_
_
_
_
_
Reportaje:

Reforma en la torrefavela

El Ayuntamiento de São Paulo (Brasil) rehabilita "la favela vertical". La reforma de São Vito, un degradado edificio de 25 plantas y 624 microapartamentos que se había convertido en territorio sin ley, es la avanzadilla de su apuesta de revitalización urbana.

Las ventanas del gigantesco edificio están desnudas en una fachada que exhibe heridas profundas. Desde el exterior, el inmueble presenta un aspecto lamentable, como si hubiera sido escenario de cruentas batallas. Y en cierto modo así fue. Construido en 1959, junto al mercado municipal de São Paulo, el predio de 25 plantas conocido como São Vito (San Víctor) ha sido en los últimos años ejemplo del deterioro del centro histórico y de los graves problemas de vivienda de la metrópoli brasileña. Aquel edificio llegó a ser descrito como el icono del mal vivir, en el que las condiciones de vida de sus moradores recordaban las de una favela. De ahí que muchos paulistanos se refieran a São Vito como "la favela vertical". Hoy vuelve a ser protagonista, pero esta vez de un proyecto para recuperar el barrio que ha generado un encendido debate en las recientes elecciones municipales.

La alcaldesa del Partido de los Trabajadores (PT), Marta Suplicy, derrotada finalmente en las urnas por el candidato socialdemócrata José Serra, auspició la reforma del emblemático edificio en el marco del programa municipal Vivir en el centro, que pretende mejorar las condiciones de vida de los habitantes de la zona y atraer nuevos residentes. El proyecto causó sensación en la Mostra Internacional de Arquitectura de Venecia 2004, donde se presentó, junto a una serie de trabajos, bajo el título Metamorfosis.

Hay que repasar la historia de São Paulo para entender lo ocurrido con São Vito. Hace 100 años, la urbe brasileña tenía 300.000 habitantes; hoy alcanza los 10,5 millones. Las primeras décadas del siglo XX fueron años de gloria para la ciudad, que vivió un periodo de riqueza en el que florecieron grandes obras arquitectónicas, con un activo movimiento modernista. Hasta los años cincuenta y sesenta, el centro de São Paulo fue el foco económico y financiero, donde vivían los ricos.

A partir de los sesenta empezó la migración desde el centro hacia otros puntos de la ciudad, y fue precisamente en esta época (1959) cuando se inauguró el enorme edificio de São Vito, en una zona estratégica, frente al Mercado Municipal, junto al Palacio de las Industrias (antigua sede del Ayuntamiento), el Museo de la Ciudad y el parque de Don Pedro II. Las 25 plantas, con 24 apartamentos cada una, albergaban un total de 600 pisos de 30 metros cuadrados. Aquella inmensa colmena estaba destinada a albergar a los emigrantes de otros Estados brasileños en busca de trabajo.

Marcos Barreto, secretario de Vivienda del consistorio saliente, explica que el deterioro del inmueble comenzó en los setenta, con una pésima administración que duró décadas. La insolvencia de la mayoría de vecinos a la hora de pagar los servicios y suministros generó descrédito y desinterés en la manutención y funcionamiento del condominio. El endeudamiento aumentó a un ritmo similar al deterioro de las condiciones físicas y sociales del inmueble. "La administración del edificio era un desastre", dice Roberto Loeb, el arquitecto que dirige la reforma de São Vito. "Cuando empezamos a trabajar en el proyecto había facturas de agua impagadas por 700.000 dólares. La luz, lo mismo. Sólo 150 vecinos pagaban comunidad, de entre 624 apartamentos".

