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David Servan-Schreiber

"Con el cáncer te tratan como si no formaras parte del 'club' de los vivos"

Milagros Pérez Oliva

Comparece a la cita que tenemos con un termo en la mano. Son las cinco de la tarde y no es difícil adivinar qué hay dentro del termo. Té verde. Tiene un aspecto mucho más frágil de lo que aparenta en la solapa del libro que acaba de publicar en España, Anti-cáncer. Una nueva forma de vida (editorial Espasa), del que ya se han vendido 300.000 ejemplares. En este libro no sólo presenta el té verde como un potente desintoxicante del organismo, sino como un alimento medicinal capaz de frenar la proliferación de los vasos sanguíneos que alimentan un tumor. Predica, pues, con el ejemplo, en un gesto que tiene bastante de exhibición, y aunque, en una primera aproximación, David Servan-Schreiber, de 47 años, ofrece una aparien¬cia tímida y retraída, casi vulnerable, pronto se adivina que la usa como arma de seducción.

"Tomar las riendas de tu propia vida cuenta en la lucha contra el cáncer"
"Dejé la neurociencia porque elegí el contacto con la gente"
"Tener un tumor a los 30 años me liberó de ser el primero de la clase"
"Sarkozy ha perdido apoyo al engañar a Francia con Carla Bruni"

Ser francés y llevar el apellido Servan-Schreiber dice ya mucho del personaje. Sí, es hijo de Jean-Jacques Servan-Schreiber, político, pensador, periodista, un activista del pensamiento donde los haya, que intervino intensamente en la vida política de los años sesenta y setenta, hasta que, fracasadas sus aspiraciones al frente de un partido radical, en 1979 lo dejó todo y se fue a vivir a Pittsburg (Estados Unidos) con toda su familia. David Servan-Schreiber es psiquiatra, y aunque inició su carrera como investigador en el campo de la neurociencia cognitiva, no ha alcanzado notoriedad por sus trabajos científicos, que los tiene, sino por sus libros, que se han convertido en best-sellers. Del primero, Curación emocional. Acabar con el estrés, la ansiedad y la depresión sin fármacos ni psicoanálisis, se han vendido 1,3 millones de ejemplares, y ahora vuelve a la carga con un libro que nace directamente de su propia experiencia. Él es, y de eso va el libro, un superviviente del cáncer: hace quince años le diagnosticaron un tumor cerebral, del que tuvo una recaída. Ha sido miembro de Médicos sin Fronteras, y su interés se ha inclinado en los últimos años hacia las medicinas alternativas. En su libro recopila las más recientes investigaciones sobre el cáncer, pero es controvertido entre los oncólogos porque sus conclusiones van bastante más allá de lo que a día de hoy ofrece la evidencia científica.

Usted ha escrito este libro porque sufrió cáncer, y ahora lo explica con profusión de detalles, pero lo mantuvo en secreto durante quince años. ¿Por qué? Tenía miedo de que fuera a interferir con mi capacidad de trabajar como médico. No quería que los pacientes se preocuparan por mi salud, y quería que pudieran confiarme sus sentimientos. Una de las cosas más importantes para un psiquiatra es tener serenidad en relación con los pacientes. Ésa era una preocupación importante. Luego empezó a interesarme la medicina integral, que trata aspectos distintos a los de la medicina convencional, y no quería que dijeran que me interesaba este tema porque tenía cáncer, cuando más bien me acerqué a él en calidad de científico.

¿Cómo supo que tenía un tumor cerebral? Por pura casualidad. En ese momento trabajaba con mi socio en un laboratorio de investigación neurológica funcional que habíamos montado entre los dos. Estábamos realizando un trabajo sobre neurología en el que tomábamos imágenes del cerebro activo realizando diferentes funciones. Un día, la persona que tenía que someterse al experimento no se presentó y me ofrecí yo para someterme al escáner. Al poco de empezar, el que en ese momento era uno de mis mejores amigos, con el que realizaba estos experimentos, salió de la sala de control, puso su mano sobre la mía y me dijo: "David, no podemos llevar a cabo el experimento. Hay algo en tu cerebro". Así fue como me enteré de que tenía un tumor cerebral.

