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Reportaje:PERSONAJE

Este escritor es un visionario

Iker Seisdedos

Es un miércoles cualquiera, soleado y ventoso, en la calle Valencia, de San Francisco. Otro día más en el seno de la revolución literaria de Dave Eggers (Chicago, 1970), filántropo, infatigable aglutinador de voluntades y muy probablemente el escritor estadounidense más relevante de su generación. No son sólo sus novelas (Mondadori acaba de publicar Qué es el qué, la tercera). Es la decena de proyectos sociales que abandera repartidos por todo el país. Son sus incomparables revistas. Es, en suma, el imperio de ideas ingeniosas que Eggers controla desde un anónimo edificio, indistinguible entre las taquerías y los negocios latinos de esta arteria del barrio mexicano de The Mission.

Si en la planta baja un puñado de treintañeros edita primorosamente las revistas The Believer y McSweeney's, acaso las mejores entre las consagradas a la nueva narrativa inglesa, en el sótano varios adolescentes llegados de la parte baja de la rueda de la fortuna ultiman la edición de 2008 de The best american nonrequired reading, que es precisamente eso: las mejores lecturas escogidas entre aquellas que no figuran en sus planes de estudios. La cosa funciona así: una decena de muchachos con problemas de la bahía de San Francisco se reúnen cada semana convocados por el escritor Dave Eggers; leen, comparten y puntúan textos procedentes de más de 200 revistas editadas en EE UU, y el veredicto de tan inusual jurado se publica en una antología anual en tapa blanda que resulta cualquier cosa menos predecible. Mientras tanto, al otro lado de la calle, en el número 826 Valencia (la dirección postal que da nombre a su fundación benéfica), 75 chavales de entre 8 y 16 años reciben clases extraescolares y consejos de escritura creativa en la trastienda de un establecimiento que para sostenerse vende a los turistas 'suministros piratas'. Botellas para mandar mensajes de náufrago, barriles de pólvora y parches, además de libros, revistas y el resto de la ingente producción editorial de la casa.

Todo lo cual descansa sobre la espalda, torcida por la escoliosis de años de escribir en ordenador portátil recostado en un sofá, de Eggers, ex niño prodigio de la literatura estadounidense y, desde hace 10 años, editor de la revista McSweeney's, trimestral y desafiantemente original. Con una tirada de unos 20.000 ejemplares, es una revista literaria que combina nombres como los de Joyce Carol Oates, William T. Vollman, Zadie Smith o el propio Eggers con la prosa de cualquier debutante con algo que contar y la dirección correcta a la que enviar los textos. Cualquier parecido con una gaceta sobre narrativa al uso acaba ahí. Cada número es radicalmente distinto al anterior en McSweeney's, bautizada así en honor a un tal Timothy McSweeney, loco inofensivo que, según recuerda Eggers, 'mandaba cartas' a su madre, Adelaida, en las que se presentaba como 'un familiar perdido presto a reunirse con ella'. Ahí está el número 17, que adquirió el aspecto de la correspondencia (folletos publicitarios y facturas incluidas) de una supuesta Maria Vasquez. O aquel tercero, descatalogado, para el que David Foster Wallace escribió un relato en el lomo.

"Nos tomamos nuestros contenidos muy en serio, pero no a nosotros mismos. Tampoco el concepto de revista literaria. No compartimos que deba ser árida y encopetada en su presentación", explica Eggers con el murmullo del atormentado por la migraña mientras juega con una mancha de sus vaqueros. El caos que le rodea -papeles tirados por el suelo, botellas vacías de bebidas energéticas y paquetes de UPS sin abrir- forma un conjunto que cualquier madre definiría como 'una leonera' y, sin embargo, el pelirrojo Eggers considera 'una oficina', pese a no haber rastro de silla, mesa o perchero.

Desde aquí pilota la nave con la ayuda de una plantilla de 'siete u ocho' trabajadores y una quincena de becarios que, sin cobrar, corrigen textos y comprueban datos encorvados sobre sus portátiles blancos. Se pasan libros de Roberto Bolaño, hacen chistes rematadamente inteligentes y se ruborizan cuando se ven pillados en un renuncio intelectual. Todos saben que los tipos sentados al fondo de la redacción -Jordan Bass, editor jefe de McSweeney's, y Eli Horowitz, mano derecha de Eggers y responsable de la editorial- fueron becarios antes de darse a la gran vida de la posmodernidad literaria. Así que, con suerte, acabarán como ellos, ideando rompedores conceptos, bromeando por teléfono con los mejores ilustradores del país y decidiendo si el escritor Donald Barthelme está listo o no para una reivindicación en las páginas de alto gramaje de la revista.

