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Entrevista:VICENTE DEL BOSQUE | ENTREVISTA

'Somos románticos del fútbol'

Juan Cruz

Hay un malentendido, o varios, con respecto a este hombre, Vicente del Bosque, seleccionador de fútbol de España, la campeona del mundo.

En primer lugar, está a punto de cumplir 60 años (en diciembre), y en la tele, donde suele aparecer con traje oscuro, o con chándal, parece de esa edad, y a veces más. Y sin embargo, en persona, aquí, junto a la puerta de cristales de su casa de pisos, justo enfrente de las torres que antes fueron su casa en el Real Madrid, donde estuvo desde que tenía 16 años hasta 2003, y donde consiguió récords de campeonatos europeos y españoles en sus cuatro años de entrenador, Vicente del Bosque es un hombre que representa, por lo menos, cinco años menos. Sonríe; es un chiquillo. Y no es solo porque esté feliz, que eso no lo pregona, sino porque anda con una agilidad que desmiente la rotundidad del corpachón que ya tuvo como futbolista.

"Un club, además de una empresa, es un foco de sentimientos"
"En el fútbol, todo el mundo tiene un poco de razón. en la vida, también"
"No esperéis un discurso como si fuéramos soldados", les dije el último día

Además va vestido como le ha dado la gana; la mujer, Trini, que le recibe luego en casa, le hizo algún reproche retrospectivo a ese respecto. Este hombre, siempre con sus trajes, por qué siempre tienes que ir con trajes. Esta vez lleva un pulóver marrón, abierto por delante, y a pesar de esa corpulencia que abriga, muestra un vientre del que no sobresale grasa alguna.

En realidad, este hombre no hace ostentación de nada. Vive aquí, en estos pisos, desde hace muchos años. Sofía Moro quiso retratarle en su casa. No quería por nada del mundo que le fotografiaran entre sus muebles sobrios, junto a su mesa de trabajo, desde la que ve, "con nostalgia o melancolía", lo que fue su escuela de toda la vida, la ciudad del Real Madrid, o en ese salón en el que hay cuadros hermosos y discretos, largos sillones mullidos, una mesa de cristal, o incluso en la cocina, a la que aún no han llegado los tres hijos para cenar ("vete a saber dónde estarán"; Álvaro, por cierto, el más conocido de los tres, está con sus amigos, dice Trini)… Aparte de que no quería que le retrataran en esos dominios comunes de la familia, ni siquiera quería más de un retrato, y tomado en el jardín de la comunidad… Luego posó más, pero es cierto (como decía de él Alfredo Relaño, citando una frase dicha por Sean Connery en La casa Rusia) que, mientras que en el campo parece una cama sin hacer, aquí en persona muestra un aire juvenil que es muy difícil imaginar en alguien tan serio, tan tímido y a veces tan ensimismado.

Y aquí es donde viene el mayor malentendido: que Del Bosque no muestra sentimientos, que los guarda. Si uno lo mira de cerca, ese malentendido salta por los aires. Cuando es Vicente de veras es cuando la conversación se pone muy seria (el recuerdo de los padres y de los maestros, la persecución que sufrió su padre, ferroviario y rojo, encarcelado después de la contienda, buena persona…, la lucha porque Álvaro, el hijo con síndrome de Down, sea el chico que es hoy, la memoria de los fracasos, su abrupto despido del Real Madrid…). Entonces a Del Bosque se le sube un rastro de sangre nerviosa a los ojos, y ahí empieza el hombre a mostrar la verdadera dimensión de su ternura, de la herida que la vida hace mostrar en la soledad de los ojos. No hay lágrimas, pero el testimonio irremediable de esos ojos se queda en tu retina como la firma íntima de un hombre. De la historia de su padre no habla demasiado, no quiere, es su intimidad, su lucha por guardar dentro lo más preciado, como de la historia de su hermano Fermín, muerto cuando tenía 43 años… El periodista Joaquín Maroto, que trabajó con él en el Madrid, me cuenta que hace años le pasaba colirio a Vicente para que ese rojo de los ojos que ahora surge ahí, diluido pero rotundo, pasara inadvertido en momentos de alta tensión en los partidos; y así debían estar los ojos en esos momentos decisivos del Mundial, cuando se cabreaba tan solo por dentro y murmuraba "¡putamadre!", o se golpeaba una mano contra la otra, o apretaba los puños como si estuviera amasando un pan amargo o durísimo.

