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Reportaje:ARTE | Exposiciones

El ardor artístico de la 'América fría'

De entrada, no sé cómo ponderar la extraordinaria importancia, desde muchos puntos de vista, de la muestra titulada América fría, que se exhibe en la Fundación Juan March, de Madrid. Comisariada por Osabel Suárez, un acreditado especialista en la materia, que, como se dice, ha dado el "do de pecho" en esta iniciativa, la muestra empieza por ser asombrosa por el material artístico y documental en ella acopiado -unas trescientas obras de la más diversa índole-, pero también por su monumental catálogo, el cual merece ser calificado como la monografía más amplia, completa, rigurosa e innovadora que se ha hecho sobre un capítulo crucial del arte latinoamericano: la abstracción geométrica durante 40 años, entre la década de 1930 y la de 1970. Si esta formidable exhibición de obras de esta corriente, que prosperó, sobre todo, en Uruguay, Argentina, Brasil, Venezuela y México, y, ahora nos enteramos, también en la Cuba anterior a la revolución castrista, es por sí misma algo excepcional, su interés en España adquiere no poco valor añadido, máxime cuando su inauguración ha coincidido con la celebración de una nueva edición de Arco, esa feria de arte a la que muchos aconsejan ser el foro internacional del arte latinoamericano contemporáneo sin que, por un motivo o por otro, nunca se decida a serlo de verdad. ¡Qué lástima! Pero ¿cómo es posible -me pregunto-, al margen del capítulo ferial, que nuestro país ignore la huella que ha dejado, a lo largo del siglo XX, el arte latinoamericano en la vanguardia española de antes y después de la Guerra Civil? Más aún: ¿cómo, en medio de una relectura crítica del arte del siglo XX en que nos hallamos, podemos seguir ignorando -o sabiéndolo, sin hacer nada al respecto- que la aportación artística de la vanguardia latinoamericana es, por de pronto, anterior y, cuanto menos, de valor equivalente a la realizada en Estados Unidos? La perplejidad que causan estos interrogantes tendrá cumplida respuesta a quien haga una visita a la exposición que comentamos, y, si eso le anima, a otras ahora venturosamente coincidentes en el mundo artístico madrileño.

¿Cómo es posible que nuestro país ignore la huella que ha dejado el arte latinoamericano en la vanguardia española?

Entre la información que proporcionará al no especialista este recorrido está, en primer término, la de acabar con el tópico de que el arte latinoamericano no destacó sólo por el surrealismo, el muralismo mexicano y los realismos de entreguerras. Reinstalado en su Montevideo natal en 1934, tras haber pasado unos cuarenta años en Europa, parte de los cuales en España, el artista uruguayo Joaquín Torres-García (1874-1949) no sólo publica ese mismo año el Manifiesto 1, sino que, ya al año siguiente, funda la Asociación de Arte Constructivo, germen de una actividad de investigación y difusión que no concluirá hasta su muerte, pero luego continuada por sus hijos y discípulos. Hay que señalar que, en 1930, Torres-García y Michel Seuphor fundaron en París el grupo Cercle et Carré, adelantándose así al grupo Abstraction-Création, de Vantorgeloo y Herbin. Ambos fueron los bastiones del arte constructivo, que dieron réplica a la corriente de los realismos y surrealismos de entreguerras. Este primer peldaño establecido en el Cono Sur tuvo pronto otro punto de apoyo decisivo con la creación, en 1946, en la vecina Buenos Aires, del Grupo Madí, inicialmente constituido por Gyula Kosice, Carmelo Arden Quin, Rhod Rothfuss, Martín Blaszko y Diyi Laan, los cuales se interesan por ampliar sus investigaciones a otras artes, incluida la poesía, pero también entremezclando su concepción normativa con toques subversivos procedentes del dadá. Aún habría que añadir que ese mismo año el artista italo-argentino Lucio Fontana publicó en la ciudad porteña, donde seguía entonces residiendo, el Manifiesto Blanco, documento capital para el desarrollo del arte espacialista.