“Se ha convertido en un problema”, admite Andrew Leland, editor de The Believer (El Creyente). “Chicos de todas partes del mundo quieren venir a trabajar gratis aquí. Por eso exigimos que vivan en San Francisco o, al menos, tengan dónde quedarse; no queremos que el padre de nadie ande sufragando nuestras aventuras”. The Believer, para la que Leland trabaja, es, con una web humorística (www.mcsweeneys.net) y Wolphin, singular revista en DVD, la otra joya de la editorial. Se trata de una publicación mensual en el sentido más convencional (si cabe aplicar ese adjetivo a esas portadas dibujadas por el grande del cómic Charles Burns) dirigida por Vendela Vida, atractiva escritora de aspecto severo, esposa de Eggers y madre de la hija de ambos, que esta tarde se despide de él con un “nos vemos en casa, cariño”. “The Believer es el reverso periodístico de McSweeney’s”, había explicado Leland. Organizada en torno a una originalísima sección de críticas literarias (en sus fichas se detallan asuntos como la tipografía o el número de bolígrafos empleados en la escritura del libro en cuestión), The Believer se compone de reportajes sobre la ausencia de argumento real en la obra de W. G. Sebald, historias como la del negro ex novio de Billie Holiday que “inventó la moderna crónica de sucesos”, o el diario de lecturas del escritor inglés Nick Hornby. Hornby, como el resto de las firmas que dan lustre a los proyectos de Eggers -entre las que se incluye Javier Marías, de quien Dave se presenta como “su introductor en EE UU”-, cobra entre “300 y 500 dólares”, según confiesa Horowitz, por colaboraciones que en otras publicaciones como The New Yorker o Rolling Stone se pagarían hasta veinte veces más. Es la clase de influjo que ejerce el empuje de Eggers sobre sus pares. Parecido hechizo despliega el escritor en cualquiera de sus multitudinarias lecturas, como la que celebró en la librería Strand de Nueva York una gélida tarde del mes de diciembre pasado.

Ante una audiencia de unos 400 lectores, en su mayoría mujeres jóvenes (hay hasta un chiste al respecto del magnetismo de su obra con las féminas en el guión premiado con un Oscar de Juno), Eggers presentó azorado y murmurante Qué es el qué, su tercera novela. Cuenta la historia de Valentino Achak Deng, uno de los 4.000 niños perdidos de Sudán que en los noventa fueron admitidos por el Gobierno de Estados Unidos y soltados en nuevos campos de batalla con nombres como Atlanta, Seattle, Vermont o Carolina de Norte. Llegaban huyendo de la guerra que enfrentó durante 20 años el norte musulmán con el sur cristiano y animista. Pero sobre todo escapaban de los temibles hombres venidos de Jartum a caballo que reducían a cenizas y cadáveres pueblos como Marial Bai -el lugar dejado de la mano de Dios que Valentino tuvo que abandonar con lo puesto en 1987, a los nueve años-, y de los leones que atacaban al caer la noche al grupo de niños huérfanos a los que se unió en un éxodo sin esperanza hacia Etiopía, primero, y al gigantesco campo de refugiados y polvo de Kukuma, en Kenia, después. Pero Qué es el qué no se queda en el consabido, aunque horrible y siempre necesario, relato de muerte y diáspora africanas. Quizá más interesante resultan las partes en las que Valentino y los suyos tienen que enfrentarse a la vida en EE UU, al frío y otras sensaciones nunca experimentadas, al racismo que sufrirán hasta de parte de los negros, o a la delincuencia y la locura que aguardan a los inadaptados.