Un hombre ante la victoria. Aquí está, ya está sentado, ante el magnetófono. Un vecino le acaba de felicitar en el rellano; él le ha preguntado por su familia, dónde veranearán; Trini le ha recibido en la puerta, y ya está este hombre, que ahora es un ídolo nacional, siendo incitado por el periodista a imaginarse cómo era de niño, en la escuela, en la casa.

¿Cómo era ese chico, Vicente? Como todos los chicos. Leche en polvo en la escuela, pobreza, limitaciones; una madre muy dedicada, un padre que era ferroviario y luego empleado, muy buena persona. La vida era una aventura, la veíamos así, y todos queríamos ser futbolistas… Creo que fueron los mejores años de mi vida porque no necesitábamos dinero, no necesitábamos nada, solo queríamos entrenar y ser futbolistas.

Y los maestros ahí estaban… Don Ramón, don Ángel, don Celedonio y don Juan… Son imágenes que no se me olvidan. Y una vida familiar de la que apenassalíamos, ni de vacaciones. Se decía: "Vamos a tomar el fresco". Y eso era salir; salíamos por la noche a la puerta a charlar con los vecinos de la actualidad de aquellos tiempos. Naturalmente, siempre encaminábamos esas conversaciones hacia cosas banales: toros, fútbol… Hablar de política estaba casi vedado…

Todo el mundo habla ahora de don Fermín, el ferroviario… Pero ¿cómo era Carmen, su madre? Una mujer de su casa. Era de un pueblecito de Ledesma; sus padres se dedicaban al transporte, gente muy humilde y muy limpia.

¿Y cómo era su relación con ella? Sus padres venían de una guerra, su padre había sido perseguido… Era un mundo difícil en el que nació usted… Sí, en casa se recibían cartas haciendo proselitismo. Mi hermano a veces avisó a la comisaría de que se recibían… Pero en casa éramos felices y estábamos muy bien. Cuando comenzó la aventura con el Real Madrid yo tenía 16 años. Mi padre tenía mucha confianza en los hombres que dirigían el club. Sabía que me ayudarían en mi formación, y lo hicieron, claro.

Debe suponer mucho: sale usted de Salamanca, deja unos maestros y su padre los pone en manos de otros… Sin ninguna duda. El señor Santamaría, el señor Molowny… Alberto Jesús, José Luis Ajenjo…, gente del club de toda la vida, que estuvieron trabajando cincuenta años para el Real Madrid. Ellos iniciaron la cantera y trataron de educarnos de la mejor manera posible, con la mejor intención. Cuando eres crío, a veces obtienes éxito a nivel de juveniles. Pues ellos relativizaban ese éxito, como diciendo: "Eso no es nada". Ahí aprendí a relativizarlo todo.

Le enseñaron a perder. Yo creo que nos enseñaron a ganar, porque perder perdíamos muy poco, casi nunca. Es tan difícil saber ganar como saber perder.

Ese respeto que usted aconseja ante el que pierde es de alguien que aprendió a saber ganar… Sí, sí. Saber ganar y saberperder se parecen. El día de Suiza [cuando España perdió el primer partido en el Mundial] me acerqué silenciosamente al entrenador suizo, Hitzfield, y me paré poco antes de llegar a él porque estaba celebrando su victoria… Lo hice con todo el dolor de mi corazón porque yo estaba muy fastidiado ese día. Pero creo que en la vida, y sobre todo los que tenemos que dar un poco la imagen del deporte, estamos obligados a comportarnos con la caballerosidad del que sabe perder. No solo es ganar, ganar y ganar. Es también el comportamiento que uno manifiesta perdiendo o ganando.

