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Reportaje:

¿Y dónde está la gente?

José Manuel Ballester (Madrid, 1960) lleva años visitando el Museo del Prado. Prácticamente desde que empezó a estudiar Bellas Artes. Su rutina es siempre la misma. Cuando atraviesa la entrada de Goya, sus pasos le conducen hasta la galería central. Allí, en una de las salas le aguarda una de sus obras preferidas, el retablo de La Anunciación, pintado entre 1425 y 1428 por Fra Angelico para la iglesia de Santo Domingo en Fiesole (Florencia). Nunca, hasta hace pocos meses, se le había pasado por la cabeza que esta obra cumbre del Renacimiento, "un trabajo realizado en el cielo", según Vasari, sería una de las estrellas de su próxima exposición, una aventura que le ha llevado a "vaciar" de personajes cuadros emblemáticos de la historia de la pintura. Tablas de El Bosco, Botticelli, Patinir o Vermeer han sido algunos de sus conejillos de Indias para un experimento que induce a ver el arte de forma diferente. "Fueron varios caminos que confluyeron en éste. También otra forma de contemplar ciertas obras que, por algún motivo, me han impresionado, me han conmocionado o, incluso, me han hecho cambiar mi forma de mirarlos. Son cuadros que he tenido delante miles de veces, pero los veía y no los veía...". Hasta ahora, en que el ojo de Ballester ha diseccionado la obra de los genios del Renacimiento.

Todos los caminos llevan a Roma, y en la trayectoria artística de José Manuel Ballester conducen a sus Espacios ocultos -el título de su próxima exposición-. De siempre le han interesado las técnicas de las escuelas italiana y flamenca y las huellas del paso del tiempo. Sus primeras obras, llenas de templetes, rotondas y villas fundidas con la naturaleza, remitían a los clásicos, una influencia que luego fue depurando hasta alcanzar las nuevas formas del mundo urbano. Fascinado por la arquitectura, Ballester lleva tiempo mostrando las grandes obras en construcción en espectaculares fotografías. Su trabajo sobre desarrollos arquitectónicos le llevó al Pekín preolímpico en 2004, después a Brasil -expone este mes en Río de Janeiro-, y le queda por afrontar su inmersión en India, la última fase de su proyecto sobre las tres grandes culturas. Desmontar, mostrar en primer plano lo que el espectador nunca ve. Ése era el reto. "He hecho un viaje en el que me he tenido que poner en la piel de los grandes maestros a la hora de recomponer los cuadros. Cuando elimino toda la acción, todo elemento, y dejo sólo el escenario, el soporte, la obra se desmorona. Para reequilibrarla he tenido que conocer los puntos de interés, cómo se puede sujetar la composición para que no se caiga, para que el edificio se mantenga en pie y siga siendo el mismo edificio".

Empezar esta aventura con La Anunciación no ha sido casual. La pérdida, el duelo por alguien querido fue el origen. "La chispa que desencadenó todo fue la desaparición de una persona que yo admiraba mucho. Una amiga mía, Jocelyne, murió hace siete meses, y el vacío que ella me dejó lo proyecté en su obra preferida, la de Fra Angelico. Todos tenemos miedo a la muerte, y cuando alguien cercano desaparece, lo hacen también muchas otras cosas; es más, de forma inconsciente te planteas tu propia desaparición. Es como si ese vacío emocional hubiese encajado al trabajar con las obras antiguas, y, de alguna forma, este cuadro, Lugar para un descanso [así lo ha rebautizado], es un homenaje a ella, a Jocelyne Laffite".

La ampliación del Museo del Prado, llevada a cabo por Rafael Moneo, fue seguida paso a paso por Ballester. Durante meses, el artista paseó a sus anchas por las salas de la pinacoteca visitando sus obras favoritas mientras retrataba las formas del edificio de Villanueva que iban quedando a la vista. Fue posiblemente en esos meses cuando se empezó a gestar lo que él llama su "aventura", sacar a la luz lo que los grandes maestros ocultaron. Cuando contó su proyecto al director del Prado, Miguel Zugaza, él y la subdirectora, Manuela Mena, se entusiasmaron y le dieron carta blanca para "intervenir" en las pinturas.

