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Reportaje:MARAVILLA

Villa, goles de lujo

Incluyéndome yo?". La pregunta resume toda esa mezcla de ambición y de timidez de la que es capaz David Villa cuando se le pide que elija a los cinco mejores delanteros del planeta. "Más que los mejores, los que más me gustan", corrige. "Me metería a mí, claro [sonríe]. Metería a Fernando Torres, a Ibrahimovic, a Van Nistelrooy y a Eto'o". ¿Excluye a Cristiano Ronaldo? "Es jugador de banda, ¿no? No es punta punta", se disculpa, ante la sorpresa del entrevistador. No tiene por qué. Los goleadores puros son una especie que se reconoce, se admira y no admite intrusos, por mucho que sea Cristiano Ronaldo el favorito para ganar el Balón de Oro, el prestigioso trofeo que otorga la revista francesa France Football el próximo 2 de diciembre, y para el que Villa, junto a otros cuatro españoles, también es candidato.

Sendos pendientes plateados, de medio centímetro cuadrado cada uno, penden discretamente de los lóbulos de las orejas de David Villa Sánchez (Tuilla, Langreo, Asturias, 1981). "Me los regaló mi mujer: son diamantes o brillantes... no lo sé". El caso es que los luce orgulloso junto a ese amago de perilla debajo del labio inferior. Coquetería que a partir de ahora va a poder combinar con la marca de lujo de origen español Loewe, que ha decidido entrar en el mundo del fútbol diseñando la ropa oficial que usan los jugadores del Valencia fuera del campo. Aunque sus preferencias habituales tienen formas más juveniles, como las del coche Mini que le ha preparado casi a medida su amigo Antonio José. "He cogido catálogos de todos los países, y como cada país tiene sus extras, lo he puesto a mi gusto", explica. "Me gusta mucho ese coche".

Los caprichos le recuerdan el éxito en su profesión y lo alejan definitivamente de las minas de carbón en las que trabajaron su padre y sus dos abuelos. "Nunca bajé a la mina", reconoce. "Nunca he querido. Porque yo, salvo mi abuelo que no llegué a conocer, no he tenido desgracias en mi familia. Pero todos los amigos y familiares sí las han tenido. Hay gente que no lo ha vivido en sus carnes y le gusta bajar para ver cómo es, pero los que lo han vivido no creo que tengan ganas". En Tuilla y los pueblos de alrededor, casi todos se dedicaban a la minería cuando David nació. "Mi padre se retiró cuando yo tenía 10 años", recuerda. "Era un trabajo duro en el que se sufría mucho, sobre todo cuando había accidentes. Pasábamos mucho miedo hasta que llegaba a casa y veíamos que estaba bien".

El Guaje mantiene una relación muy intensa con su padre. "Desde niño, siempre lo admiré", asegura. "He querido parecerme a él. Ha sido mi espejo". Es muy raro que pase un día sin hablar con él: "Cuando viene, revivimos todo lo anterior. Él me llevaba a entrenar y ahora le llevo yo a él. Con la pensión que le dejó la mina, hemos tenido una infancia muy buena mis dos hermanas y yo. Una está casada y trabaja de cajera en un supermercado de allí, y la otra, de encargada en otro supermercado. Mi madre no ha estado tan pegada a mí como mi padre, pero también venía a verme. Hablo con ellos a diario, si no para preguntarme por el partido o el entrenamiento, para preguntarme por su nieta". La nieta es Zaida, de tres años, y su nombre aparece en las botas del delantero del Valencia. Villa entiende la familia como una correa de transmisión.

La infancia es el paraíso perdido. "Tengo recuerdos muy bonitos de Tuilla", cuenta. "Por el centro del pueblo no había coches ni los peligros de la ciudad. Todos nos conocemos y nos hemos criado entre los amigos, entre las casas y la barriada". Eso sí, como estudiante reconoce que fue "bastante malo". "No me gustaba mucho ir al colegio. Dejé de estudiar el día que cobré el primer sueldo, con 17 años, en el Sporting B".

Antes pasó por dos experiencias traumáticas. A los cuatro años se rompió el fémur de la pierna derecha: en el primer año de colegio le cayó encima un niño mayor. "Mis padres lo sufrieron muchísimo porque parecía que podía quedarme cojo, estuve seis meses en el hospital. Pero al final todo salió bien y nunca me he resentido". Y a los nueve años probó en los alevines del equipo preferido de su padre, el Oviedo, que lo rechazó. "Pasé las pruebas, pero cuando iba a comenzar la Liga me dijeron que tenía que jugar en otro equipo. Ningún problema: mi padre me llevó al Langreo, que estaba más cerca de casa". Convirtió la frustración en beneficio. "Lo agradezco porque todos los equipos grandes ganan por goleada, y en el Langreo nos costaba muchísimo ganar". Eso le endureció.