¿Y qué pensó en ese momento? Me entró mucho miedo. Nunca había imaginado que mi vida se fuera a acabar tan pronto. Tenía muchos planes de futuro, así que fue un shock. Pero lo que me sorprendió, en mi calidad de psiquiatra, es lo poco que tardé en reaccionar, en enfrentarme al problema y hacer lo que tenía que hacer para curarme. ¡Es sorprendente la capacidad de adaptación que tenemos frente a las malas noticias!

Pero cuando ya llevaba unos años y creía que estaba curado, el tumor reapareció. La segunda vez es mucho peor, ¿no? Es horrible, porque te sientes tremendamente impotente y crees que has fracasado. Te dices: o sea, que todo lo que he hecho no vale para nada, no funciona. Y caes en el desaliento. Ése es el momento más duro. Piensas que vas a tener que repetirlo todo, volver a empezar desde el principio… Pero si hay algo que hay que evitar es el desaliento: entre todos los factores psicológicos, ése es el que desempeña un papel más importante en la progresión del cáncer.

Como científico sabía que tenía pocas posibilidades, pero se lanzó a por ellas. ¿Hasta qué punto es importante la respuesta emocional? El aspecto emocional es un factor más de los que entran en juego. En la lucha contra el cáncer cuenta todo: la medicación, el apoyo emocional, la alimentación, el ejercicio físico y también protegerse de las toxinas. Pero el factor psicológico es importante en la medida en que lo esencial es salir de la impotencia, porque eso es lo que nos da una oportunidad. Tener ganas de tomar las riendas de la propia vida, ése es el aspecto emocional que cuenta.

Ésa es la tesis central de su libro, pero no creo que todos estos factores tengan el mismo nivel de importancia, al menos cuando ya hay un diagnóstico. Es que el problema comienza mucho antes del diagnóstico. Mi tesis es que todos tenemos células cancerosas, pero sólo una de cada tres personas desarrolla un cáncer. Eso es así porque tenemos unas defensas naturales que, en la mayoría de los casos, consiguen evitar que el cáncer se desarrolle. ¿Cuándo aparece un cáncer? Cuando hay más factores que abonan su crecimiento que factores capaces de inhibirlo. Si llegamos a compensar esos factores, reforzando el sistema inmunitario y las defensas naturales, podemos trazar un progreso considerable en la lucha contra la enfermedad o incluso evitarla por completo.

Últimamente proliferan los libros de autoayuda en los que se induce a creer que para vencer el cáncer hay que ser positivos y optimistas, cuando no siempre está en manos del paciente serlo y menos aún que su curación dependa de ello…¿No se está convirtiendo en una nueva tiranía? Así es, por eso he insistido en que el aspecto psicológico no es más importante que los demás. Pero es cierto que, si queremos tener más posibilidades, es bueno querer tomar las riendas de la propia vida y orientar los esfuerzos a estimular las defensas naturales del cuerpo, aunque sin obsesionarse.

El neurocientífico Antonio Damasio explica que el cerebro controla el organismo porque tiene un mapa permanentemente actualizado de todo lo que ocurre en el cuerpo. ¿Estamos desanimados porque el cerebro percibe que algo no va bien, o algo no va bien porque estamos desanimados? Las dos cosas. No se puede distinguir qué es antes. Cuando se tiene estrés, el cerebro induce la producción de adrenalina y cortisona, que inciden en las células del sistema inmunitario y que hacen que se fabriquen unas moléculas que alimentan el cáncer, y que, a su vez, inciden sobre el cerebro y provocan que se estrese aún con más facilidad. Así podemos caer en un estado en el que resulte imposible salir del estrés.

