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Tentaciones
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Reportaje:

Sólo el 'Rock and Roll' os hará libres

NO parece una persona que se deje intimidar fácilmente. Jack White mide casi 1,90 metros, aprieta fuerte la mano al saludar y mira fijamente a los ojos. Los kilitos de más que lucía hace unos años se han transformado en unos músculos definidos que sobresalen de su ajustada camiseta. Habla deprisa, un poco atropellado, y cuando ríe con su excesiva y desproporcionada carcajada tiene algo de niño grande y algo de psicópata. Pero toda esa fachada de tipo duro e inaccesible se desmorona cuando le recuerdan lo que se cuchichea por ahí: que es un genio. Eeeeeh, bueno, no lo creo... No, vamos No lo sé, tartamudea, mientras su pálida cara va cogiendo una tonalidad rojiza. Bien, hagamos la pregunta a sus compañeros de grupo, sentados a su lado. Sí, responden Brendan, Lawrence y Patrick casi al unísono, definitivamente es un genio. Qué cabrones sois. Yo me voy de aquí, dice Jack con una risa nerviosa mientras amaga con largarse.

El adjetivo puede resultar exagerado, pero Jack White, nacido como John Gillis hace 33 años en Detroit, es hoy por hoy uno de los grandes personajes del rock. Sentado en un amplio sofá de un hotel de Nashville (Tennessee), ciudad donde reside desde hace un par de años, se le nota relajado. Sonríe y hace bromas sobre su paupérrimo dominio del español. Pero no conviene confiarse. No me gusta estar todo el día ji ji, ja ja. Sobre todo cuando hago música. Es como si estuviera perdiendo el tiempo, dice. No soy un hombre serio, pero sí me tomo muy en serio la música.

El cantante vive un momento dulce. Gracias a The White Stripes, el grupo que fundó junto a su entonces esposa Meg White (él adoptó el apellido de ella), Jack se ha convertido en una de las nuevas estrellas del cosmos rockero. Todo el mundo lo admira y lo quiere. Ha colaborado con grandes (como Iggy Pop o Bob Dylan, con el que ha compartido escenario) y pequeños (como Tegan y Sara, un delicado dúo indie canadiense). Los últimos en solicitar sus servicios han sido los Rolling Stones. En Shine a light, el concierto-documental rodado por Martin Scorsese, se marca un pantanoso blues mano a mano con Keith y Mick. Aún no he visto la peli, dice Jack. Pero todo el mundo dice que salgo con cara de susto. No es así. Ésa es mi cara cuando estoy contento. Muchos creen que soy un tío engreído, pero no es cierto. Quería ser agradable, así que sólo traté de sonreír.

Para calibrar la importancia de The White Stripes no hace falta retroceder mucho. Formado en 1997, su blues minimalista sólo guitarra y batería; Jack y Meg, respectivamente fue a principios de este siglo uno de los pilares básicos de la enésima revitalización del rock and roll. Muerto Kurt Cobain, la llamada (a su pesar) voz de una generación, a finales de los noventa el rock malvivía entre los restos del naufragio grunge. Pearl Jam se había quedado sin competidores y se ofuscaba en una batalla contra Ticketmaster por el alto precio de las entradas. El posgrunge no valía la pena: era demasiado blandito y servil (alguien conserva los discos Candlebox o Bush). Pero cuando parecía que el rock alternativo volvía con la cabeza gacha a las catacumbas del underground, nuevos grupos volvían a convertir el género en algo excitante. The Strokes, en Nueva York; The Hives, en Suecia, y The White Stripes en Detroit demostraron que el nuevo siglo también iba a ser rockero. Pero en The White Stripes había mucho más: tenían una buena y curiosa imagen (una combinación entre rojo y blanco) y, sobre todo, unas raíces (blues, country, garage) que los distanciaba de cualquier moda del momento. Seis discos, varias giras mundiales y que su sencillo Seven nation army fuese adoptado extraoficialmente por la selección italiana de fútbol como canción de la victoria en el mundial de Alemania de 2006 han convertido a The White Stripes en unos clásicos. Lo que consiguieron no sólo no es cuantificable, tampoco es posible de explicar. En la época de las superproducciones lograron colocar en el primer puesto de los discos más vendidos de Estados Unidos el más crudo blues posible.

