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Noticias de la extrema derecha

Nunca fue un misterio lo que le pasó a nuestra extrema izquierda. Ya existen más o menos encuadernados tantos egodocumentos, teorías, tesinas e hipótesis de blog como antiguos militantes de aquellas siglas que prometían la revolución para el día siguiente. Es más, continúan existiendo las mismas o parecidas siglas que entonces, aunque con un significativo cambio de escala y una muy nueva terminología utópico-revolucionaria. Para resumir: o la extrema izquierda se cantonalizó alrededor de identidades pequeñas, incluso muy pequeñas, o se ha globalizado tanto que se confunde con cualquier otro planetario movimiento antiglobalización. Si a esto le añadimos que nuestra vieja izquierda radical siempre estuvo muy influida por las tesis entristas de Trotsky y que el PSOE siempre anduvo muy necesitado de cuadros para ocupar y gestionar el poder, entonces entenderemos lo que le pasó a la extrema izquierda española al margen del Muro de Berlín, aquel sarampión antiilustrado de la posmodernidad, los placeres noctámbulos de la gauche divine, el derrumbe de las utopías y el muy comprensible cansancio cuando nos enteramos, a esta edad, de que la revolución, en todo caso, no era para pasado mañana.

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En cambio, lo que le pasó a la extrema derecha española sigue siendo uno de los más profundos misterios de este país y todavía no hay testimonios de reconversión de primera mano ni explicaciones político-psico-filo-sociológicas plausibles, excepto aquellas contriciones de Ridruejo, Laín y esa tan famosa como breve letanía de arrepentimientos catofilosóficos de la que hoy todavía se discute tanto.

Un día de finales de los setenta, lo recuerdo muy bien, alguien decidió que la extrema derecha española no existía y ¡plaf! por arte de magia simpática desapareció de la faz de la tierra después de habernos hecho la vida imposible durante toda una vida. Hay que haber vivido en provincias aquellos años para tragar sin apenas rechistar aquel misterio de la transición que un día, unilateralmente, autoproclamó la disolución de la extrema derecha española. Y no hablo de ideologías, sino de tipologías. Yo no veía por ninguna parte las siglas políticas de aquel fascismo ordinario, cierto, pero seguía viendo por todas las partes los mismos tipos, tipejos, prosodias y retóricas fascistas, vestidos de gris marengo por Cortefiel y en tallas Maxcali. Pero como la extrema derecha oficialmente no existía en España y como lo políticamente correcto de entonces exigía pronunciar "personalidades autoritarias" y en ningún caso "personajillos fascistas", pues tragué saliva por patriotismo transicional tipo Habermas.

Aquello fue muy duro de llevar, sobre todo en sitios pequeños. La extrema derecha había sido abducida por aquellos dos ovnis democráticos llamados Alianza Popular y luego el PP, vale, pero resulta que yo me topaba con ellas todos los días, a todas las horas, en todas las cafeterías, incluso en las discotecas, y encima no mostraban el menor propósito de la enmienda, ni siquiera signos externos de atrición. Seguían y siguen circulando por la vida como antes de la transición, no sólo como hechos visuales (muy visuales) de la extrema derecha a la española, sino con la misma chulería cotidiana de siempre.

El domingo pasado, por último ejemplo, mientras compraba los periódicos en el quiosco de mi barrio, le escuché a uno de mis vecinos más refinados y con mayor pasado colaboracionista, echarle una bronca mayúscula y delante de toda la cola al pobre quiosquero porque la pila de El País era mucho mayor que las pilas de El Mundo y La Razón. "Es que es el que más vendo", farfulló el acojonado quiosquero. "¿Y qué más da?", le gritó el ex fascista ordinario recién comulgado y que se considera el más intransigente templario local, mitad monje mitad funcionario, de la libertad de empresa.

Luego de la secuencia del quisco, sin transición, empecé a leer un dossier periodístico sobre el contagio radical de la extrema derecha en Europa (Courrier Internacional, número 832), y cuando allí compruebo que España es la única excepción a la regla del eurovirus de la extrema derecha y que sólo nos mencionan con una sigla municipal (la valenciana España 2000, de un tal José Luis Roberto), se me dispararon las viejas y muy reprimidas iras juveniles. ¡Cómo que aquí no existe la extrema derecha, sólo porque no hay siglas alternativas al PP de Rajoy/Aznar! Eso es lo mismo que decir que en el País Vasco no existe el nacionalismo extremo sólo porque Batasuna ha sido recientemente ilegalizada.

Pero no sólo basta darse una vuelta distraída por provincias para verificar la existencia muy estresante de la extrema derecha española. Ahí están, hablando de la fabricación y monopolio del estrés nacional, las mañanas, tardes y noches de la radio episcopal, esas televisiones locales, regionales y autonómicas tituladas "populares", nunca distraídas y que siempre dan puntada ideológica con hilo político como incansables moscas cojoneras, esas pilas de periódicos cuyo primer plano exigía mi grosero vecino, las homilías de los párrocos o los innumerable predicadores ciberfachas de los blogs, entre otros espacios.

Cuando se está atento a la vida cotidiana es muy fácil escuchar en España los sonidos de esa extrema derecha cuyo virus está contagiando a Europa. Y aunque sus siglas no consten en los registros del Ministerio del Interior y el Courrier Internacional no las haya detectado, lo cierto es que lo único que actualmente nos estresa (insisto en el verbo) son esos muy reconocibles decibelios de aquel fascismo ordinario que nunca se autodisolvió, un día fue abducido en plan ciencia-ficción y ahora mismo es nuestro Alien 06.

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