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Reportaje:

Venecia. Entre el esplendor y el abismo

Venecia es como comerse una caja entera de chocolate relleno de licor de una sola vez", dijo el gran Truman Capote. "Venecia es un embrollo que llena la cabeza solamente de fatalidad", cantó el ilustre Francesco Guccini. "Bella lisonjera y ambigua, la ciudad, mitad fábula y mitad trampa, en cuya atmósfera corrupta, tiempo atrás, el arte se expandió exuberante", matizó Thomas Mann.

Lleva mil años siendo la reina del mundo, y Venecia sigue viva. Herida y dando que hablar. Algunos dicen que la Serenísima se muere. En realidad llevan décadas diciéndolo, pero lo cierto es que nadie ha podido todavía acabar con ella. Un par de siglos de turismo de masas (que ya se sabe que es actividad que mata lentamente, a quien lo practica y a quien lo sufre) y más de una década soportando la estela de mugre que destilan los grupos de viajeros de bajo coste han puesto en serio peligro a la Capilla Sixtina. Pero los venecianos, que en su esplendor republicano, multicultural y laico combatieron con ardor a las tropas pontificias, lo han visto todo, y todo lo soportan en silencio.

"Bella lisonjera y ambigua, la ciudad mitad fábula y mitad trampa", escribió Thomas Mann
Sigue habitada por 50.000 almas, y eso hace pensar que no todo está perdido
Esplendor y ruina, bruma y calor, ruido y silencio, tierra y agua, Casanova y Tintoretto

Guerras, invasiones, incendios, agua salada, humedad, calentamiento global, bienales de arte, cine, arquitectura, teatro, incluso el mal de piedra y la inepcia de sus gobernantes. Ahí sigue Venecia, impertérrita y tan bonita que no parece real. Ni el hundimiento progresivo de sus palacios, ni la cada vez más asidua e insidiosa acqua alta, ni la contaminación de la laguna, ni siquiera el berlusconismo rampante que se está cargando Pompeya y la cultura italiana han logrado disuadir a los 50.000 venecianos, cada día más escasos, de abandonar la nave.

Venecia sigue estando habitada, y eso hace pensar que no todo está perdido. ¿Alguien se ha parado a pensar en lo incómodo que debe de ser vivir en Venecia? ¿Quedarse sin tabaco de madrugada? ¿Olvidarse los pañales en el supermercado? ¿Las llaves del barco en el bar? Un refrán local, que los laguneros pronuncian en su maravilloso dialecto de cadencia mexicana, lo expresa así: "A Venezia chi vi nasce mal si pasce, chi ci viene ci sta bene", que vendría a ser algo así como: "En Venecia el que nace lo lleva crudo, pero el que viene está bien".

Probablemente, el proverbio se refiere a esa parte del tiempo en que la ciudad no está tomada por la Bienal de Arte, como ahora mismo. Cuando llegan la Bienal y el arte, Venecia se convierte en una feria de vanidades permanente, non stop. Los yates y transatlánticos surcan el Canale Grande como si fuera Algeciras, y se diría que a la caja de bombones al licor de Capote el fabricante le ha añadido nueces, avellanas, caramelo y pistachos. Los pabellones, los críticos de arte, los artistas, los comisarios, los periodistas, las televisiones, los famosos, las familias y los amigos y recomendados de unos y de otros... Pero como Venecia es triste, pero también mágica, y como las masas tienden a apezuñarse siempre ante las mismas atracciones, basta caminar cinco minutos y uno se queda completamente solo.

A solas con los pares venecianos: el esplendor y la ruina, la bruma y el calor, el frío y el sudor, el ruido y el silencio, la literatura y la vida, Oriente y Occidente, el carnaval y la Cuaresma, la tierra y el agua, la góndola y el vaporetto, Casanova y La Muerte en Venecia, Tintoretto y Canaletto... Metro abajo o arriba, la ciudad sigue siendo como era cuando venían los viajeros románticos, esos poetas salvajes como Lord Byron, que, según las crónicas, vivió aquí tres años de locura genial y desenfreno erótico, plagados de citas compulsivas con intelectuales y rameras, y de paseos a caballo por el Lido.

