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Reportaje:

Sócrates a toda velocidad

José Sócrates siempre tiene un dato a mano. Le encanta utilizar números y ejemplos para exponer sus ideas. Por supuesto, esos datos y ejemplos jamás son desfavorables a sus posiciones. Aunque no es un intelectual, sino un político, al oírle no es fácil distinguir si está dictando una lección o lanzando un discurso. Concienzudo, memorioso, con un toque de displicente altanería, siempre parece a punto de enfadarse y trata de utilizar frases directas que demuestren que sabe lo que quiere. ¿Carisma? No parece importarle mucho. Sobre todo transmite seguridad en sí mismo. Nunca duda, se diría que siempre tiene razón. Y para reforzar la imagen: mandíbula prominente, traje tan bien cortado que parece a medida, zapatos de Prada. ¿El hombre perfecto? Bueno, el primer ministro de un país pequeño, Portugal. Y, desde luego, un actor consumado, un político profesional: si uno no le oye y se limita a observarlo, da la impresión de que gobierna un continente entero.

Lo cual no deja de ser verdad, en este momento al menos, porque Sócrates es durante este semestre el presidente de turno de la Unión Europea. O, lo que es lo mismo, el responsable de que Europa haya salido, de momento, mal que bien, de la parálisis en que se encontraba, para aprobar, venciendo enormes resistencias de británicos y polacos, un nuevo Tratado de la Unión, que, cosas del azar -o de la astucia diplomática de los portugueses-, se llamará en los libros de historia, si todo acaba bien, Tratado de Lisboa.

Antes de llegar a este hito, que Sócrates prefiere atribuir al "fantástico coraje de Angela Merkel" y que todavía debe ser refrendado por cada país de los 27, el primer ministro portugués ha corrido una larga carrera de fondo. Una carrera sudada, trabajada y masticada paso a paso, en la que se adivina vocación, dinamismo, habilidad para moverse entre bambalinas y un prodigioso sentido comercial.

Quizá por eso, la imagen que mejor define al Sócrates reciente es esa foto que ha salido en los periódicos portugueses tantas veces desde marzo de 2005, cuando llegó al poder. En cada país que visita, pero también si está en Lisboa -vive solo en un edificio estupendo en pleno centro, muy cerca de Marqués de Pombal-, a Sócrates le gusta salir a correr por las calles de buena mañana y ponerse a sudar la camiseta. Le da lo mismo Luanda, Moscú o Washington. A 40 grados o a cinco bajo cero. Nada detiene al fondista solitario, empeñado quizá en mandar un mensaje de energía y optimismo a sus melancólicos y sosegados compatriotas.

¿De dónde le viene esa afición por correr? Comencé en 1999. Había dejado de fumar, empecé a engordar y me apunté a un club deportivo llamado Stress, donde hacen jogging y organizan maratones benéficos. Entrené durante seis meses, empecé corriendo 20 minutos y acabé haciendo una hora. Ahora corro media maratón.

¿Y presume de marcas, como Aznar? No, no. Correr es un ejercicio fantástico, lo puedes hacer en cualquier sitio y viene muy bien para visitar las ciudades. Mejor que en coche, porque tienes más visibilidad…

Pero si la escolta no está fina, los dejará atrás. No, no, están muy bien entrenados.

Dos años y medio después de haber alcanzado el poder, al verle sentado en su despacho fumándose un cigarrillo (sí, volvió a fumar), se diría que Sócrates se siente satisfecho con lo realizado. Y al mismo tiempo, bastante incomprendido.

Dicen que es usted autoritario. ¡Es que mucha gente confunde firmeza con autoritarismo! No soy autoritario, ni reservado ni austero. Escucho a los otros y me gusta hablar con la gente. Pero tengo mis convicciones. En los momentos difíciles es necesaria la firmeza, no desistir ante los obs¬táculos, no escoger lo fácil o dar rodeos, sino caminar siguiendo nuestra convicción. Finalmente, el político está solo con su voluntad; o la tiene o no la tiene. Y la voluntad le viene de la convicción. Eso no es arrogancia, es firmeza.