Eggers conoció en 2003 a Valentino. Éste, residente en Atlanta, buscaba a un escritor capaz de contar su historia. Y nuestro hombre, perteneciente a una generación de autores conscientes de ser americanos en un mundo hostil, pareció una buena opción. Después de todo, su segunda novela, Ahora sabréis lo que es correr (Mondadori), historia de dos jóvenes de Chicago sin rumbo, transcurría en lugares más allá del ombligo yanqui, como Senegal o Mozambique. Ni en “la vasta noche de América” de Jack Kerouac y los beatniks, ni en la opresiva ciudad, física y mental, de Philip Roth y los autores judíos. Lo que parecía fácil (hacer de notario de una increíble biografía) se convirtió en un bloqueo creativo de más de dos años. Cuando Eggers estaba a punto de tirar la toalla tomó la decisión de mezclar realidad y ficción para contar la historia de Valentino, relatada por éste en decenas de encuentros, llamadas y e-mails. Una fórmula nada ajena a Eggers. En 2000, el autor se convirtió en el último chico prodigioso de la nueva literatura estadounidense con su ópera prima, Una historia asombrosa, conmovedora y genial, un best-seller alabado sin reservas por la crítica. La novela, que casi conseguía hacer justicia a su título, narraba las peripecias mayoritariamente reales de un veinteañero Eggers, listísimo y encantado de conocerse, y de cómo sacó adelante a su hermano Toph, de nueve años, tras la muerte a causa del cáncer, y sólo separada por un mes, del padre y la madre. También contaba las primeras aventuras editoriales de Eggers. A mediados de los noventa, el escritor se ganaba la vida como ilustrador y diseñador gráfico (aún maqueta sus revistas), y montó en el optimista San Francisco de los inicios de Internet una publicación de información general escorada hacia el cinismo. La llamó Might, “que implica poder y posibilidad”. “Éramos cinco personas en una pequeña oficina. Nadie tenía un duro y cometimos muchos errores”, recuerda Eggers, que llegó a presentarse a una especie de Gran Hermano de la MTV para atraer la atención sobre la revista. Cualquier cosa era posible. Como fingir en portada la muerte de una estrella olvidada de la televisión como crítica a la cultura de la fama, o plantear debates como “por qué es más guay ser negro que blanco hoy día”. “El éxito de aquel libro fue inesperado. E incómodo. Lo escribí para una audiencia mucho menor [y vendió casi un millón]. Sólo se imprimieron 9.000 copias, y dudábamos si tan siquiera venderíamos esas. Me sentí como si hubiese escrito un diario para enseñarlo a dos o tres personas y lo hubiesen leído miles”, aclara. De Qué es el qué, Eggers tampoco esperaba el gran éxito que para una editora independiente supone vender más de 300.000 ejemplares sólo en EE UU. “Trascendió a la audiencia a la que parecía destinado”, admite. “Algunos no sabían nada del conflicto. Algunos sabían algo de Darfur, pero nada de lo que sucedía en el sur de Sudán… Muchas de las ventas se han debido a la compra de colegios o los clubes de lectura”. La mayor parte del dinero que generó el libro se destinó a la Fundación Valentino Achak Deng de Ayuda a Sudán, y, en otra prueba de que las cosas siempre pueden torcerse, se esfumó tan inesperadamente como había venido. En las navidades de 2006, McSweeney’s se vio afectada, al igual otras editoras independientes, por la suspensión de pagos de Publishers Group West, distribuidor de libros de Berkeley. “Fue adquirida por otra empresa. La sanearon y la cerraron. Perdimos el 70% de nuestro capital [130.000 dólares en total], casi todo procedente de la fundación de Valentino”. El golpe fue encajado con modesta elegancia. Una subasta de números de McSweeney’s firmados, dibujos originales y miscelánea variada para el coleccionista pudo sacar a flote la compañía. “Fue bonito descubrir con qué clase de lealtades contábamos”, recuerda Eggers con un exhausto murmullo. El hombre, no la marca editorial ni ese cierto acercamiento pop a la alta cultura que ha contribuido a crear, parece tremendamente cansado hoy. No son nada frecuentes sus encuentros con la prensa. Tampoco los momentos en los que, en medio de la tormenta de obligaciones, se ve obligado a decir “basta”. Pero éste es uno de esos días. Y no cualquier otro. Poco después de la entrevista, un ataque agudo de fatiga le obligó a bajar el ritmo.

‘Qué es el qué’ está editado por Mondadori.

El novelista Dave Eggers.
El novelista Dave Eggers.

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Sobre la firma

Iker Seisdedos
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Licenciado en Derecho Económico por la Universidad de Deusto y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS, trabaja en el diario desde 2004, casi siempre vinculado al área cultural. Tras su paso por las secciones El Viajero, Tentaciones y El País Semanal, ha sido redactor jefe de Domingo, Ideas, Cultura y Babelia.

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