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MANERAS DE VIVIR
Columna
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La contagiosa locura del asesino noruego

Rosa Montero

Antes de meterme en el tema de este artículo, quisiera recordar una verdad muchas veces repetida y que, sin embargo, nos empeñamos en olvidar: estadísticamente hablando, los ciudadanos supuestamente "normales" cometen bastantes más actos de violencia que las personas que padecen una dolencia mental. Es decir: estar psicológicamente perturbado no implica ser un asesino ni, por supuesto, ser un imbécil. Y, como en el resto de la sociedad, entre los enfermos de este tipo hay gente estupenda y gente malvadísima, porque la patología mental sólo es una circunstancia del individuo y no el individuo entero.

Dicho todo esto, debo añadir que, para mí, el repugnante matarife noruego (no me da la gana de citar su nombre y complacer así su hambruna de notoriedad) es sin lugar a dudas un desequilibrado mental, un psicópata incapaz de sentir compasión por el prójimo, un tipo embargado por un delirio frío que le lleva a escribir tochos extravagantes e ilegibles de 1.500 páginas que rezuman odios obsesivos. ¿No es todo eso, justamente, lo que entendemos por locura? Ahora bien, el territorio de la llamada locura es muy resbaladizo. Los titubeos de la opinión pública a la hora de catalogar a este criminal me han parecido muy reveladores: primero se habló de un atentado terrorista islámico, después hubo horas de falta de adjetivación y mudo desconcierto, más tarde empezó a mencionarse a la extrema derecha, luego los medios insinuaron que era un perturbado y ahora, mientras escribo estas líneas, que, por razones de imprenta, tardarán quince días en publicarse, el acuerdo general parece ser tildarlo de "terrorista de extrema derecha", aunque por el momento (cuando redacto este texto) no se haya descubierto ningún cómplice.

"Si tu alucinación es compartida por más gente, deja de ser considerada locura"

Detrás de todo este vaivén se ocultan muchas cosas: miedo al extremismo islámico, miedo a la apertura de un nuevo frente terrorista desde la extrema derecha, miedo al sinsentido de un acto tan terrible. Y el consabido miedo a la locura, desde luego. A mí me da igual cómo clasifiquen al asesino, con tal de que lo mantengan recluido durante muchísimo tiempo. Pero me pregunto qué es lo que la sociedad entiende por "loco". Cuando el matemático John Nash recibió el Premio Nobel en 1994, después de varias décadas de psiquiatrización por padecer un trastorno esquizofrénico, escribió un texto conmovedor que ya he citado alguna vez. Nash había mejorado de sus delirios gracias a los nuevos fármacos y a un autocontrol tenaz: "De manera que en estos momentos parece que estoy pensando de nuevo racionalmente, al modo en que lo hacen los científicos", escribía. Pero añadía: "Sin embargo, esto no es algo que me llene totalmente de alegría, como sucedería en el caso de estar físicamente enfermo y recuperar la salud. Porque la racionalidad del pensamiento impone un límite en el concepto cósmico que la persona tiene". Y ponía como ejemplo a Zaratustra, o Zoroastro, que sin duda era un lunático para aquellos que no compartían sus enseñanzas. Pero fueron justamente esas chifladuras las que le convirtieron en un profeta y le permitieron pasar a la posteridad.

O lo que es lo mismo: si tu alucinación es compartida por más gente, deja de ser considerada locura. Lo malo es que esa visión monumental puede ser inofensiva, como la de Zoroastro, o muy dañina. Los planes megacriminales de Al Qaeda o la extrema cerrazón mental de los talibanes, que prohíben que las niñas estudien y que las mujeres salgan solas de casa, ¿no son verdaderamente patológicos, un claro síntoma de enfermedad mental? ¿Y qué decir de Hitler? ¿No era el nazismo delirante? Pero se les toma muy en serio como enemigos, y con razón, porque son una muchedumbre de trastornados.

Esa es la delicadísima frontera en la que estamos con el tema del asesino noruego. Para mí, ya digo, ese tipejo es un claro perturbado (y, además, un malvado, lo cual no tiene que ver con la enfermedad mental), pero lo más inquietante y lo que urge saber es hasta qué punto ese delirio ultraderechista es compartido por otros en este mundo cada día más irracional y más violento. Porque las sociedades también se pueden trastornar, como los individuos; y porque lo que llamamos locura es un vertiginoso punto ciego que zumba y palpita en el interior de todos nosotros.

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