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PERDONEN QUE NO ME LEVANTE
Columna
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Otros fines son posibles

Nos encontramos en pleno periodo de declaración de la renta. Aunque imagino que, al rellenar los papeles, nadie se entrega tanto a la distracción como para equivocarse, no está de más que nos centremos. Ya saben, si lo que quieren ustedes es dedicar parte de sus impuestos a que les bauticen, les den la primera comunión, les casen y no les divorcien, les propinen la extremaunción y, por el camino, les hayan prohibido unas cuantas cosas y les hayan perdonado otras tantas, pues adelante. Pongan la cruz, y que sea como Dios manda, en el casillero destinado a la Iglesia católica española. No carguen sobre sus venerables espaldas los cientos de casos de pederastia mundial, la destrucción del sacerdocio obrero, ni la persecución de la Teología de la Liberación. Ni siquiera la hagan responsable de las acciones de la Conferencia Episcopal.

Pero en tal caso reclamen de las autoridades fiscales el mismo trato para los mormones, los protestantes, los evangélicos, los musulmanes, los testigos de Jehová y cualquier otra sensibilidad religiosa que pueda avituallarse en este pintoresco país nuestro do se goza de libertad de culto y, cada vez menos, de libertad de laicismo, y ya no digamos de ateísmo. Sean ecuménicos.

Este año, los obispos se alborotan porque, debido a la crisis, calculan que van a ingresar un 10% menos que el pasado, e instan al personal a que les elija por unanimidad. Como hay menos dinero para repartir, les parece injusto que una parte del que destinamos a solidaridad vaya a parar al apartado conocido como Otros fines. Bueno, yo suelo señalar siempre este destino, sin que me importe que, entre esas organizaciones asistenciales a las que irán a parar mis dineros, se encuentren algunas de inspiración católica. Es más, si hubiera una casilla que pusiera Cáritas, no les quepa duda de que también la señalaría: soy una fan de esa institución y sé lo bien que trabajan, aquí y en donde pueden.

Y miren por donde, la crisis va a afectar también a semejantes organismos. La diferencia entre ellos y la Iglesia es que ésta, en sus inicios, hizo voto de pobreza, y en épocas de crisis no debería cobrar ni por bautizar, ni por confirmar, ni por proporcionar la primera comunión, ni por casar, ni por no divorciar, ni por extremaunciar (creo que este verbo no existe, pero debería, ¿no?, por más que carezca forzosamente del subjuntivo), ni por enseñar, ni por perdonar.

Ahora que parece que el Santo Padre se apresta a visitar a sus huestes barcelonesas -por esta mi tierra todavía no detecto un fragor vaticano, pero todo se andará-; ahora que el propio Pontífice (Señor de los Puentes: me encanta este título, creo que viene de cobrar por permitir cruzar los puentes sobre el Tíber, y si no es cierto, caiga yo fulminada aquí mismo) sostiene que la crisis económica que nos azota proviene de la crisis de valores (y yo también lo creo: sólo que no estamos hablando de los mismos); ahora que tenemos que echarnos cenizas (islandesas, que están a mano) por la Sodoma y por la Gomorra… Bueno, pues sería edificante que toda esta gente trabajara gratis.

¡Qué ejemplo! No sólo para testigos de Jehová, musulmanes, evangélicos, protestantes, mormones y cualquier otra sensibilidad religiosa que campe por estos lares, sino incluso para laicos y ateos y para los devotos del Ibex.

Si lo hicieran, quizá la primera en convertirme sería yo. Siempre me conmovió esa capacidad de Cristo para hacer milagros con un par de panes y un par de peces, habilidad que, al parecer, sus más altos representantes en la tierra han perdido. No carecían de ella, sin embargo, los curas obreros, ni les falta a los sacerdotes y monjas que ahora mismo trabajan en barrios conflictivos o paupérrimos, sumidos en la misma penuria que sus convecinos. Ni los misioneros de la Teología de la Liberación que anteponían su amor y sus desvelos por el prójimo a cualquier filípica o sermón de tipo moral.

La Conferencia Episcopal despliega ante nosotros una campaña publicitaria a favor de nuestra cruz en su casillero, campaña que debe de haber costado una pasta pía. Me pregunto de dónde la habrán sacado. No me lo digan: procede de donaciones. La de bautizos que habrían podido apañar con ese dinero.

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