Pero Jack anda ahora en otra onda. El 11 de septiembre de 2007 el grupo tuvo que suspender la gira de su sexto álbum, Icky thumb, por culpa de la crisis de ansiedad que Meg sufría. Un vídeo pornográfico protagonizado por una chica que se parecía mucho a ella pudo minar su estabilidad. Con el rumor desmentido por ellos, siempre es de buena educación preguntar: ¿cómo está Meg? Creo que un poco mejor, responde Jack, recostado en el sofá. Aunque no estoy seguro, porque hace mucho tiempo que no hablo con ella. Estos chicos me tienen muy ocupado. Jack se refiere a Brendan, a Lawrence y a Patrick, con los que hace cuatro años montó The Raconteurs, una banda, en principio, paralela y que ahora se puede convertir en su principal trabajo. ¿Matará The Raconteurs a The White Stripes? No lo sé, dice Jack sin pensar mucho. Lo que sí sé es que con los Stripes tengo demasiado trabajo. Meg [que toca la batería] pone el ritmo y la emoción, pero yo soy el único que crea las canciones, las letras, la melodía. A veces tanta responsabilidad es agotadora. Con The White Stripes no tengo tiempo para sentarme y disfrutar. Con The Raconteurs, sí. Es distinto. Me siento muy cómodo porque el trabajo está repartido y encima con estos tíos me llevo muy bien. Desde luego, la idea de recorrer el mundo con cuatro amigotes suena más excitante que hacerlo con una ex con crisis de ansiedad. Sííííííí, dicen los cuatro al unísono. Carcajadas.

The Raconteurs se conocieron hace 10 años, en Detroit. Cuando traté a Jack por primera vez pensé que era un tipo raro, explica el guitarrista y cantante Brendan Benson, de 37 años, discreta pero talentosa estrella de power pop con varios discos en solitario. Y sigue siendo un tipo raro. Pero no sólo él. Estos dos también son gente muy curiosa. Brendan señala al bajista Jack Lawrence, de pelo lacio y gafas de empollón. El pequeño Jack Lawrence solía ir a mi casa, se sentaba y no decía ni una palabra, explica Brendan. Me caía muy bien, pero era un tío extraño. Recuerdo perfectamente la primera vez que me habló. Lo celebramos por todo lo alto. Lawrence escucha las palabras de Benson. Sonríe. No dice nada. La banda se completa con el batería Patrick Keeler que junto con Lawrence también toca en otra banda, The Greenhornes. Siempre habíamos soñado con hacer una banda juntos, murmura Patrick. Un día nos llamó Jack y pensamos: Por fin.

De aquella llamada nació en 2006 Broken boys soldiers, un adictivo disco de debut repleto de rock setentero que hizo que The Raconteurs tuviese casi más admiradores que The White Stripes. ¿Se había cansado Jack de Meg? Ella no le daba demasiada importancia. Jack siempre ha hecho cinco cosas a la vez, declaraba Meg en Rolling Stone. Cuando empezamos también tenía otra banda, así que es normal. No tengo celos. Jack entonces la tranquilizaba. Meg tiene mucho talento y siempre será la batería de The White Stripes, decía en la misma entrevista. Y yo siempre seré su guitarrista.

Pero las cosas han cambiado. Jack vive ahora en Nashville junto a su mujer, la supermodelo Karen Elson con la que se casó junto al Amazonas, en plena selva brasileña, y sus dos hijos pequeños. También se ha traído a los amigotes al pueblo. Siempre quisimos vivir en el Sur, dicen todos. En Nashville, de 30.000 habitantes, la música es una atracción turística. Hay altavoces por las calles que emiten 12 horas de country. Su avenida principal está atestada de bares donde cada noche actúan decenas de grupos. Incluso espontáneos. Pero Jack y sus amigos pasean poco por el centro. Viven en el extrarradio repleto de pequeñas y cuidadas casitas con jardín, piscina y estudio de grabación. Siempre quise vivir en el Sur.