La fachada está seriamente dañada; el agua, la ventilación, la instalación eléctrica, los desagües, los ascensores, la seguridad… Nada funcionaba en condiciones. Algunos apartamentos fueron abandonados, otros se vendieron, y empezaron las ocupaciones alentadas por el Movimiento de los Sin Techo del Centro (MSTC). Se tejió una leyenda sobre la peligrosidad del edificio, convertido en una favela vertical sin ley. Era un inmueble mixto, donde convivía el tráfico de drogas y la prostitución con muchas familias que llevaban años allí instaladas y que compraron su apartamento con gran sacrificio. "Era barato, estaba en el centro y tenía una vista fantástica", señala el arquitecto Loeb.

Más allá de las leyendas, los ex residentes de São Vito cuentan historias que ponen los pelos de punta. Maria Aparecida Silva, de 52 años, vivió con sus cuatro hijos y dos nietos en un apartamento de un dormitorio, baño y cocina durante 14 años. Era cocinera. "Es verdad que el tráfico de drogas controlaba el predio. A veces amigos, o simples delincuentes, se escondían en São Vito después de haber cometido una fechoría. Últimamente había muchas peleas, ajustes de cuentas entre bandas y tiros en los corredores", relata. "Aún recuerdo con angustia cuando violaron a una joven que luego tiraron por la ventana". Cuando ella alquiló, "vivían en el edificio 3.215 personas. Familias de hasta ocho miembros se apiñaban en un habitáculo". Silva explica que en los últimos meses hubo muchas ocupaciones de pisos, aprovechando el proceso de expropiación decretado por el Ayuntamiento. "Llegaban y preguntaban: ¿hay algún apartamento vacío? Y lo ocupaban".

La mala fama del inmueble generaba prejuicios contra sus vecinos. "Mi hijo tuvo problemas para encontrar trabajo cuando decía que vivía en São Vito. El puesto ya está ocupado, contestaban", dice Maria. Pocos se atrevían a entrar solos. La policía acudía con frecuencia, y no precisamente en plan amistoso. "Una vez irrumpieron en mi apartamento varios agentes con las armas en la mano. Cuando entraban, revisaban todo de arriba abajo".

El deterioro hacía difícil la vida de los vecinos. El problema más grave eran los ascensores. Apenas funcionaba uno de los tres. Maria Silva, que tiene un pie amputado, podía tardar dos horas en subir a su apartamento. Escenas alucinantes eran habituales en São Vito. Por ejemplo, el lanzamiento de objetos desde las ventanas, incluidas botellas de vidrio llenas y bombonas de gas lanzadas sobre los coches.

A pesar del clima hostil de los últimos tiempos y de las incomodidades, había residentes como Maria Silva que se sentían a gusto en aquel predio gigantesco. "Me gusta vivir en el centro, aunque la vida se puso difícil. Espero volver con un alquiler social. Creo que me tocará pagar 60 reales al mes durante 20 años y después seré propietaria", dice la antigua cocinera. Allí crió a sus hijos e hizo buenos amigos. Uno de sus vecinos era un narcotraficante de 28 años que vivía solo. Cuando Maria se iba a trabajar, el joven vigilaba a sus hijos. La llamaba todos los días al trabajo para decirle que estaba todo en orden. Confiaba plenamente en él. "Lo mataron una noche en una calle cercana, en un ajuste de cuentas. La verdad, nunca tuve problemas con los traficantes", recuerda.

João Vidal, propietario de un apartamento, vivió 30 años en el edificio con su esposa. "Quiero volver", repite mientras prepara las mesas de la pizzería donde trabaja como camarero. Ahora vive en otro apartamento que paga a medias con el Ayuntamiento (250 reales al mes cada uno).

