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Reportaje:REPORTAJE | PHIL STERN

EL cazador de divos

El hombre que mató a Liberty Valance, John Wayne, soltó la máscara del intrépido vaquero y se dejó retratar en calzoncillos ceñidos y alpargatas durante unas vacaciones en Acapulco. O mientras apretaba, con ojos brillantes, la mano de su hija Toni vestida de esposa. James Dean, el rebelde sin causa, se escondió frente a su objetivo dentro del oscuro jersey. Anita Ekberg le abre la puerta de su piso, se tumba en el sofá, prepara un café y se sube el sujetador con la ingenua pretensión de cubrir el florido escote. Ellington, Duke por su proverbial elegancia, se deja sorprender mientras hace una mueca arreglándose el bigote. "Si hiciera una lista de todos a los que retraté, la gente pensaría que soy un sobrado", se ríe Phil Stern. Este fotógrafo estadounidense capturó en sus blancos y negros la época de oro de Hollywood. Divos del cine y estrellas del jazz en los años cincuenta y sesenta. Aquel mundo, tan concentrado en salvar su apariencia centelleante, muestra en sus imágenes un lado oculto.

"Si hiciera una lista de todos a los que retraté, parecería un sobrado"
"No trabé amistad con los famosos. Tampoco éramos colegas"
"John Wayne solía llamarme bolchevique; yo a él, neandertal nazi"

Stern nació en 1919 en una familia de judíos rusos. Creció en Nueva York y con apenas 20 años ya trabajaba como asistente de un fotógrafo. En 1941, la revista Friday, con la que colaboraba, lo envió a Los Ángeles, donde empieza a recorrer los escenarios en búsqueda de actores y famosos. Cuando su país entra en guerra, se alista y se convierte en corresponsal desde el frente de la revista militar Stars and Stripes. Hoy, a sus 91 años, un conflicto mundial y cinco décadas de oficio a cuestas, aún viaja. Con dos de sus hijos como escolta, llegó recientemente de Los Ángeles a Milán para la inauguración en la Fondazione Forma de una retrospectiva sobre sus disparos más logrados, recopilados en un catálogo por la agencia Contrasto.

Habla despacio, pero sin pausas. Arrastra una maleta con oxígeno. Phil Stern cuenta anécdotas que saben a chistes o invenciones. La memoria no le falla; pocas veces se resiste a restituir un nombre: "¿Cómo se llamaba aquella actriz rubia y encantadora de los años veinte? ¡Ah sí! ¡Mary Pickford! [gran dama del cine mudo, amiga de Chaplin, esposa de Douglas Fairbanks; con su mediación, Stern pudo robar imágenes en los estudios Goldwyn]".

"Toda mi vida ejercí como freelance y la necesidad de dar de comer a mi mujer y a mis cuatro hijos me empujó a espabilarme", dice quitando a su trabajo esa aura mitológica. Hasta los años noventa, Stern arrancó la máscara a aquel lustroso mundo de guapos, jóvenes y ricos. Con la mano y la piel del reportero de calle, con la misma sensibilidad con la que contó el desembarco de los Darby's Rangers en Sicilia, ha disparado toda su vida. No hay mucha diferencia entre los ojos tristes de Marilyn en Los Ángeles de 1953 y el soldado con cara de niño sentado en la letrina diez años antes.

Con curiosidad y sin reverencias, capturó imágenes que, de alguna manera, definen un época y sus personajes.

Conoció a JAMES Dean el mismo año en que el joven actor murió corriendo con su Porsche. El encuentro tuvo algo de presagio. "Una bonita mañana de primavera de 1955 iba en coche por Sunset Boulevard. Paro en un semáforo. Cuando se pone verde, arranco. Llega una moto por la derecha a toda velocidad y la atropello. Salgo del coche desencajado. El joven se levanta sin problemas. Faltó esto [acerca el pulgar y el índice de la mano derecha] para que matara a James Dean". Cuando pasó el susto, Stern llevó al actor a la cafetería donde iban todos los divos. "Tomamos café y tarta de manzana. Le propuse ir a los estudios Goldwyn a una sesión de fotos con Sinatra. Como La Voz llegaba siempre cuando le daba la gana, mientras esperaba hice un par de fotos a James". Esa imagen del joven inconformista, despeinado y fascinante, mirándole semiescondido en su jersey se transformó en icono de la juventud quemada. Pocos meses más tarde, en septiembre, Dean murió.

