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PALOS DE CIEGO
Columna
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El chaleco de Cioran

Javier Cercas

1 A Slavoj Žižek le gusta contar la anécdota, tal vez apócrifa. Durante la I Guerra Mundial, un puesto alemán envía un telegrama a sus aliados austriacos: "Aquí la situación es seria, pero no catastrófica". La respuesta de los austriacos no se hace esperar; dice: "Aquí la situación es catastrófica, pero no seria". Para Žižek, la anécdota define nuestra época: el mundo va a la debacle, pero no nos tomamos la debacle en serio y no tomamos medidas para evitarla. Puede que Žižek tenga razón, aunque, dada mi desconfianza instintiva de los augures del apocalipsis histórico, tiendo a dudarlo. No obstante, hay otra forma de interpretar la anécdota: según ella, los austriacos del telegrama no son unos irresponsables, sino unos tipos tan sagaces como para entender que, puesto que de todos modos la existencia de los hombres es catastrófica, lo mejor es no tomársela en serio y reírse de ella. Mi confianza en los augures del apocalipsis existencial es absoluta -no en vano compruebo a diario que la gente tiene la costumbre infame de morirse-, así que esta interpretación me parece inapelable. Claro que no sería la interpretación de Žižek, sino la de Cioran.

Es típico de mi vida anímica normal que me entre la risa ante las cosas ininteligibles"

2 Se celebra este año el centenario del nacimiento de Cioran, un escritor cuyo prestigio y cuyos lectores, 16 años después de su muerte, no cesan de aumentar, por lo menos en España, un país por el que Cioran sentía una gran simpatía. Digo escritor y no filósofo porque Cioran fue un gran escritor, pero no sabemos si fue un filósofo, cosa que depende de lo que entendamos por filósofo y que por lo demás importa bien poco. Sea como sea, lo cierto es que Cioran hace pensar y, sobre todo, hace mucha compañía. Ahora bien, ¿cómo es posible que haga tanta compañía el pesimista esencial, el destructor de todas las certezas, el pintor obsesivo e infatigable de la vida como absurdo perfecto y del hombre como sinsentido radical? Esa pregunta tiene muchas respuestas, la más inmediata de las cuales es otra pregunta: ¿y por qué no va a hacer compañía un escritor así? ¿Acaso hay algo que haga más compañía que la verdad? Cabe, sin embargo, una respuesta menos inmediata, pero a mi juicio no menos atinada: este pesimista inflexible era también un inflexible humorista, o poco menos. "Es típico de mi vida anímica normal", declara en 1932, "que me entre la risa ante las cosas ininteligibles". La frase está escrita cuando Cioran cuenta apenas 21 años, pero define un rasgo central de su obra, que puede en parte entenderse como un bromazo extremadamente lúcido, feroz y negrísimo sobre el espectáculo absurdo, negrísimo y feroz de la existencia. Como mínimo así la entiendo yo, que apenas soy capaz de leer una página de Cioran sin reírme, o por lo menos sin sonreír. Tomo al azar un libro de Cioran: Desgarradura; lo abro por una página al azar, la 92: "En cuanto salgo a la calle, al ver a la gente, exterminación es la primera palabra que me viene a la mente". Paso unas páginas y leo en la 98: "Experimentar, en medio de una feria, sensaciones que hubiesen provocado los celos de los Padres del Desierto". Paso más páginas y leo en la 106: "Mi misión consiste en matar el tiempo y la de éste es matarme a mí. Entre asesinos nos llevamos de perlas". Retrocedo una página y, en la 105, leo que Cioran recuerda que Tácito le hace decir a Otón, decidido a darse muerte, pero persuadido por sus soldados de que postergue su acción: "Está bien, añadamos una noche más a nuestra vida". Cioran comenta, compasivo: "Espero, por su bien, que aquella noche no se pareciera a la que yo acabo de pasar".

3 Se publica en castellano Guerra, un poderoso reportaje donde Sebastian Junger narra su experiencia como reportero en la guerra de Afganistán, empotrado en una unidad del ejército norteamericano. Comentando las bromas que según Junger se hacen los soldados antes de salir de patrulla -"Muy bien, ¿hoy quién la palma?", dice uno; otro pide a sus amigos que borren el porno almacenado en su disco duro antes de que el ejército lo mande de vuelta a su familia-, Ramón Lobo, que ha cubierto guerras en cinco continentes, escribe: "El humor transformado en un segundo chaleco antibalas". Pascal, el pensador más admirado por Cioran, pedía que, para imaginar nuestra condición de humanos, imaginásemos a un grupo de hombres encadenados y condenados a muerte, varios de los cuales son cada día degollados a la vista de los demás, que ven su futuro en el de los otros y esperan sin esperanza su turno. Yo les pido a ustedes que imaginen a uno de esos hombres riéndose horrorizado en una esquina: ese es Cioran. También les pido que se imaginen como soldados saliendo de patrulla por Afganistán sin chaleco antibalas y que se prueben el chaleco antibalas de Cioran: no protege de nada, pero, aparte de que hace mucha compañía, abriga. No creo que pueda pedirse más.

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