¿Le seduce el poder? Bueno, no soy tan inmodesto que finja modestia. Pero re¬¬cuer¬¬do el día que salimos del Gobierno tras perder por sólo dos puntos las elecciones contra el PSD de Durão Barroso. Yo estaba muy satisfecho de lo que hice como secretario de Estado, como ministro adjunto de Guterres y como ministro de Medio Ambiente. Pero me acordé de que a alguien le preguntaron una vez qué era para él la felicidad, y respondió: 'Abrir los periódicos y que no hablen de mí'. Ésa fue la sensación que tuve. Al dejar el poder hay sensaciones buenas y malas. Cuando me nombraron candidato a primer ministro, mucha gente me decía: "Va a ser muy ingrato, el país está en un momento difícil". Yo lo sabía. Pero me gusta servir al país en los momentos difíciles, no en los fáciles. Y me dije: "Daré lo mejor de mí mismo". Siempre he sido fiel a lo que pienso que es mi misión para el país, sin pretender nada más.

¿Y qué habría hecho en la vida si no hubiera sido político? Siempre me gustaron los debates y las cuestiones sociales, pero mi carrera política ha sido, sobre todo, una suma de casualidades. Me gusta la acción, pero también la reflexión y el pensamiento. Soy una mezcla de esas dos cosas. Es una paradoja permanente en mí, acción y contemplación…

Pero además de suerte y voluntad, acción y contemplación, la carrera de Sócrates ha estado llena de muchas otras cosas. Ambición, empujones y mando, y también soledad, escollos y sapos duros de tragar.

Empecemos por el principio.

José Sócrates Carvalho Pinto de Sousa nació en Vilar de Maçada el 6 de septiembre de 1957, hijo de Fernando Pinto de Sousa, un arquitecto de Covilhã que procedía de una rica familia de tradición republicana, y de Adelaida de Carvalho Monteiro, una profesora de enseñanza secundaria que acabaría ingresando en los Testigos de Jehová.

Se ha escrito que su abuelo paterno amasó una fortuna con el comercio de wolframio con la Alemania nazi durante la II Guerra Mundial. Y se sabe que cuando sus padres se divorciaron, Sócrates tenía sólo siete años, y se quedó a vivir con su padre en Covilhã (distrito de Castelo Branco), mientras sus dos hermanos se trasladaban a Lisboa con su madre. Su padre, que luego sería dirigente del Partido Socialdemócrata Portugués (PSD, de tendencia liberal), le inoculó el virus de la política cuando estalló la revolución del 25 de abril que en 1974 acabó con la dictadura salazarista, la más vieja de Europa.

Sócrates militó unos meses en las juventudes del PSD, pero lo dejó pronto para estudiar en el Instituto Superior de Ingeniería, en Coimbra, donde obtuvo el diploma de ingeniero técnico (1980). Al volver a Covilhã se inscribió en el Partido Socialista (PS) y trabó amistad con António Guterres, futuro primer ministro, que acabaría siendo su mentor. En 1986 fue elegido presidente de la federación del PS en Castelo Branco, y un año después logró su primer acta de diputado. Nombrado "diputado revelación" por el semanario portugués Expresso en 1988, dejó traslucir su sagaz sentido del marketing al convertir su segundo nombre de pila, Sócrates, en su nombre de guerra político, prescindiendo del patronímico compuesto (Pinto de Sousa), quizá por sus connotaciones conservadoras.

Tras el triunfo socialista en las generales de octubre de 1995, el católico y dialogante Guterres fue designado primer ministro, y con él subió al poder el sector menos doctrinario del partido. Sócrates fue nombrado secretario de Estado adjunto de Medio Ambiente, y en 1997 fue ascendido a ministro adjunto al primer ministro para las áreas de Juventud, Deportes, Drogodependencia y Comunicación Social (prensa). Tras el nuevo triunfo del PS en las generales de 1999, Guterres le nombró ministro de Medio Ambiente, cargo que ejerció hasta la derrota electoral de marzo de 2002.

Durante esos seis años en el Gobierno, Sócrates desplegó una actividad frenética, que contribuyó, dice una de sus biografías, a aumentar "su notoriedad en un país agobiado por la incuria administrativa". Obligó a las compañías de servicios a presentar facturas detalladas a sus clientes, clausuró numerosos vertederos incontrolados (para lo cual fichó como asesor a Francisco Fe¬¬rrei¬¬ra, un directivo de la organización ecologista Quercus), rebajó la revisión anual de la prima de los seguros del automóvil, introdujo la metadona como tratamiento de los toxicómanos y contribuyó a organizar la campaña y las infraestructuras para la Eurocopa de 2004.

Aquella de la Eurocopa fue una inversión rentable (Portugal llegó a la final y el país se entregó con pasión a los de Scolari), pero también muy discutida, porque, según el Tribunal de Cuentas, los estadios eran demasiado grandes y caros. Su construcción obligó a algunos ayuntamientos a quedar innecesariamente endeudados para 20 años, lo que llevó a recortar drásticamente muchas ayudas sociales.

