_
_
_
_
_
PERDONEN QUE NO ME LEVANTE
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Entre dioses

Los diferentes dioses que cortan el bacalao en el Planeta se reunieron a principios de febrero para hacer balance de resultados. Como cada año, pero en esta ocasión no comunicaron el lugar ni el día ni la hora. No se lo dijeron ni a sí mismos, para que no se les cayera el secreto durante alguno de sus paseítos multiubicuos, esos desesperados recorridos que emprendían, una eternidad tras otra, en busca de verdaderas buenas personas, fuesen creyentes o no. A los dioses les frustraba mucho que de cada cinco seres humanos realmente bondadosos que descubrían, cuatro fueran ateos o, al menos, indiferentes a la fe, pero aún más les defraudaba tener que confesarse que esas personas, aunque alejadas de las creencias, les compensaban del trajín de tener que dar la vuelta al mundo al tiempo que se quedaban en todas partes.

"Recordad que a los dioses nos inventan los hombres. Lo cual resulta humillante"

Llevaban tanto juntos que se aburrían en las reuniones, pero qué le iban a hacer. El mayor, dentro de lo perdurables que eran todos, nunca había exhibido lo que se denomina buen carácter, pero últimamente estaba más insoportable que nunca. "Reconoced que soy el que tiene peor prensa entre las buenas personas, por culpa de lo que hacen en mi nombre", dio un puñetazo sobre la mesa nada más sentarse. "Yo nunca dije lo del párpado por párpado, y mucho menos lo de liposucción completa por párpado. Pero, ¿qué puede esperarse de algo escrito por alguien que se perdió en un desierto y luego se hizo de la Asociación del Rifle?". Se mesó las ancestrales barbas. Los otros lo contemplaron con simpatía. También ellos aguantaban lo suyo. Por eso no habían querido hacer partícipes de la reunión a sus interlocutores válidos en el Planeta. Sabían que la interpretarían en su beneficio.

Aquélla iba a ser una reunión importante, porque los dioses, por encima de todo otro sentimiento, se sentían deprimidos e impotentes. Y en materia divina, hasta ahí podían llegar.

-Reconozcamos que hemos sido mal interpretados, los tres, y que esto pinta muy mal -terció el que tenía mejor carácter-. Mi receta de amor al prójimo del mundo no parece ser suficiente para desterrar los odios más fanáticos, que se centran precisamente en los otros. Y quienes deberían predicar con el ejemplo se encuentran poseídos por el fanatismo y entregados a las ambiciones del poder terrenal.

-Lo cual significa que hemos contribuido a expansionar la industria armamentística cuando sólo queríamos mejorar el mundo -intervino el tercero, que también estaba resentido por la forma en que los intermediarios interpretaban sus dichos allá abajo.

En aquellos instantes que, aunque eternos, se alejaban como luciérnagas en la noche, un cuarto dios se hizo sitio entre ellos. Era muy vaporoso, pero tenía la lengua muy larga, como comprobaron en su primera intervención:

-Recordad que a los dioses nos inventan los hombres. Ahora mismo ni siquiera estamos aquí, sino en la pesadilla de alguien. Lo cual resulta humillante para un dios, por falso que sea.

-Y tú, ¿quién eres?

El tío tenía una plumaza impresentable, concluyeron los tres usando el modo telepático privado, para asegurarse de que el advenedizo no podía escucharles.

-No os preocupéis, que no soy divino, sino profundamente humano, y, por tanto, he fracasado también. Vengo de la Era de la Razón, del Tiempo de las Luces, soy lo que queda de aquella época en la que la Humanidad creyó que no volvería a necesitaros. Ya me veis: una pluma apenas, ni siquiera una plumaza, como vosotros pensáis.

Lo último lo dijo con retintín.

-Vuestra derrota, en el improbable caso de que existierais, y con ser mala, no sería peor que la mía, porque no sólo he perdido la compañía de las mentes lúcidas, sino que, además, heme aquí departiendo con vosotros.

-¿Y si nos suicidáramos? -los otros le miraron con esperanza-. Correría la voz de que Dios ha muerto y quizá empezaran a hacer las cosas bien.

-No podéis. Se os supone tan omnipotentes que no podéis hacer nada contra vuestra inmortalidad, lo cual os convierte en impotentes. ¿Jugáis al póquer?

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_