Observo en su libro un poso de amargura cuando dice que después del diagnóstico percibes que el mundo se divide en dos grupos, el de los vivos y el de los que van a morir de un momento a otro. ¿Así de crudamente lo vivió usted? Cuando a uno le diagnostican un cáncer, le invade un miedo terrible porque tiene la impresión de que el resto de la gente le trata como si ya no formara parte del club de los vivos. En el trabajo, por ejemplo, percibes que ya no formas parte del club porque te dejan de asignar tareas; dejan de hablarte de lo que va a pasar en dos, tres o cinco años porque piensan que quizá no vayas a estar ahí. Así que cuando empiezan a no incluirte en los planes de futuro, la sensación que tienes es que se te ha acabado la vida. Y esto es algo muy difícil de asumir. Pero tú, curiosamente, tardas muy poco en darte cuenta de que en realidad sólo hay un club, y los que no tienen cáncer también van a morir, más tarde o más temprano. Darse cuenta de esto ayuda mucho a tolerar la idea de que puedes morir, y no lo ves injusto porque forma parte del contrato de la vida.

Sin embargo, le costó aceptar su nueva identidad como paciente, hasta el punto de que al principio iba al oncólogo con la bata blanca puesta…, algo que usted mismo califica de patético. Sí, me resultaba muy extraño ir a ver a mis compañeros, con los que compartía responsabilidades y pacientes, como un enfermo. Era una sensación muy rara. Así que, para salvaguardar un poco mi identidad, iba con mi bata blanca, pero luego ya dejé de hacerlo.

Confrontado a la idea de la muerte, mucha gente se pregunta cómo ha sido su vida. Usted dice que la idea de morir es peor si no se ha tenido una vida plena. ¿La suya lo era? No, y por eso decidí cambiarla en muchos aspectos. Hasta entonces me había consagrado a la investigación en un laboratorio de neurociencia, pero me di cuenta de que no era ése el modelo de vida que quería. Prefería el contacto directo con las personas. Por eso decidí dejar el laboratorio y ejercer la psiquiatría, aunque fuera menos brillante, porque en el medio en que yo me movía lo que daba fama y prestigio era publicar artículos científicos.

¿Se arrepiente de haber tomado esa decisión? Nunca me he arrepentido. Mis amigos me decían que estaba loco, que nadie devolvía el dinero conseguido para financiar un laboratorio de investigación propio, sobre todo si uno ha tenido éxito; pero yo les decía que ya no tenía necesidad de eso, que el laboratorio no alimentaba mi vida interior, así que devolví el dinero. Fue una decisión muy difícil, y durante mucho tiempo pensé que tal vez algún día me arrepentiría, pero no ha sido así.

Me ha llamado mucho la atención un comentario que hace cuando habla de que el cáncer también da oportunidades: en su caso, poder decirle a su padre que estaba enfermo y quedar así liberado del miedo a defraudarle. ¿Tanto le pesaban las expectativas que había depositado en usted? Sí, mucho.

¿Por qué? El había sido primogénito y había recibido mucha presión por parte de sus padres, y yo era su primogénito, así que heredé esa presión de la generación anterior. La familia tenía puestas en mí unas expectativas muy altas.

¿Y cómo se expresaban, de forma explícita o más bien indirecta? Bueno, yo empecé la educación infantil con dos años, así que muy indirecta no fue. Aprendí a leer y a escribir a los dos años, hice la selectividad a los 16 y terminé medicina en tres años. Para mí todo era siempre mucho más difícil: tenía dos años menos que los demás y tenía que ser el primero de la clase.

No me sorprende que su padre fuera tan exigente: a los 23 años, él ya era editorialista de 'Le Monde', y a los 28 había fundado el semanario 'L'Express'. Pero ser hijo de Servan-Schreiber también debía de tener ventajas. Su familia se codeaba con los Kennedy, los Mitterrand y toda la intelectualidad europea. ¿No le resultaba estimulante? Evidentemente, un padre tan exigente y con esa trayectoria, por fuerza tiene que marcar al hijo, y sí, es cierto, era muy interesante… Podría decirse que vivía en un estrés… muy estimulante, no me puedo quejar [con ironía]. Pero cuando caí enfermo me di cuenta de que tener un cáncer era un buen motivo para poder coger un poco de aire. Para mí fue una especie de respiro. De repente recuperé la libertad. Yo sabía que mi padre estaba decepcionado conmigo, porque a él le hubiera gustado que me dedicara a la política como él, pero tener un tumor cerebral a los treinta años me liberaba de las obligaciones que tanto me habían pesado desde niño: ya no tenía que ser el primero de la clase ni el número uno de mi campo de investigación.

