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SILLÓN DE OREJAS
Columna
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De copas con Circe

Manuel Rodríguez Rivero

Como los compañeros de Ulises, el de las muchas tretas, sigo el consejo de Circe (Odisea, XII, 40-50) y durante mi paseo por la feria me coloco en los oídos tapones de cera melosa, para no oír a las ignotas sirenas que reclaman mi atención con el exclusivo propósito de perderme: como nos recuerda Pietro Citati en un lúcido ensayo al que siempre regreso con provecho (Ulises y la Odisea, Galaxia Gutenberg, 2008), el canto de aquellas divinidades marinas es inefable, y por eso el invidente (pero nada sordo) Homero nunca llega a describírnoslo con claridad. Pero mi curiosidad está muy lejos de la de Ulises, que se hizo atar al mástil para escucharlo sin riesgo, y opto por protegerme. Y es que con muchos de los autores que se apuntan al rito de la firma me sucede como con la mayoría de los "famosos" cuyas vidas se exhiben en las telebasuras: ignoro de quiénes se trata. En la feria firma todo dios, desde profesionales, como Antonio Gala, hasta aficionados, como Esperanza Aguirre: entre estos dos extremos todo un cortejo de celebridades y desconocidos. Ante los primeros se forman colas, en torno a los segundos lo único que colea es la indiferencia de quienes sólo persiguen escrutar el proteico rostro de la fama. Por lo demás, en mis rêveries de paseante (nada) solitario, descubro efectos sorprendentes, como ese pequeño espacio compartido -el azar, pero también la necesidad- por Atalanta (la editorial de Jacobo Siruela) y la Fundación Federico Engels, y que me suscita una leve fantasía acerca de lo distinto que habría sido el mundo si, por ejemplo, Marie-Antoinette (guillotinada el 16-X-1793) y Saint-Just (guillotinado el 28-VII-1794) hubieran coincidido en un canapé "confidente" durante una recepción en las Tullerías. Lo peor de la feria: el calor. Como me dijo mi amigo el polifacético editor (y arbitrista) Manuel Ortuño, habría que conseguir que, tras la pausa del almuerzo, las casetas no abrieran antes de las ocho de la tarde: con la siesta hecha y el horno empezando a enfriarse. La de este año está resultando una feria climatológicamente nada nórdica y comercialmente más bien desigual. A los editores (que traen su fondo) no parece irles tan mal. Y tampoco a los libreros que han sido capaces de conseguir abajofirmantes espectaculares: esos que todo el mundo sabe quiénes son, cobren o no anticipos de seis dígitos. Otros se quejan de que sólo se venden (bien) poco más de quince títulos, empezando por el de María Dueñas, posible reina de la feria (el rey, claro, Arturo Pérez-Reverte). Descubro también revivals que me llenan de nostalgia: Paidós reedita La función del orgasmo, de Wilhelm Reich, y Álvaro Pombo le ha puesto prólogo a la reedición de Eros y civilización (Ariel), de Marcuse, del que conservo un ejemplar (Joaquín Mortiz, 1965; la misma traducción de Juan García Ponce) más sobado que las cuentas del rosario de monsignore Rouco Varela. En cuanto a la oferta más meritoria, mi voto va para la librería Polifemo, cuya propietaria, Feli Corvillo, se ha marcado un magnífico catálogo y una caseta comercialmente suicida (pero ya sabrá sacarle partido) acerca de "libros sobre libros". Por lo demás, con lo que me costaron las copas en uno de los quioscos de bebidas, hubiera podido adquirir varios libros de bolsillo: pero, ya ven, preferí darle las gracias a Circe por su consejo, y la invité a unos gins and tonic. Luego la divina maga me convenció para pasar el verano en su palacio de Ea, que es muy fresquito. Ya les contaré (espero que no me pase como al pobre Elpenor, que se emborrachó y se cayó desde la terraza).

Bifurcaciones

Miren, hasta hoy nunca les había pedido nada. Ustedes (si existen) están ahí, en el improbable futuro, y yo, aquí, anclado en este ahora inasible y junto a una ventana entreabierta a través de la que me llega el runrún de los aparatos de aire acondicionado, confundido con el zumbido de un molesto moscardón (tengo a mano el aerosol de Fogo) que se ha colado en la penumbra de la habitación, enamorado quizás (el díptero, me refiero) de la luminosidad mesmerizante de la pantalla de mi ordenador. Hace mucho calor, pero no crean que deliro. Ahí va: necesito conseguir, antes de las 10.00 (hora de Nueva York) del día 23 entre 200.000 y 300.000 dólares. Ese es el precio de salida que la firma de subastas Bloomsbury ha puesto a las 12 frágiles páginas manuscritas (por una sola cara, en papel de libro comercial rayado verticalmente para consignar los asientos, con el "haber" impreso en el ángulo superior derecho) de El jardín de los senderos que se bifurcan, el magistral relato de Borges en el que se adelantaba literariamente la idea del hipertexto mucho antes de que la Red la universalizara. El manuscrito, redactado en 1941, apareció en la revista Sur el mismo año. Y su traducción inglesa en 1948 en el muy popular Ellery Queen's Mistery Magazine, dando a conocer al autor al público anglófono. Desde entonces la influencia del relato (recogido en 1944 en Ficciones) no ha cesado de crecer. Y lo que ahora se subasta es nada menos que el manuscrito original (incluyendo correcciones al margen) de aquella historia de la que Bioy Casares afirmaba que demostraba "las posibilidades literarias de la metafísica", y en cuya trama de espías y eruditos existe un laberinto infinito y una novela interminable. Miren, yo no lo quiero para mí, no soy tan fetichista. Pero si entre mis improbables lectores hay algún aún más improbable millonario que quiera hacer una donación de lujo a la Biblioteca Nacional de aquí (ahora con dirección vacante, y a punto de celebrar su tricentenario) o de Argentina (de la que Borges fue director), no pierda esta ocasión de ganarse el cielo literario. Más vale eso que, con la que está cayendo, seguir invirtiendo en el sector bancario.

Tapas

El Financial Times, habitualmente leído por gente bien alimentada (los que no lo están lo aprovechan para envolverse el bocata o la fiambrera), le ha dedicado una elogiosa reseña a The Book of Tapas, el nuevo libro que Inés Ortega ha publicado en la muy exquisita Phaidon, donde ya había aparecido su adaptación del célebre 1.080 recetas de cocina, la biblia gastronómica de Simone Ortega (Alianza Editorial, 1972). Que como coautora del libro figure también la madre solo es un homenaje ucrónico a quien fue maestra de Inés (y de un par de generaciones de españolitos), quien ha heredado apellido, gusto y criterio y lleva muchos años publicando sus propias recetas en múltiples libros que se reeditan constantemente. El de ahora, cuyas easy recipes se adaptan a gustos anglosajones, entiende las tapas como "cocina en miniatura": por eso no resulta extraño que figuren como tales clásicos de la gastronomía como la spanish tortilla o el andalusian fried fish. Por lo demás, lo peor de estos libros es que acaban con mis buenos propósitos dietéticos. Ojeando el de Phaidon (basado en El libro de las tapas, Alianza), mis glándulas salivares han funcionado como locomotoras. De manera que ahora mismito pongo proa a la nevera, a ver si me preparo unos tomatoes filled with sardines o algo por el estilo.

Ilustración de Max
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