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Reportaje:Viajamos al corazón de Ikea

La cuna de un gigante

Maite Nieto

Diluvia cuando cruzamos el puente de Oresund. Mientras se pierde de vista la costa danesa y el mar se va convirtiendo en el único horizonte a ambos lados de esta obra de ingeniería que ha conseguido unir Dinamarca y Suecia, pensar en el otro gigante que nos ha traído hasta este lugar resulta inevitable. El coloso sueco se llama Ikea: 318 tiendas en 41 países, 23.100 millones de euros en ventas anuales, 127.000 empleados a los que se refieren siempre como colaboradores, más de 1.000 proveedores en 50 países distintos, 200 millones de ejemplares de su catálogo distribuidos en el mundo, 626 millones de visitantes y 712 millones de entradas en su web cada año.

Con motivo del 15º aniversario de la tienda de Badalona (Barcelona), la primera inaugurada en la península Ibérica, nos han invitado a conocer su origen, el lugar en el que nació Ingvar Kamprad, su fundador, y donde se abrió el primer comercio de la firma. ¿Encontraremos en Älmhult, un pequeño pueblo de 8.000 habitantes situado en la provincia de Småland, alguna clave que desvele las razones del éxito de la mayor empresa del mundo de mobiliario y decoración para el hogar?

"Nunca podríamos haber existido en otra parte de suecia. Hacer piña y aunar esfuerzos es nuestra esencia"
El cliente es el primer y último eslabón de los creativos. se enorgullecen de no inventar necesidades, sino solucionarlas
"En este pueblo vive gente de muchas nacionalidades, y eso marca. estamos orgullosos de que ikea haya nacido aquí"
"No damos nada por hecho. siempre buscamos dar la vuelta a los problemas"
Rodeados de madera, con frío y mucho tiempo para estar en casa, fabricar muebles cae por su propio peso

Dejamos atrás la ciudad de Malmö, ya en territorio sueco, y continuamos 170 kilómetros por la autopista hasta desviarnos a una carretera secundaria flanqueada por bosques de aspecto inerte tras los rigores del invierno. Sin persianas ni cortinas, las ventanas desnudas de las casas que salpican el recorrido parecen decir: "¡Pasen y vean!". Y tras cada una de ellas, encendida, una pequeña lámpara. Una ventana, una lámpara; seis ventanas, seis lámparas. A la décima casa con la misma pauta queda claro que no se trata del gusto estético de un vecino aislado.

Una señal de tráfico advierte del peligro de animales en libertad. En el interior del triángulo, nada de vacas o ciervos; aquí lo que se puede cruzar en la carretera es un alce. La única ventaja que logro recordar de mis escasos conocimientos de fauna nórdica es que si aparece un macho, con sus casi dos metros de altura, en esta época del año habrá perdido su cornamenta. Me voy contagiando del espíritu de la zona: darle la vuelta a los problemas.

El paisaje fértil de las tierras del sur de Suecia se ha ido haciendo más árido. Ya no llueve, pero todavía quedan parches de nieve acumulada aquí y allá. El campo aparece salpicado de numerosos muros de piedra construidos a mano.

Llegamos a älmhult de noche. Una vía férrea divide el pueblo en dos. A un lado, el centro urbano, con un par de calles principales y casas de colores que siguen la arquitectura típica de la zona, al estilo de las primeras granjas que formaban el pueblo en el siglo XIX. Los campanarios de dos iglesias son los únicos puntos elevados que se distinguen.

Al otro lado, la tierra de Ikea. El hotel Ikea. Ikea of Sweden (IoS), el centro de desarrollo de producto de la firma. ICOM, la compañía dedicada a las comunicaciones del grupo y donde se elabora su famoso catálogo. Testlab, el laboratorio de pruebas. Un amplio centro de actividades para empleados y familiares, con gimnasio, restaurante, zona recreativa para niños y pub incluidos. El museo Ikea, que recoge sus raíces e historia. Tillsammans, un centro corporativo inaugurado hace siete meses, solo accesible para los empleados y repleto de sorpresas dirigidas a que entiendan los cimientos en los que descansa la compañía. El centro de distribución más antiguo, pero también uno de los de mayor capacidad de los 27 que tienen repartidos por el mundo. Y casi diminuta en comparación con todo este complejo de edificios que escapan a la vista, la primera tienda Ikea, inaugurada en 1958.