Esta es una ciudad maravillosa, y cada vez que pasaba de gira por aquí soñaba con comprarme una casa. Un día me decidí, dice Jack, al que suelen parar por la calle para hacerse fotos. Así que los cuatro raconteurs hacen su vida a pocos metros de distancia unos de los otros. Juntos juegan al ajedrez. Somos demasiado viejos para las drogas, dicen y comparten sobremesa los domingos. Tenemos un teléfono rojo conectado con las cuatro casas. Cuando suena, toca grabar un disco, dice Lawrence, superando con ironía su silencio. Cuando Jack, tras la ansiedad de Meg, se quedó sin gira que llevarse a la boca, levantó ese teléfono. Seis semanas después nació Consolers of the lonely, el segundo bombazo del grupo, donde hay más de todo: mejores canciones y más variadas, más blues rústico y moderno, más pop, más rock setentero, más medios tiempos y más piratería. Porque, como todas las novedades discográficas actuales, el riesgo de la filtración es decir, que el disco se cuelgue en la Red antes de ser publicado es muy alto. Internet está repleto de cobardes. Tiran la piedra y esconden la mano. Jack se refiere a la filtración que sufrió uno de los últimos discos del dúo. Ocurrió mientras él descansaba en un hotel de Barcelona para actuar en el festival Primavera Sound. Una pequeña emisora de radio estadounidense lo acababa de colgar en la Red. El cantante puede ser el tipo más simpático del mundo, pero también el más brusco. Jack llamó directamente a la responsable de la emisora. No me enfadé, sólo quería que me dijese a la cara que había sido ella la que lo había filtrado. Quería que lo admitiese. Sé que fue ella, pero se asustó y lo negó todo. Si tuvo el valor de colgar el disco, lo lógico sería que tuviese el coraje de admitirlo. Yo no le tengo miedo a esa gente. No me caen bien los cobardes, explica antes de soltar una carcajada escalofriante.

De todo se aprende. Para evitar el mismo problema, su nuevo disco, Consolers of the lonely, llegó a las tiendas una semana antes de la fecha anunciada. Nos cansamos de toda esa paranoia y miedo, continúa Jack. No es bueno para la música, ni para los fans, ni para el grupo. Así que decidimos acabar con el problema cuanto antes.

Sólo unas horas previas a esta entrevista, los cuatro raconteurs volvían a subirse juntos a un escenario. Jack, con elegante traje marrón decorado con unos resplandecientes huesos humanos, corre de un lado a otro del escenario. Suda. Se convulsiona con cada nota. Hace falta estar ciego para no ver que disfruta más con una banda detrás. Fue en Nashville, a mediados de abril, en el primer concierto de la gira que les traerá por primera vez a España. Será el 19 de julio, en el FIB. Allí podremos ver cómo un rayo imaginario entra por los pies del cantante y recorre todo su cuerpo. Pocos guitarristas lo tienen. Uno de ellos es Jimmy Page, de Led Zeppelin, el grupo con el que constantemente comparan a The Raconteurs. No se puede hacer nada. Las comparaciones son inevitables, explica Jack. Y aunque hagamos canciones distintas van a seguir comparándonos con ellos, porque todas las canciones vienen de la misma raíz, del mismo lugar de donde quizá vienen las de Led Zeppelin. Nunca hemos pretendido ser un grupo retro ni imitar sonidos antiguos, pero estoy convencido de que he nacido en la época equivocada. Razón no le falta. Jack nunca fue muy popular en el barrio de Detroit donde se crió. Hubiera sido más fácil pasar de todo y escuchar música house o techno, como hacía todo el mundo en la escuela. Por lo menos hubiera tenido amigos. Pero no. A él le dio por el blues, el rock y el country.

Ahora tiene muchos amigos, pero los días que Jack quiere estar solo se escapa al Country Hall of Fame, un museo a un kilómetro escaso del hotel donde nos encontramos. Entre las joyas que allí se exponen encontramos la lujosa limusina de Elvis, el traje repleto de lentejuelas de la cantante Loretta Lynn a la que Jack devolvió a la vida tras producir su disco Van Lear Rose y el pijama del mítico Hank Williams, que poco tiene que envidiar al de cualquiera de nuestros abuelos. Jack puede pasar horas mirando su objeto preferido de este particular museo: el glamouroso traje de otro grande del country rock, Gram Parsons. Los músicos de country sabían cómo presentarse sobre un escenario, sonríe Jack. Yo todavía no estoy en ese museo. Pero me encantaría. Lo prefiero al Museo del Rock. ¿Son The Raconteurs el futuro del rock and roll No lo sé, concluye Jack. Quizá no seamos el futuro, sino la última banda de rock and roll. ¿Y The White Stripes? Bueno, eso ya veremos.

Consolers of the lonely está editado por PopStock!

Jack White y 'The Racounters'.
Jack White y 'The Racounters'.

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