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PRIMERA PARTE

Voces desde El Pozo

Una decena de niños del barrio de El Pozo (Madrid) hacen 'Radio Kalambuco', un espacio radiofónico que refleja sus inquietudes y les da voz propia. Música, deporte y tertulias con un objetivo: luchar contra el fracaso escolar y la exclusión

María Antonia Sánchez-Vallejo
Aunque asesorados por monitores adultos, los chavales son quienes elaboran y presentan las secciones de 'Radio Kalambuco'.
Aunque asesorados por monitores adultos, los chavales son quienes elaboran y presentan las secciones de 'Radio Kalambuco'.DANIEL SÁNCHEZ

A algunos hay que sonarles los mocos antes de salir a antena; a otros, recordarles que deben pedir turno para hablar. Cuando el griterío arrecia, Higinio, o Miki, o Antonio, cualquiera de los adultos del control, ponen música para abortar el guirigay. En el pequeño estudio de Radio Kalambuco, en el madrileño barrio de El Pozo -uno de los escenarios del 11-M-, se vive con intensidad cada programa, una hora semanal en directo en la frecuencia de Radio Vallekas.

Esta peculiar cita con las ondas arrancó en junio de 2004. Averiguar cuántos chicos participan en el programa es difícil. "Depende", confiesa Higinio Pi, responsable de la Fundación Amoverse, promotora de la iniciativa. "Al principio son menos; el máximo se alcanza en primavera. También depende de la edad, porque aquí a los 15 o 16 años ya están trabajando de aprendices, y nadie sale de un taller a las cinco".

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El tope de edad de la escolaridad obligatoria es el techo de los beneficiarios de la Fundación Amoverse, que trabaja con chicos de 6 a 17 años inmersos en situaciones sociales y familiares complejas a través de varios programas de actuación. Del taller de radio surgió Radio Kalambuco. Una herramienta de educación no formal, a la vez instrumento de refuerzo escolar e integración social, para los chavales del barrio.

El Pozo no es un barrio como los demás. Urbanísticamente es nuevo (los primeros pisos son de los ochenta), pero hunde sus raíces en carencias endémicas, las del asentamiento chabolista que fue en sus orígenes, habitado por una población de aluvión -andaluza, extremeña, manchega- que se aposentó en las tierras que regaba el pozo de un tal Tío Raimundo, allá por 1950. Hoy, las cifras de absentismo y fracaso escolar en este barrio duplican la media madrileña: 24 de cada 100 niños abandonan. El 14% de la población es analfabeta, el 29% sabe sólo leer y escribir. Es alto el número de hogares monoparentales (17%) y el de familias desestructuradas; por extensión, el de menores en situación de riesgo social. La Fundación Amoverse trabaja con ellos desde 1996, recogiendo la herencia del trabajo de los jesuitas en El Pozo; la figura de José María Llanos, el célebre Padre Llanos, aún proyecta su respetada sombra.

Los miércoles, el local de la fundación es un hervidero. Los pequeños, de seis y siete años, como Aitor Martínez, Miguel Menchero y Zeus Ávalos, vienen de la mano de sus monitores, todos voluntarios. Los mayores, como Abraham Espejo, de 14, llegan solos, con ganas y nervios.

A los pequeñines les toca arrancar. Con babi azulón bajo el anorak y flequillo con cresta, lleva la voz cantante Miguel, de siete años, en segundo de Primaria. Él y sus compañeros Aitor y Zeus han sido aleccionados del contenido y el orden de sus intervenciones; pero los adultos les acompañan, por si acaso: un niño, un monitor.

Los pequeños tienen intervenciones acordes con su edad y sus tareas escolares: un saludo a sus colegios -públicos y concertados- y un par de frases sobre lo que se traen entre manos. "Hoy he hecho sumas y restas. Y me he portado muy bien", dice Aitor. Zeus, por su parte, confiesa comportarse "primero un poquito bien y luego regular". Miguel, puro nervio, canturrea: "Hoy no he obedecío…".