¿Es más duro perder ante tanta gente? Es que las expectativas que se habían creado eran demasiado máximas. No digo que imposibles de conseguir, como se ha visto, en el deporte no hay nada imposible, pero demasiado atrevidas. Eran 31 que fracasaban y uno solo que triunfaba. No era lógico que ganáramos, porque España no tenía ningún pedigrí, ningún antecedente de victoria en ese plano, no nos habíamos acercado ni a semifinales. Con esas expectativas, además, la derrota es mucho más dolorosa.

¿Qué se siente en ese momento en que ya se pone en entredicho la ilusión, tan pronto además, tras el primer partido? ¿Se sintió usted vacío por dentro? No. Ahí es donde la madurez de la gente, la tuya y la de los jugadores, resulta tan importante. Nos podíamos haber escudado en la mala suerte, pero lo fundamental era buscar las causas, qué errores habíamos cometido, si fueron muchos… Y si no los hemos cometido, seguir insistiendo en lo que veníamos haciendo, lo que nos llevó al Mundial. Y no encontramos ningún culpable… Los jugadores se comportaron correctamente. No hay culpables, seguimos insistiendo, no podíamos dar bandazos tras el primer traspié.

Usted es un hombre muy conectado. Lee la prensa, está pendiente de las noticias de la Red… Percibiría las reacciones que hubo, algunas muy destempladas de algún antecesor suyo, o de algunos colegas… Escuché que dijo de Maradona (que le criticó): "Sin acritud, creo que Maradona es un poco pesado". Pero de los demás (Aragonés, Toshack…) no dijo nada… Sobre los demás dije, me parece: "Prefiero perder antes que defenderme". Enalgunos momentos, cuando llega la crítica, cada uno tiene su defensa, y más en este mundo del fútbol donde todo es tan opinable. Pero en ese momento prefería perder antes que entrar en discusión con nadie.

Dijo algo que parece un mensaje a la gente: "De esto entiende todo el mundo. Cómo no van a opinar libremente". Ese día, además, me mostré muy contundente en la defensa de un jugador, SergioBusquets. Me cuestionaron, y a él lo cuestionaron muchísimo. Cuando lo veo en perspectiva, me digo: "Qué atinado estuve al comentarlo, porque no habría tenido mérito haberlo hecho cuando ya éramos campeones del mundo". Dije: "Si volviera a ser futbolista, me gustaría ser como Busquets". Lo decía desde el sentimiento de un chico al que aprecio como futbolista y que había sido injustamente tratado. En esa batalla Madrid-Barcelona de la que es imposible sustraerse sale perjudicada gente que no es culpable.

Desde el punto de vista psicológico también debe ser un escollo para usted que en este país el fútbol se extrapolara de manera tan nítida a la discusión política… Claro. Y cometeríamos un grave error que se produjera esa extrapolación, esa comparación fútbol-política… Los chavales son futbolistas, y yo, un entrenador. Mal andarían las cosas si nosotros, desde el fútbol, intentáramos dar lecciones a alguien. Sí es verdad que el estilo, el comportamiento cabal de los jugadores, tanto en la derrota como en la victoria, igual que mi comportamiento, debe intentar acercarse a lo perfecto. Pero esto es así en el fútbol, y debe ser así en la vida. Perfecto no es nadie; estamos llenos de imperfecciones, pero debemos dar una imagen de un país que ha progresado muchísimo; estamos en el grupo de cabeza del mundo y la imagen de gente joven como la nuestra, que ha celebrado el éxito, que han sido los que menos tarjetas han recibido, que no han sido futbolistas problemáticos, es la imagen de un país bueno. Eso me alegra muchísimo.