Ya en la oposición, Sócrates consolidó su fama con el mismo espíritu mediático: en televisión, como contertulio de la cadena pública RTP para temas de actualidad, junto a Santana Lopes (que luego sería fugaz primer ministro) y otros portavoces partidarios. Según una de sus biografías, además de eso "cuidó su imagen, vigiló la línea en el gimnasio, se preocupó por la moda sin importarle los sarcasmos de la izquierda tradicional y expresó siempre opiniones moderadas, próximas a la tercera vía de Tony Blair, presentándose como un renovador de lenguaje claro y directo".

Así llegamos a finales de 2004, cuando el presidente Jorge Sampaio decide disolver el Parlamento para poner fin al inconsistente Gobierno del PSD liderado por Santana Lopes. Ferro Rodrigues, secretario general del PS, dimite y se convocan primarias. Sócrates barre al poeta y cofundador, Manuel Alegre, y a João Soares (hijo de Mário y ex alcalde de Lisboa).

Unos meses después, en febrero de 2005, se celebran las generales: Sócrates gana por 17 puntos con la primera mayoría absoluta obtenida por la izquierda: más de 2,5 millones de votos, un 46%, y 121 diputados, frente a los 1,6 millones de sufragios y los 75 escaños del PSD (29%). Un día después declara a Pere Rusiñol en EL PAÍS que su prioridad en política exterior sería "España, España, España". Forma Gobierno y empieza a ejecutar su programa: reformar Portugal, sacarlo del atraso, meterlo en la modernidad.

La vida parecía un camino de rosas.

Sólo dos años después, en marzo de 2007, su popularidad es la más alta jamás alcanzada por un primer ministro luso (más del 60%), y el país parece empezar a salir del marasmo y el pesimismo en que estaba sumido desde hacía años. Mucha gente ha olvidado ya que el verano anterior Portugal ardió por los cuatro costados mientras Sócrates veraneaba en Kenia. Pero el día 27, un titular de prensa abre la caja de los truenos: "Hay fallos en el currículo de Sócrates".

El diario portugués Público airea la información, surgida en la blogosfera, sobre las anomalías que rodearon la obtención en 1996, siendo ya secretario de Estado, de la licenciatura de ingeniería de Sócrates en una universidad privada que en ese momento se halla en pleno escándalo de corrupción. La revelación pone al primer ministro contra las cuerdas. El periódico, cuyo dueño es el magnate Belmiro de Azevedo (que acababa de ver fracasar su OPA contra la telefónica nacional, PT, porque el Gobierno había decidido apoyar al núcleo duro de la empresa), discute fechas y exámenes, fiscaliza notas, sellos y profesores para demostrar un supuesto trato de favor.

La activa maquinaria de comunicación del primer ministro se colapsa, Sócrates en persona llama a los medios para tratar de reducir el alcance del asunto, se modifican a toda prisa biografías y currículos oficiales, y, finalmente, el primer ministro emerge concediendo una entrevista a la televisión pública en la que no escatima papeles, explicaciones y encendidos elogios a Azevedo.

Según sondeos de los días siguientes, la gente le sigue apoyando. Unos piensan que, más que trato de favor, hubo chapuza indiscriminada. La oposición juzga el episodio como un fallo de carácter y alguien subraya que en Portugal (como en Italia) gusta mucho la sensación que produce ser tratado de ingeniero. El caso es que Sócrates sale adelante. Muchos compatriotas están dispuestos a olvidar.

Tampoco es raro porque la oposición, el PSD, vive en plena travesía del desierto, dividida e incapaz de hincarle el diente al PS, mientras el Gobierno actúa con firmeza por primera vez en muchos años. Unos destacan el rigor del equipo económico para atajar un déficit desbocado (en 2005 era del 6,83%, hoy está en el 3,8% y bajando); otros, su coraje para poner en marcha las reformas estructurales que el país pedía a gritos: Seguridad Social, educación, función pública, formación profesional, Ley del Aborto…

En el otro lado de la balanza, sus críticos recuerdan que Sócrates no admite disidencias, y definen las reformas como "mera cosmética liberal". Los sindicatos de la Administración, gran poder fáctico en un país con 700.000 funcionarios, se han sentido atacados desde el primer día; el 30 de mayo tuvo lugar una huelga general y resultó un éxito a medias. Todavía hoy, Sócrates recibe abucheos en cada aparición callejera.

