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Reportaje:

La fiebre del póquer 'online'

Una mañana de finales de mayo, Raúl Mestre amaneció con un terrible dolor de espalda. Había pasado la noche en vela, retorciéndose entre punzadas lumbares, y a primera hora, desesperado, llamó a un fisioterapeuta: "Tienes un principio de hernia discal. O te cuidas, o irá a más", le dijo. Mestre pasó el resto del día apretando los dientes y apoyando su metro noventa y pico de altura en las paredes para aliviar la sobrecarga. Evitando cualquier postura rígida en las sillas. "Ay, estoy mayor", dijo, y sus amigos aprovecharon para tomarle el pelo con su vida achacosa "de jubilado". Esta es la historia de un valenciano de 29 años, alias SirDonaldRM, retirado de las mesas virtuales a los 27, probablemente el mejor jugador de póquer online de España, uno de sus primeros mitos y el único que se ha sentado cara a cara con los más grandes del planeta: tipos jóvenes, fogueados en la cultura del videojuego, como Daniel Cates, estadounidense de 22 años, alias Jungleman12, conductor de un Luxus ISC de 40.000 dólares y con unas ganancias estimadas de 5,5 millones solo en 2010. Quizá el mejor de todos.

"El póquer es repetitivo. Si quieres ganar dinero, olvídate de la pasión"
"El riesgo está ahí. El juego en internet posibilita un nivel de enganche muy alto"

Sin llegar a esas alturas, Mestre ha sido, con toda probabilidad, quien más dinero ha acumulado en este país, aunque no confiese cuánto. Nadie que se dedique a esto lo hace del todo. Porque el dinero proviene de un limbo legal, de una actividad económica de dudosa justificación. Ganancias en B que uno habrá de gastar a poquitos o ingeniárselas para blanquear a través de peñas de quinielas. De sumas, Raúl solo habla de forma tangencial o esquiva. Dice: "No te voy a contar si he ganado uno o cuatro millones de euros". Y también: "Considero que no voy a tener problemas económicos... en mi vida". O: "¿Qué implica comprarme un Lamborghini? ¿Tres semanas de trabajo?". Aunque conduzca un utilitario híbrido y concluya: "La clave de la jubilación no está en los ingresos, sino en los gastos".

Mestre es un tipo que sigue buscando ofertas en el supermercado y el máximo exponente de una nueva raza de jugadores surgida de Internet, un hábitat multitudinario y sin fronteras donde coexisten dos linajes: "Uno se lo pasa bien, el otro hace dinero". Él pertenece al segundo. Una estirpe estudiosa, fría, disciplinada y nocturna. Solitaria. En cuya mente el póquer abandona el azar para coquetear con la estadística, las ratios, la probabilidad y las matrices; se minimiza la varianza, se exprimen las bases de datos, se aprovecha una ventaja minúscula sobre el resto y se explota hasta la saciedad. Raúl concede que habrá jugado "entre tres y cuatro millones de manos" en los cuatro años que dedicó al póquer a tiempo completo. Unas 14 horas diarias sentado frente a cuatro pantallas; el ratón, como una prolongación de su cerebro; jugando en 16 mesas simultáneas; tomando decisiones cada segundo y medio. También habla de forma atropellada, dispara como un arma semiautomática: "El póquer es repetitivo. Si quieres ganar dinero, olvídate de la pasión. Se trata de hacer la jugada más rentable de media. De resolver una y otra vez el mismo puzle con piezas distintas".