Viendo sudar a los monitores -también se les cae la baba-, se entiende la frase de Higinio Pi: "A veces [el programa] sale de milagro". Los pequeñajos se van; es el turno de Saray Muñoz, María Menchero y Joana Dávila, de 9 y 10 años. Cada una lleva una hoja con un par de párrafos en letra regordeta: es el guión del programa, trabajado con Patricia, la monitora. "Esta radio tiene una dimensión educativa, y es obligatorio que trabajen. Hacerlo les ayuda a mejorar su capacidad de expresión", subraya Pi. Tras la salutación a sus colegios, las chicas comienzan a contar sus vacaciones. "Hablan en público, leen una poesía o un cuento. Es gratificante porque el barrio les escucha, lo que implica un elemento de autoestima. Hacen algo, y lo hacen más o menos bien", concluye, y recuerda la anécdota -"ilustrativa de la vida del barrio"- de "un chavalillo gitano que trajo a rastras a la conserje de su colegio y al marido de ésta porque no se creían que fuera capaz de hacer algo así".

Joana, que tiene nueve años y está en cuarto de Primaria, sale del estudio y se pega a Soraya, otra monitora. "No sé si me oyen en casa, ni idea", dice, sin darle importancia. Afirma ser buena estudiante y disfrutar con los juegos y excursiones, pero es imposible arrancarle más. "Es que tengo lache [vergüenza, en caló]". Unos tientos flamencos en la habitación de al lado la animan, y añade: "Hacemos cajón con los mayores. Eso me gusta lo que más".

Más hablador es Pablo Ruiz Grijota, de la misma edad. "Ahora me tranquilizo, pero en el estudio estoy nervioso. Es el micrófono, me da susto". Pablo está en el grupo de apoyo al estudio, "donde hacemos los deberes con los monitores; nos ayudan sobre todo en matemáticas". ¿Y qué es lo que le gusta más? "Los macarrones con tomate", suelta. "Bueno, también me gustan la fórmula 1, jugar al escondite y ver motores. Tengo un mono para ayudar a mi padre. Es mecánico". El juguete favorito del chaval, en quinto de Primaria, es un motor de explosión: "Me paso horas viendo cómo suben y bajan los pistones". De la radio, le fascinan "los trastos que hay en el control, y los micrófonos; es muy chulo".

"Es fundamental que los chicos sepan que son protagonistas", interviene Higinio desde la pecera. "Hablar en público, aunque sea por un micrófono, les hace mucho bien. La radio les motiva, y eso es importante, porque no están muy sobrados de motivación", dice. De ahí la importancia de estas iniciativas: "Hay muchas carencias que remediar, cierto. Pero, paralelamente, debemos desarrollar la potencialidad de los chavales y fomentar la creación de espacios propios y de relación". Idéntico objetivo persiguen mediante el deporte: los niños más callejeados y desestructurados -en palabras de los responsables- disputan liguillas de fútbol-sala.

La fundación, que participa con otras entidades en la Mesa de Absentismo Escolar, respalda también un grupo de madres y abuelas; ellas son las principales destinatarias del programa de familia y del café-tertulia, un rato para la expansión, el desahogo y el intercambio. Las mujeres de El Pozo, en las estadísticas, salen mal paradas: el 72% de analfabetos son amas de casa, y hay muchas madres adolescentes. Pero ello no impide que sus hijos alumbren inquietudes y en muchos casos talento. "Algunos chavales", continúa Pi, "tienen grandes dotes para la música, y muchos programas los hacemos con actuaciones en directo. El primo de alguien toca la guitarra y viene, o uno de nuestros chicos toca el cajón". A la entrada hay una hilera de cajones flamencos, cedidos por el Secretariado Gitano. El resto de la música del programa "se la traen los propios chicos", confiesa Higinio, pasando de puntillas, con una sonrisa no exenta de complicidad, por encima de la palabra descarga.

"Son chicos del barrio, y éste es un barrio de la periferia", explica Pi. "Es decir, inmersos en la dinámica de un sistema educativo deteriorado, rígido y poco poroso a las iniciativas sociales. Un chaval de 13 o 14 años que no quiere estudiar te dinamita la clase, pero no puede estar fuera, la ley lo prohíbe. Y en casa pasa lo mismo: imagina a un chaval que vive con sus abuelos; no le pueden educar, es imposible, se limitan a darle cobijo", dice, midiendo cada palabra. "Así, los mayores van desapareciendo del sistema escolar y acercándose al mundo laboral oficiosamente".

