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ESCALERA INTERIOR
Columna
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Veinticuatro velas

Almudena Grandes

Cuando le avisaron de que la cena estaba lista, se miró en el espejo por última vez para comprobar que el vestido, de un finísimo tejido de punto de seda color rubí, se ajustaba a su cuerpo como un guante. ¿Ha merecido la pena?, se preguntó. Sí, ha merecido la pena.

No le había resultado fácil. Cuando le concedieron la plaza, se había comprado una hucha para ir ahorrando, pero su beca no daba para muchas alegrías. Así no voy a llegar nunca, se lamentaba, y para desmentir sus propias expectativas se fue fijando metas que tampoco pudo cumplir, como renunciar a las vacaciones o dejar de comprarse ropa durante un año entero. Nunca se le había ocurrido jugar a la lotería, y en Navidad, cuando sus compañeros le ofrecieron un décimo del número de la empresa, lo rechazó sin pensar.

"Hoy, por fin,estrenaba un vestidocon el que tenía el aspecto que había soñado toda su vida"

-Pero, mujer, ¿y si toca? -la animó una compañera-. Vamos a jugar un décimo a medias, anda.

Les tocó un tercer premio, 50.000 euros a repartir entre las dos, y al enterarse lloró de alegría, pero ni siquiera el dinero fue suficiente para allanar el último obstáculo. El especialista que le había recomendado una amiga le dio la mano, le ofreció asiento, empezó a escribir y, antes de que terminara de contarle lo que quería, cerró la carpeta de un plumazo y negó con la cabeza. Mientras ella le explicaba que era mayor de edad, que sabía perfectamente lo que iba a hacer, que estaba dispuesta a que un psicólogo la evaluara porque no le inquietaba en absoluto el resultado, siguió moviéndola en la misma dirección, como si no supiera hacer otro movimiento.

¿Y puedo saber por qué? -preguntó ella al final.

Claro -respondió él, muy tranquilo-. Porque vas a hacer una estupidez y no estoy dispuesto a colaborar contigo.

Salió de aquel despacho desencajada de furia, y cerró de un portazo todas las puertas que fue encontrando en su camino. Una estupidez, una tontería, una locura, siempre igual, siempre lo mismo. Pero ella sabía lo que quería, lo que necesitaba, y tenía 25.000 euros en la cuenta corriente. El mundo es ancho y está lleno de gente, se dijo a sí misma antes de levantar la mirada hacia el tercer piso, si no eres tú, será otro. A la tercera fue la vencida y, a partir de ahí, todo marchó sobre ruedas.

La víspera del día previsto, viernes, entregó en su empresa un certificado oficial, de contenido convenientemente ambiguo, para justificar su ausencia. Le dijo a su madre que iba a pasar el fin de semana en casa de una amiga y el lunes se fue directamente a la oficina con una caja de paracetamol de un gramo y dolores por todo el cuerpo, pero los aguantó sin rechistar. Durante 15 días llevó una faja, se puso la ropa menos ceñida que tenía en el armario y evitó mirarse desnuda en el espejo. Una semana después se fue de compras. Hoy, por fin, estrenaba un vestido con el que tenía el aspecto que había soñado toda su vida. Allá vamos, se dijo a sí misma al salir al pasillo.

¡Qué guapa! -su madre sonrió al verla-. Vestido nuevo, ¿no? Es muy bonito.

Eso fue todo. Sin acabar de creérselo, entró en la cocina, se puso ante ella y la miró.

Venga, mamá, dilo ya -y respondió con una risita al gesto de incomprensión que vio en su rostro-. Cuanto antes, mejor.

¿Pero qué quieres que te diga, hija mía? -su estupor parecía auténtico.

¿No me notas nada? -pero ella no estaba dispuesta a aceptarlo.

Sí, que el vestido es nuevo, muy bonito, ya te lo he dicho… -entonces una luz de inteligencia asomó al fin a sus ojos-. ¡Ah, bueno! Ya estamos con lo de siempre. Pero si es que no te veo cartucheras, hija mía, ni hoy, ni nunca, estás obsesionada con eso, yo no entiendo… Vete a abrir a los abuelos, anda

¿Qué?

Que vayas a abrir la puerta. ¿No has oído que están llamando?

Su abuela tampoco le notó nada. Ni su abuelo, ni su padre, ni su hermano, ni siquiera sus hermanas, que tendrían que haberse muerto de envidia al contemplar la perfección de las curvas que definían ahora sus muslos, sus caderas. Todos le dijeron que estaba muy guapa y que el vestido le hacía muy buen tipo, pero ninguno sintió la menor curiosidad por saber qué había hecho para conseguirlo. Era como si no la vieran, como si estuvieran viendo a la mujer con graves defectos que había sido hasta un mes antes, no a la mujer impecable en la que acababa de convertirse. No puede ser, se dijo, es imposible, pero aunque intentó sacar la conversación, recabar opiniones sobre la cirugía estética, alabar los resultados de la intervención a la que se había sometido una amiga imaginaria, lo único que cosechó fue un desconcertante comentario de su abuela.

Pues pobre chica, para una vez que toca la lotería en la vida, tirar así el dinero -y cabeceó con desaliento-. Pero no todas van a tener la suerte que tienes tú, hija mía, siempre tan delgadita, con ese tipín tan mono…

En ese momento, su madre pidió que apagaran las luces y le puso delante una tarta. Aquel año le tocó soplar 24 velas.

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Sobre la firma

Almudena Grandes
Madrid 1960-2021. Escritora y columnista, publicó su primera novela en 1989. Desde entonces, mantuvo el contacto con los lectores a través de los libros y sus columnas de opinión. En 2018 recibió el Premio Nacional de Narrativa.

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