En realidad, Villa nunca fue un niño prodigio. "Hasta que fiché por el Sporting, con 16 años, en ningún momento se me pasó por la cabeza que podía llegar a ser futbolista profesional", admite. "Simplemente era un niño que disfrutaba. Jugaba en un equipo de pueblo, con amigos. Cuando el Sporting me dijo que me quería fichar, me parecía imposible, creía que era una broma, porque cuando nos enfrentábamos a ellos solíamos perder 7-0".

Al llegar al Sporting, Villa era un chiquillo que sufría en los entrenamientos por llegar "muy corto físicamente", recuerda Pepe Acebal, actual director de la escuela de Mareo. Acebal le subió del juvenil al filial y, ese mismo curso, al primer equipo. Acababa de cumplir 18. "Tenía unos cualidades técnicas y unos movimientos ante el gol muy buenos, pero no era constante", recuerda Acebal. "No podía aguantar 90 minutos. Pero poco a poco lo conseguimos. Ya tenía la misma frialdad para superar al rival y al portero. La duda era si el cuerpo le iba a aguantar".

Y le aguantó, vaya si le aguantó. El secreto es cómo. "El trabajar, el no conformarse con lo que tienes, el querer conseguir algo más, la ayuda de todos los compañeros y entrenadores, de mi familia, no haber tenido lesiones graves... Y sí, me puedo considerar fuerte mentalmente". Así resume Villa las claves de su carrera.

La diferencia entre un buen futbolista y uno grande radica en que el segundo no se conforma nunca. "Soy totalmente ambicioso", dice Villa. "Lo he demostrado. El día que piense que está todo hecho, me retiraré". Pero ¿hasta dónde quiere llegar? "Quiero que cuando llegue a casa o vaya a Asturias, mi familia, la gente que me quiere, esté orgullosa de mí, de mi trabajo. Y que en un futuro, después de mis 12 años en el fútbol, haya alguien dentro de 25 años que diga: 'Qué bueno era ese delantero y qué goles metía".

El gol. Tres letras que martillean la cabeza del máximo realizador de la pasada Eurocopa. "En los partidos siempre estoy viendo situaciones de gol que se puedan dar. Visualizo la calidad de los compañeros para darme un pase que pueda convertir en gol. El egoísmo es una virtud en el delantero: siempre estoy pensando en marcar para defender a mi equipo. Pero no sólo trabajo en ataque. En lo defensivo también. Me emociona ganar partidos. Cuando ganas fuera de casa, el viaje de vuelta es muy placentero".

La humildad es un valor ineludible en casa de los Villa. "Siempre me lo han inculcado mis padres, aunque nadie es humilde al 100%. No sólo hay que saber de dónde vienes, sino cómo has conseguido las cosas y cómo has llegado hasta aquí. He visto compañeros que pueden perder los papeles, a mí no me ha pasado. Pero también hay que ponerse en su lugar: cuando te esperan 2.000 personas para que les firmes y tienes prisa...".

El Guaje, en todo caso, prefiere rodearse de sus amigos de siempre. "Me hacen olvidar por un momento todo lo que vivo aquí", explica. "Parece que vuelva al pasado. Cuando estoy allí, no salgo de mi pueblo, pese a que tengo piso en La Felguera, que es el pueblo de mi mujer, y en Gijón. Pero me paso todo el día en Tuilla. Todos viven allí, no han cambiado su vida, el único que se ha ido soy yo. Me gusta invitarles a comer a todos juntos, a los sitios donde íbamos antes, así que no suele salirme muy cara la comida". Ellos son los que le "hablan claro": "Admiro la sinceridad y que me digan las cosas a la cara, sobre todo cuando te estás equivocando".

La selección española y su triunfo en la pasada Eurocopa iluminan la mirada de Villa.

-¿Qué supuso Luis Aragonés?

-Un gran psicólogo, un gran entrenador, un gran padre o abuelo. Nos íbamos dando cuenta poco a poco de todas sus cosas. Después de las derrotas contra Irlanda y Suecia [en la fase de clasificación] parecía una mentira piadosa cuando nos decía que creía en nosotros. Pero era verdad: creía. Fuimos poco a poco creyendo en él, y él creyó en esa columna vertebral.

-¿Cómo fue la charla de Luis antes de la semifinal ante Rusia?