Emilio Bruno y Ricardo Abdo-Alawad,

Richi, ambos de 11 años, tienen muy claro qué quieren ser: el primero, albañil; el segundo, "futbolista o arquitecto". Richi y Emilio se sientan a horcajadas sobre dos cajones y aporrean la madera. "Tocamos en directo, eh…". Y se enzarzan en un debate sobre la radio: "A mí no me gusta mucho, la verdad", confiesa Richi, a lo que Emilio replica que a él sí, "un poco". "Bueno, vale, lo que está bien es compartir cosas", concede Richi. "Vamos a distintos colegios", interrumpe Emilio, "pero aquí podemos coincidir y hablar de fútbol".

La música y el deporte -no sólo el de la tele; también, y sobre todo, el que ellos mismos practican en Amoverse- inspiran las secciones más exitosas del programa: 'El rincón del flamenco' empata en la preferencia de los chicos con 'La tierra del metal' -"de rollo heavy", explica Richi-; las sigue 'El deporte'. 'La voz del barrio' se abre a la participación, el 'Concurso literario' fomenta la creatividad y el 'Nos visita' supone interrogar a cualquiera que pase por el estudio. La sección está a cargo de Estefanía Dávila, Fany, de 12 años, que hace primero de ESO -"y estoy en la radio desde que empezó"-, y Ainhoa Ávalos, de 14 años, en tercero. Las dos echan en falta "más música moderna, de El Grupo o RBD. Molan mazo", asegura Fany, que amaga una queja: "Tenemos muy poco tiempo para preparar el programa; los estudios nos dan mucho trabajo". Pero está satisfecha: "El año pasado teníamos una sección de cómic. Nosotros íbamos escribiendo los diálogos y desarrollando la historia cada semana. A veces no sabíamos por dónde tirar", confiesa entre risas. Un monitor plasmaba en dibujos las peripecias. "Se titulaba Aventuras en El Pozo, e iba de unos chicos que se pierden en el barrio; fíjate, con lo difícil que es perderse aquí…", bromea Fany, que también juega al fútbol-sala. Ainhoa asiste en silencio: "Es que acabo de empezar y todo me parece un misterio. Pero vengo con ganas… Y en casa les parece bien".

Ambas ponen punto final a la emisión; en ese tramo del programa, el estudio se sosiega. Gana terreno la charla y se afianzan las chicas, que ese día tienen la oportunidad de entrevistar al padre de Radio Kalambuco, Fermín Ibáñez, trabajador social. "Durante años pensé en hacer algo con la radio y los chicos del barrio. Logramos asesoramiento y financiación del Fondo Social Europeo. Así nos pusimos en marcha", recuerda Ibáñez. "Los mayores fuimos unos meses a Radio Vallekas a prepararnos. Paralelamente, estimulamos a los chicos. Tenían que ser ellos quienes diseñaran las secciones, a su gusto".

De las paredes cuelgan carteles pintados por los críos con el símbolo de Radio Kalambuco: el cubo de latón con que se saca agua del pozo -calambuco, en Extremadura-, representado con mofletes y narizota. El programa sale gracias a la hospitalidad de Radio Vallekas, miembro de la Asociación Mundial de Radios Comunitarias. "Son radios abiertas a voces que no se oyen en otros ámbitos", señala Mariano Sánchez, director de Radio Vallekas y presidente de la sección europea de la asociación. "El programa se beneficia de la cercanía de una radio local, y la radio, de la frescura y la magia que crean los niños".

'Radio Kalambuco' no es la única iniciativa de este tipo que acoge la emisora: "Desde hace 15 años realizamos talleres de radio para la integración de chicos en riesgo. Contribuyen a aumentar sus capacidades y respaldan sus procesos educativos. La radio es una herramienta estupenda", concluye Sánchez, que se queja de lo saturado que está el dial -y de los intrusos que se cuelan-, "porque las radios comunitarias no están reconocidas por la ley".

Abraham Espejo, de 14 años, le cuenta al aire el argumento de una popular serie televisiva, pero también interviene en la sección de deportes -"hablo de fútbol, de F-1, de motos…"-, y narra lo bien que se le da la pesca: "Este fin de semana pesqué 16 truchas. Casi na…". Además, como veterano, le dejan meterse en control, ponerse los cascos y "despedir el programa". Nadie sabe si Abraham controla o enreda, pero luce una sonrisa de felicidad: "Es que me va la técnica". En su rostro cobra relieve la frase de Fermín Ibáñez: "La radio les hace tener voz, palabra. En su boca, cualquier hecho adquiere relevancia de primicia".

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