A la hora de repintar a los maestros, Ballester ha hecho un ejercicio de introspección: "Muchas veces he tenido que parar, pensar, para ver cómo lo habrían hecho ellos". Es entonces cuando se ha encontrado a veces con el vacío ya no emocional, sino físico. Un ejercicio que le ha servido para trastocar el orden visual establecido, indagar en la forma de relacionarse con la obra. Poner patas arriba el arte. Lo intocable. Es pintor dentro de la pintura. Ha aplicado la máxima del señor de Lampedusa, cambiar algo para que todo continúe igual.

Sentado ante el ordenador, Ballester ha pasado horas interviniendo las obras maestras como un cirujano, cortando y rehaciendo, "como si fueran injertos de piel. He tenido que reconstruir todo lo que se supone que tendría que haber detrás, y lo he hecho bien por continuidad o aplicando una serie de pautas".

Una vez reconstruidas las obras, Ballester ha impreso unas en tela, como si se hubiesen repintado, y otras en metacrilato, siempre con las medidas originales de la obra. Colocados el original y la copia uno al lado de la otra, el resultado es fascinante. Son cuadros absolutamente diferentes. En la mayoría de los limpiados manda el paisaje, pero en otros, como en El arte de la pintura, de Vermeer, lo que resalta es el dominio de la luz en el lienzo.

"Hay un punto en el que debes tener cuidado con los pigmentos. El azul lapislázuli, por ejemplo, que utilizaban tanto en los siglos XVI y XVII, no lo puedes conseguir con ningún ordenador. He intentado no caer en la trampa de competir, porque habría tenido la batalla perdida de antemano, y he procurado respetar fielmente el original. Lo que es pintura, es pintura, y lo que es una reproducción, es una reproducción. Me interesaba que la obra tuviera coherencia en su conjunto, aunque esté transformada enteramente y no fuera idéntica al original". En La Anunciación de Fra Angelico, Ballester ha suprimido las figuras de la Virgen y el ángel, pero también los cientos de personajes que aparecen en el friso que soporta el retablo principal y que narran la vida de María. "He dejado solamente lo que son los elementos arquitectónicos. Para reconstruir el templo he tenido que documentarme y ver los templos de Florencia, la forma de hacer del artista, el estilo y la forma en que pintaba, para mantener la textura".

'El jardín de las delicias', de El Bosco (1500), es uno de los cuadros más enigmáticos de la colección del Prado. Él lo ha despojado de sus elementos más característicos y el resultado es una fantasía, un cruce entre Walt Disney, Dalí o Miró en su etapa surrealista. Convertida por Ballester en El jardín deshabitado, la tabla es aún más inquietante. "Al meterme en el cuadro hice desaparecer todo lo que tiene vida, pero tuve que tomar decisiones sobre la marcha; por ejemplo, qué hacía con el agua, con la vegetación; tracé una frontera y decidí que todo lo que se movía iría fuera".

El tríptico de El Bosco está lleno de elementos, plagado de personajes y de alegorías. La creación, el paraíso y el infierno, o el esoterismo de los alquimistas representado por las crisálidas, el baño purificador o el huevo, origen de la vida, colocado en el centro exacto del cuadro: "Mientras iba desnudando la obra, me llenaba de información del artista", afirma Ballester. Las representaciones de los pájaros le han dado guerra, todo el cuadro está repleto de aves y ha sido difícil eliminarlas. "El Bosco quiso integrar la parte religiosa y la científica, hermanarlas de alguna forma. Es una obra a la que hay que tenerle muchísimo respeto, no miedo. Zugaza, el director del Prado, me decía: 'Ten cuidado, que es un cuadro muy emblemático'. Hay que hacer un esfuerzo para llegar a comprenderlo. Yo no lo he conseguido del todo, pero me he acercado mucho más así que sólo mirándolo".

Habla Ballester de un proceso largo, tiempo, un aprendizaje de la pintura que nunca se acaba. "Para experimentar no tienes que romper con la tradición, con el pasado. Después de muchos años de frustraciones, de crisis artística, de preguntarme si tenía sentido seguir pintando, he encontrado una forma más práctica de acercarme al arte de lo que había logrado hasta ahora en que siempre salía rebotado. Había un muro que me impedía dialogar con los artistas que me interesaban". Su viaje a través de la historia del arte ha supuesto una clase magistral de formas de pintar. "En la vida hay ciclos, y yo creo que ahora la informática está propiciando una nueva forma de trabajar en equipo como consecuencia quizá de las nuevas tecnologías. Aparentemente, tú estás solo en contacto con una máquina, pero detrás de ella hay una tecnología muy sofisticada que necesita muchas manos, sobre todo cuando lo que quieres es afrontar otros desafíos y buscar más calidad".

