Una ilusión óptica

He aquí una foto clásica de ahorcados. Decimos que es clásica porque se atiene con fidelidad a las reglas del género, la principal de las cuales es no sacar la cabeza, por si el ahorcado nos sacara la lengua. Además, de este modo uno se imagina la expresión del muerto como le da la gana, en función de sus necesidades sentimentales o venéreas. Ahora bien, si es duro enfrentarse al rostro de un difunto ajusticiado, más arduo resulta aún contemplar el de los vivos que asisten al espectáculo. Mírenlos ahí, en plan pánfilo, como el que se asoma a una puesta de sol. Por no faltar, no faltan ni los fotógrafos aficionados a los tópicos, de los que obtienen conmovedoras postales. Quizá lo que buscan los de los móviles en ristre es eso, una postal que enviarán a su novia o a sus padres, o con la que se masturbarán a escondidas.
Si esfuerzan un poco la vista, comprobarán que a la derecha de la imagen, en la casa del fondo, la vida cotidiana sigue su curso: hay una señora tendiendo la ropa en la azotea y un grupo de gente bajo una sombrilla, quizá tomándose un aperitivo. Ni siquiera los cadáveres colgantes han sido ataviados para la ejecución (momento solemne donde los haya en la vida de cualquiera) con sus mejores galas. Ahí los tienen, en pantalones de chándal y chancletas de andar por casa. Podemos hacernos la ilusión de que el drama ocurre en Irán, que nos cae un poco lejos, pero se trata de eso, de una ilusión óptica, pues por lejos que se encuentren, geográficamente hablando, las víctimas y los verdugos son seres humanos, lo mismo que nosotros.

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