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El año de Elena

Selectiva y perfeccionista, la actriz española vive un dulce momento. Tras participar en Alatriste, se prepara para el teatro y varios estrenos internacionales

Le gusta fabular sobre las gentes que se cruzan en su camino, imaginar historias y contarlas alrededor de una mesa con amigos. Ha inventado mucho, pero tal vez lo que nunca soñó es ver su nombre en luces de neón y su rostro en una pantalla de cine, y eso hoy es la realidad en la que se halla inmersa. Elena Anaya se marchó de una pequeña provincia de España, Palencia, con 19 años a la gran urbe para estudiar arte dramático, y hoy, ya con 31, ha participado en una veintena de películas y trabaja indistintamente en Europa y Estados Unidos. Su futuro más inmediato es estudiar el papel de Priscila para la obra de teatro En casa, en Kabul, dirigida por Mario Gas, que se estrenará en el teatro Español de Madrid el 15 de febrero, mientras tiene pendientes de estreno dos comedias y un drama y rechaza guiones para nuevas películas que no le resultan de interés.

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El encuentro con ella se produce en una antigua pastelería en el centro de Madrid donde el tiempo parece que se haya detenido mientras en el exterior miles de ciudadanos deambulan de un lado para otro, corriendo como casi siempre ocurre en esta ciudad. Ella ha decidido vivir a un compás diferente y luchar contra los elementos que impiden tener una existencia a un ritmo más lento. Llega a la cita con su bicicleta plegada una rueda sobre otra en una mano, y en la otra una cartera con los guiones de la obra que está ensayando. Su aspecto aniñado hace que parezca más joven de la edad que tiene y pueda confundirse con cualquiera de los miles de universitarios que pululan a diario por la ciudad. Empieza a hablar y va creciendo poco a poco. Las cámaras le adoran, y es algo que se percibe en la distancia corta por sus enormes ojos y una profunda mirada capaz de engatusar cualquier objetivo. Habla rápido y todavía bajo los efectos de los ensayos de la noche anterior. "Sueño mucho con el personaje en el que estoy trabajando. Me considero una mujer muy exigente y perfeccionista en mi trabajo, y hasta que no logro lo que quiero me obsesiono bastante. Es frecuente que cuando me hallo inmersa en un proyecto sueñe mucho con el papel que tengo que interpretar".

Eso será así hasta el 15 de febrero, día que se subirá a las tablas del teatro Español para meterse en el papel de Priscila, una joven que ha intentado suicidarse, en la obra En casa, en Kabul. Está tan implicada en el proyecto que dice que su personaje es el más bonito de los que se ha encontrado hasta ahora en un guión: "Es el texto más difícil que me leído nunca y el reto más complicado de los que me he enfrentado en mi carrera. Nunca he tenido entre mis manos unos diálogos como los de esta obra. Este personaje me hace soñar, y eso me produce una satisfacción impagable". Durante los próximos siete meses vivirá en el teatro. "Había hecho pequeñas cosas en este terreno, pero nada como la obra que va dirigir Mario Gas. Estoy emocionada". Hace tan sólo un año participó en la obra teatral Gelsomina, adaptada por Gene Walsh y dirigida por su hija Aeysha, que se representó en el Museo Guggenheim de Nueva York. La obra era una adaptación de la mítica película La strada, de Fellini.

¿Qué le lleva a implicarse con tanta energía en un proyecto?

El guión. Creo que es una de las cosas que más examino. Tiene que estar bien escrito, y el personaje que tengo que interpretar tiene que sufrir algún tipo de evolución que me lleve a mejorar como actriz. Si yo me lo paso bien, creo que soy capaz de hacer que el espectador disfrute, porque si un trabajo está bien hecho, seguro que el público se lo pasa bien. Embarcarme en la obra que va dirigir Mario Gas es una aventura. Podría seguir en el cine sin riesgos, pero me gusta meterme en aventuras diferentes. Es una cosa visceral, y la mayoría de las veces da mucho miedo. Muchos de los proyectos en los que decido involucrarme son decisiones muy meditadas que vienen después de arduas negociaciones conmigo misma. Los que elijo finalmente suelen ser los más arriesgados, los más difíciles. Es como si algo me obligase a lanzarme a la piscina de cabeza aun a sabiendas de que me puedo estrellar, pero ese tipo de cosas son las que me mantienen viva y suponen un entrenamiento brutal para el actor. Son muchas las ocasiones en que me enfrento a un personaje y no tengo ni idea de cómo se hace. No te sirve ningún proceso creativo anterior porque cada uno de los personajes que interpretas te pide algo distinto. Te sientes muy endeble de alguna manera, porque cuanto más aprendo y más años tengo y llevo actuando, más me doy cuenta de todo lo que me queda por aprender y de lo poco que sé. Reconozco que en ocasiones me ha entrado un pánico horrible en el que no paraba de llorar y me metía en la cama sin querer salir.

