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Crónica:SILLÓN DE OREJAS
Crónica
Texto informativo con interpretación

El fin se acerca (una vez más)

Manuel Rodríguez Rivero

Quizás alguno de mis (improbables) lectores pudo leer La Depresión Menor, un artículo de Paul Krugman publicado hace unos días en este mismo periódico. Permítanme que les transcriba una frase que resume bastante bien su tono: "Si alguna de las actuales negociaciones sobre la deuda fracasa, podríamos estar a punto de revivir 1931, el hundimiento bancario mundial que hizo grande la Gran Depresión. Pero si las negociaciones tienen éxito, estaremos listos para repetir el gran error de 1937: la vuelta prematura a la contracción fiscal que dio al traste con la recuperación económica y garantizó que la depresión se prolongase hasta la II Guerra Mundial". O sea, que estamos entre la espada y la pared. El pesimismo se ha convertido en un motivo literario transversal. Hacía mucho tiempo (quizás desde finales de los noventa, en vísperas milenaristas) que no se publicaban tantos libros apocalípticos como ahora. Ya sé que desde comienzos de la escritura la humanidad se ha mostrado obsesionada con su fin, pero no recuerdo (al menos desde que vivo en este planeta) una época en que la literatura y el periodismo apocalípticos hayan gozado de tanta aceptación. Surgen por doquier malhumorados profetas cargados con su zurrón de teorías que anuncian metafóricamente que los siete ángeles con las siete plagas (Apocalipsis, 15, 1-2) están a la vuelta de la esquina, mientras a decir de algunos analistas muy bien considerados (Garton Ash, por ejemplo) los políticos "parecen borrachos bailando al borde del abismo de la bancarrota". Al tiempo que en Europa y Estados Unidos se palpa el declive del sistema, y en Somalia la gente se muere de hambre (una vez más), el precio del oro -el único valor seguro del capitalismo cuando se pone nervioso- coquetea con el tope de los 1.600 dólares la onza (antes de la crisis subprime se podía comprar a 500). Por eso en las calles de nuestras ciudades proliferan como champiñones de granja hombres-anuncio rescatados por un rato de la cola del paro que dicen comprar oro y pagarlo bien ("es el mejor momento para vender sus viejas joyas que no usa"). Los editores han encontrado un buen filón en este Zeitgeist ceniciento con el que se inauguró el milenio tras el 11-S y que convierte en un sentimiento arqueológico aquel optimismo de clase media-alta que exhibía hace veinte años Francis Fukuyama en El fin de la historia y el último hombre (Planeta, 1992), aquel escandaloso best seller (hoy casi olvidado) que, al socaire del hundimiento del bloque soviético, preconizaba la democracia liberal como la mejor forma imaginable (y, por tanto, última) de organización social. A este paso van a tener razón quienes creen que este pobre planeta llegará a su fin, de acuerdo con el ominoso cálculo del calendario maya, precisamente el 21 de diciembre de 2012. En la novela (bastante mala, todo hay que decirlo) 2012, de Brian D'Amato, publicada por Viamagna hace un par de años (y pronto en Debolsillo), su protagonista, Jed DeLanda, un genio matemático con antepasados mayas y que exhibe como máximo mérito el de ser un experto en el juego del Go, encuentra el modo de detener el Armagedón que viene. Pero nosotros, en la vida real, ¿en quién confiaremos? ¿Tal vez en los virreyes Merkel y Sarko? Para distraerme de tanto muermo escucho en mi viejo iPod Rehab, de Amy Winehouse, que encontró un modo radical de poner fin al suyo.

Autoras

Encesto en el cajón de los libros que no van a encontrar acomodo en mi biblioteca la muy sobrevalorada Severina (Alfaguara), de Rodrigo Rey Rosa, una novela que me ha resultado pretenciosa y, aún peor, banal y prescindible. No es el caso de un par de estupendos libros de sendas escritoras sobre los que todavía no he leído muchos entusiasmos: a lo mejor porque uno de ellos es muy extenso y ambos requieren cierto esfuerzo (compensado con creces) por parte del lector. El primero (Alfaguara) es La torre de Babel, de Antonia Byatt, tercera parte (se leen independientemente) de una tetralogía de la que el mismo sello ya había publicado La virgen en el jardín y Naturaleza muerta. En esta larga y densa novela la historia se desarrolla en los swinging sixties y es la contradictoria cultura de aquella época la que sirve de telón de fondo intelectual y moral a la peripecia de una mujer que lucha contra un marido insoportable y debe afrontar un divorcio traumático. Novela autorreferencial y muy en la línea de lo que en el momento de su publicación (1996) se llamó narrativa postmoderna, aunque sea muy clásica en el planteamiento de trama y personajes. El otro libro es Mi vida, la autobiografía poética de la brillante poeta, editora y ensayista californiana (una de las animadoras del grupo poético Language, muy influyente en los ochenta) Lyn Hejinian (1941), publicado por la editorial Acto con la colaboración del Gobierno de Canarias (traducción de Pilar Vázquez y Esteban Pujals). El libro (el original es de 1985) se ha convertido en un clásico de la mejor prosa autobiográfica femenina y, como tal, se estudia y se comenta en numerosas universidades estadounidenses y en talleres de escritura creativa.

Cultura

Me entero de que Martine Aubry, probable candidata socialista a las elecciones presidenciales francesas del año que viene, ha prometido que, si es elegida, incrementará el presupuesto de cultura en un 50%. Me temo que, después de esa machada (no encuentro una palabra equivalente adecuada a su género), sus posibilidades puedan haber disminuido en otro 50%. Aquí, sin embargo, lo tenemos todavía peor. Al contrario que su colega Sarko, que se ha sometido a una acelerada puesta a punto para mejorar su cultura general, el señor Rodríguez Zapatero no se refiere jamás a lo que lee, a la música que escucha o a las películas que ve. Y ya saben la importancia que el ejemplo de las celebridades puede llegar a tener en un mercado cultural deprimido: acuérdense del efecto mercadotécnico que tuvieron en su momento el entusiasmo del señor Guerra por la Quinta Sinfonía de Mahler o las declaraciones del señor González ponderando Las memorias de Adriano. Ya sé que eran otros tiempos, que había más ilusión y que los políticos socialistas estaban en pleno idilio con la llamada alta cultura. Hoy día sólo podemos aspirar a que, gracias a la pauta marcada por el señor Camps, las firmas de trajes Milano o Forever Young hagan más caja. Incluso hay quien sospecha que, aparte de los informes y los clippings de la prensa diaria, el señor Rodríguez Zapatero sólo lee el prospecto de Lexatín o, como mucho, los textos del paquete de cereales del desayuno. A lo mejor es uno de esos ciudadanos que, según las estadísticas del gremio de editores, leen libros "al menos una vez al trimestre". Y eso que colocó a un amigo culto (y trabajador, tengo que reconocerlo) al frente de la Dirección General del Libro y Bibliotecas (y allí sigue, batiendo récords de permanencia) que estaría encantado (supongo) de suministrarle algunas píldoras literarias para que quedara bien en público. No es que yo diga que los políticos deban salir en la foto con una novela bajo el brazo, pero de vez en cuando deberían tener un gesto que recordara a los ciudadanos que ellos también consumen cultura. Al menos en vacaciones.

Ilustración de Max.
Ilustración de Max.

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