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CON GUANTES
Columna
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Dos hombres sentados

Sentarse bien es importartante. Nos lo repetían en el colegio y en casa. La manera en la que un individuo se sienta dice mucho de su disposición, de su interés, de su respeto. Repasando las relaciones entre Estados Unidos y España en tiempos recientes, llego a la conclusión de que sufrimos las consecuencias de la pésima actitud de dos hombres mal sentados. Solemos decir que los mandatarios se agarran al sillón o a la poltrona, pero esto, siendo grave, no es tan preocupante como lo mal que se sientan. Si a los críos, en la clase o en la mesa, les exigimos una postura acorde a la ocasión, cuanto más habría que exigir a aquellos que desempeñan o aspiran a desempeñar responsabilidades de Estado. Revisando ahora las imágenes de las sentadas más catastróficas en nuestra relación con nuestros aliados y amigos norteamericanos, resulta evidente (aunque evidentemente con demasiado retraso) por qué algunas personas no están del todo capacitadas para asumir las enormes responsabilidades para las que ellos mismos se ofrecen con más ambición que cordura.

"Uno se imagina que un presidente sabe distinguir entre Estado y Gobierno"

En la tristemente famosa foto del rancho de Tejas, vemos a José María Aznar francamente mal sentado. Los pies en la mesa, el puro en la mano, la sonrisa autosatisfecha; en fin, la peor de las actitudes cuando uno se dispone a mandar a sus soldados a una guerra que, necesaria o no, eso ahora da lo mismo, significará la muerte, el dolor y la penuria para miles de seres humanos, propios o ajenos, militares y civiles.

Todas las guerras son monstruosas, y algunas, por desgracia, inevitables, pero con independencia de qué guerra se trate, la guerra es un asunto muy serio. Un asunto que requiere poner los pies en el suelo, tensar la espalda, asumir los gestos del desastre.

Uno se imagina que un presidente del Gobierno debería saber al menos eso, pero no. Se ve que algunos han suspendido en historia, antes que en idiomas, sin que eso les haya pasado factura a la hora del examen final en el cursillo acelerado de máximo mandatario.

La otra foto famosa, la del entonces candidato Zapatero sentado al paso de la bandera de Estados Unidos, demuestra también una falta de postura, formación, cultura y, por qué no decirlo, educación a secas, que hacen difícil de entender cuál es la razón última que lleva a cierta gente a pensar que ellos son o deberían ser los elegidos para los cargos de más alta exigencia.

Uno se imagina que un presidente o candidato a tal, sabe distinguir entre Estado y Gobierno, entre circunstancia e historia.

La bandera, si es que significa algo, resume precisamente la historia entera de una nación. No hay una bandera de Bush y otra de Lincoln. Era la misma para George Washington que para Martin Luther King, la misma en Irak que en las playas de Normandía.

Otro tanto cabe decir de un ejército. Los soldados que presentan armas en un desfile no han decidido ninguna acción de guerra, eso lo hacen los políticos. Los soldados sólo arriesgan la vida y la salud mental en ella, son los que mueren y matan, que es como morir dos veces, entre intereses económicos y geopolíticos que se les escapan. Eso es algo que un presidente o candidato debería saber también antes de utilizar una parada militar para sus propios fines electorales.

Yo puedo pensar, como otros muchos, que mejor nos iría sin banderas, sin ejércitos, sin guerras y hasta sin presidentes (y puede que sin naciones), pero yo y esos otros muchos no hacemos carrera a la presidencia, ni nos presentamos ante los demás como el santo grial de la solución de los problemas colectivos.

Winston Churchill pasó algunos de los momentos más difíciles de la historia en pijama, con un puro y hasta con un Dry Martini en la mano, pero en privado. Era su versión del descanso del guerrero. En público y frente al mundo, su inteligencia y su elegancia sujetaron buena parte de lo que entonces se llamaba el mundo libre.

Asumir responsabilidades enormes es un trabajo complicado, pero no es mucho pedirle a quienes en el futuro deseen proclamarse candidatos para tan noble tarea que, al menos, aprendan cuándo y dónde y, sobre todo, cómo sentarse.

Tampoco vendría mal aplicarse un poquito con los idiomas…

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