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MANERAS DE VIVIR
Columna
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Cómo copiar una novela y casi salir triunfante

A lo largo de los años, muchos escritores principiantes me han preguntado si deberían registrar sus manuscritos inéditos en el Registro de la Propiedad Intelectual. Yo siempre les contestaba que no hacía falta y que si publicaban el libro la editorial ya se encargaba de ello. Ahora me doy cuenta de que se lo decía no sólo con cierto fastidioso paternalismo, sino, sobre todo, con una inconsciencia pavorosa. Espero que nadie haya salido perjudicado por mi tonto consejo.

Y es que acabo de caerme del guindo, o, por decirlo de otro modo, he conocido un caso asombroso no ya de plagio, sino de parasitismo puro y duro, de robo descarado de una novela. Una historia increíble que demuestra que, en efecto, los ladrones de ideas ajenas son tan reales como los piratas somalíes, y encima están mucho más cerca de nosotros.

"El ladrón hablaba de la novela con total desparpajo, como si creyese que de verdad era suya"

La cosa es como sigue: Sebastián García Hidalgo es un chico sevillano de 33 años. En 1999, mientras estudiaba magisterio musical, y con apenas 21 años, empezó a escribir una novela que por entonces se titulaba Estereosexual, una tierna y emocionada historia sobre un amor adolescente entre dos chicos que al final tienen que separarse. Sebastián terminó el libro en 2001 y lo inscribió, con clarividente prudencia, en el Registro de la Propiedad Intelectual de Sevilla. Después colgó su texto en yoescribo.com, una página en la que los autores noveles ponen sus obras y la gente puede descargárselas. Pasó el tiempo y, en 2005, García Hidalgo retiró la novela de Internet para presentarla a varios concursos e intentar editarla comercialmente. No hubo suerte. Hace tres años le puso un nuevo título, Saberse olvidado, y decidió venderla a través de Lulu.com, una editorial por demanda. Es decir, es una especie de autoedición, pero sólo imprime aquellos volúmenes que le compran. En fin, después de tanto tiempo, las cosas parecían estar empezando a marchar; conectó con Mira, una librería gay de Sevilla; firmó con ellos en la feria del libro de 2010, y comenzaron a preparar una presentación formal de la novela en un local del ambiente. Pero entonces, estando un día husmeando novedades en Mira, Sebastián cogió por casualidad un libro que estaba por allí, titulado Mario, firmado por un tal David García Llera y publicado por Odisea, que es una conocida editorial comercial gay. Leyó el argumento que venía en la solapa, y lo encontró tan parecido a su propia historia que se puso muy nervioso. Abrió la novela y empezó a leer. Se quedó anonadado y sin aliento: las primeras líneas eran exactamente iguales que las suyas. Sólo había cambiado el nombre del protagonista.

Y no se trataba sólo de las primeras líneas: aunque parezca increíble, el tal García Llera había fusilado el libro de arriba abajo. ¡Y Odisea alardeaba de haber hecho una segunda edición! O sea que, además, se vendía. Ese pirata, ese caníbal que le había devorado, estaba dejándole sin aire y sin espacio. Sebastián se hundió, se deprimió, abandonó los planes para presentar su obra. Denunció al ladrón, naturalmente, pero el proceso fue largo y el tiempo amargo. El lento paso de la ley se tomó casi año y medio en hacer justicia, y durante ese periodo ni el falso autor ni la editorial se pusieron en contacto con Sebastián para ofrecerle ninguna explicación. Aún peor: de cuando en cuando Sebastián leía alguna entrevista de David García Llera en la que el tipo hablaba de la novela con total desparpajo, dando detalles sobre cómo la había escrito y explicando qué significaban los personajes, como si hubiera llegado a creerse que de verdad era suya. Hace apenas un par de semanas salió por fin la sentencia que ha acabado con esta pesadilla. El pirata se declaró culpable y renunció a presentar recurso, lo que redujo su pena: no podía hacer otra cosa, dada la despampanante evidencia de su robo. Ha sido condenado a cuatro meses de cárcel, aunque no llegará a pisarla; a indemnizar a Sebastián con 4.000 euros; a destruir sus libros fraudulentos; a pagar la publicación de la condena en un periódico. Es una historia tan disparatada que parece producto de una fiebre, pero ha sucedido de verdad y, lo que es peor, si Sebastián no hubiera registrado su texto, el ladrón habría salido triunfante. Así que ya saben: si alguno de ustedes ha leído la novela Mario, que sepan que en realidad se titula Saberse olvidado y es de Sebastián García Hidalgo. Y, por favor, no se olviden de registrar corriendo todo lo que escriban.

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