Usted mantuvo ese discurso: todo es relativo y no se gana hasta el final. Y los jugadores hicieron lo propio. ¿Era un discurso que usted les había dado o lo aprendieron por su cuenta? Tratamos de desdramatizar todas las situaciones del fútbol. Creo que el último día dije algo así como: "No esperéis de mí un discurso patriotero o defensivo, como si fuéramos unos soldados que hemos venido a defender no sé qué. Nos lo tenemos que tomar como lo que somos; vamos a jugar el mejor partido que un futbolista puede jugar en su vida: una final del Mundial". No derrapé por el lado del patrioterismo, etcétera. No dije: "Nos están viendo en España nuestras familias, etcétera". Eso habría parecido un drama. Esto es una fiesta en la que nos hemos ganado el derecho a jugar este partido. Nada más.

Sustituyó usted la furia por la razón. Eso también es una lección novedosa para el deporte de este país. Si la furia es esfuerzo, debe seguir existiendo; es la base de todo. A partir de ahí, la inteligencia y lo demás son fundamentales; pero la base es el esfuerzo, sin ninguna duda. Para cualquier actividad, primero es el trabajo, la laboriosidad, y luego, aquel que es más talentoso, el que tiene más calidad, pues sobresale naturalmente.

Mantener el equilibrio y la serenidad es grandeza cuando se gana. Pero cuando se pierde debe ser un trago muy amargo. Y usted ha perdido algunas veces. ¡Hombre, claro! Me entran sudores por todos los lados. La derrota es muy dura. Toda mi vida se ha desarrollado entre las cuatro paredes del Real Madrid. Treinta y seis años en los que prácticamente hemos sido el equipo ganador, en los que se saborean muy poco las victorias, porque son lo acostumbrado. Sin embargo, las derrotas son muy crueles, muy duras. Es difícil que el deportista se acostumbre a las derrotas.

Usted se refiere a sus maestros del Real Madrid como "señor Molowny, señor Santamaría…" ¿Cómo era esa relación? Primero, de respeto. Eran ex futbolistas que trataban de educar a unos chavales no solo para el fútbol, sino para la vida. Molowny ha sido un hombre discreto, trabajador, un líder moral. Es que no quedan de esos; es muy difícil encontrar ese liderazgo. Dicen que son cosas de otros tiempos. No. Hay cosas que son atemporales, no es de un tiempo, es de siempre. Pongo el ejemplo del señor Molowny por ser quien es, pero había gente extraordinaria…

Y en este Mundial usted puso en el equipo a dos canarios, como Molowny, Silva y Pedro… En la rueda de prensa posterior a los partidos, en la que atendí a los sin techo [las televisiones que no tenían derechos de retransmisión], un valenciano me preguntó por qué no jugaba Silva… Todos preguntan según la procedencia de los futbolistas… El valenciano por el suyo, el tinerfeño (o el del Barça) hubiera preguntado por Pedrito, que, por cierto, ha estado magnífico… Creo que en la selección estamos por encima de todo localismo, si no sería imposible lograr un equipo como el que hicimos. Tengo dolor por Silva, porque es un chico bueno, tímido, que casi no habla, extraordinario, y que no ha jugado tanto. Pero siempre hay 12 tíos que se quedan sin jugar. En un vestuario, 11 tíos juegan, 12 se quedan sin jugar y 12 son permanentemente titulares en sus equipos. Y no están acostumbrados a la suplencia.

Hay que ser un señor Molowny o un señor Del Bosque para manejar esos egos y que los chicos salgan luego a defender al maestro, aunque no jueguen. No hay palabras para aminorar el disgusto de un jugador. Hay que intentar ser lo más justo posible. A partir de ahí, el entrenador se vuelve más creíble. Si no es así, el futbolista te va analizando día a día. En función de las pequeñas o grandes decisiones que vas tomando, tu figura se va debilitando o reforzando. Estar cuatro años en el Madrid a veces lo pienso- es muy duro, y es verdad que fuimos generosos con los jugadores que teníamos, pero en cuatro años son muchas las decisiones que tienes que tomar. El que no se erosione tu figura y que salgas con respeto del club, de los jugadores, es importantísimo. Y muy difícil.

