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PERDONEN QUE NO ME LEVANTE
Columna
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Ser sabio, ser pobre

Hace un par de domingos que este periódico publicó un excelente reportaje de ese buen periodista y hombre modesto que es Rodrigo Fernández, que vive en Moscú. Trataba del genio matemático ruso Grisha Perelman y de su extravagante conducta. Pero el minucioso seguimiento del reportero no revelaba solo a un tipo que rechazaba un premio de un millón de dólares otorgado por la comunidad científica a la que desprecia. El periodista -se me llena la boca con la palabra cuando hablo de un cumplido profesional de nuestro ramo- había aprovechado esta percha informativa para escribir por fin una historia que sin duda llevaba años intrigándole. Es muy propio de nuestra sociedad que la existencia de un sabio encerrado en su lúcida locura, cuya decencia y dignidad han sido pisoteadas, no arranque titulares. Sin embargo, ay amigo, si se le ocurre rechazar una gran suma de dinero, podrá ocupar unas cuantas columnas del domingo.

La desconocida se parece a él, también siente por este mundo un infinito desprecio"

Leí el reportaje en El Cairo y me conmovió tanto como a ustedes la peripecia de ese hombre que no pudo elegir -se nace o no con un don, te dejan a solas con él, o se lo quedan y te manipulan-, pese a ser tan extraordinario lo que tenía dentro de la cabeza.

En una de las escaleras del puente Al Azhar, junto a la mezquita que le da nombre, se sienta una mendiga que me recuerda a Grisha Perelman. Se le parece incluso físicamente, pero no por los rasgos, sino por algo muy palpable que desprende, algo que estremecería a los viandantes si nos detuviéramos a contemplarla como yo lo hice, llevada primero por la compasión y, enseguida, por un sentimiento más complejo que despertaba en mí, la incomodidad ante lo que no comprendo. La desconocida se parece a él porque también siente por este mundo un infinito desprecio.

A quien esa mujer casi intangible -debe de pesar unos 40 kilos, si todavía está viva cuando escribo esto- se parece de verdad es a Kate Moss, aunque inmediatamente después de establecer la comparación me arrepentí de haberlo hecho, por prosaica. Sentada en los mugrientos peldaños, vestida con una galabiya no mucho más limpia, envuelta la cabeza en un turbante que algún día debió de ser blanco, con la pequeña áspid de un sucio gota a gota metida en su vena, ella está más allá de la anorexia, más allá de nosotros, más allá de la mendicidad y de la pobreza. No mira las monedas que caen en su regazo. Está ahí porque alguien la ha dejado -tal vez constituye una fuente de ingresos más en una familia de vida precaria- o porque tiene que alimentar a sus hijos y se arrastra hasta este lugar, frecuentado por los turistas que van al zoco de Jan el Jalili, siempre que puede.

Esta mujer cuyo nombre ignoro tampoco pudo elegir. Al genio ruso lo encerraron en un centro de adiestramiento que moldearía su cerebro para que utilizara su don, primero en provecho del Estado soviético, luego de lo que viniera: vino el mercado. Ella nació en un país que se llama Egipto, es pobre y cayó enferma: una maldición. Claro que estoy haciendo suposiciones. A lo mejor es una aristócrata hija de la élite procolonial de los tiempos prenasseristas. O bien se trata de una extranjera -la lividez de su piel podría pasar por cierto esplendor ario- que se enamoró de un egipcio que la abandonó, y fue cayendo, cayendo, hasta llegar a estos escalones. Me temo que no. Es hija de la miseria más pura y dura.

Esta mujer, inanimada casi, que está más allá de la mendicidad y de la miseria, tiene el aspecto lastimoso de una cierva exangüe abandonada en una cuneta. Mas sus ojos… Sus ojos. Eligió el desprecio por esta sociedad ahíta que circula a su lado sin reparar en ella, o haciéndolo deprisa, y ese desdén suyo se materializa en una capa fría que envuelve su cuerpecito y nos corta en seco la conmiseración, el egoísta placer de la limosna, nos agarrota los tópicos y nos hace largarnos pronto, si pensamos en ello. Largarnos pronto y con la cabeza baja porque no podemos entender cuál es su infierno.

O sí. El infierno somos precisamente nosotros.

www.marujatorres.com

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