concreta ese componente ético? Debe estar en la forma en que concebimos la relación que tenemos con los demás, la relación que tenemos con el dinero, la relación que tenemos con el poder. La veo en esos tres sentidos en Mónaco.

Pero usted, junto con el Papa, es el único monarca europeo que aún reina y gobierna. Cuenta con poderes ejecutivos en el Consejo de Gobierno y en el Consejo Nacional; nombra al ministro de Estado, a los consejeros y a los jueces, ostenta la representación exterior. ¿No es demasiado poder para un monarca democrático? Cada país es fruto de su historia y de ahí surge un sistema político que, a lo largo de la historia, se va adaptando al territorio, tamaño y cultura de ese país. Y estoy orgulloso de eso. Y cuando existen unos sólidos principios de administración y buen gobierno, como hay en Mónaco, si uno quiere asegurar un cierto proceso democrático, esto tiene lugar sin problemas porque las instituciones y sus atribuciones y poderes están equilibrados. Eso está muy equilibrado en Mónaco y aquí nadie exige que se cambien las instituciones ni el equilibrio entre ellas.

Durante décadas, Mó­naco ha funcionado como una especie de protectorado de Francia. El ministro de Estado (jefe del Ejecutivo) debía ser francés, aunque el príncipe lo elegía entre una terna que le presentaba la República Francesa. Usted está intentando distanciarse de esa dependencia. Bajo su reinado, ¿el próximo ministro de Estado será un monegasco? Todavía es muy pronto para poder decirlo. Lo que es importante, lo que dejan claro los acuerdos entre Francia y el Principado, es que tengo la posibilidad... bueno..., es decir, el Principado tiene la posibilidad de elegir a la persona más competente, independientemente de su nacionalidad. Ya no es obligatorio que esta persona sea de nacionalidad francesa. Y yo creo que tener esta posibilidad es muy importante. Está claro que Mónaco no cuenta con unos recursos humanos inmensos y que hay que poder elegir a la persona que, en mi opinión -porque soy yo el que la elige-, sea la más competente, tenga la mejor visión y la mejor capacidad para dirigir bien un Gobierno. Y que esta persona sea francesa, monegasca o de otra nacionalidad no tiene importancia.

¿Buscará para el puesto a un hombre de su generación? Puede ser una mujer...

Puede ser una mujer... ¿Pero ha pensado ya en el recambio? Porque Jean-Paul Proust, el ministro de Estado, es un hombre nombrado por su padre unas semanas antes de morir... Proust fue elegido por mi padre antes de fallecer y mantuve su elección porque me parecía lo más adecuado en ese momento.

¿Cómo era su padre? Sus biógrafos dicen que tenía un carácter temible. Era un hombre extraordinario que, obviamente, tenía una autoridad natural que ejercía cuando era necesario, pero era también alguien con mucho pudor y que protegía ferozmente su vida privada. Era muy tímido.

¿Rainiero el poderoso era tímido? Sí, y su desgracia es que nadie se lo creía porque tenía una autoridad natural que ejercía sin dudar, lo que sembraba dudas en algunas personas, porque no sabían cómo comportarse en su presencia. No sabían cómo estar delante de él. Cómo hablarle. Sin embargo, era también una persona muy sensible y muy humana. Yo creo que mi madre y él nos han transmitido esta noción de humanismo a los tres hermanos, que ha contribuido a moldear nuestra personalidad, la de mis hermanas Carolina y Estefanía y la mía.

Su padre reinó 56 años y no le cedió las riendas hasta que estaba a punto de expirar. Hábleme de sus largos años de espera como príncipe heredero. No viví esa época como una época larga o dura. Una de mis cualidades es la paciencia, así que fue un periodo interesante y rico en el que aprendí mucho. Estaba en contacto directo con mi padre y pronto empecé a participar en el proceso de toma de decisiones y me pedía consejos para guiar a Mónaco, lo que constituyó una experiencia única y extraordinaria.

Ese interminable aprendizaje del heredero al trono puede estar muy bien, pero ¿qué me dice del príncipe Carlos de Inglaterra, que ya ha cumplido 60 años? Charles es una persona que también tiene mucha paciencia y mucho humor, como yo, así que soporta esa espera lo mejor que puede. Además, Su Majestad goza de muy buena salud.