Sus primeros rompecabezas los comenzó a destripar muy pronto. "Siempre se me dieron bien los juegos mentales", dice. A los 13 años, Mestre asistió a su primer torneo de cartas, con una baraja de Star Wars, un "juego precioso" diseñado por un matemático en el que los jugadores se repartían entre el lado claro y el reverso tenebroso. Como Raúl vivía en Valencia y el torneo transcurría en Madrid, llegó a un acuerdo con sus padres: no haría noche en la capital. Tomó un autobús de madrugada, llegó a Madrid a las seis y el torneo comenzó a las nueve de la mañana. Alcanzó la final, y en la última partida, ya de noche, perdió, según dice, porque se dormía: "Me despertaron cuatro veces". Lo mismo le ocurre hoy en los torneos de póquer en vivo. Mestre suele llevar gafas de sol para que no le vean echar una cabezada entre manos. Acostumbrado a pensar en milésimas, le suele acompañar un libro, para leer un par de párrafos y no bostezar mientras espera. Se aburre. Si acude es porque se lleva lo suyo en promoción. Viaja, conoce mundo, y alguna vez cae un bote gordo, como los 244.000 euros que amasó en septiembre en el European Poker Tour de Barcelona. Pero es un animal digital, curtido en la lógica del rol y el videojuego.

A los 15 años alquiló con amigos un piso en el que pasaban las tardes entre ordenadores y barajas. Podían ser un brujo medieval o un coronel de otro planeta; jugaban al Starcraft, liderando ejércitos intergalácticos a tiempo real, y al Magic, mundo imaginario en el que uno ha de echar mano de hechizos, dragones y otras criaturas de su mazo de cartas (lo creó el mismo matemático del Star Wars). La madre de Raúl cuenta que llenaba cajas de zapatos con pilas de naipes: "¡No cabían en casa, las tuve que llevar a la huerta!". En 2001, Mestre quedó el octavo en un torneo internacional de Magic y se embolsó 400.000 pesetas, con las que compró un ordenador más potente. Pero no descuidó los estudios. O mejor: no le suponían ningún esfuerzo. El último año de instituto ganó las olimpiadas valencianas de química. "Apenas necesitaba estudiar", dice. "Cuando comprendo la lógica que hay detrás, tengo buena memoria". Se matriculó en ingeniería química porque le motivaba "igual o igual de poco" que otras muchas, y empezó a compaginar sus estudios con una dedicación casi exclusiva a otros universos. Internet ensanchó su mundo: los videojuegos comenzaban a disputarse con adversarios de cualquier rincón y a cualquier hora. Despuntó en el Warcraft III, simulador épico de estrategia, llegando a ser campeón de España. Y más o menos por entonces, entre 2002 y 2003, unos amigos le hablaron del póquer en red. No tenía ni idea de jugar, ni le llamaba la atención como entretenimiento. Parecía una forma más de hacer un poco de dinero. Se instruyó en el Texas Hold'em, la modalidad de juego más extendida, y descubrió que aquello era un saco lleno de monedas. En palabras de Mestre: "¡La gente jugaba fatal! Regalaba el dinero como si fuera idiota", expresión con la que se refiere a aquellos que apuestan en situaciones estadísticamente desfavorables.

No todo son matemáticas. Hasta el peor jugador tiene una esperanza realista de ganar: el reparto de cartas es aleatorio y puede salirte la mano de tu vida. Pero lo normal es ligar jugadas medias, y si uno desoye las nociones más elementales de la estadística, acabará perdiendo en el largo plazo. Les ocurre a más del 90% de los jugadores online -se estima que solo entre un 4% y un 7% gana dinero a la larga-. Hay pocos tiburones y muchos peces en el agua. Sharks y fishes, así se llaman entre ellos. El grande se come al chico, lo devora y se lleva su dinero; un juego despiadado y sin remordimientos en el que nadie pregunta quién está al otro lado ni qué se está jugando, si un poco de calderilla o la universidad de los hijos. Se parece mucho a un videojuego. Se forman colas para entrar en las mesas cuando un pececillo torpe inyecta liquidez en el circuito. Todos quieren sacar tajada y hay muchos para despacharse, unos 60.000 usuarios conectados cada segundo, según pokerscout.com.