Ingvar Kamprad nació aquí en 1926. Si el lugar es hoy tranquilo, entonces era poco más que contadas granjas distantes entre sí, cuyos habitantes se surtían en la única tienda que existía y que pertenecía al abuelo materno de Ingvar. Su madre se encargaba de la contabilidad y, a falta de guarderías, el niño correteaba por el sitio que le parecía más divertido: la tienda. A los cinco años ya empezó a vender cajas de cerillas y a canjear las ganancias por más cosas para ofrecer: tarjetas, semillas de flores... De su abuelo aprendió que si un cliente pide algo que no tienes en tu surtido, debe encontrarlo cuando vuelva la próxima vez.

Con siete años se trasladó a vivir a la granja de sus abuelos paternos, y los vecinos, sin tiempo para acercarse al pueblo a comprar cosas pequeñas, recibían encantados las visitas de aquel niño que iba añadiendo mercancía a su repertorio: setas, bayas del bosque, pescado... No hacía otra cosa que comportarse como un habitante de Småland: aprovechar todo lo que la naturaleza ponía a su alcance. Inquieto y pertinaz, no dudó en mover cielo y tierra hasta lograr registrar su empresa cuando solo tenía 17 años.

Juni Wannberg es sueca, ha vivido en varios países como colaboradora de Ikea y en la actualidad ejerce de guía en el museo: "Nunca podríamos haber existido en otra parte de Suecia", explica, "el espíritu emprendedor de esta región del país, nuestra relación con la naturaleza y las duras condiciones de vida que obligaron a nuestros antepasados a hacer piña y aunar esfuerzos para salir adelante forman parte de nuestra esencia. Esa sensación de familia, de querernos ayudar los unos a los otros, es muy importante para entender Ikea".

conocer de cerca los sitios y a las personas desbarata tópicos. El que hace referencia a la frialdad de los nórdicos se desploma en Älmhult. Sus ciudadanos son habladores, educados, curiosos... Una cajera de Willy:s, el único gran supermercado a la vista, dice: "En este pueblo viven personas de muchos países, y eso marca. Estamos orgullos de que Ikea haya nacido y esté instalada aquí. En otras poblaciones del mismo tamaño no hay tantas actividades como nosotros tenemos en nuestra ciudad".

Un dato: en la mayoría de los municipios suecos, el Ayuntamiento es el mayor empleador. En Älmhult gana Ikea. Tres mil quinientas personas de 50 nacionalidades distintas trabajan aquí para la compañía. De ellas, 1.500 viven en la población; el resto, en ciudades como Malmö o Helsingborg, situadas aproximadamente a una hora de tren. "Es que en Älmhult hay muchas peluquerías y pocos bares", bromea un trabajador treintañero.

James Futcher es británico, tiene 40 años y es desarrollador de producto en el área de iluminación en IoS: "Como desarrollador de producto, es el mejor trabajo que he tenido. Haces objetos para gente de todo el mundo, y aquí la calidad de vida familiar es muy buena. Nos aseguramos de salir para estar al tanto de la actualidad, pero Ikea tiene una naturaleza humilde, y también es bueno estar rodeado de un bosque, de lagos... precisamente por el carácter humilde que tiene la misma naturaleza".