Es cierto, la reina tiene una salud fantástica. ¿Habla usted con sus 'primos' europeos de sus problemas? ¿Hay algún club de monarcas...? No hay un club como tal, pero nos reunimos. Suele ser... Bueno... Fue Charles el que me dijo una vez: "Es una pena que sólo nos veamos en bodas y entierros". Está claro que nos vemos por otros motivos, pero, por desgracia, casi siempre en esas ocasiones; bueno, por desgracia y por suerte en las bodas. Pero, bueno, tengo una relación muy buena con todas las familias reales.

Ha dicho que los líderes que han marcado su pensamiento son Martin Luther King y Nelson Mandela. ¿Ve en el presidente Obama la personificación del 'sueño' de Luther King? No se puede decir que sea la reencarnación de Luther King, pero está claro que es un político que, por su personalidad, presenta las características de un gran hombre de Estado y gran líder. Hay que apoyarle y confiar en él. Suscita un interés extraordinario no sólo en Estados Unidos, sino en todo el mundo. Hay muchas esperanzas puestas en él y creo que tiene las aptitudes necesarias para estar a la altura de estas esperanzas.

Su madre, Grace Kelly, era americana. ¿Cuáles son sus sentimientos hacia Estados Unidos? ¿Su estilo de vida, más desenfadado que el de Rainiero, y su afición por el deporte son más estadounidenses que monegascos? Tengo un estilo bastante directo y franco. Me gusta el diálogo y la concertación. Creo que del diálogo y la concertación nacen las mejores ideas. Así que si esto parece un estilo estadounidense o un enfoque más abierto y más... yo diría informal... pues no del todo. Porque tampoco estoy de acuerdo en dejarme llevar por la informalidad... Apuesto por un enfoque directo y basado en relaciones simples y directas.

¿Cómo era de niño? ¿Le educaron con una educación estricta o le pusieron los pies en el suelo? Tuve la suerte de tener unos padres que, a pesar de sus cargos y de sus funciones, estaban muy cerca de nosotros y hacíamos muchas actividades en familia. Además, en muchas ocasiones salíamos del palacio y de Mónaco y podíamos estar en contacto con una cierta realidad. De lo único que me arrepiento es de no haber ido antes al colegio, porque los primeros años, los del jardín de infancia, los pasé aquí, en palacio, pero luego fui al colegio público que me tocaba.

¿A cuál? Al Liceo Alberto I, está ahí al lado, junto a la catedral. Iba andando. Hasta terminar el bachillerato. Y luego fui a Reino Unido, y luego, a la Universidad en Estados Unidos. Mis padres siempre nos dieron la posibilidad de elegir. Nos proponían varias opciones y luego nos ayudaban a hacer lo que queríamos. Teníamos la sensación de tener una cierta libertad y de no estar demasiado encerrados en palacio. Está claro que desde una edad muy temprana estábamos acostumbrados al protocolo y a la vida pública y los discursos, pero también había un lado completamente íntimo y caluroso...

Imagino que su educación fue distinta de la de sus hermanas. Usted iba a ser el monarca... Carolina también estudió Derecho. Fue a la Universidad en Reino Unido...

Me refiero a que usted ocuparía un día el trono y había que educarle en la responsabilidad... Está claro. Yo he hecho prácticas en un banco de Estados Unidos, en un gabinete de abogados, en un gabinete de marketing, he estado en la Marina francesa. Y cuando volvía a Mónaco, incluso cuando estaba de vacaciones de esas prácticas, iba a los distintos servicios del Gobierno para impregnarme de lo que pasaba en ellos.

¿Tiene mucha relación con sus hermanas? Nos vemos a menudo. Estefanía vive más en Mónaco que Carolina, que está más fuera, pero nos vemos todos los meses o cada dos meses como mínimo; y, por supuesto, nos vemos en los periodos de fiestas, como la Fiesta Nacional y Fin de Año, y a veces, en Semana Santa, además de en verano.

¿Tienen un papel oficial en el Principado? Para nada. Mis dos hermanas tienen atribuciones en organizaciones caritativas. Por ejemplo, mi hermana Estefanía está muy comprometida con la lucha contra el sida.

Qué interesante. Ya lo creo. El otro día tuvimos una velada en la que subastamos una gran fotografía de un fotógrafo muy famoso dentro del marco del Día Mundial contra el Sida. Estefanía también está muy comprometida con otras organizaciones caritativas como Special Olympics y en la organización del Festival del Circo. Y Carolina está en organizaciones caritativas como Jeune J'Écoute (Joven Te Escucho, para atender los problemas de los jóvenes a través del teléfono) y AMADE (Asociación Mundial de Amigos de la Infancia). Pero, sobre todo, está comprometida con la cultura. Se ocupa de la compañía de ballet de Monte Carlo, de la Primavera de las Artes, supervisa las actividades de la Orquesta Filarmónica; vamos, todo lo que se hace aquí. También se ocupa del presupuesto nacional, de todo lo que engloba el arte y la cultura en el Principado.