El póquer online ha sido hasta el momento uno de los negocios más explosivos del siglo XXI, creciendo a tasas de dos dígitos. Hace poco, el operador con mayor cuota de mercado, Pokerstars, cumplió los 60.000 millones de manos. Y gane quien gane, la casa siempre lo hace: suele cobrar un 5% de cada apuesta. Aunque nadie se atreve a ponerle números categóricos al sector, su beneficio anual se estima en unos 5.000 millones de euros. En España, donde las salas comenzaron a asomar la cabeza en 2005, facturaron unos 85 millones el año pasado, según cálculos de la Asociación Española de Apostadores de Internet (Aedapi). Los datos sobre jugadores son menos precisos. Hay quien habla de 30.000 usuarios españoles mensuales (Aedapi) y quien eleva la cifra hasta 700.000, como la revista Planet Póquer.

El casino global comenzó a operar sin límites ni fronteras y desde paraísos fiscales, aprovechando la manga ancha y la marea opaca de Internet. Poco a poco, los países han ido imponiendo regulación y barreras. En España, donde hasta ahora las casas de apuestas y los jugadores navegaban en un vacío jurídico, se aprobó en mayo una nueva Ley del Juego que exige a las salas online una licencia para operar, domicilio en algún país del Espacio Económico Europeo, el pago del 25% de sus beneficios y que sus webs tengan dominio español (el .es). De esta forma, el océano global en el que pescaban jugadores como Mestre se convertirá en una pecera local y poco transitada: ya no se podrá jugar contra un taiwanés o un canadiense, sino contra otros usuarios de España. El desarrollo reglamentario, pendiente de aprobación al cierre de este reportaje, impondrá límites a las apuestas. Y se prevé un cerco más estrecho de Hacienda sobre los jugadores.

"Era un sector sin regular en el que casi nadie declaraba sus ganancias", explica Laura Guillot, abogada experta en la industria del juego. Pero al jugador grande, al profesional, explica, le han "capado" con la nueva regulación. Lo mismo asegura Mario V., alias Canfron, informático treintañero que dedica la mitad de su jornada a un empleo de oficina y la otra a jugar unas 4.000 manos, en 12 o 14 mesas a la vez, actividad que le ofrece ingresos más jugosos: "Algunos han comenzado a emigrar a Inglaterra". Él, aún en España, viaja cada mes a Italia para recoger los fajos de billetes que le adeuda una web ilegal de póquer, o saca a pellizcos la pequeña fortuna que va acumulando en monederos electrónicos.

Raúl Mestre comenzó apostando en una sola mesa, compaginaba póquer y Magic, hacía su apuesta y seguía con los hechizos. A los cuatro meses, dice que descubrió una sala en la que podía abrir varias mesas simultáneas: "Entonces dije: '¡Coño, me puedo forrar! Ocho veces más rápido". Se dio cuenta de que iba a necesitar más tiempo. Casi cada segundo de su vida. Se plantó en casa y dijo que se quería dar un año de prueba a jornada completa. Dejaría la química en cuarto curso, y si salía mal, aseguró, la retomaría. Sus padres pusieron el grito en el cielo. Hijo de un corrector de pruebas en un diario regional y de un ama de casa que ayudaba al abuelo en la huerta, fue educado en la cultura del esfuerzo. Pero dice que le entraban sudores fríos cada vez que se imaginaba en un empleo "por cojones", a saber: "Con dos niños, una hipoteca, un jefe haciéndome la vida imposible... Y sin poder dejarlo. Esa es la ventana que vi en el póquer".

Todo el capital amasado por Raúl Mestre se sustenta sobre los 80 euros que metió en una cuenta la primera vez que se sentó en una mesa virtual. Se convirtió en un profesional de un día para otro. Casi nadie entendió su decisión. "Tenía que demostrar que no estaba haciendo el loco. Mi necesidad de no fracasar era muy fuerte. Ahora, afortunadamente, no lo siento. Cuando empiezas a jugar muchísimo, es un trabajo muy duro. Me dejaba libre una tarde a la semana. Del tiempo despierto, todo lo pasaba trabajando. Comía algo congelado y rápido...".