Ya que su especialidad es la iluminación, le pregunto por la finalidad de tantas lámparas detrás de cada ventana. "No hay vida si no hay luz". Tras esta contestación, muy conveniente para alguien que se gana el sueldo liderando el proceso de creación de lámparas de principio a fin, mira a Mattias Lindquist, un compañero sueco del área de comunicación, reclamando ayuda. "En Suecia es casi más importante la celebración del solsticio de verano que el Día de la Fiesta Nacional", explica Mattias. "Hay meses de invierno que llegamos a tener 20 horas de oscuridad. La iluminación de las casas es una forma de hacerlas más acogedoras e invitar a la gente a que venga a ellas".

Ahí va otra máxima Ikea: "No creamos necesidades, las solucionamos". Futcher sabe mucho de eso. El cliente es el primer y último eslabón de su trabajo. Detrás de cada objeto hay mucha investigación de base. ¿Qué quieren los compradores? ¿Viven igual en España, Estados Unidos o Japón? ¿Desea lo mismo un joven, una familia con niños o un matrimonio jubilado? ¿Prefieren colores vivos o tonos naturales? "Un diseñador de producto debe liderar ese proceso, para asegurar que todo ocurre en el momento que debe. Y tiene que contar desde el principio no solo con el diseñador; también con el proveedor, expertos técnicos, buscadores de materias primas, técnicos de embalaje...", explica Futcher.

En esta empresa odian el aire. No el que se respira a orillas del helado lago Möckeln del que tanto disfrutan, sino el que intenta colarse en sus contenedores a la hora de transportar mercancía. A menos espacios vacíos, contenedores más aprovechados, menos coste y menos emisiones contaminantes a la atmósfera. Para llegar a esos embalajes planos que millones de habitantes del planeta han llevando alguna vez en el maletero de su coche, todos los objetos han pasado por un departamento que estudia cómo producirlos para que desmontados ocupen el menor espacio posible.

Otra regla Ikea: "Nosotros hacemos una parte del trabajo, pero usted colabora para conseguir a cambio precios más baratos. De nuevo el ADN de la región de Småland se cuela lanzando un manifiesto que la empresa de decoración ha adoptado: "Somos gente emprendedora, tenemos pocos recursos, pero trabajamos duro y juntos para sacarles partido". Eso se nota en las aficiones de sus ciudadanos. Les encanta ponerse manos a la obra. El bricolaje y la mecánica se encuentran entre sus hobbies, y si te vas al ayuntamiento a ver el programa para adultos puedes encontrar desde clases de chino hasta cursos para aprender a construir tu propia casa.

Pero es que además en toda Suecia se da valor al dinero. Hay chistes que se refieren a lo mucho que le cuesta a la gente de Småland desprenderse de él. Incluso Ingvar Kamprad, que acaba de cumplir 85 años y no tiene precisamente problemas de liquidez, tiene fama de tacaño. Sus colaboradores más cercanos no lo desmienten: puede invertir un montón de dinero en la empresa que es su vida, pero es austero con él mismo. Nunca viaja en clase business, tiene un coche normal y le han visto comprar comida rebajada en un supermercado porque su fecha de caducidad estaba próxima.

Por tanto, se admiten bromas sobre el montaje de los muebles y el infierno que supone cargar uno mismo con el salón de casa, pero a cambio... "ofrecemos diseño, calidad y funcionalidad a los mejores precios". Y sin improvisación.

En el laboratorio de pruebas, donde se testa todo lo que ustedes puedan imaginar durante la fase de desarrollo de cada producto -desde la resistencia de una superficie hasta el goteo de las velas, la respuesta al fuego del material de un sofá, el desgaste de una tela o la fatiga que produce el uso diario en un mueble-, una parte crítica es ver cómo montan los clientes sus productos. "Da igual lo bien diseñado que esté y lo bonito que sea", explica Anders Jarlsson, uno de los responsables en Testlab. "Si se tarda cinco horas en ensamblarlo, el producto no es bueno".