Otro reproche frecuente es el que se refiere a su nefasta relación con los medios, cosa que él no niega y que, dicho sea de paso, contrasta con el hecho de que su novia sea periodista. Aunque suele contar que no lee periódicos, "porque es muy desagradable abrirlos y encontrarte con los insultos", sus asesores de prensa, David Damião y Luís Bernardo, le transmiten todo lo que se publica y emite.

El empresario de medios y militante número 1 del PSD, Francisco Pinto Balsemão, ha liderado las críticas contra la "furia legislativa" del Gobierno para intervenir tanto en el ejercicio del periodismo como en el del sector. Las iniciativas incluyen un Estatuto del Periodista, una Ley de Televisión, una Ley de Competencia y la creación de una entidad reguladora de la prensa. El presidente Cavaco Silva vetó el Estatuto del Periodista y lo devolvió al Parlamento, pero el PS volvió a votarlo en solitario. Los representantes del Sindicato de Periodistas asistieron a la sesión vestidos de luto por "la muerte de la libertad de expresión".

Llegados a este punto, ¿sabemos mejor cómo es Sócrates? Según afirma un amigo íntimo, "es muy compañero, y un político y un hombre muy valiente. Políticamente, ha enfrentado con coraje las críticas y protestas que ha levantado su acción reformista. Y, como persona, la actitud positiva con que maneja el desgaste y la incomodidad de esa injusticia es admirable".

Su mano derecha es el eficaz y oscuro Pedro Silva Pereira, ex periodista, ministro de Presidencia y antiguo asesor suyo -algo clónico, además-. Entre sus asesores, Sócrates confía a ojos cerrados en José Almeida Ribeiro (política) y Vítor Escária (economía). Con sus ministros mantiene relaciones dispares: con unos bromea y los trata de tú, y a otros los trata de usted. Con el de Economía, el ex banquero Manuel Pinho, impera la complicidad (a veces se chocan las manos como los baloncestistas); con el de Finanzas, Teixeira dos Santos, dialoga mucho y muestra entendimiento total; a la titular de Educación, María de Lurdes Rodrígues, la llama con toda formalidad "señora ministra".

Sus colaboradores comentan que no le gusta bromear con las cosas serias, y admiten que sus ataques de ira no son raros, pero van a menos. Los que le han visto trabajar subrayan que su liderazgo deriva más de la exigencia que del autoritarismo. "Pide datos, demanda mucha información y mucha síntesis. Y no admite dudas. Le gustan las cosas claras, pero tiene un carácter confiado y optimista, y cree firmemente en lo que hace", resume otro colaborador.

Curiosamente, esa misma determinación le ha supuesto dejar por el camino una parte del apoyo que le dio el electorado. De hecho, el PS no ha vuelto a ganar ninguna cita electoral salvo la del referéndum del aborto (que no llegó al 50% de participación): perdió las municipales (aunque António Costa ha acabado recuperando este año la alcaldía de Lisboa), las presidenciales (que ganó Cavaco, con quien cohabita ahora en "cooperación estratégica"), y el PS salió aplastado de las regionales de Madeira.

Imbuido de su doble misión (dejar su sello y reformar el país), Sócrates no se arruga. Ejerce el poder sin mirar por el retrovisor, camina hacia delante, despacha las críticas con suficiencia y ha encontrado en Europa un escenario a la medida de su ambición. En el cara a cara es otra cosa: tiene sentido del humor y muestra alguna capacidad de autocrítica. Pero quizá lo que más choca de él es su consumada habilidad para parecer dos personas en una. Su talante en la relación personal se parece poco a la actitud fría y desafiante que suele adoptar en el Parlamento. Según explica, ha aprendido a tomar distancia, trabaja menos que antes y tiene incluso tiempo de ejercer de padre separado comiendo con sus hijos un día a la semana (uno tiene 14 años, y otro, 12; ambos estudian en el Colegio Alemán), y paseando los domingos con ellos y con su perro Mitú.