-¿Alguna vez se sintió enganchado?

-Defina enganchado.

-¿En algún punto pensó: "Tengo que parar esto"?

-Vamos, es que la pregunta... Para mí es como, digamos, coger un pico e ir a la mina. Me podría enganchar tanto como recoger patatas. Como hobby nunca he jugado al póquer. No lo concibo.

Pero hay quienes caen en los tentáculos de la ludopatía. Los estudios científicos estiman que entre un 0,5% y un 1% de la población se engancha de forma patológica al juego en sus diversas modalidades. Los "jugadores problemáticos", aquellos para quienes comienza a ser un elemento nocivo, suman otro 2%. El póquer siempre ha tenido sus víctimas, pero las consecuencias de su versión online aún son poco visibles. "Es muy reciente. Cuando aparece un fenómeno nuevo con un señuelo de dinero fácil, suele transcurrir un tiempo antes de que se hagan patentes sus efectos devastadores", dice Enrique Echeburúa, catedrático de Psicología Clínica de la Universidad del País Vasco y autor de El juego patológico (Ediciones Pirámide). Nadie pierde una casa o un negocio en un día. "Pero el riesgo está ahí. El póquer online, y en general el juego en Internet, posibilita un nivel de enganche muy alto. Por la ausencia de barreras".

Mestre, en cambio, asegura que lo que realmente le interesa "es pensar". Su casa, un quinto piso espacioso con terraza, tiene dos baños. En cada uno de ellos, apoyado sobre el lavabo, hay un grueso libro sobre juego y probabilidad: uno sobre el Heads up en los llamados high stakes, los cara a cara del póquer, modalidad en la que suelen jugar los grandes, con apuestas de altos vuelos; el otro se titula The odds in sports betting (La probabilidad en las apuestas deportivas). Dice que está tratando de encontrar la unión entre ambas: "En Betfair no apuestas contra la casa, sino contra otros como tú, y ahí se puede aplicar el análisis estadístico".

Mientras desarrollaba su juego y estudiaba como un opositor, analizando sus manos, su media, su varianza, leyendo en Internet o donde pudiera, se dio cuenta de que aprendía aún más rápido si escribía sus teorías. Comenzó a elaborar artículos para Poker-red.com, una revista digital creada por Simón Muñoz, uno de aquellos amigos que le hablaron de póquer por primera vez. Luego abrió un blog en el que dejaba píldoras de su juego. Apuntes matemáticos, con jerga propia: "Si nuestro rival abandona un 50% de las veces y hemos invertido 10,5 bb para ganar 4,5 bb, el coste será: (0,5 × (-10,5) + 0,5 × 4,5) = -3 bb. En este ejemplo, tendríamos que recuperar 3 bb del postflop de nuestro rival". También comenzó a enganchar a sus amigos para que probaran de forma más o menos profesional. Se hizo un nombre entre los entendidos. El póquer se estaba convirtiendo en cosa de chavales. Gente anónima facturando un salario extra desde el dormitorio. Capaces de jugar en un mes el mismo número de manos que un jugador de torneos en toda su vida.

En 2007, Raúl dio el gran salto. Lo fichó la casa de apuestas Unibet para promocionar su marca en España. Y le propuso formar un equipo para acudir a torneos y entrar en las salas virtuales, generando flujo de jugadores (y, por consiguiente, de dinero). Fue así como Mestre comenzó a preparar su ejército, al modo en que solía hacerlo en los videojuegos, instruyéndolo en el salón de su casa con una filosofía similar a la de los caballeros Jedi: estudios, disciplina, abandonar toda emoción en las apuestas ("La ira conduce al odio...") y pachangas de fútbol y baloncesto. La mayoría eran compañeros del Magic y del Starcraft con poca o ninguna idea de póquer. Los adiestró en una táctica similar: banca corta, apuestas agresivas. Un juego incómodo, poco habitual entonces, con el que trepar los peldaños de la pirámide del juego: hay muchos en la base haciendo apuestas pequeñas; el número de jugadores disminuye a medida que crece la suma arriesgada. Por el piso desfilaron un buen número de soldados. Llegó a haber 17 tipos picando en la mina digital, desde el salón, alertas ante cualquier banco de peces.