El equipo de Marta Suplicy discutió a fondo qué hacer con São Vito. La alcaldesa consideraba el edificio uno de los más feos de la ciudad. La primera idea fue la demolición. Fueron convocados expertos, académicos y profesionales en busca de opiniones y propuestas. Tirar un edificio de 600 apartamentos sería mala señal en una ciudad con graves problemas de vivienda. "En la primera reunión dije claramente que era absurdo derribar el edificio, porque es un patrimonio de la ciudad y porque tendría una repercusión política muy negativa", dice Roberto Loeb. El estudio de este arquitecto fue el encargado de diseñar el proyecto de reforma, que contempla la división del condominio en dos edificios independientes; una guardería en lo alto de la torre, "porque uno de los mayores problemas es la gran cantidad de personas sin recursos que necesitan trabajar, tienen hijos y no tienen con quién dejarlos"; una escuela de formación profesional, y un telecentro con acceso a Internet.

Cuando empezó el desahucio había 430 familias en São Vito, entre propietarios, inquilinos y ocupantes ilegales. A todos, sin distinción, el Ayuntamiento les ofreció un subsidio de 100 dólares mensuales para arrendar otro apartamento. La única condición es que los beneficiarios tienen que demostrar que realmente pagan un alquiler. La reforma durará unos 16 meses, con una inversión estimada de cinco millones de dólares, incluidos los subsidios, que será financiada por la Caja Económica Federal. Previamente, el Ayuntamiento ha limpiado el edificio de deudas. En junio salieron los vecinos más remolones. Los ocupantes vinculados con el crimen también abandonaron y no se espera que regresen. Ellos funcionan donde no hay Estado. Cuando entra el Estado, se retiran.

Cerca de São Vito hay otro edificio que seguirá los mismos pasos. El predio Prestes-Maia, la sede abandonada de la Compañía Nacional de Tejidos, está en proceso de expropiación por el Ayuntamiento. Desde 2002 está ocupado por 488 familias sin techo. "El pobre no tiene otra opción que ocupar edificios deshabitados. La ocupación es una forma de expresar las necesidades del pueblo", advierte Maria Jaira Coelho Rodrigues de Andrade, segunda coordinadora del MSTC. La estrategia de este movimiento es ocupar edificios que llevan unos diez años vacíos, aunque sus metas van más allá. "Luchamos para tener una vivienda, por la salud, la educación y un salario digno".

Lo que ahora es el vestíbulo del edificio Prestes-Maia "estaba inundado de agua nauseabunda", dice Maria Coelho. "Al principio, los ocupantes vivían en condiciones lamentables: traficantes por ahí, incendios por allá… Trabajamos duro para acondicionarlo mínimamente para que las familias sin techo pudieran vivir". El primer objetivo tras la ocupación de un edificio abandonado es conseguir agua y luz. Hacen la instalación -desagües, energía, agua-, y, en el caso de Prestes Maia, cada familia paga 20 reales (siete dólares) al mes como mantenimiento. El agua y la luz van a cargo del Ayuntamiento.

Los ocupantes tienen un sistema de organización eficaz, con un reglamento interno estricto. Quien no lo respeta es expulsado. Así se acabaron los robos, la droga y las armas. A partir de las nueve de la noche no se permite la entrada de visitantes, ni se puede salir después de las diez de la noche, excepto aquellos que no regresen hasta el día siguiente. Mauricio da Silva es el vigilante del inmueble y coordinador de la planta 17, con 12 apartamentos. Mauricio vive con su esposa, Samara, y su hija Sara, de tres años. Frente al piso hay ropa tendida. Huele a feijoada, el plato típico de Brasil. Cada apartamento tiene una cocina improvisada en el dormitorio. No hay más espacio. Los aseos y lavaderos son comunes en cada planta.

El edificio tenía cuatro ascensores, ahora sólo queda la sala de máquinas. Mauricio sube y baja 17 plantas varias veces al día. El vigilante llevaba tiempo sin trabajo cuando decidió participar en la ocupación. Sus condiciones de vida de antes eran "mucho peores". Su esposa sueña con algo mejor: "No quiero vivir aquí para siempre".