¿Cuál es su idea de país? A veces habla de Irlanda; otras, de Finlandia… No podemos quedarnos parados. Hay que cambiar, y rápido, sobre todo en algunos sectores, para buscar nuestro sitio en la economía global. Debemos ser abiertos y dinámicos. Tenemos una dimensión media, podemos ser un país moderno, competitivo, bien educado y con protección social. Los países nórdicos son una inspiración. Pero hay mucha idea falsa hecha sobre Portugal. Exportamos más servicios que calzado, y es en el calzado, una industria tradicional, donde competimos en I + D. Tras la entrada de China e India, este año ha aumentado por primera vez la exportación textil. Cerraron muchas fábricas, pero lo mejor está triunfando…

¿De dónde cree que viene el pesimismo portugués? ¿Cree que se sufre aún el trauma colonial? Resolvimos el problema de las colonias en muy poco tiempo, y fue muy duro y muy trágico para mucha gente; me acuerdo de oír hablar cuando tenía 20 años de los retornados y los regresados. Pero los asumimos deprisa, fue uno de los milagros portugueses, una misión bien hecha. Y los que volvieron contribuyeron mucho al dinamismo del país.

Pero muchos emigraron: hay cinco millones de personas fuera. Eso es un valor, una riqueza para Portugal, como lo ha sido en Irlanda o Italia. Nos gusta la diversidad cultural, somos un país muy abierto.

¿Siente que le queda todavía mucho por hacer? Tenemos mucho trabajo por delante, pero no lloramos… Mi empeño es modernizar el país. Y tenemos confianza. Por ejemplo, hemos apostado por las energías renovables: viento y agua. En 2005 fuimos el país de Europa que más creció en eólicas; en 2006, el segundo. Ahora producimos casi un 40% de energía renovable. Además, aprobamos la nueva Ley del Aborto con un 60% de votos a favor, que resuelve un viejo problema pendiente; una ley de paridad, otra de procreación médicamente asistida… Algunos dicen que en economía lo hacemos bien, pero que faltan medidas progresistas, que damos demasiado espacio al sector privado… No es verdad. Somos un Gobierno de izquierdas, ningún Gobierno portugués ha legislado antes de una forma tan progresista.

No opina lo mismo la izquierda radical… Estoy en la vida política desde hace mucho tiempo, y el Partido Comunista siempre ha sido así. Siempre pensó que ostentaba la superioridad moral de la izquierda; esa arrogancia intelectual me parece insoportable; yo soy de izquierdas, pero no de la izquierda del Partido Comunista, nunca he apoyado dictaduras del proletariado, eso no. Mi punto de vista es socialdemócrata, y tengo una ambición social, pero no queremos un Estado social con desperdicio, corporativista, sino un Estado social que ofrezca servicios a los ciudadanos. Hemos reformado el sistema educativo, este año los niños de enseñanza básica aprenderán inglés desde el primer año… Los colegios de primer ciclo sólo abrían antes hasta la una, ahora abren hasta las cinco… Todo eso ha tenido una gran contestación, pero hemos puesto el Estado al servicio de los que más necesidades tienen. La perspectiva socialista es poner el Estado a disposición de los más pobres. Y en eso estamos. En dar oportunidades.

Pero todavía hay mucha gente viviendo en la pobreza. No niego que hay bolsas de pobreza, sobre todo entre los ancianos y los sin voz. Por eso hemos dado un complemento solidario a 50.000 pensionistas, hasta completar un mínimo de 300 euros. Pero las desigualdades se agravan en todas partes, en Grecia, Irlanda o España también hay gente que vive mal. En 30 años de democracia, este Gobierno es el que más política social ha desarrollado, a pesar de la restricción presupuestaria. Hemos apoyado la natalidad, y unas 90.000 familias con hijos tendrán apoyo estatal; damos lo que podemos, unos dicen que es poco, pero para el que no tiene nada es mucho. Unos recibirán más y otros menos, según sus ingresos. La izquierda europea debe aprender para siempre que una deuda pública excesiva perjudica las opciones sociales de los Estados. Los países endeudados son menos libres. Los que controlan el déficit son más libres y tienen más opciones democráticas. No me olvido de que el primer ministro sueco, Goran Person, que fue ministro de Finanzas, tenía entre sus mandamientos éste: "Pégate a tu plan". Cuando perdió las elecciones, le invité a dar una conferencia en Portugal y me contó la dificultad de hacer todo al mismo tiempo y además convencer a los mercados internacionales, él que tenía un déficit del 13% y una recesión del 2%. Fue a Estados Unidos y le dijeron: "Oiga, están gastando mucho dinero en la educación ¬preescolar"; y él contestó: "¡Ése es nuestro problema!". El cuento enseña por qué las naciones endeudadas son menos libres.

¿Es verdad que soporta mal la disidencia y aguanta mal las críticas? Escucho, pero cuando no estoy de acuerdo, no lo estoy. Respeto las opiniones y espero que los demás respeten las mías. Si el pueblo ha dado al PS una mayoría absoluta por primera vez, no es para que todo siga igual, es para cumplir lo que creo que es mejor para los portugueses.