José Miguel Espinar, otro amigo del rol y de los videojuegos, llegó poco después. Trabajaba vendiendo calefacciones cuando Raúl se lo propuso. Dada la rentabilidad presunta, no lo dudó, aunque no conocía ni el orden de las jugadas. Sus primeras manos las disputó en mesas con apuestas mínimas de 200 dólares. Al mes lo llevaron a un torneo en Bahamas, donde hizo su primera caja, unos 30.000 dólares. "Raúl me iba explicando conceptos por la noche". Espinar, de 29 años, habla de la "libretita mágica de Raúl", donde este apuntaba ideas, flases, ocurrencias. "Aparecía en la habitación del hotel, con su bloc en la mano, diciendo: 'No me podía dormir y he estado pensando...'. Su mente es muy analítica. Y nosotros le hemos servido de banco de pruebas". Ignacio González, editor de la revista Planet Póquer, dice sobre Mestre: "Representa la figura más exagerada de esta vertiente tan estadística. Se le considera un auténtico catedrático. Es estudioso, un analista, la primera figura destacada en España. Creo que es un gran matemático. Y un gran profesor".

El ejército de raúl ahora tiene sus lugartenientes. En un primer piso de la zona universitaria de Valencia, Espinar se encuentra sentado frente a cuatro pantallas. "¿Me oís? Empezamos". Da instrucciones a través de un micrófono, como si pilotara una nave. Una veintena de jugadores le escuchan. Los forma en el manejo de bases de datos. Es su especialidad, interpretar y pulir la información sobre los rivales. Se almacena en el disco duro y luego aparece sobre el avatar del contrincante cuando se abre la mesa virtual. Ratios y medias. Jugadas ganadoras. Botes desaprovechados. Cuanto más sepas sobre sus actos y los tuyos, mejores decisiones puedes tomar.

Aquel piso de locos del póquer se ha convertido hoy en un oráculo al que quieren acceder jugadores anónimos de media España para desentrañar la magia del juego. El local ha crecido. Ahora viven allí 22 veinteañeros. Lo paga la empresa de Mestre. Un casino abierto 24 horas, como la Red. Todos tienen llave. Y su propio horario. Los hay madrugadores y noctámbulos. Sociables y solitarios. Novatos y maestros. Poco antes de comer, cuando lo visitamos, un joven escuchaba punk con 12 mesas abiertas. Algo se torció y comenzó a gritar improperios a la pantalla. Por el lugar se veían dragones de plástico y figuras de Star Wars, cajas de ibuprofeno y de cereales, desodorantes, dados y fichas, un cómic de vampiros, un cartel del 15-M y algún tomo de Juego de tronos.

Raúl suele pasarse por allí cada tarde. Distribuye su tiempo entre "el piso" y la sede de su empresa, Aureka. Sus oficinas dan cobijo a la revista Poker-red y a Educapoker, la mayor escuela de póquer online en español, con cerca de 60.000 usuarios. La criatura de Mestre. Con ella, su modalidad de juego se extendió tanto que en 2009 algunos jugadores extranjeros comenzaron a preguntarse en foros especializados si se trataba de una plaga de robots. Querían saber quién demonios andaba detrás de esos "fucking Spanish short stack players" [jodidos jugadores españoles de banca corta]. A eso se refiere Raúl con jubilarse. Ahora ya no juega por dinero, sino para no perder el tino. Para pensar. Y dar lecciones magistrales. Dice: "Soy mejor jugador que hace dos años". Y también: "Podría ganar más. Pero estoy haciendo lo que me gusta". El piso y la oficina quedan a un par de manzanas de su casa. Un pequeño imperio del póquer, rodeado de universitarios, entre los que se mimetiza. "No necesito nada más. Si algo me apetece, ya me lo he comprado. La empresa, para mí, es un pasatiempo. No acabo de ver a esa gente... El más rico del cementerio". Raúl habla mientras se pelea con la rigidez de su espalda y trajina con los cacharros de la cocina. Prepara el almuerzo en la Thermomix, un par de pizzas caseras. Luego, en la terraza, se quejará del resultado, y su novia, Wuyun, responderá que siempre está igual: "Nada le satisface. Si no está perfecto, se queja".