¿Qué hace un príncipe un día normal? ¿Vive usted aquí, en este palacio? En principio vivo en el palacio, pero también tenemos una propiedad familiar en el campo, a las afueras, en la loma de una montaña, un lugar muy, muy agradable, donde montábamos a caballo de niños. Y también tengo otras residencias en París y un castillo en el norte de Francia, una propiedad de la familia.

¿Está rodeado de cortesanos? ¿Los ve a mi alrededor?

Bueno... a su jefa de prensa no se le escapa una... Pues eso... Yo creo que tengo una organización conforme a otros palacios europeos. En cuanto a la jornada laboral, me cuesta describirle una normal. Hay una actividad muy intensa de reunión y de trabajo administrativo y de grandes acontecimientos que tengo que presidir. Y tengo muy poco tiempo entre semana para consagrarlo al ocio. Por suerte, algunos fines de semana puedo hacer deporte. Para mí es fundamental el ejercicio físico.

Usted ha participado en cinco Juegos Olímpicos en la modalidad de bobsleigh... ¿Tiene el récord de participación? Hay otros deportistas que también han estado en cinco ediciones, y el récord para los Juegos Olímpicos de verano es de ocho participaciones, y en los de invierno, de siete. Por desgracia, no he llegado a tantas y ya va a ser difícil, pero creo que he tenido mucha suerte de poder hacer un deporte que me apasionaba y me ha permitido tener una trayectoria deportiva que ha durado 16 años. Poder participar en los Juegos Olímpicos y poder representar a tu país es uno de los mayores honores.

¿Es usted muy competitivo? ¿Le gusta ganar? Un poco. Cuando a uno le gusta hacer deporte, es joven y participa en competiciones, desarrolla un espíritu competitivo e intenta ser el primero en todo.

¿Y en la labor de Gobierno? Sirve para formar tu carácter y tener ambición. Fijarte objetivos y poner los medios para lograrlos.

Las señas de identidad que usted pretende dar a su reinado tienen que ver con la transparencia financiera, la educación a través del deporte y el apoyo al medioambiente. Le gusta mostrarse como un 'príncipe comprometido'... Estoy sensibilizado con el tema medioambiental desde que era niño. Acompañé a mi padre a la Cumbre de la Tierra de Río en 1992 y representé a Mónaco en la Cumbre Mundial de Johannesburgo de 1999. Desde el primer momento sentí que Mónaco tenía que comprometerse más, y eso es lo que estamos haciendo.

Hace un par de años participó en una expedición al Polo Norte, como había hecho en el siglo XIX uno de sus antepasados, Alberto I, y ya está preparando la siguiente a la Antártida... Con la expedición al Polo Norte decidí implicarme más, hacer algo más personal, porque vi que era urgente actuar; que no podíamos perder más tiempo; que el problema del calentamiento global iba a volverse cada vez más preocupante e iba a afectar nuestras vidas con mayor intensidad. Y como no había tiempo que perder, creé la fundación que lleva mi nombre y actúa en tres ámbitos: la protección de la biodiversidad, la investigación de nuevas formas de energía (dentro de un marco de estudios sobre el calentamiento global) y el agua. Nos han enviado 630 proyectos. Hemos dado el visto bueno, junto con el Comité Científico y Técnico y el Consejo de Administración, a 75 en 25 países y en los cinco continentes. Y la mayoría de estos proyectos se realiza en colaboración con grandes organizaciones internacionales.

¿Cómo se financia? ¿Pone usted su dinero? He puesto fondos personales. Y el Gobierno de Mónaco ha hecho también una contribución básica de 10 millones de euros que sirve para resolver todos los problemas administrativos. Por el momento tenemos un presupuesto de 35 millones de euros, de los que hemos gastado un tercio en proyectos. Nos hemos puesto un margen de cinco años para superar los 80 millones de euros de fondos propios.

¿Es su gran proyecto para mejorar la imagen de Mónaco? Es un proyecto que se corresponde con mis convicciones más íntimas y que no es un capricho. Es una realidad; una estructura que ha logrado reunir a muchas personalidades: en el Consejo tenemos dos galardonados con el Nobel de la Paz, Wangari Maathai y Muhammad Yunus.