Tres años de lujo, fornicación y escándalos, de noviembre de 1816 a diciembre de 1819; en la isla de San Servolo todavía se guarda el recuerdo. Una se tiró al agua, desesperada; otra huyó con él, una tercera envejeció de melancolía por la parte de Campo Sant'Angelo. George Gordon, el hijo del capitán Jack el Loco, vendió incluso el título de barón para poder seguir triunfando, y antes de escribir el Don Juan en una segunda estancia se pulió 5.000 esterlinas en unos meses, y acudía cada noche a su palco de La Fenice antes de irse a practicar el menage à trois (pagando) en el espléndido palacio Mocenigo. Lo cual no impidió que Goethe, con quien se escribía sin parar en esos años, le llamara "el genio más grande del siglo", apostillando: "No es antiguo ni moderno, es el presente".

Cuentan que fue en la ópera donde los ojos del indómito loco escocés se cruzaron por primera vez con los de Stendhal, causando en el escritor francés una impresión inolvidable. Cosa, por cierto, que no le sucedió al inventor del síndrome de la belleza con Venecia, pues escribió poco o nada de la ciudad-sirena, y le dedicó el miserable desprecio de preferir, largamente, a Milán.

Historias venecianas hay miles, millones. La asociación Venice in Peril (Venecia en Peligro), y tras algunos devaneos vamos llegando a la noticia, merece un capítulo aparte en la recuperación de la memoria y del patrimonio local. Desde 1970 rehabilita edificios, casas, calles, canales, puentes y obras de arte. En este momento tiene 50 proyectos en marcha, unos de investigación y otros de obra propiamente dicha. Uno de ellos ha consistido en restituir la historia y ubicación original a la Columna de la Infamia.

En 2010 se cumplieron 700 años de la sangrienta conspiración de Bajamonte Tiepolo contra el Estado veneciano. El noble planeó matar al Doge Pietro Gradenigo para arrebatarle el poder en nombre de unas cuantas familias. Pero al fin triunfó la democracia contra la Mafia: Tiepolo fue exiliado, y su palacio, quemado, y el Estado erigió una Columna de la Infamia en el lugar donde habitaba el traidor, con la siguiente inscripción: "Esta tierra fue de Bajamonte. Y ahora, por su traición inicua, esto se pone aquí para asustar a otros, y para mostrar estas palabras a todo el mundo, siempre". Los Tiepolo mandaron un sicario para destruirla; logró romperla en tres pedazos, pero fue detenido; le cortaron una mano, le quitaron los ojos, arreglaron la piedra y la volvieron a dejar en su sitio. Cuatro siglos después, un rico se la compró, un anticuario se hizo con ella y acabó adornando el jardín de un duque en el lago de Como. Hasta el año pasado estaba en el almacén del Museo Correr. Ahora reposa en su sitio original.

Desde el 31 de mayo, Venice in Peril expone en la abadía de San Giorgio Maggiore su última iniciativa dentro de la Bienal. Se trata de una exposición comisariada por Elena Foster, fundadora de Ivorypress, que ha invitado a 14 grandes fotógrafos internacionales a plasmar su mirada sobre Venecia. Son las fotos que ven en estas páginas. Nan Goldin, Hiroshi Watanabe, Mimmo Jodice, Pierre Gonnord, Philip-Lorca diCorcia, Lynne Cohen, Candida Hoefer, los españoles Antonio Girbés y Dionisio González...

Las imágenes de Real Venice se han publicado en un catálogo-joya de CPhoto, y la muestra viajará en otoño a Londres, donde se hará una subasta de los originales para concienciar del alto riesgo que corre la ciudad y recaudar fondos para salvar a la maravilla que Byron llamó la "ciudad encantada de nuestro corazón".

Todas las imágenes, por cortesía de Ivorypress

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