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LA ZONA FANTASMA
Columna
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El muy español afán por cargárselo todo

Javier Marías

España no tiene demasiadas cosas que estén bien, pero de lo que no cabe duda es de que los españoles actuales están dispuestos a cargarse las pocas que no están mal. Los mayores culpables, por el poder que tienen y ejercen con criminal hiperactividad, son los políticos, seguidos de los organismos, asociaciones y comités oficiales. Uno se pregunta a veces si es antes el huevo o la gallina, es decir, si sólo los muy tontos, corruptos y majaderos alcanzan aquí puestos de responsabilidad, o si todo el mundo, al alcanzar un puesto de responsabilidad, se vuelve al instante tonto, majadero y corrupto (ya sé, ya sé, siempre hay una excepción de rigor o dos).

Una de las cosas que estaban bien en este país era que su himno nacional careciera de letra. La bendición de la música es que no tiene significado expreso, y que, por así decir, permite que el oyente -si se empeña en ello, y no tiene por qué- la dote del que prefiera. Esa es una de las razones por las que creo que la música es superior a la literatura y seguramente a todas las artes: no dice ni explica, a diferencia de la poesía y la novela, y no muestra ni señala, a diferencia de la pintura y la escultura, y en ese sentido es mucho más neutra y libre y menos "impositiva". Que la Marcha de Granaderos, convertida en himno español en el siglo XVIII, no dijera nada, me ha parecido siempre algo de lo que debíamos felicitarnos. Su no decir confería cierta sobriedad a lo que en principio está reñido con ella -una exaltación nacional-, y nos evitábamos soltar chorradas más o menos patrioteras, que es lo que, para su desdicha, hacen los ciudadanos de casi todos los demás países.

Pero ahora, de la manera más estúpida y frívola, corremos el riesgo de que nuestro himno tenga letra, y encima una birria. El Comité Olímpico Español, sin duda compuesto por gente de cortas luces, sintió envidia de los deportistas e hinchas de otras naciones, que cantan como energúmenos en las competiciones internacionales. Sin pensárselo dos veces, encomendó a la Sociedad General de Autores, regida por gente de aún más sucintas luces, la convocatoria de un concurso, al que por lo visto se han presentado unos siete mil poemillas idiotas. Si me permito calificarlos a todos así, es con gran fundamento: si la letrilla ganadora es una absoluta idiotez, ramplona, mal medida, sin calidad literaria alguna, cursi y vacua, cómo tendrán que ser el resto. Del resultado, en todo caso, no culpo tanto al autor cuanto a los organizadores del asunto, el COE y la SGAE, y al ignominioso "jurado de expertos" que se ha descolgado con la birria. No sé cómo a esos "expertos" no se les cae la cara de vergüenza, primero por prestarse a la farsa, y luego por proponer semejante vencedora. Queden aquí los nombres, para su abochornamiento público: el musicólogo Emilio Casares, el historiador Juan Pablo Fusi -qué le habrá pasado a Fusi-, la catedrática Aurora Egido, el jurista Manuel Jiménez de Parga, el compositor Tomás Marco y la regatista Theresa Zabell. Se han lucido.

Yo me temo que, en esta época de prisas y de hechos consumados, la cosa va a ser imparable, tanto si el Congreso proclama la letra oficial un día como si no. Cuando ustedes lean esto, el ubicuo tenor Plácido Domingo -raro que haya aceptado, él, que rehúye todo protagonismo- ya habrá cantado por primera vez las chafarrinosas estrofas en un partido de fútbol, a no ser que se eche atrás en el último momento. Y si lo secundan los jugadores y parte del público -hay una porción de la ciudadanía que merecería ocupar cargos de responsabilidad, por lo tonta, corrupta, majadera y mimética que es-, entonces no habrá quien detenga la horrible marea desafinada, que -santo cielo- empieza con un "Viva España" en la tradición de Pemán y de Manolo Escobar. Y a partir de ahí, a no pocos españoles se nos caerá la cara de vergüenza ajena cada vez que se entone -es un decir- el bodrio, cuando hasta ahora habíamos podido escuchar la Marcha de Granaderos con serenidad, sin sobresalto ni rubor.

Se aduce que los demás países tienen himnos con letra. Allá ellos. En todo caso, las británica, francesa, alemana o italiana son ya antiguas y por lo tanto anticuadas y por lo tanto inocuas y por lo tanto se cantan sólo por inercia o rutina, y es como si a fuerza de repetición casi hubieran perdido su significado. Y por eso, por haberse ya convertido en una cantinela retórica y de trámite y más bien inofensiva, nadie aceptaría quebrar la tradición y que dichas letras se alterasen o suprimiesen. Lo que ni el COE, ni la SGAE, ni el tremendo jurado, ni Plácido el tímido han tenido en cuenta es que nuestra tradición es ya que el himno carezca de letra, y que romperla es tan intolerable como lo sería privar de sus respectivas letras a los himnos mencionados. Por algo será que el nuestro las haya rechazado, y que las tentativas de Marquina (en 1909, por encargo de Alfonso XIII) y Pemán (en 1937, por encargo de Franco) hayan fracasado y caído en el olvido. Así, quienes opinan que un himno debe poder cantarse no sólo están en el error (llevamos más de dos siglos sin hacerlo), sino que además muestran una falta de respeto absoluta por la ya venerable Marcha que afirman querer realzar y homenajear. Más da la impresión de que hubieran pensado: "¿Qué nos queda en España que no esté mal, para podérnoslo cargar?".

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