Unos días antes de ser coronado, el nuevo soberano reconocía la existencia de dos hijos ilegítimos, Alexandre, que tiene 5 años, y Jazmín, de 16. Era una entrega más de su vida al alcance de todos los lectores. Como cada pasaje de su existencia plasmado en papel cuché. Ni Alexandre ni Jazmín tienen ningún derecho sucesorio, al haber nacido fuera de un matrimonio católico. Mientras Alberto Grimaldi siga soltero, la sucesión al trono (y la supervivencia del Principado) pasa por su hermana Carolina y los hijos de ésta. Cuando se le mencionan los asuntos íntimos, Alberto de Mónaco no recula. Se sumerge en su asiento, baja la cabeza, cruza los dedos y responde con cierta acidez. Mientras, su cancerbera, madame Stahl, intenta apagar el fuego.

Hoy, en el aeropuerto de Niza, he hojeado una docena de revistas que mostraban la Fiesta Nacional de Mónaco como un evento de crónica rosa. Ninguna mencionaba los éxitos de su reinado ni su apuesta medioambiental, sino su vertiente de estrella del 'show business'. Ese fenómeno se debe a la orientación actual de los medios de comunicación, que lo único que quieren es adentrarse lo máximo posible en mi vida privada. Hay que distinguir lo que es la vida pública y lo que es la vida privada. Yo intento hacer todo lo que está en mi mano para preservar mi vida privada y me aflige ver que muy a menudo haya incursiones... no diría constantes, porque no sucede tan a menudo como antes, en las que siempre está presente ese deseo de saber más; hay una obsesión me atrevería a decir "malsana"; quizá sea una palabra demasiado fuerte, pero en todo caso es una intromisión grave en la vida privada de las personas y especialmente en la vida privada de mi familia. Siempre he intentado preservar mi vida.

Una labor difícil. Pero no imposible.

¿Siente que el futuro de Mónaco está en sus manos? Porque el Principado está tan unido a su familia que si no hay un heredero, no hay futuro para el reino... No somos un reino.

Disculpe, el reino era Francia y ustedes se quedaron en Principado. ¿Conoce reinos tan pequeños como éste? ¡Yo no! ¡No hay ninguno! En cuanto a mi sucesión, tomamos disposiciones, bueno, más que tomar... Revisamos y modificamos los estatutos para que la línea sucesoria no tuviera que pasar obligatoriamente por mi descendencia directa. Hoy la sucesión puede realizarse a través de la hermana o del hermano del príncipe soberano, independientemente de la situación matrimonial de éste.

Es decir, de la situación matrimonial de usted. Exactamente.

En España se desató en torno al príncipe Felipe un debate público en algunos medios amarillistas en relación con su matrimonio y la idoneidad de su prometida. Usted debe sentir esa presión mediática a diario. ¿Es desagradable que todo el planeta tenga los ojos puestos en sus novias? Nunca es agradable que haya un debate así. Y siento que se creara en el caso de Felipe y Letizia porque hacen muy buena pareja...

Sí, es una princesa estupenda. Siempre que aparece en la prensa y en los medios de comunicación este tema se insiste en exceso y se centran demasiado en las actitudes, las actividades, los comportamientos. Y eso pasa siempre que uno es un personaje público, ya se sea miembro de una familia real o de la familia de un dirigente.

¿Le resulta duro ser el protagonista de todo ese circo? Hay que saber aceptarlo. Hay que ser más... duro, que no te afecte. Nunca hay que dejar que esta atención constante te afecte porque, si no, no vives. Hay que desligarse un poco para seguir adelante.

¿Piensa usted casarse o no entra en su idea de futuro? Está claro que hay gente que no se casa y es muy feliz...

¿Entonces? Nunca he dicho que no me fuera a casar, pero por el momento no hay nada definitivo.

Usted tiene dos hijos fuera del matrimonio a los que reconoció antes de ocupar el trono. ¿Sigue de cerca su educación? Mire, esto no formaba parte de las preguntas, pero veo a menudo a mi hijo Alexandre, que vive cerca. Lo veo siempre que puedo, pero es una situación de la que, como comprenderá, no es fácil hablar.

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Sobre la firma

Jesús Rodríguez
Es reportero de El País desde 1988. Licenciado en Ciencias de la Información, se inició en prensa económica. Ha trabajado en zonas de conflicto como Bosnia, Afganistán, Irak, Pakistán, Libia, Líbano o Mali. Profesor de la Escuela de Periodismo de El País, autor de dos libros, ha recibido una decena de premios por su labor informativa.

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