El dueño ha intentado recuperar el edificio en varias ocasiones. Eduardo Augusto Peixoto Amorim, de 25 años, empresario, es propietario de tres inmuebles en el centro de São Paulo. Cursa el último curso de Derecho. En 1989, su padre compró el edificio de la Compañía Nacional de Tejidos, en el barrio de Luz, junto a la Pinacoteca del Estado. El predio estaba desocupado desde 1986. El proyecto inicial de construir un hotel quedó descartado cuando los compradores comprobaron que el inmueble debía 2,8 millones de reales (un millón de dólares) al Ayuntamiento en concepto de atrasos del impuesto territorial urbano (IPTU). El valor del edificio oscila entre siete y ocho millones de reales, y después de la reforma puede llegar a 17 millones de reales.

En 1995, el padre de Eduardo falleció. "La lucha del Movimiento de los Sin Techo es un problema político-social. Cuando invadieron el predio, estaban orientados por abogados e ingenieros, que analizaron cuántas familias podían vivir allí", dice Peixoto Amorim. Según el dueño, los sin techo deberían invadir, llegado el caso, inmuebles públicos y no privados. "Tienen fuerza política detrás. Realmente es un movimiento político".

El año pasado, el Ayuntamiento estaba dispuesto a comprar el edificio Prestes Maia por el 70% del valor total. "Nunca pagan el valor de mercado, por lo que no es una buena opción vender al Ayuntamiento", dice Eduardo Amorim. Según este joven empresario, más de 400 inmuebles están abandonados en el centro de São Paulo, y la gran mayoría debe el impuesto municipal. Achaca al Ayuntamiento el hecho de ser corresponsable con el MSTC. "Sólo intervienen en última instancia, cuando la situación se pone fea políticamente. Los sin techo colocan a los más débiles, como niños, mujeres y ancianos, en primera línea cuando se produce un desalojo por la policía".

"Si el Ayuntamiento no toma medidas en Prestes Maia, cumpliré la orden de reintegración de la propiedad dictada por el juez", advierte Amorim. Pero aunque logre desalojar a los ocupantes, el propietario no lo tendrá fácil: hace cuatro meses, el Ayuntamiento decretó que el inmueble es área de interés social, así que Amorim no podrá renovar, modificar ni destruir el edificio durante un año. El proyecto de transformar Prestes Maia en un hotel queda cada día más lejos. "Hoy, tener un imueble en el centro es una pesadilla", dice Amorim, que, en contra del Ayuntamiento, duda que sea viable revitalizar el centro de São Paulo, "ya que las personas que viven allí no tienen poder adquisitivo".

En São Paulo hay 2.018 favelas donde viven más de un millón de personas, 1.241 asentamientos irregulares (con 1,5 millones de habitantes) y otros 600.000 moradores en los llamados cortiços (casuchas multifamiliares), donde se apiñan hasta 30 personas en cada una. Hay además unos 10.000 indigentes que malviven en la calle. Con estas cifras, ¿tiene solución la gran urbe brasileña? "Por supuesto", responde Roberto Loeb. "El caos de São Paulo es una oportunidad única para una propuesta de innovación urbana de grandes proporciones. Yo he propuesto algunas ideas, como el metro aéreo, una modificación completa de la estructura de la ciudad, una participación popular a través de acción local que hoy ya tiene 80 participaciones. Cada calle es considerada como un condominio". La solución de entrada no es, en opinión del arquitecto, terminar con la favela, "algo imposible", sino mejorar las condiciones de vida de sus moradores.

El primer paso sería otorgar títulos de propiedad en las favelas. De momento, dos semanas antes de la segunda vuelta de las elecciones municipales en las que se decidía el alcalde para los próximos cuatro años, el Ayuntamiento entregó títulos de propiedad a 6.500 familias que viven en favelas. El programa beneficiará a más de 45.000 familias que residen en 160 áreas públicas municipales que han sido regularizadas por las autoridades.

São Vito, vacío, espera las obras.
São Vito, vacío, espera las obras.ROGÉRIO VOLTAN

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_