Por eso, quizá, después de retirarse sintió que tenía una tarea pendiente, y apartando las migas de la mesa, en la terraza, Raúl traza un triángulo imaginario junto al plato. Dice: "Digamos que el póquer online es así", y señala un punto alejado del vértice superior: "Existe un piquito aquí arriba... Pero no hay forma de llegar, no hay nada entre medias. Está vacío". En ese piquito se encuentran los grandes. Nombres como Jungleman12, o Durrrr, jugando botes de 100.000 dólares. "Son cuatro o cinco. Gente que ha llegado allí porque arriesgó más de lo que debía. Y les salió bien. Si no, no llegas. No hay suficientes mesas debajo". La estrategia de Mestre implica jugar mucho en un nivel, hacer caja, rascando poco en miles de manos, para pasar al siguiente con una banca sólida, y sortear una posible mala racha. Pero llega un punto en que se abre una brecha: en el olimpo del póquer nadie juega lo suficiente como para que la estadística incline la balanza. No existe el largo plazo. La varianza se dispara. El juego se convierte en una ruleta.

Mestre lanzó su último reto en septiembre de 2010: jugaría nosebleeds [narices sangrantes], nombre con el que se conoce a las apuestas salvajes, y explicó el plan en su blog. Comenzaría de cero, haciendo banca en mesas bajas, y subiría a la conquista del podio cuando reuniera lo suficiente, sin arriesgar su capital previo. La noticia prendió en la banda ancha española. La mayoría de seguidores censuraron el movimiento. Raúl se volvía en contra de su propia filosofía, cediendo el control a la suerte. Jugó unas 100 manos en lo más alto. Cincuenta con Jungleman12, en las que perdió 24.000 dólares. Las retransmisiones en directo se colapsaron. "Quemé el dinero con lanzallamas", dice. Perdió la banca acumulada en un abrir y cerrar de ojos. Varias veces. Abandonó el reto en diciembre.

Hay quien sugiere que en las alturas entran en juego los niveles de pensamiento, la psicología, y lo considera la máxima expresión del póquer. Allí no hay libretas mágicas. Raúl, en cambio, dice: "Si tienes 10 millones de banca, ¿qué cojones haces jugando al póquer?". Concede que aquello fue una "locura", pura promoción para su escuela, un reto "emocionante" por lo que había en juego. Pero sin ningún sentido. Como jugarse un millón a doble o nada: "Es de risa. Puro azar. Por mucho que pudiera ganar... Si es que ya el dinero que gano vale muy poco. Es papel mojado. ¿Para qué lo quiero?". Su novia añade que a ese nivel, lo único que uno gana es ego. Desde entonces, Mestre apenas ha vuelto a las mesas digitales. En una entrada reciente de su blog escribía: "La verdad es que mis primeras sesiones este fin de semana no han sido muy positivas. Y no por los resultados, sino por las sensaciones de atrofia, (...) me resulta muy cansado, y en tan solo tres horas estaba como antes jugando muchas más". Después de narrar su historia en la terraza, Mestre le dijo a Wuyun: "Tenemos que cambiar estas sillas. No me van bien para la espalda". Llevó los platos al fregadero y siguió repartiendo entre el piso y la escuela su extraña "vida de jubilado", llevándose algún bote gordo y descifrando matrices.

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