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PERDONEN QUE NO ME LEVANTE
Columna
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Trazos de identidad

El Cairo puede ser una ciudad angustiosa, sobre todo cuando se la contempla con ojos que intentan abarcar su futuro. La desazón se calma cuando se la incrusta en esa eternidad temporal de la que procede, y entonces produce un espejismo aún más inquietante: creer que su caída libre en el abismo de la derrota es algo que a ellos, la gente de El Cairo, no les perjudica como lo haría con nosotros, procedentes de puntos tan distintos, de formas de vida tan opuestas.

Falso.

Todo es falso en El Cairo y todo puede ser verdad. Y esta última frase que acabo de escribir también es una impostura. Lo es cualquier visión de esta metrópoli empobrecida, sucia y abandonada -como el resto del país- por sus gobernantes y sus amos, que se perfuman pero huelen mucho peor que la miseria, que habitan en lujosas mansiones lejanas, de un mal gusto apabullante, y que muestran su nivel moral cuando se emperifollan para acudir a un concierto del más momificado Julio Iglesias al pie -los dioses le perdonen; porque yo no- de la Esfinge.

"Comprendí que veía El Cairo con un poco más de ojos, de vista, de imaginación"

Todo es falso pero todo es cierto. Lo absoluto, lo tajante, sobre todo, es lo que más miente. Lo otro, las miradas parciales, inseguras y, sin embargo, hondas, pertenecen a lo único que el extranjero puede hacer honestamente con esta desmesurada capital: agarrar un cachito -o soñar que lo agarra- y observarlo. Y no creerse nada, ni nadie.

Viene esto a cuento porque, en mi reciente última estancia en El Cairo -cinco semanas que me regalé porque a estas edades todo contacto con lo que uno ama es poco; y a esa ciudad la quiero, por difícil-, tuve ocasión de apreciar dos fragmentos, dos percepciones de la antigua Victoriosa que extraña, pero no casualmente, conviven en una misma exposición fotográfica, titulada Trazos de identidad, de los artistas fotográficos Toño Labra, mexicano, y Manuel Álvarez Diestro, español.

La vi en una galería del complejo cultural de la Ópera cairota, ese recinto de cúpula rechoncha cercano al Nilo en cuyo auditorio -en diciembre hará siete años- hicimos un homenaje póstumo a Terenci Moix. La sala, dividida en dos partes -las dos visiones-, conducía al detalle del rostro humano, el ojo de Labra, al detalle de las cosmogonías urbanas espigadas por el artista Álvarez Diestro en sus recorridos cairotas. Del primero me gustaron la sobria humanidad de sus retratos, la tierna descomposición de los paisajes que los albergan. Del segundo, su capacidad para extraer geometrías de lo cotidiano para, pinzándolo con su objetivo, transportarlo al lugar en donde el arte y la pobreza se dan la bienvenida. Tal como escribió la novelista Vivian Jiménez en el catálogo: "Como viajeros que revelan el mundo, ambos viajeros invocan con su obra el análisis desprejuiciado de lo que forma parte de la creación humana, porque todo lo expuesto pertenece a ella por derecho".

Todo eso ocurrió, lo de acudir a la exposición, meterme en los sujetos, en los objetos, en los hilos, los cables, las puertas rotas, los muros engañosos… personas y paisajes que los otros, los artistas, han visto y recreado para que quien contemple el resultado de su obra añada trazos y más trazos a la identidad infinita que compone y descompone la ciudad.

A la salida, acompañada por los interesados más Vivian, nos dirigimos caminando al restaurante libanés Tabouleh. Debió de ser cosa de magia, porque en ese tramo de paseo comprendí que ya veía El Cairo con un poco más de ojos, un poco más de vista, un poco más de imaginación.

Decía que quiero a esta ciudad por difícil. Hasta el punto de que, cada vez que me voy de ella, que me alejo, me prometo no volver. Pero lo hago con la boca pequeña, y lo sé. Éste es el país que nunca termina, contiene el río que nunca se rinde, su capital cruje de decrepitud y de vida; escupe a los foráneos su unicidad, extrae de nosotros lo que tenemos de irremediablemente extranjero, y con ello se sigue forjando, como una de esas celosías de hierro sucio que ocultan y descubren.

Sé que volveré y que la miraré en busca de esos trazos de identidad que me han descubierto los artistas.

www.marujatorres.com

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