¿Trabaja muchas horas? Soy muy obsesivo con el trabajo, pero no un workaholic. Llego al despacho normalmente a las nueve y media de la mañana y salgo a las ocho o nueve de la noche, a veces más tarde. He aprendido a disciplinarme para ver a mis hijos; no ha sido fácil, pero ahora va mejor. Una de las cosas peores de ser primer ministro es que se reduce el tiempo para leer, pero en verano leo compulsivamente.

Periódicos no, claro. Nooo. Este verano leí un libro magnífico de Antony Beevor, París después de la liberación, que narra un periodo muy curioso, que me recuerda al Proceso Revolucionario en Curso portugués, el PREC (posterior al 25 de abril). Tiene una narrativa maravillosa y es un libro estupendo, porque cuenta muy bien la influencia del Partido Comunista, la complacencia de los intelectuales con el régimen soviético, el nacimiento de Saint Germain des Prés… También leí en verano Cinco días de julio, sobre los días decisivos en que Churchill tiene que vencer la resistencia para decidir que lucharán hasta el final; no tenía conciencia de que, en 1940, mucha gente en Inglaterra pensaba que lo mejor era rendirse.

¿Sólo le interesa la historia contemporánea? Este verano he leído también una novela de Saul Bellow, y me gusta el ensayo. Uno de mis autores favoritos es Ortega y Gasset, recuerdo la impresión que me causó La rebelión de las masas. Ortega escribía con mucha claridad. En los años treinta ya decía que el concepto moderno era lo lleno; porque todo estaba lleno, los bares, los teatros… Y la consecuencia era la ascensión de la opinión del hombre medio. Creo que Ortega defendía que debemos alimentar a los que han conseguido que seamos mejores para acabar con la mediocridad del hombre medio; hablaba de la nobleza, del esfuerzo, del hombre que se empeña en mejorar su sociedad… No sólo es un buen filósofo, es un filósofo que escribe bien.

¿Qué clásicos portugueses prefiere? Camões y Pessoa. Somos un país de poetas, pero unos son mejores que otros, claro.

¿Y usted ha escrito alguna vez? Nunca, tengo una capacidad crítica muy severa, no me gusta nada hacer el ridículo.

¿Admira a algún personaje vivo? Además de a Camões… Ja ja. A partir de los 40 años releemos los que nos gustaban. Es difícil encontrar poetas nuevos. Pero regreso con facilidad a Mário Sa Carneiro, Antonio Nobre, Miguel Torga, Cesário Verde…

Prefiere esos poetas a Manuel Alegre, el socialista crítico… Leo a Alegre con placer.

Pues se diría que es su única oposición en este momento. No, es sólo un crítico; y yo también soy crítico con él, pero hay respeto mutuo. Él escribió un artículo duro contra mí, pero en la cumbre con Brasil dijo que Churchill llevó el inglés al campo de batalla y que yo había llevado el portugués al mundo. Alegre es un compañero, crítico pero tierno. Estoy habituado a las críticas; si no estoy de acuerdo, respetuosamente, no lo estoy. Eso es la democracia. Antonio Costa (ex ministro del Interior y alcalde de Lisboa) me regaló hace dos años un libro de Daniel Innerarity donde decía que la política es un ejercicio permanente de convivencia con la decepción. Me ha tocado mucho; los políticos tenemos que decidir rápido sobre cosas muy inciertas. Es un ejercicio de humildad permanente.

¿Tiene pasiones? El fútbol me gusta, soy socio del Benfica e invertí en acciones en 2003 para apoyar a un presidente… A veces voy al campo y lo veo en la tele cuando puedo. No soy fanático; prefiero la selección. Cuando fui ministro de Deportes, tuve que ir, el 6 de septiembre de 1998 -me acuerdo porque es mi cumpleaños-, al arranque de la campaña de clasificación de la Eurocopa. Fui a Budapest con mi mujer, y recuerdo la emoción al ver saltar al campo a la selección… Hicimos la campaña de la Eurocopa, uno de los momentos más vibrantes que hemos vivido últimamente.

¿Planea estar otra legislatura al frente del país? Planeo estar hasta el final de esta legislatura. Después veremos.

¿De verdad no se va a presentar de nuevo? Ya veremos, hay dos años por delante, y eso es una eternidad en política. ¿Ha visto que mis compatriotas tienen de mí una sensación errada? Dicen que soy poco hablador…

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