Su padre murió… En noviembre de 2007; perdón, de 2006.

¿Cómo ve ahora su figura? Como la de un héroe que hizo muchos sacrificios por su país, pero que al mismo tiempo adoraba a sus hijos y estaba muy presente en nuestra vida. Se involucró mucho en nuestra educación. Fue un padre tardío. Piense que somos cuatro hermanos y yo nací cuando él tenía 36 o 37 años.

Su padre había estado muy involucrado en la vida política francesa, y de repente se va a Estados Unidos para que sus hijos tuvieran las mejores oportunidades. ¿Le está agradecido por esta decisión? Sí, y sé que fue una decisión muy difícil, porque, a partir de ese momento, su familia pasó a ser todo en su vida. Y como a todos los niños cuyos padres no viven más que por sus hijos, eso les acaba resultando también a ellos una carga muy pesada. A partir de ese momento, mi padre se apagó porque no tenía una vida propia. Puede decirse que no fue la mejor época de su vida.

¿Estaba triste? Sí, estaba triste.

¿Qué recuerda de sus últimos días? Que estaba muy desilusionado. Había dejado de pensar y de hablar. Una de las cosas por las que chocábamos era porque él hablaba muy poco de sus sentimientos, era una persona bastante cerrada, y aunque tenía una sensibilidad interior muy grande, no la exteriorizaba nunca. Eso hacía que se creara una distancia entre él y los demás.

Supongo que no tendrá una relación así con su hijo. No. Intento que sea totalmente diferente. Yo también tuve a mi hijo un poco tarde. A la misma edad que mi padre me tuvo a mí. Ahora tiene 13 años y es un chico adorable. Mire, tengo aquí una foto suya bastante reciente…

Es muy guapo y parece un chico agradable. Puede que haya renunciado usted a una carrera científica de prestigio, pero ha tenido un gran éxito con sus libros. ¿Está satisfecho? El camino que he hecho con este último libro es también un camino científico. Lo que me interesaba, como médico y como científico, era ayudar a la gente. A través de mi propia experiencia como paciente descubrí que hay muchas cosas, que no son medicamentos, que nos pueden ayudar a recuperarnos. La medicina convencional es fundamental, muy importante; de hecho, a mí me ha salvado la vida. Pero la medicina convencional es como el ejército, y el cáncer, como el terrorismo: hay células que empiezan a actuar en el interior del cuerpo como los terroristas en la sociedad. ¿Cómo se aborda el problema del terrorismo? Con la policía y el ejército, desde luego. Pero no podemos quedarnos ahí: hay que solucionar el problema social que hace posible que haya terroristas. Pues lo mismo con el cáncer. Hay que prevenir, atacar las causas.

El problema es que no hay un cáncer, sino cientos, y no hay una causa, sino múltiples, y sobre la mayoría de las materias que aborda en el libro siguen faltando pruebas científicas concluyentes. Sé a lo que se refiere cuando dice que faltan pruebas científicas… Es cierto que no disponemos de tantas pruebas científicas sobre el papel de la alimentación, por ejemplo, como sobre la quimioterapia; eso está claro. Pero no las vamos a tener nunca, porque ni el brócoli, ni el ajo, ni el té verde están sujetos a una patente, así que no se puede ganar dinero con esto y, por tanto, tampoco se va a invertir dinero para realizar estudios en este campo de la misma magnitud que los que se llevan a cabo con los medicamentos.