En el proceso de vaciado al que somete Ballester las obras clásicas de la pintura aparecen muchos otros artistas. "Y eso también me ha resultado muy atractivo. Al desnudar a Botticelli, por ejemplo, encuentras esos paisajes tan naifs de Rousseau, o descubres a Caspar Friedrich en Brueghel. En el momento en el que se silencia el paisaje te das de bruces con el romanticismo". Eso le ha ocurrido con la Historia de Nastagio degli Onesti, de Botticelli (1483), basada en uno de los cuentos de El Decamerón, de Bocaccio. Narrada en cuatro tablas -el Prado conserva tres de ellas, procedentes del legado de Cambó-, el conjunto se lee como un cómic. La intervención en el cuadro ha puesto en primer plano los árboles que no dejaban ver un bosque desnudo de figuras. Es en esta obra donde Ballester posiblemente ha inventado con más libertad. "He tenido que alargar la mesa del banquete que tiene lugar en el pinar. La composición funcionaba muy bien con masas de luz que formaban una U. Al quitar el caballo, se fracturaba la composición, por eso he prolongado la tabla. También me he ayudado para sujetar el óleo con las tiendas de campaña que aparecen en una de las esquinas, ellas reequilibran la balanza. En algunos cuadros me he tenido que permitir estas modificaciones", añade con un gesto de disculpa.

Las radiografías de las obras le han permitido observar lo que los artistas ocultaron a los ojos de todos. "En la de El Bosco hay muchos arrepentimientos, se ven detalles y se aprecian los cambios. Pero el problema han sido las restauraciones a las que sometieron las obras, como en las tablas de Botticelli; no las he querido borrar, las he mantenido porque no me parecía bien disimular las huellas de la historia". Al reconstruir, Ballester interpreta. Su método de trabajo es estudiar el lienzo de forma metódica, limpiarlo e ir clonando las masas de color: "Estudio las más claras y hago la arquitectura, luego paso a un segundo nivel, con más nitidez, hasta que por último, de forma milimétrica, escaneo toda la obra por franjas". Asegura desconocer las horas que ha invertido en este proyecto. La que más tiempo le ha llevado, de cuatro a cinco meses, ha sido El jardín de las delicias, de El Bosco, y la que menos -unas doce horas-, El arte de la pintura (1666-1668), de Vermeer. "He intentado hacer con todos los cuadros un guión que tuviera cierta coherencia, he utilizado paisajes, escenas religiosas, mitológicas. En el caso de Vermeer lo que me interesaba era la escena cotidiana. Al suprimir los dos personajes, he tenido que pintar el fondo, el mapa de Holanda, con los distintos paisajes de la ciudad". Con Claudio de Lorena y su Embarco en Ostia de santa Paula Romana (1639-1640), "un pintor que siempre me ha interesado por su fantasía brutal", asegura que lo más complejo fue reconstruir el fondo que escondían los mástiles del barco. Con el Pasaje invernal (1600) de Brueghel, los quebraderos de cabeza llegaron con los miles de pájaros que aparecen en la escena, "siempre se me quedaba alguno por borrar", afirma. De Patinir y su Descanso en la huida a Egipto (1518-1520), la complejidad se encontraba en las rocas.

La primera etapa del proyecto de reinterpretar obras clásicas ha terminado. Ahora, en una segunda fase, le toca el turno a Goya. Ballester ya ha "limpiado" Los fusilamientos del 3 de mayo. "Es una labor un poco parasitaria porque yo necesito al artista, me aprovecho de él, pero de alguna forma también estoy renovando su lectura, lo traslado de golpe al siglo XXI". Además de Goya, en la lista estarán Las meninas, de Velázquez; Amor sagrado, amor profano, de Tiziano, y Los desposorios de la Virgen, de Rafael. Pero el proyecto no acaba ahí: "También quiero tocar la pintura oriental, incluso había pensado en eliminar de la urna el tiburón de Damien Hirst, pero la lectura aquí sería diferente, muy crítica. Tengo un camino muy abierto. Ha sido tanta la pasión que he puesto, lo agradecido que he estado a este proceso, que no me han importado ni el trabajo ni las horas, aunque ha sido un desgaste importante, a todos los niveles".

'Espacios ocultos' puede verse desde el próximo día 18 hasta el 23 de octubre en la galería Distrito Cu4tro de Madrid.

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