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Columna
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El derecho a canibalizar la vida de los demás

Andrés Barba

En un artículo publicado por Maupassant en junio de 1883 en Gil Blas, inédito hasta hoy en español y recientemente recuperado en una antología de textos, se comenta cierta cuestión que, casi ciento cincuenta años después, no sólo no ha perdido su vigencia sino que parece haber sido escrita al hilo de los acontecimientos más recientes. El diario alemán Bild destapaba el caso haciendo saber que a uno de los mineros chilenos se le había hecho llegar (cuando aún estaba bajo tierra) un contrato por valor de 40.000 dólares a cambio de la exclusividad de sus declaraciones durante 72 horas. La cultura, dice Maupassant, como no podía ser de otra forma, siempre se ha alimentado caníbalmente de las vidas ajenas. Y no digamos los medios. Nuestra fascinación por el biopic, por los poemas (un tanto chuscos) y póstumos de Marilyn, por la confesión, nuestra sed de intimidad ajena, de secreto ajeno, del porno ajeno, pone de manifiesto dos cuestiones claras y en cierto modo contrapuestas; por un lado, que todos nos sentimos con derecho a juzgar y, por otro, que nadie parece saber vivir a derechas su propia vida y necesita devorar cómo otras personas, en el cerco privado de su intimidad, han resuelto lo que no hemos sabido resolver nosotros; el amor, la enfermedad, la soledad o la muerte. Más aún si esas personas han tenido una dimensión pública. Y más aún si se han demostrado poco solventes en esas lides.

Es curioso que Maupassant abogue tan sanamente por el derecho al canibalismo de la cultura. El artista tiene derecho a servirse de todo, a canibalizarlo todo. Cosa muy distinta es que tenga derecho a juzgarlo todo. Misterioso resulta también comprobar que la tan pintoneada sociedad laica, lejos de liberalizar los juicios, los haya promovido con tanta furia. Parece un contrasentido que cuanto más laicos nos hemos vuelto, más se haya desarrollado en nosotros, como sociedad y en todas sus manifestaciones (política, cultural y mediática), una vena moralista. Y como cada vez nos sentimos más acogotados entre lo que es conveniente y no decir, cada vez nos sentimos con más derecho a lapidar en la plaza pública a quien no ha dicho lo conveniente o a quien se ha reído de lo que no debía. "El día que sea posible representar en escena a un obrero deshonesto el teatro francés habrá demostrado su mayoría de edad", escribió Flaubert a Colette. Tanto se podría decir del cine español. El día en el que un artista español no tenga miedo de crear un personaje femenino que haya sufrido maltrato de género y sea, a la vez, una mala persona, habremos dado un paso de gigante, ya no estaremos representando discursos, sino personas. Canibalicemos pues la vida ajena como artistas, pero sin juzgarla, como exige Maupassant, y sin hacer entrar en nuestros libros la realidad a patadas en tres tópicos maltrechos. El canibalismo, tratado así, bien puede convertirse en una de las bellas artes.

Sobre el derecho del escritor a canibalizar la vida de los demás. Guy de Maupassant. Traducción y edición de Antonio Álvarez de la Rosa. El Olivo Azul. Córdoba, 2010. 184 páginas. 17,95 euros. Andrés Barba (Madrid, 1975) ha publicado recientemente la novela Agosto, octubre (Anagrama. Barcelona, 2010. 152 páginas. 15 euros)

Guy de Maupassant (1850-1893).
Guy de Maupassant (1850-1893).

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