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Columna
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La armada artística española

Sin mediar efeméride ni conmemoración oficial alguna, coinciden en este otoño dentro y fuera de nuestro país varios e importantes proyectos expositivos, de distinta temática y alcance, con el denominador común de tratar aspectos del arte barroco español. Hace unos años podía parecer que tras la "edad dorada" de los estudios sobre el periodo vivido a lo largo del siglo XX, y especialmente en su segunda mitad, el interés podía decaer lo mismo que la fascinación que para propios y extraños ha tenido la Escuela Española desde su redescubrimiento contemporáneo en el siglo XIX. Sin embargo, los hechos parecen confirmar lo contrario.

Sirva la enumeración sucinta de los proyectos en curso para observar la variada nueva agenda de los estudios sobre el barroco español. Podemos empezar hablando de la exposición organizada por el dinámico museo de Indianápolis que, con el título España sagrada: Arte y creencia en el mundo hispano, aborda un tema en pleno auge, particularmente entre los estudiosos norteamericanos, como es el de la difusión junto a la doctrina contrarreformista de los modelos artísticos europeos en el nuevo mundo a través del ejemplo metropolitano. Por su parte, Lo sagrado hecho real. Pintura y escultura española. 1600-1700, en la National Gallery de Londres, descubre al público con el acierto y oportunidad característicos del museo inglés un asunto que siendo conocido entre los especialistas no había tenido hasta ahora su justo refrendo público, como es la puesta en valor de la extraordinaria singularidad y calidad de la escultura religiosa barroca española y su emocionante paragone con la pintura estrictamente contemporánea.

Sin perder de vista lo que se puede ver fuera de nuestro país, a esta extraordinaria armada artística española se ha unido los últimos meses la exposición Arte del poder: Armería Real y retratos del imperio español, organizada conjuntamente por la National Gallery de Washington, Patrimonio Nacional y Seacex, donde además de mostrar una admirable selección de piezas de la deslumbrante Armería Real española se propone un inédito reencuentro entre las armas y las pinturas que las representan dentro de la iconografía cortesana renacentista y barroca.

También dentro de este contexto de revisión internacional del arte español retrospectivo tiene importancia la atención a los maestros singulares, como es el caso de la completa monográfica que dedica el LACMA de Los Ángeles a ese rara avis, excelentísimo y singular bodegonista tardobarroco que es Luis Meléndez.

Ya en nuestro país, el espontáneo y vibrante revival barroco de este otoño tiene una cita imprescindible en la muestra que sobre El joven Murillo presenta el Museo de Bellas Artes de Bilbao. Aquí se reúnen las obras principales de las primeras etapas del más fecundo artista español de la segunda mitad del setecientos, obras que hoy se conservan en buena parte en colecciones y museos internacionales por razón del prestigio que la pintura del joven Murillo alcanzó en toda Europa. Y finalmente debemos consignar la restitución pública llevada a cabo por el Museo del Prado de la obra de uno de los más elegantes y sofisticados pintores del primer tercio de ese mismo siglo, el dominico Fray Juan Bautista Maíno, creador de una de las obras maestras de la pintura española de todos los tiempos, como es el Retablo de las Cuatro Pascuas, para el convento dominico de San Pedro Mártir en Toledo, pero prácticamente desconocido por el gran público.

A esta apretada agenda debemos sumar una última cita, no sometida en este caso al calendario coyuntural de las muestras temporales, como ha sido la reapertura, tan silenciosa como feliz, del antiguo Museo Nacional de Escultura en el reformado colegio de San Gregorio de Valladolid que tras muchos años de cuidadosa rehabilitación muestra nuevamente la pasión descarnada de la escultura barroca española. A la vista de todo este despliegue de actividad, y como decía al principio, no nos resta más que celebrar la actual vitalidad de los estudios sobre el arte español moderno tanto dentro como fuera de nuestro país, que lo debemos atribuir en buena parte a la incorporación de una nueva generación de historiadores y conservadores que, con una preparación multidisciplinar, están sabiendo dar continuidad al trabajo de los grandes especialistas que les han precedido. Basta observar la nómina de los responsables científicos y comisarios de todos estos proyectos para percatarnos de que la ya larga historia del conocimiento y valoración del original barroco español se está renovando. No encuentro mejor colofón que mostrar testimonio de este prometedor porvenir.

Miguel Zugaza es director del Museo del Prado de Madrid

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