_
_
_
_
_
DIOSES Y MONSTRUOS
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La desdicha de Gil de Biedma

El cónsul de Sodoma tiene aroma a teatro rancio, con personajes y situaciones que rezuman tanto énfasis como falsedad

Carlos Boyero

Ferré, aquel juglar incendiario, aquel músico y cantante con capacidad para alborotar el alma, estaba convencido de que la gente sólo debería conocerse cuando está disponible, a ciertas horas pálidas de la noche, con problemas de hombres, con problemas de melancolía. Consecuentemente, devotos con causa en madrugadas etílicas me habían recitado fervorosamente y con sensibilidad extrema poemas de Gil de Biedma. Me ocurría antes de devorar Las personas del verbo, de buscar frenéticamente todo lo que hubiera publicado ese hombre, de saber que iba a convertirse en uno de tus intemporales poetas de cabecera, ideal para estados de animo familiarizados con la tristeza o cercanos a la desolación, lúcido y profundo, evocador y amargo, mordaz y conmovedor, siempre inquietante. Alguien, como Kavafis y Pessoa, esos buceadores de la soledad, cuyas palabras, imágenes y sentimientos se te clavan perdurablemente en la memoria, otorgan alivio, asustan, conmocionan, te identifican.

Lo peor es cuando la relamida voz de Jordi Mollá declama los poemas del hombre al que intenta inútilmente dar vida

Sospecho que somos muchos los lectores para los que la obra lamentablemente breve de este hombre representa algo muy especial. Y lógicamente, sentimos curiosidad por saber cosas de una personalidad tan compleja y de una existencia que imaginas llena de pasiones, claroscuros, contradicciones, paradojas y desgarros. Puedes recurrir para ello a su biografía y a los testimonios orales o escritos de los colegas ilustres y de la gente anónima que le trataron. El cine también se ha ocupado de persona tan fascinante y secreta en El cónsul de Sodoma y el resultado me parece lamentable. Dudo que la visión de esta película académica aunque pretendidamente transgresora, acartonada, con aroma a teatro rancio, con personajes, situaciones y diálogos que rezuman tanto énfasis como falsedad, vaya a servir para que las nuevas generaciones busquen a ese poeta siempre cercano que habla de sensaciones de cualquier época. Nada resulta emotivo en los amores bisexuales, exóticos, intensos o frívolos de ese dandy con torturada conciencia de clase. Sus depresiones o su exaltación te dan igual, cada frase que sale de su boca lleva el sello de la afectación y de la brillantez forzada. Pero si la acción no tiene el menor interés, lo peor es cuando la relamida voz del insoportablemente histriónico Jordi Mollá declama con tono lánguido los poemas del hombre al que intenta inútilmente dar vida, ponerle gesto y voz, retratar las simas de ese espíritu refinado, hipersensible y cínico. Esos versos tan indiscutiblemente hermosos pueden llegar a atragantarse por la engolada forma que utiliza el transmisor al recitarlos. Y entiendes la irritación y los comentarios demoledores de Juan Marsé ante esta cargante película. No se sabe qué opinaría el difunto sobre el pretencioso y vano biopic que le han dedicado, pero es comprensible que los amigos vivos de Gil de Biedma que aparecen larga o episódicamente en la película transformados en penosas caricaturas pillen un notable mosqueo. No conocí a Carlos Barral. Tampoco he tratado a Marsé ni a Vila-Matas. Todos ellos en posesión de una escritura admirable. Pero hasta el más ingenuo tiene claro que la relación entre su personalidad y los personajes que les representan debe ser inexistente. Como casi todo en El cónsul de Sodoma, los retratos de esta gente se sitúan entre la vergüenza ajena y el patetismo.

Si haces memoria, descubres que el cine pocas veces ha sido venturoso al adaptar la vida de los grandes escritores. Tampoco ha logrado resultados frecuentemente modélicos al resucitar a los pintores o a los músicos, pero en alguna ocasión, como en la mirada que le dedicó Clint Eastwood a Charlie Parker en la escalofriante Bird, puedes reconocer en la pantalla las esencias, el universo y el arte, del ilustre biografiado.

Las películas más estimables que he visto sobre escritores son las dos que se realizaron simultáneamente sobre la tortuosa relación de Truman Capote con los asesinos de A sangre fría. Ha habido interpretaciones excelentes, muy por encima de las historias que cuentan esas películas, de actores y actrices como Stephen Fry, Matt Dillon, Johnny Deep, Jason Robards, Nicole Kidman, Judi Dench y Javier Bardem encarnando respectivamente con credibilidad y talento a Oscar Wilde, Charles Bukowski, James Barrie, Dashiell Hammett, Virginia Woolf, Iris Murdoch y Reynaldo Arenas. Karen Blixen, alias Isak Dinesen, tuvo la suerte de que un director tan auténticamente lírico como Sydney Pollack y la abusivamente perfecta Meryl Streep se ocuparan de ella en la preciosa Memorias de África. Me he olvidado de qué le ocurrió a Shakespeare cuando estaba enamorado. Pero va a ser difícil no recordar con irritación a este desdichado Gil de Biedma.

Jaime Gil de Biedma (Nava de la Asunción, Segovia, 1929-Barcelona, 1990) fotografiado en Segovia en 1978.
Jaime Gil de Biedma (Nava de la Asunción, Segovia, 1929-Barcelona, 1990) fotografiado en Segovia en 1978.COLITA

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_