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Crítica:PURO TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Traiciones y burundangas

Marcos Ordóñez

1 Traición (Betrayal, 1978) es la obra más popular de Pinter. Su asunto es la mentira como metástasis. Nueve escenas secas, reconcentradas, que trazan un desolador laberinto de engaños. Robert, editor, y Jerry, agente literario, son amigos íntimos y se conocen desde la universidad. Jerry tiene un largo affair con Emma, esposa de Robert, que dirige una galería de arte. Pinter lo cuenta comenzando por el final (el reencuentro en un pub entre los amantes separados) y remontándose, paso a paso, hasta el origen de la historia, diez años atrás. No es una estrategia original (Kauffman y Hart patentaron el prototipo en 1934 con Merrily We Roll Along), pero lo fascinante del texto es su economía y su gradación informativa: de qué manera se nos narra el avance de esa marea negra mostrándonos no las cumbres sino los intersticios por los que ha escapado la pasión, a través de un diálogo que disfraza y al fin revela (por omisión, por máscara) los verdaderos sentimientos. A lo largo de esas nueve escenas nos enteramos de que todos han mentido para que las aguas no salieran de su cauce y que, en definitiva, no hay peor traición que la de engañarse a uno mismo.

Me ha pasado una cosa curiosa en el montaje que María Fernández Ache (responsable de traducción, versión y dirección) ha presentado en la sala pequeña del Español: apenas he visto a Emma. Yo creo, lo digo de entrada, que el personaje estrella, el imán y el motor de Traición, es Robert, el marido: es quien tiene los impulsos más poderosos, las mejores líneas y la mejor escena, la famosa "escena de Torcello", en la que descubre de modo azaroso el adulterio y se comporta a caballo entre Rattigan y Strindberg, entre la alta comedia y el juego oscuro y cruel. A Emma nunca he acabado de pillarle las vueltas, y no sé si es por torpeza mía o (que el Señor me perdone) porque Pinter no acabó de perfilarla. Percibo el pasado, los entreveros, los arrumbados ideales de juventud de Jerry (Nico, en la versión) y Robert, pero Emma se me escapa. Sin embargo, en todos los montajes de Traición que he visto, Emma tenía más voltaje vital, más densidad emotiva y más sensualidad que lo que ofrece Cecilia Solaguren: me temo que la naturalidad (y esta actriz tiene mucha) no basta para ceñir el personaje, y que su registro facial, en el que predomina la mirada de ojos desmesurados, resulta un tanto monocorde. Dicho esto, la verdad es que la disposición en pasillo no se lo pone fácil. El decorado de Ikerne Giménez es muy blanco, muy frío, y en las transiciones hay una sobredosis de luz fluorescente y chirrido sonoro estilo Lynch, pero el verdadero problema está en las distancias. La escena de Torcello, sin ir más lejos: ha de ser dificilísimo tratar de "enviar" con el rostro, con muy pocas líneas, cuando la mirada del espectador se va impepinablemente hacia Robert, que no sólo lleva la acción sino que se encuentra a unos cinco metros de Emma. La cosa todavía se pone más ardua cuando resulta que Robert es Will Keen, un monstruo actoral que recuerda a John Malkovich con la mirada de halcón del último Terence Stamp. Keen compone un Robert sarcástico, inquietante, aparentemente frío y profundamente apasionado, que pasa de hielo a fuego en cuestión de segundos. Quizás haya un punto de exceso en su garabato de pájaro neurótico, pero te lleva de la nariz adonde quiere. La versión sigue una pauta tan sencilla como inteligente: situar la acción en Madrid manteniendo la ciudadanía inglesa del personaje para que cuele su acento. La verdadera química de pareja no se produce entre Sanjuán y Solaguren sino entre Keen y Sanjuán, como evidencia la extraordinaria escena del restaurante. Alberto Sanjuán es Nico, encantador, ególatra, narcisista y tal vez secretamente concebido como un galán de comedia: da el primer paso en la cadena de traiciones, pero siempre es el último en enterarse de lo que sucede. De los tres, diría yo, es el que menos desea (o sólo le vemos desear al principio, un principio que es el final), lo que tampoco es tarea sencilla para un actor. Sanjuán, que recuerda un poco a un joven Ramón Pons, realiza aquí una de sus interpretaciones más claras, más firmes y mejor matizadas. Con un solo pero: la declaración en la alcoba de Emma. Vale que ha de tener un punto de "representación", de seductor encantado de escucharse, pero Sanjuán lo hace demasiado enunciativo. Hay un momento en ese shakesperianísimo pasaje en que Nico ha de romper a volar, y sorprenderse de su vuelo, y nosotros hemos de volar con él. Y eso todavía no se produce en el escenario.

2 Escribir una comedia en la que los tontos son etarras requiere una considerable dosis de coraje: Martin McDonagh llevó a cabo una operación similar con un comando itinerante del IRA en The Lieutenant of Inishmore y por poco sale escaldado. Curiosamente, el referente de Jordi Galcerán a la hora de componer Burundanga, llamada a eternizarse en el Maravillas, no es McDonagh sino Alfonso Paso, el Paso más eficaz, el de Vamos a contar mentiras o Usted puede ser un asesino. Tratándose de un autor que podría ser su bisnieto, sorprenden las similitudes de mecánica: el enfoque de las situaciones, el timing de las réplicas. No es cuestión de revelar aquí la trama, que a ratos bordea el trazo grueso, pero Galcerán esquiva, en un porcentaje alto, los riesgos de tomarse a chacota una droga y una banda que no suscitan excesivas humoradas. La función, dirigida con mano muy firme por Gabriel Olivares, despega como un cohete y le cuesta igualar el punch de su primera mitad, tal vez porque no acaba de aprovechar el potencial de Jaime, el antiguo activista metido a financiero (un poco acartonada, lástima, la comicidad de Eloy Arenas), pero arroja el balance de un nutrido puñado de chistes y está espléndidamente servida por su entregadísimo cuarteto protagonista: Mar Abascal (entre Jennifer Aniston y Trini Alonso), Antonio Hortelano (que recuerda a un joven Chisco Amado), el eléctrico César Camino y Marta Poveda, una actriz afinadísima que borda el personaje de Berta y se lleva de calle la función.

Traición, de Harold Pinter. Traducción, versión y dirección de María Fernández Ache. Teatro Español. Madrid. Hasta el 25 de septiembre. Encuentro con el público el día 21 de septiembre a las 22.30 en la sala pequeña. www.teatroespanol.es. Burundanga, de Jordi Galcerán. Dirección de Gabriel Olivares. Teatro Maravillas. Madrid. www.teatromaravillas.com. www.burundanga.es.

Will Keen y Cecilia Solaguren, en una escena de la versión de María Fernández Ache de <i>Traición,</i> de Harold Pinter.
Will Keen y Cecilia Solaguren, en una escena de la versión de María Fernández Ache de Traición, de Harold Pinter.JAVIER NAVAL. WWWESTUDIOJN.COM

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