-Se olvidó del fútbol y fue a lo emocional. Nos dijo que ellos estaban cagados, que les habíamos metido cuatro hacía tres días y que Arshavin, que estaba jugando muy bien, tenía miedo a Marchena y a Puyol. Y que el más valiente era otro, Pavlyuchenko. Nos hizo ver que nosotros éramos grandes y que ellos eran pequeños. Salimos de esa charla todos sonriendo y sintiéndonos muy bien.

-¿Cómo pasó la noche previa a la final que no jugaría por lesión?

-Estuve con los fisios hasta las dos de la madrugada pensando en lo bonita que había sido la Eurocopa. Esperé a que se trataran todos los que tenían que jugar. Y me sentí muy orgulloso de haber llegado hasta allí a pesar de que no podía jugar al día siguiente. La frustración había pasado.

-¿Por qué ese grupo estuvo tan unido?

-Esa columna vertebral que ganó la Eurocopa sufrió mucho y eso nos unió. Había una relación impresionante, en la que uno defendía a otro, y éste, a otro. Aparte de ser buenas personas, gente sana y joven, esos momentos malos nos hicieron unirnos.

-Esa victoria ha valorado, por fin, al jugador español.

-Toda esa gente que ganó la Eurocopa, menos la que se ha lesionado, está jugando a un grandísimo nivel en sus clubes. Salimos muy reforzados de aquel torneo. Hemos empezado el año muy bien. Vamos a ver si lo podemos aguantar.

Además de jugar, Villa disfruta charlando de fútbol y le encantaría conversar algún día con Maradona, Kempes o con Pelé, gentes de otras épocas que le transmitan enseñanzas como las que le transmitió Quini en el Sporting. Fuera del fútbol, le apasiona todo lo relacionado con el deporte. No tanto la actualidad general, aunque confiesa que las elecciones en Estados Unidos levantaron expectación en el vestuario del Valencia. ¿Y la crisis económica le afecta? "A todos nos afecta. Fincas en las que había invertido y no han llegado a construirse... Y ahí estamos, arreglando los problemas como todo el mundo".

La noche antes de los partidos, Villa duerme a pierna suelta. Ocho horas, a las que suma una siesta previa al encuentro. "Después de comer sólo tienes una cama y una tele", explica. "Y mejor que durmiendo, no estás". Luego, en el campo, sólo hay una cosa que le pone nervioso: caer en fuera de juego. "Es algo que suele cabrear bastante".

Tiene una sorprendente capacidad para marcar en sus peores días. "A veces vienes a por el balón, lo das mal, lo pierdes, te pones a regatear, te lo quita el defensa... ¿Qué hago? Intento no venir a por la pelota y estar tranquilo para ver si llega la ocasión. Si tienes el día trastabillado, para qué seguir intentándolo. También pienso que en los últimos 15 minutos, por estadística, es cuando más goles se hacen. Intento estar fino para cuando se abran las defensas".

A la mayoría de los jugadores les asusta lanzar penaltis. A Villa, no. "Es una faceta en la que tengo un índice altísimo de acierto. He marcado muchísimos y he fallado muy pocos, unos seis de los 40 que he lanzado en el Sporting, el Zaragoza, el Valencia y la selección. Los ejecuto con frialdad". Entonces, ¿por qué le tocó el primero en la ronda de penaltis frente a Italia, en los cuartos de final de la Eurocopa, y no el quinto, que parece el más importante? "Eso creía yo, pero Luis me dijo que el primero es el más importante porque siempre se tira, y el quinto, a veces, no".

Los delanteros suelen tener una memoria prodigiosa para sus goles. ¿Los recuerda todos? "De memoria no, pero si nos sentáramos con un papel y un lá­piz, seguramente sí me acordaría de la gran mayoría". Veintitrés con la selección española en 40 partidos, por los 44 de Raúl en 102 encuentros. Se admiten apuestas sobre si algún día El Guaje alcanzará al siete madridista. "No es mi objetivo, pero es verdad que cada vez que un periodista, después de un partido con la selección en el que marco, me recuerda que he adelantado a otro, me llena de orgullo. Y me gusta verme en esa tabla de goleadores y que otros más jóvenes intenten alcanzarme. Si no me lesiono y sigo con este ritmo de goles, creo que puedo llegar". Está convencido. Está dispuesto a convertirse en el mayor goleador de la historia de España. Es esa mezcla de ambición y de humildad que le acompaña. Y que le ha llevado a colocarse, modestamente, en esa lista de los cinco mejores delanteros del momento.

Xevi Muntané

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