Es usted un hombre con buenas y malas memorias. Sufrió la muerte de un hermano joven, la persecución de su padre, el fracaso al que le conduce su club de siempre, que le dice: "Oye, esto se acabó" abruptamente. ¿Eso le ha aportado enseñanza, armonía, le ha permitido tratar mejor los egos ajenos? Sin ninguna duda. Las empresas son muy frías. Pero un club, además de una empresa, es un foco de sentimientos. No se trata solo de "tú me vales como jugador, o como entrenador, y el día que no te quiera…". Los clubes deben cuidar el respeto al pasado cada día más. Los socios eso lo tienen muy en cuenta. No quiero decir que uno viva de ser una reliquia del pasado. Hablo del respeto hacia la gente que ha trabajado en la casa y ojalá pasara eso también en las empresas. Lo viví en mis propias carnes, pero no quiero entrar más en el tema porque en este momento no quisiera molestar a nadie.

Su hermano Fermín hereda el nombre de su padre y muere a los 43 años. Eso deja una huella que luego forma parte de la estructura moral de los que quedan… Así es. Él era un caballero que siempre estaba preocupado porque yo no me torciera en el Madrid. Deseaba que me abriera camino en el mundo del fútbol, pero una enfermedad cruel se lo llevó. Era un tipo extraordinario.

¿Cómo reaccionaron sus padres ante su éxito tan temprano? Con bastante normalidad. Mi padre de vez en cuando escribía al club. Al cabo de los años, el señor Molowny me contó: "Tu padre nos escribía cartas cada dos o tres meses para ver cómo te portabas, qué tal los estudios, si ibas a clase". Antes el contacto telefónico era menor; lo cuentas así ahora y parece que estás en otro mundo.

¿Leyó esas cartas? No.

¿Le escribía a usted? Durante esos años hablaba con ellos dos veces por semana. Una vez que entré en el equipo les llamaba todos los días; y si llamaba más tarde de las diez de la noche, mi padre me decía: "¿Por qué llamas tan tarde?". Era casi una patología.

Otro mundo. ¿Y ha cambiado mucho el mundo del fútbol de su tiempo a este? Usted al hablar de sus mayores siempre lo hace con la palabra señor por delante. Ahora el futbolista los llama míster, y se advierte más una relación entre empresas, el futbolista-empresa, el club-empresa… Es posible, pero no debemos generalizar esos casos excepcionales de futbolistas-empresas, no creo que sea el estilo del fútbol. Sí había aquella distancia del "usted", y ahora hay una mayor cercanía, que no tiene por qué ser falta de respeto. Nosotros teníamos un entrenador que se llamaba Mezquita, y todos los chavalines lo llamaban Mezqui. Era el más querido de toda la ciudad deportiva. El tuteo o el usted no significan nada, lo que pasa es que en aquellos tiempos ya se sabe… A mi padre yo nunca le traté de usted, siempre de tú. Pero a Molowny era imposible que yo le tuteara.

Se llevó al Mundial un equipo lleno de futbolistas preparados por Pep Guardiola… ¿Cómo ve la figura de Guardiola, que se ha convertido en un paradigma del nuevo entrenador, que viene de abajo, como usted? Con su clase y saber estar ha conservado cosas que no son de ningún tiempo. No es modernismo, es sentido común, sabe tener buenas relaciones. Siempre ha recordado al señor que le llevó a la Masía, el señor Oriol Tort, y que llevó a tantos jugadores jóvenes. Es una señal de que conserva valores importantes…