Persistencia y tozudez. Para dejar perfecto un mueble o para enfrentarse a los retos. Ingvar Kamprad vivió el suyo cuando en 1952 empezó a vender muebles en un local bastante destartalado del pueblo. La forma de exponerlos en ambientes, aunque fueran mucho más sencillos que los actuales, fue un éxito. Pero otros comerciantes intentaron boicotearle prohibiendo a los fabricantes que le vendieran. Acudió a los daneses, muy buenos en el sector, y no solo compró, sino que contrató allí a los cuatro primeros arquitectos que empezaron a hacer diseños originales para Ikea. El gigante estaba en marcha.

Per-Olof Svensson nació en Älmhult hace 45 años. Es colaborador en Ikea Components, donde se encarga de adquirir materias primas para los proveedores. "Hemos crecido con unos abuelos que han vivido épocas duras y nos han inculcado no dar nada por hecho. Eso y tener siempre los pies en la tierra creo que son factores de éxito en cualquier cosa que hagas. Siempre buscamos dar la vuelta a los problemas para salir reforzados".

Clara Guasch es catalana y en España trabajaba en una empresa familiar. Ahora es responsable de desarrollo técnico y materiales textiles en el área de estrategia de surtido. Eso significa pensar cosas que se puedan desarrollar de 3 a 10 años, incluso 20, para mejorar y tener ventajas competitivas.

Hemos quedado en el restaurante japonés del pueblo. Otro de los efectos colaterales, junto al colegio inglés, de tener una población tan internacional paseando por sus calles. Viene batalladora. "La cultura empresarial española necesita un cambio ¡ya! Es paternalista, patriarcal, jerárquica. Aquí lo primero es el desarrollo de la persona. Creo que en España no lo entienden. Cómo puede llegar a decirse 'no te pago por pensar'. En Ikea esto es inviable. Cualquier cosa que puedas plantear se debate y se valora. Es verdad que la empresa tiene muchos recursos e invierte gran parte de ellos en mejorar procesos; por eso nos pueden pagar por pensar. Pero lo cierto es que hay muchos que tienen los recursos y nunca mueven ficha".

Son las ocho y media de la tarde y no queda nadie en el restaurante. La vida familiar es importante, y la climatología invita a vivir de puertas adentro. Otro argumento para que Ikea haya nacido precisamente en esta parte del mundo. Rodeados de bosques, y por tanto, de madera, con frío, pocas horas de luz en invierno y mucho tiempo para estar en casa, fabricar muebles y hacer agradable tu propio hogar cae por su propio peso.

Pero ¿a qué se debe el éxito internacional de una empresa tan escandinava? Mari Gustafsson, la simpática directora de la tienda Ikea en Älmhult, da un argumento imbatible: "Conocemos bien a los clientes, y todos tenemos necesidades en nuestra vida diaria. La baza de nuestra empresa es mejorarla dando soluciones bonitas y a buen precio".

Al lado del museo se conserva un trozo de los rústicos muros de piedra que abundan en la región. Dicen que esta parte de Suecia tiene tantas de esas vallas que con ellas se podrían construir 75 pirámides de Keops. El motivo: cuando esta zona se dedicaba a la agricultura, las heladas de cada invierno hacían salir las piedras de la tierra y no había más remedio que quitarlas a mano para poder cultivar el terreno. Sin medios mecánicos, lo mejor era apilarlas y utilizarlas para proteger los cultivos de los animales. Trabajo duro y aprovecharlo todo. Ikea en estado puro.

De regreso al aeropuerto de Copenhague, recuerdo las palabras de Per-Olof Svensson: "Podría decirse que es una empresa grande en un pueblo pequeño o un pueblo pequeño con una empresa grande". Sin duda, es una enorme empresa global, con corazón y cerebro local.

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Sobre la firma

Maite Nieto
Redactora que cubre información en la sección de Sociedad. Ha desarrollado la mayor parte de su carrera en EL PAÍS, donde ha sido redactora de información local de Madrid, subjefa en 'El País Semanal' y en la sección de Gente y Estilo donde formó parte del equipo de columnistas. Es licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid.

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