La alimentación sana, desde luego, es importante; pero si una persona tiene cáncer, ni el brócoli, ni las frambuesas, por muy beneficiosos que sean, le van a ayudar tanto como la quimioterapia. Absolutamente cierto. Pero son cosas diferentes. Se trata de crear las condiciones que nos permitan prevenir un cáncer y, llegado el caso, estar en mejores condiciones de afrontarlo. Porque si decidimos comer alimentos que prevengan el cáncer todos los días, tres veces al día, 365 días al año, durante 10 años y en pequeñas dosis, nos estamos fabricando una biología que previene el cáncer, y sobre esto sí que hay estudios. Diez veces digo en mi libro que para curar el cáncer hay que aceptar la medicina convencional. A mí me han operado dos veces y estuve 13 meses con sesiones de quimioterapia, y todo esto me ha salvado la vida. Pero es estúpido no hacer nada más que eso, porque hay pruebas de que podemos ayudar al organismo a luchar contra la enfermedad.

Sin embargo, me ha sorprendido ver que incluye una inquietante anécdota sobre una visita suya a un chamán. ¿Y por qué le resulta inquietante?

Resulta inquietante viniendo de una mente racionalista. Explico la verdad de lo que ocurrió.

¿Por qué alguien que se dice como usted científico, que ha tenido un tumor del que se sabe curado, se va a ver a un chamán, pone su cabeza en sus manos y le pregunta si ve algo en su interior? Fui para acompañar a una paciente, ¿de acuerdo? Mire, ¿usted sabe lo que es un científico? Conocer la definición de lo que es un científico es importante. Para mí, un científico es alguien que trata de comprender cosas nuevas, no alguien que da vueltas en torno a lo que ya se conoce. Si usted me presenta a una mujer de 90 años que me pone la mano en la cabeza y es mejor que el escáner del hospital, porque dice que tengo un tumor y resulta que lo tengo, yo digo que hay que intentar entenderlo.

¿Usted cree realmente que esa mujer es mejor que el escáner del hospital? En realidad, el gran chamán era el hijo, y él me había dicho: "No tienes nada, estás bien", pero eso no me impresionó porque el último escáner ya decía que no había nada extraño en mi cerebro.

Pero luego fue a ver a la madre del chamán. Porque todo el mundo hablaba de ella como de algo extraordinario. El propio hijo me había dicho que la que realmente veía era su madre. Era algo interesante, ¿no? ¿Usted no habría hecho eso?

No. Yo tengo, básicamente, mucha curiosidad. Y eso es precisamente lo que me impulsó a hacer ciencia. No he hecho ciencia para dar vueltas en torno a lo que ya se sabía, sino para disponer de un método racional con el que intentar comprender los misterios. Lo que me interesa es comprender los misterios. Y me dijeron que había una mujer chamán que hacía cosas increíbles, así que lo quería ver por mí mismo. Porque, antes que nada, tengo curiosidad, y me parece una pena que no se investigue más este tipo de cosas. Nada más verme, ella me dijo: 'Usted ha tenido algo malo dentro que ha vuelto, pero no se preocupe porque lo vencerá'. No es que le diera credibilidad, pero algo debió moverse en mi interior porque fui a hacerme un escáner antes de lo que tocaba, y ahí estaba de nuevo el tumor.

¿Cómo explica este fenómeno su mente racional? No tengo una explicación, pero lo que sé con certeza es que hay muchos mecanismos biológicos que se transmiten por vías de comunicación que aún no detectamos; que no se pueden tocar, ni medir, ni comprender, y que es muy probable que se transmitan entre los seres humanos. La intuición, por ejemplo, es algo que no entendemos en absoluto. Si hace 400 años alguien hubiera visto cómo se abre y se cierra una puerta electrónica, le hubiera parecido imposible. Pero mucho antes de que Edison descubriese sus aplicaciones, la electricidad ya existía en la naturaleza.

Pero ¿no cree que incluir la anécdota del chamán después de citar los trabajos de investigadores como Judah Folkman, Larry Norton o Zhen Cui puede socavar la credibilidad de su libro? No es mi intención. Para mí es una verdad, una observación. No le he dicho a la gente que vaya a ver a un chamán, sino que he sido testigo de algo que me resultó apasionante.