Como no podemos continuar con la rememoración prolija de lo que se fue produciendo después en esta misma dirección estética, me limitaré a señalar las fundamentales aportaciones que se produjeron en Venezuela, durante los años cuarenta, cincuenta y sesenta, por los artistas Alejandro Otero, Carlos Cruz-Díez y Jesús Rafael Soto, cabezas prominentes del desarrollo del arte cinético. Y aún habría que señalar la simultánea aportación del arte geométrico brasileño, un país que, en 1951, crea la I Bienal Internacional de Arte de São Paulo, donde -atención-, unos pocos años después, el escultor vasco Jorge Oteiza, que había residido en varios centros latinoamericanos durante 15 años, antes de regresar a España casi al filo de 1950, ganó el premio de escultura.

Pero, en fin, dejando esas cuestiones informativas, digamos que la producción artística de esta feraz corriente de arte geométrico en Latinoamérica en absoluto se limitó a un simple seguimiento de lo realizado al respecto por la vanguardia europea, parte de la cual se trasladó a Nueva York durante la Segunda Guerra Mundial, sino que hizo contribuciones originales decisivas, que reflejan una sensibilidad local y una tradición cultural extraordinariamente ricas. En cualquier caso, todo este polivalente enjambre creativo ha sido inteligentemente ordenado y sintetizado en la muestra América fría, que se despliega, en un montaje bello y muy bien pautado por las remozadas salas de la Fundación Juan March, en las que podemos contemplar la secuencia de las sucesivas aportaciones nacionales -Uruguay, México, Argentina, Brasil, Venezuela, Colombia y Cuba-, contando para ello con la exhibición de obras de 64 artistas, pero también la intercalación bien medida de algunas figuras de otros países, entre los que nos encontramos, entre otros, con Josef Albers, Alexander Calder o Victor Vasarely, que no están incluidos solo a título referencial, sino porque esos años estuvieron yendo a Latinoamérica de una forma continuada.

A este espectacular despliegue se une ahora en Madrid la oportuna presencia simultánea de muestras individuales como las de Carlos Cruz-Díez (Caracas, 1923), experto en la dinamización cromática, que logra quebrar la percepción de lo plano como tal. Aunque generacionalmente posterior, asimismo exhibe ahora su obra el brasileño Waltercio Caldas (Río de Janeiro, 1946), un escultor inicialmente influido por sus compatriotas Lygia Clark y Hélio Oiticica, pero que ha ido evolucionando de forma singular hasta lograr una obra cada vez más ligera y transparente, de una calidad tan sutil y delicada que nos emplaza al borde de la percepción del espacio, que se manifiesta mejor así, en medio de esta increíble retracción, entre lo visto y lo no visto, casi haciéndonos tocar esa cualidad metafóricamente alabada por Mallarmé como la "nada musical". Incluso quien tuviera la oportunidad de visitar su anterior muestra en la galería Elvira González o su participación en la Bienal de Venecia de 2007, no dejan de sorprenderse con lo que ahora enseña precisamente en esa línea antes mencionada de multiplicación de la intensidad mediante una drástica reducción de elementos físicos, que combinan materiales orgánicos e inorgánicos.

América fría. La abstracción geométrica en Latinoamérica (1934-1973). Fundación Juan March. Castelló, 77. Madrid. Hasta el 15 de mayo. Waltercio Caldas. Galería Elvira González. General Castaños, 3. Madrid. Hasta el 19 de marzo. Cruz-Díez: Cuestionamiento a lo bidimensional. Galería Cayón. Orfila, 10. Madrid. Hasta el 31 de marzo.

A la izquierda, <i>Estructura en blanco y negro</i> (1938), de Joaquín Torres-García. A la derecha, <i>Sitio</i> (2010), escultura de Waltercio Caldas.
A la izquierda, Estructura en blanco y negro (1938), de Joaquín Torres-García. A la derecha, Sitio (2010), escultura de Waltercio Caldas.

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