Habla de la osadía que le llevó hace 12 años a irse a Madrid, una ciudad que aborrecía y de la que ahora sería incapaz de marcharse; de las razones que le llevaron a convertirse en actriz, y de cómo engañó a Alfonso Ungría para su primer papel en el cine, África. Y todo ello sucedió en un tiempo récord. Ríe como una niña pícara cuando recuerda cómo engañó al director de África. "Nada más verme me dijo: 'No intentes engañarme porque tengo un radar especial para detectar a quienes lo intentan'. Tenía que interpretar a una joven de 16 años y yo tenía entonces 19. Pasé la prueba, y el día del contrato descubrieron que era mayor de edad. Ungría se quedó lívido, pero en vez de enfadarse apostó por mí". Recuerda que el rodaje no fue fácil porque se tuvo que inventar una historia sobre su vida y llegar a decir a sus compañeros que era superdotada y que sus padres le habían metido en cursos de teatro para motivarla. "Me vino muy bien porque mi personaje tenía un secreto durante la película y me sirvió de inspiración".

Reconoce que es muy selectiva con los papeles que desempeña en el cine porque hay muchos en los que es incapaz de reconocerse, como en el de una madre con un niño de nueve años, porque "no me siento preparada para ser madre. Mi luz es más pequeña y toda yo me siento más menguada. Me tengo que creer. Digo que no a muchas cosas que a lo mejor otros consideran que es un papel perfecto para mí, pero yo no me termino de ver". Le da igual trabajar en Europa o EE UU, y dice que aceptó participar en la superproducción Van Helsing porque el guión le gustó y el director Stephen Sommers le pareció divertido. Asegura que le llegan muchos guiones, que la mayoría son horrendos, y que el modo de vida que ha elegido -"una casa pequeña con una pequeña hipoteca y no tener cargas familiares"- le permite ser muy selectiva. "Todavía hoy puedo elegir, y trato de hacerlo lo mejor posible".

Vive pegada a la realidad: habla de la subida de las hipotecas; de la situación laboral de muchos de sus amigos, que ganan poco más de 1.000 euros al mes, y de los Gobiernos de Aznar y Zapatero. "La política es todo lo que se mueve a nuestro alrededor. No soy una experta, pero creo que con este Gobierno las cosas están mejor. Me gustan los cambios y las reformas que se han hecho. Me parece que después de la etapa de Aznar se ha registrado un cambio hacia a la normalización. Vivo más tranquila, siento que hay más respeto y que me enfado menos cada vez que veo un telediario. Me cae muy bien la gente que se está encargando de dirigir este país".

Confiesa que le entusiasma fijarse en la gente con la que se cruza, y que una de sus debilidades es viajar en metro e imaginar historias de aquellos que comparten vagón con ella. "En esas entrañas de la Tierra es donde te puedes mezclar con la realidad de la vida. Depende a la hora en la que realices el trayecto, la historia que imaginas es diferente. Los problemas se reflejan en el rostro. Me gusta ver cómo reaccionan las personas, cómo se visten y se arreglan, porque es una fuente de inspiración muy grande. Vivo en el centro, estoy mucho en la calle. No me gusta vivir en una burbuja y sí estar con mi gente. Me gusta observar, aunque a veces da vergüenza, sobre todo si te reconocen".

En este camino de la fabulación habla de su infancia y de los cuentos que inventaban su madre y su abuelo. "Eran unos narradores extraordinarios. Recuerdo con especial emoción La historia interminable, de Michael Ende. Un verano cogí una bronquitis y tuve que pasar mucho tiempo en la cama, y ahí aprendí a inventar historias. Yo también le echo mucho morro a la hora de inventar, aunque hace mucho que no lo hago". Habla de cine -tiene pendientes de estreno tres películas: In the land of women, de Jon Kasdan; Miguel and William, de Ines París, y Savage grace, de Tom Kalin- y del último filme que le ha entusiasmado, Los fantasmas de Goya, de Milos Forman. Resalta el trabajo de todo el equipo de actores y destaca la interpretación de Natalie Portman, a la cual admira profundamente. "Me parece la mejor para hacer ese personaje, y por eso está ahí".

¿Qué encuentra en la interpretación para hablar con tanta pasión?

Mis sensaciones son muy contradictorias, diferentes y variadas. Normalmente sufro bastante, y todo ello tiene un punto de masoquismo. Me gusta mucho lo que hago, y si en el cine me lo paso bien, en el teatro voy a disfrutar muchísimo más. En el teatro sientes un vacío tremendo. Es una adrenalina y un miedo horroroso a quedarte en blanco, desnuda delante de tanta gente que te ve de tu tamaño real, sin imaginarte si eres más grande o más pequeña. En el cine es maravilloso también, pero todo es en trocitos.

Sale a la calle con la cara lavada, sin un ápice de maquillaje y con unas marcadas ojeras. "No me gusta maquillarme, y sólo lo hago en ocasiones especiales para ocultar algunas imperfecciones". Mientras termina el café con leche que pidió al iniciar la entrevista, los olores del obrador de la pastelería recorren el local y resulta casi inevitable hablar de una de sus grandes aficiones: la cocina. "Me gusta abrir el frigorífico e inventar una suculenta comida". En pocos minutos se meterá de nuevo en el papel de Priscila. Despliega su bicicleta, coloca la cartera y pedaleando se confunde en el bullicio de la ciudad.

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