"La relación que instauraba con los famosos no era propiamente de amistad. No éramos colegas. Quizá por aquella distancia profesional, ellos se sentían cómodos conmigo a su alrededor". Wayne, por ejemplo. "Nos veíamos a menudo, fuimos juntos a México, a Italia. Me pidió que documentara la boda de su hija. Formábamos una pareja de lo más peculiar. Él era 100% americano, pura sangre conservadora. Yo me coloco más bien en el otro extremo. Nos peleábamos todo el rato. Solía llamarme 'bolchevique'. Yo replicaba: 'Neandertal nazi'. Acabábamos pedo".

Sin embargo, al que más fotografió y quien más puertas le abrió fue Frank Sinatra: "Un monstruo con dos caras. Era excéntrico, hilarante, histriónico. Y a veces poco colaborador y antipático, molesto". "Nasty", repite saboreando el peso de tal descripción. "Una vez me pidió que fuera a cubrir un espectáculo de su hijo Francis Jr., que buscaba éxito como cantante. Al día siguiente me preguntó qué tal había ido su chico. 'Ha cogido tus buenos hábitos y no los malos', comenté. 'Dale tiempo', se río él".

Frank Sinatra fue una figura clave de aquella zona opaca donde se mezclaban el poder y los focos. La Voz dio acceso a Stern entre bastidores. En esta dimensión íntima, el fotógrafo penetra gracias a los modales directos, nada serviles. "Para mí eran hombres corrientes". Lo deja claro la nota que Stern envió a Sinatra cuando organizaba un homenaje al recién elegido presidente Kennedy: "Frank, quiero el encargo de fotógrafo en la gala en honor de JFK. Marca la opción correcta: 1: vale; 2: tengo que pensármelo; 3: fuck-off. Firmado: Phil". Aquella noche de enero de 1961, Stern estuvo en Washington. En un solo disparo -Sinatra encendiendo un cigarrillo al nuevo presidente- logra resumir la atracción fatal entre política, espectáculo y hampa.

El 30 de marzo de 1955, Stern debía pasar el día con Marlon Brando. El actor recibía el Oscar al mejor intérprete por La ley del silencio. "Estábamos en el teatro y de repente Brando dice: 'Tengo pis. Voy al servicio'. Le esperé, pero no volvía. Al cabo de mucho rato, regresa y me cuenta que los hombres de seguridad no le dejaban volver a la platea. ¡No le habían reconocido! Él repetía: 'Soy Marlon Brando, el actor. ¡Se supone que debo recoger un premio!".

En otro gran teatro, esta vez entre bastidores, el fotógrafo capturó una de las imágenes más bellas y estremecedoras de su carrera. Marilyn Monroe, a quien la industria del cine quiere alegre, aparece aterrada. "Se trataba de una ceremonia de beneficencia para un hospital infantil de Los Ángeles. A Marilyn le tocaba dar una charla. Le habían escrito unas líneas y ella tenía que aprendérselas. Estaba preocupada. Seguramente por tener que repetir de memoria el discurso, pero también por su vida entera".

Era 1953. Seis años más tarde, la actriz regaló a Stern un verdadero scoop. Fue el ojo de su cámara el único que pilló a la sensual estrella embarazada. "Samuel Goldwyn [magnate de Hollywood y fundador de los Goldwyn Mayer Studios] me autorizó a quedarme un par de semanas en un despacho en la segunda planta de los estudios. La ventana se asomaba a una calle que separaba las naves donde Marilyn rodaba Con faldas y a lo loco, en la acera derecha, de los probadores y apartamentos del reparto, a mano izquierda. Marilyn, entonces casada con Arthur Miller, pasa de un lado a otro, con un vestido ancho y blanco. Nada particular. Si no fuera porque, en el momento de empujar la puerta, un soplo de viento le pega la ropa al cuerpo y pone de relieve una barriguita de embarazada". Semanas después, la actriz perdió el bebé. Probablemente en su rostro afloró aquella mirada lejana y melancólica que solo Stern supo ver.

Retrospectiva de Phil Stern en la Fondazione Forma de Milán (plaza de Tito Lucrezio Caro, 3) hasta el 12 de septiembre.

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