A raíz de su primer libro, 'Curación emocional', fue muy criticado por una cuestión sobre los omega-3. ¿Qué ocurrió? Para escribir el libro investigué toda la cuestión de los omega-3, que, como se ha demostrado, protegen contra enfermedades como el alzheimer, la artritis o la depresión. Yo incluso he curado a pacientes con omega-3. No son tan efectivos como los antidepresivos, pero aportan beneficios y no tienen efectos secundarios. Para que hagan efecto ha de utilizarse jugo de pescado en una concentración del 80%, pero el que se encontraba en las tiendas francesas tenía entre el 15% y el 30%. Tras la aparición de mi libro se dispararon las ventas de omega-3, pero yo insistía en que no eran efectivas. Unos fabricantes se pusieron en contacto conmigo para producir el concentrado del 80%, y lo vendimos a un precio muy razonable.

¿Usted era accionista de la sociedad? Sí, claro. Y me criticaron precisamente por eso, cuando es de lo más normal. En Estados Unidos nunca me hubieran criticado por eso.

En 1967, su padre escribió 'El de¬safío americano', en el que pronosticó que Estados Unidos se convertiría en la po¬tencia hegemónica del mundo. Usted ha vivido muchos años allí, pero ahora ha regresado a Francia. ¿Por qué? ¿Qué diferencias observa? Yo ahora tengo las dos nacionalidades y me siento como en mi casa en los dos países. Me encanta Europa, y por eso volví. La verdad es que echaba mucho de menos Francia cuando estaba allí, pero ahora tampoco podría vivir sin Estados Unidos. Creo que la vida intelectual es mucho más estimulante allí que aquí.

¿Ha perdido vitalidad Europa? Sí, ha perdido la vitalidad y el deseo de explorar cosas nuevas, mientras que en Estados Unidos buscar cosas nuevas es el pan nuestro de cada día.

Pero ¿esto no está cambiando ahora? Sí, se ha ralentizado, sin duda, porque se ha fracturado el modelo de solidaridad social, y eso es algo que no se puede hacer. Mi padre siempre hablaba de este tema con mucha agudeza. Él defendía un modelo liberal y, al mismo tiempo, socialista.

Socialdemócrata. Sí, socialdemócrata. No se puede fracturar la solidaridad entre las personas. Y si creamos un abismo entre los más ricos y los más pobres, las cosas no pueden ir bien. Sólo pueden ir bien si la gente está unida. Estados Unidos ha perdido esta idea de unidad, que era su punto fuerte.

¿Comparte, pues, la idea de Jeremy Rifkin y otros autores de que Europa, por el hecho de tener un modelo social más equilibrado, tiene más fortalezas para el futuro? Sí, pero no caigamos en la exageración, porque la solidaridad social sin innovación también es un suicidio. Bueno, yo no soy político, así que nos estamos saliendo de mi campo.

Sí, ya sé, lo suyo es la psiquiatría. Por cierto, desde esta perspectiva, ¿se atrevería a explicar por qué el presidente francés, Nicolas Sarkozy, se ganó la confianza de tantos franceses y por qué la está perdiendo tan rápidamente? Creo que es muy sencillo: lo que nos gustaba a todos de Sarzoky -o, al menos, al 53% de los franceses- es que nos daba la sensación de que tenía muchas ganas de tomar las riendas. Había una historia de amor entre Francia y él. Y después, precisamente por sus relaciones afectivas, de repente esta historia de amor ha dejado de ser embriagadora porque él ha preferido la que tenía con mujeres un poco raras que atravesaban su universo emocional, y eso le ha hecho perder la relación que tenía con nosotros, con quienes le habíamos votado. Creo que ha perdido apoyo porque ha mostrado que le preocupaban más sus relaciones afectivas, que por supuesto también son muy importantes; pero para un presidente de la República, la relación afectiva primordial es con el país. Así que, de repente, nos sentimos engañados, como una mujer a la que han engañado con una amante. ¿Sabe a qué me refiero?

¿Francia contra Carla Bruni? Eso mismo. Francia es la mujer a la que Sarkozy ha engañado con Carla Bruni.

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