Pasando de cruces
Comparto la frase de uno de los personajes de Ley y orden: "Respeto cualquier cosa que ayude a una persona a pasar la noche", dice, refiriéndose a las creencias religiosas y a la, a menudo, abismal soledad del ser humano. Pero yo añado que me enfrentaré siempre por vía pacífica a cualquiera que, por la mañana y recobrado ya el aplomo, considere necesario imponerme esa creencia.
Así pues, mi respeto hacia las religiones se limita estrictamente a quienes las practican en la intimidad y sin dar la tabarra. No abarca a quienes se creen investidos por la superioridad moral necesaria para juzgar y castigar a los otros, y además por el mandato divino que insta a fumigar a los apocados. Perdónenme, pero tengo al señor Darwin en muchísimo mejor concepto que a los cantamañanas que forman el nudo gordiano jerárquico de cualquier religión. Cualquier religión, insisto. Para mí, la Salvación con mayúscula fue el descubrimiento de los antibióticos y de la anestesia. Lo de las células madre me parece impresionante, mucho más, por supuesto, que lo de los panes y los peces, que sólo me merece indulgencia si a alguien le da fuerzas para pasar una mala noche. Y punto.
No se trata tan sólo de una opinión subjetiva. Es que pago mis impuestos, y no quiero que vayan a parar a impostores que tienen la responsabilidad de enseñar, de educar. Y ya me dirán ustedes la clase de educación seria que puede recibir un infante, a la edad de creer en los Reyes Magos o en Superman, cuando le digan que un caballero de antaño murió crucificado tras sufrir torturas y humillaciones para salvarnos de nuestro pecado original (ese chollo de los capataces del rebaño: qué forma de culpabilizar a los niños). Pues tal es el mensaje del crucifijo, no otro. Ningún símbolo es inocente. Ni cristos, ni espadas, ni retratos presidenciales, ni fotos del rey, ni banderas en las aulas. Paredes limpias, pizarras, mapas. Ordenadores, que es lo que hace falta. Hablo de los colegios públicos y concertados. Los otros, como si son seguidores del culto a Loewe y cuelgan un bolso.
Del mito del crucifijo y el pecado a lo de Adán y Eva, incluido el párrafo del costillar que tanto nos complace a las señoras, media un paso. Aunque pongámonos en lo peor. Pongámonos en eso tan moderno que inspira a la Derecha Cristiana estadounidense, y que se ha extendido por el mundo y, desde luego, por Europa -aquí, con la ayuda de la FAES y sus crustáceos-, pues largos son los tentáculos de los espíritus cristianamente renacidos y enriquecidos con Bush el Bibliófilo. No existe ninguna prueba de que un dios controlara la evolución, previo diseñarla inteligentemente. La ciencia, como si dijéramos, es más de fiar.
Y nosotros no nos fiemos. No importa cuán decepcionada pueda sentirse la Derecha Cristiana en Estados Unidos, después de que el hombre al que condujeron a la Casa Blanca para que ejecutara sus designios políticos haya sido enviado a freír ranchos tejanos por los electores. El fundamentalismo evangélico y su inmenso poder mediático y económico siguen ahí. No es cuestión de preguntarse cómo se sienten, sino cómo van a reaccionar. Sus aspiraciones y su ideario mesiánico y de cruzados continúan intactos. También sus megaiglesias, con miles de parroquianos; sus apartados de marketing, sus festivales, sus millones de dólares. Sus sobornos, sus intrigas. Sus espectáculos televisivos, que tan aviesamente Juan Pablo II incorporó a su propio negociado, y que su sucesor natural -antes su inspirador- tan prolijamente sigue.
Aquí tenemos la suerte de que Rouco Varela es un clásico del nacionalcatolicismo, y en cuanto abre la boca empitona a la razón (la de cogitar) y nos hace reaccionar. En cuanto los modernos de su tribu ganen terreno, aliados a la cosa suya de los neocons políticos, verán cómo extienden lo de que Dios ya sabía que había un monito más listo que los otros. Y verán también lo difícil que les resulta a los profesores verdaderos enseñar la teoría de la evolución.
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