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PERDONEN QUE NO ME LEVANTE
Columna
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Vida en el Nilo

Se dice que fue un crucero en el SS Sudan -Steam Ship: buque a vapor-, construido a finales del siglo XIX, lo que inspiró a Agatha Christie su novela Muerte en el Nilo. En todo caso, fue la versión para la serie británica protagonizada por Hercule Poirot -con David Suchet en la mejor encarnación del detective belga- lo que inspiró mi decisión de realizar un viaje por el Nilo a bordo de tan venerable artefacto. Esas maderas bruñidas, esa crujiente cubierta, esos camarotes belle époque, esos apliques de bronce... La silenciosa deriva del barco alentada por ruedas que baten el agua produciendo regulares chapoteos, las formidables tuberías, el amor por el barco de los hombres que cuidan de él, los empleados que se desplazan deslizándose...

"Aquí todos se conocen, todos viven de nosotros y del antiguo Egipto"

Todo ello, unido al encanto de los asesinatos que madame Christie inventó y que siguen resultando fascinantes, me convenció: sí, efectivamente, un crucero en el SS Sudan puede ser, como reza la publicidad, el viaje de una vida. Y si, en comparación con los cruceros atiborrados, su importe es más alto, en términos de calidad / precio ofrece ventajas indudables. Insisto: ni animadores insoportables (recuerden que Berlusconi empezó así), ni fiestas en el menú, ni concursos, ni diarreas. Excelente cocina local con toques internacionales, camareros solícitos, un comedor precioso: si ven la mencionada Muerte en el Nilo con David Suchet (sé que en Cataluña la están emitiendo; ignoro si lo hacen en otras autonomías), se harán una idea de la decoración.

Reconozco que, ya en mi camarote, la primera noche soñé que me ahogaban con una almohada y que me perseguían en faluca, en este orden. Pero se trataba de una licencia de mi novelero inconsciente. Otro Egipto se ofrecía a lo largo de tres jornadas. Para empezar, como sólo dispone de 23 cabinas -de las cuales, cinco suites con vistas al Nilo-, la travesía garantiza la calma. Nada de familias numerosas, nada de alaridos infantiles. Nada de promiscuidad. Fascinados por el lugar, los viajeros retornan a un comportamiento de buenas costumbres, de saludos en voz baja, de respeto a la intimidad de los otros y protección de la propia. Eso sí, quienes habitan durante el resto del año en tierras no frecuentadas por el sol madrugan para ocupar las hamacas de cubierta.

El SS Sudan ofrece excelentes paradas arqueológicas en su trayecto entre Asuán y Luxor, aunque debo decir que lo que más aprecié fue la visión de los templos desde cubierta. Las ruinas egipcias, sean de época greco-romana o sean de la vetusta saga previa, ofrecen demasiadas oportunidades de encontrarse con lo peor que ha producido nuestra civilización después de las guerras, las limpiezas étnicas y los desplazamientos de población: el turismo de masas. Cierto que si todos los turistas masivos fueran japoneses o extremo orientales, el asunto parecería más llevadero. Pero la plaga latina es la peor. Empezando por los españoles, siguiendo por los italianos y continuando por nuestros descendientes en ultramar.

Uno puede desplazarse del templo de Isis en Asuán al de Hapsepshut en la orilla occidental de Tebas, o sea, Luxor, sin dejar de escuchar el progreso -que seguirá hasta Giza, hasta Saqqara, no respetando ruina, esfinge ni pirámide- de un argumento monotemático repetido en forma de diálogo, de coro o de monólogo: "Sí, ya, menuda jeta, el taxista, nos quería cobrar de más, ¡como si fuéramos tontos!".

La cruz de la banalización de Ramseses a que uno se ve sometido entre tanto rey de la astucia disfrazado de Coronel Tapiocca es mucho más llevadera cuando uno sabe que, amarrado en la orilla, le espera el silencioso, elegante, delicado, SS Sudan.

Y lo mejor de todo, las horas de navegación, de lectura en cubierta tan sólo interrumpidas -¿interrumpidas?- por la contemplación de la belleza primitiva, tranquila, del Nilo y sus meandros. De la vida que allí crece, ajena a nosotros. Hombres y niños y animales y barcas. Remos y velas. Pájaros. Nubes. Qué hermosas nubes.

De vez en cuando, uno de esos inmensos cruceros turísticos se cruza con el Sudan. Las tripulaciones se saludan haciendo sonar las sirenas. Aquí todos se conocen, todos viven de nosotros y del antiguo Egipto. Vidas que no nos rozan, tampoco.

Por el Nilo, nosotros pasamos de alquiler. Como por la existencia misma. Mejor hacerlo a lo grande. 

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