¿Y de dónde ha aprendido usted? Esto es un recorrido largo. Cuando me preguntan por qué he sido entrenador, contesto que porque creo que es aquello para lo que estaba más capacitado. Y porque me influyeron algunos entrenadores que tuve: Miguel Muñoz, Molowny, dos yugoslavos fantásticos, Miljanic y Boskov… Hemos sido unos cuantos chavales de aquella época que hemos salido entrenadores: Camacho, García Remón… Nos influyeron tremendamente, muchos de nosotros copiábamos los entrenamientos que hacían entonces. Tenían su método. Miljanic practicaba el aprendizaje de repetición. Hacíamos un entrenamiento aburrido como un demonio, media hora haciendo el mismo movimiento, pero poco a poco calaba. Boskov era todo lo contrario, todo competición. Métodos totalmente distintos. ¿Cuál era el mejor o el peor? En España ha habido una fiebre táctica últimamente que creo que ha ido remitiendo. Es muy bueno que haya un equipo tremendamente organizado, pero tiene que sobresalir el talento individual. Sin esos factores no se hace nada…

Es usted un tipo serio, y en el banquillo parece especialmente serio. Ha demostrado que no se dirige una orquesta solo gesticulando… No soy partidario de eso. Además, creo que no soy serio, de verdad. No soy divertido ni especialmente gracioso, pero soy un apasionado del fútbol. Se lo llegué a decir a los chicos: somos románticos del fútbol. Amamos el fútbol, les dije, y hoy vamos a jugar la final.

¿Ese fue su discurso? Sí, sí. Casi no hablamos de cosas tácticas; ya habíamos jugado partidos antes, los tres amistosos y los seis de la competición del Mundial… Vamos, lo que quiero decir es que no soy un borde, un tipo seco; no soy muy expresivo, es verdad, pero tengo una gran alegría y me encanta el fútbol.

Se ha convertido usted en un héroe nacional. La conciencia de que eso puede pasar al olvido quizá ayude a su manera de relativizarlo todo. No he cambiado nada desde que me he dedicado a entrenar. Y este éxito tampoco me va a cambiar. Habré evolucionado en mis conocimientos, pero en cuanto a carácter soy el mismo que era antes del Mundial. Además no hemos ganado holgadamente, sino con mucho equilibrio, con mucha lucha, en partidos muy difíciles. No ha sido un paseo ganar. Pero si me hablas personalmente, creo que soy el mismo antes del Mundial que después. Con mis defectos y con mis virtudes.

¿Y en casa? ¿Cómo le tratan sus hijos, su mujer? Igual. Han manifestado sus emociones, claro que sí.

Se ha puesto muy de manifiesto su relación con Álvaro, su hijo con síndrome de Down. Un profesor de la Complutense me ha contado hoy esta historia. Antes del Mundial le regaló a un muchacho mexicano, en México, una camiseta de la selección española. El chico se la puso desde el inicio del Mundial y ahora es su tesoro más preciado, es el muchacho más feliz del barrio. Lo que me dijo el profesor: "No sabe Del Bosque el favor que le ha hecho a muchísima gente en todo el mundo manifestando ese afecto por su hijo Álvaro…". Sí, me he dado cuenta… Pero lo que sucedió con Álvaro después del Mundial, en la celebración, no fue algo preparado, fabricado. Mi hijo el mayor lo llevó a La Moncloa para recogerlo al salir de allí y llevarlo en el autobús. Eso sí se lo prometí. Pero no creí que eso fuera a tener ninguna trascendencia. Le pregunté a Segundo, el jefe de seguridad de La Moncloa: "¿Ha llegado mi hijo?". Y me contestó: "Tranquilo, que tu hijo ya está con Zapatero". Y ya me quedé tranquilo. Cuando llegamos a La Moncloa lo vi allí. Pero fue todo espontáneo. Luego, claro que te das cuenta de que hay familias con discapacidades muy duras, difíciles, y creo que es bueno para todos relativizar esas situaciones. Para nosotros no ha sido ningún sufrimiento.

Su tranquilidad ante el éxito y el fracaso tendrán que ver con ese aprendizaje. Seguramente que eso nos ayudó a poner las cosas en su sitio. Cuando nació fue un dolor, pero a los pocos días nos dimos cuenta de que era un niño como los otros. De hecho, le tratamos como un niño más, como a un hermano más. Si su madre le tiene que echar una bronca, se la echa igual, aunque a él no le gusten ni los alborotos ni las broncas ni las voces.

Y a usted le echa broncas él. A mí me vacila. Creo que Álvaro me vacila más que me abronca.

Le dijo usted a Zapatero en el programa de Ángels Barceló: "No se olvide que siempre que llueve escampa". Es un dicho castellano, pero es verdad. La situación es complicada, pero no es solo española, sino mundial. Seguramente nos han arrastrado otras economías, pero vendrán tiempos mejores. Si superamos los años cuarenta y los cincuenta, con las dificultades que hubo, cómo no vamos a superarlo ahora. Es imposible.

El Rey fue muy afectivo con usted. ¿Le pareció una recompensa? Sí, fue espontáneo, sincero; fue la expresión de un afecto que viene de una familia que cae bien a la gran mayoría, y él especialmente. Nos llamó el día anterior a la final; también nos llamó el presidente Montilla. Recibimos muchos mensajes de políticos, todos muy cariñosos.

¿Qué le dijo Montilla? Que nos deseaba lo mejor. Le dije que tenía una buena representación también de su comunidad y que estaba muy contento con ellos. Estuvo muy cariñoso.

Ahora tiene ahí muchos futbolistas del Barça, quiso mucho a Kubala… Un poco del Barça ya será… ¡No soy del Barça [risas de madridista], pero no me cae mal [más risas de madridista]! Tengo muchos amigos de la época: Asensi, Rexach, Carrasco, Marcial… Nos llevábamos muy bien. Es que siempre ha habido una relación magnífica entre Barça y Real Madrid en la selección, por lo menos en lo que yo he vivido… Ahora veo a Xavi y a Puyol con Casillas… La gente siempre trata de enconar un asunto que no tiene ni pies ni cabeza…

Es usted una persona de su tiempo, que ha sufrido las cosas de su generación. ¿Cuáles serían ahora sus preocupaciones ciudadanas? España es un país que ha crecido y que está en progreso. Pero hay temas que me preocupan, que nos deben preocupar a todos. Espero que el presidente del Gobierno y el ministro del Interior no tengan que hablar de terrorismo, un tema amenazante y preocupante que siempre tendremos ahí y que ojalá se radicalicen cada vez menos las posturas. Y ahora tenemos el paro. Que todos tengan posibilidad de trabajar y que la gente joven pueda tener su futuro es lo más importante de la vida…

Luis Martín escribió en este periódico: "Su padre el ferroviario le ayudó a levantarse y a caminar". ¿Eso es lo que le dio fuerzas? Me acuerdo mucho de ellos; les hubiera gustado vivir esta etapa de su hijo. Pero mi padre era un hombre demasiado radical en algunas cosas, aunque tenía sus motivos. Ahora, afortunadamente, somos muchísimo más tolerantes. Por eso este país es mucho mejor. Las posturas radicales no conducen a ningún lado. Decíamos antes que en el fútbol todo el mundo tiene un poco de razón. Y en la vida tampoco tenemos la verdad absoluta. Por eso creo que estamos en el camino de ser lo más tolerantes posible con el que no piensa como tú.

Vicente del Bosque, seleccionador español
Vicente del Bosque, seleccionador españolSOFÍA MORO

Una vida alrededor del campo

Vicente del Bosque es un hombre de fútbol en una familia de trenes. Hijo y nieto de ferroviarios, nació en Salamanca en 1950. A los 16 años entró en el Real Madrid, el club deportivo al que entregaría sus siguientes 36 años. Fue jugador, director de la escuela deportiva y, finalmente, entrenador del primer equipo.

En el verano de 2003, al día siguiente de ganar la Liga por segunda vez, fue despedido de ese puesto con cajas destempladas. En un pasillo. Después pasó por un club turco, el Besiktas, y tras ocho meses volvió a España.

Seleccionador del equipo español de fútbol desde julio de 2008, en sustitución de Luis Aragonés. Campeón de la Copa del Mundo 2010. Está casado y tiene tres hijos: Vicente, de 23 años; Álvaro, de 21, y Gema, de 17.

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